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La actualidad de la deriva. Memoria, Mayo del 68:


 


Pero de la mezcla de experiencias de los testigos y la información de los medios surge el relato de Mayo del 68 como una fiesta, un contraespectáculo como el referido por Guy Debord, de ebriedad y alucinación, que provocó barricadas en Europa y muertos en las calles mexicanas; experiencia más cercana a una supuesta mística colectiva que a la dureza y disciplina del partido rector de las masas.


 


Por eso, una pregunta acerca de la vigencia o no de Mayo del 68 puede mirarse al menos desde dos filones: el primero, gracias a una perspectiva apenas informativa; es la tesis de que los acontecimientos políticos europeos que prendieron fuego en la Universidad de Nanterre se circunscriben a una coyuntura histórica ya superada por los Estados del bienestar, sean las crisis, con los obreros de ayer o los emigrantes de hoy; crisis que, como otras, el capitalismo podrá vencer. La segunda postura que apunta hacia la vigencia de la experiencia es que se trata de un eslabón fundamental en el derrumbe de los modelos sociales, las economías dominantes y las representaciones del mundo que nos hacemos los pobres ciudadanos de a pie. Me adscribo a esta afirmación pero agregando un tercer elemento: Mayo del 68 es memoria viva, memoria actual, que nos permite acceder a nuevos caminos de oposición a la injusticia.


 


Mi afirmación consiste en que los fenómenos de alzamientos liderados por los estudiantes, y ejercidos de manera más intensa en Francia o más dramática en México y Checoslovaquia, pueden entenderse como lecciones desde la memoria. No han sido enterrados los ideales de igualdad y solidaridad bajo la agenda de igualdad y solidaridad que proponen la televisión comercial y las instituciones financieras. Los últimos 40 años han mostrado la regresión en oportunidades para millones de seres humanos, el despertar de epidemias que se creían extintas, la vuelta a formas de explotación en el trabajo y una creciente alienación sobre una zona que, por otorgarle un nombre, habremos de llamar “conciencia humana”. Se trata de formas de explotación que se creían superadas pero que hoy tienen nuevos escenarios en los suburbios de las grandes ciudades, en las fronteras de esos mundos donde unas periferias planetarias rugen y contagian su dolor a los espacios supuestamente ricos y de apariencia blindados.


 


Mayo del 68, en cuanto memoria de lucha, fue un asunto que trascendió el fervor estudiantil de la clase media educada de Francia. Sus iconos, todavía legítimos o no: las barricadas, el Che Guevara, Mao, los movimientos de liberación nacional, se usan como emblemas de la memoria para un asunto que –se tenga o claridad sobre lo que se espera– encarna, en sentido práctico moral y político, el cumplimiento de un ideario de libertad, sea en los centros de decisión donde se exhibe como solidaridad con el resto del mundo, sea en las márgenes que son usualmente el tema de las solidaridades mundiales.


 


La propuesta estética de Guy Debord, su deriva contenida en las tesis de la “sociedad del espectáculo” y en las posturas de la Internacional Situacionista y Letrista, mantienen aún algo de interés para jóvenes en busca de caminos. También para otros, los curtidos por las canas o las viejas derrotas, la deriva del 68 fue una manera de preguntar si los caminos prioritarios al recorrer la ciudad pasan por la memoria funcional de las instituciones financieras, el trabajo precario, las “viviendas dignas” o la “fiesta” a crédito de los centros comerciales, o, si existe o puede existir todavía una deriva, una ruta que se haga desde un recuerdo apasionado, una memoria que imagine caminos más significativos para los pobres de carne y hueso.


 


La memoria de Mayo del 68 desgarró la altiva seguridad del Estado del bienestar, pero también de los partidos y las organizaciones clásicas y todopoderosas de la izquierda de la primera mitad del siglo XX, gracias a la formulación de un nuevo tipo de movimiento antisistémico que no fue burocrático, como en la Europa oriental de los años cincuenta, o de liberación nacional, como los producidos en Asia y en África.


 


En la agenda de Mayo del 68 está vigente el ataque a las hegemonías de Estados Unidos y la Unión Soviética. Los jóvenes de Mayo del 68 no estaban de acuerdo con los comportamientos de los líderes de la izquierda tradicional, que, una vez alcanzado el poder de la generación anterior, reproducían el mismo esquema de dominación, comportamientos motivados por la presión del enemigo o por la bestia de sus propias ambiciones. El Estado fue durante décadas el botín y la meta perseguida por los movimientos de izquierda. Cuando llegaron a éste, encontraron que allí no radicaba el problema esencial del socialismo sino que se debía trascender la idea de Estado mismo, así como la concepción humanista, ingenua o no, que se tuviera.


 


En el caldo de cultivo de esa deriva del 68 emergieron los movimientos verdes, las minorías raciales, las reivindicaciones desde la perspectiva de género, los movimientos en defensa de “los derechos humanos” y los “movimientos antiglobalización”. Para estos grupos, el problema de la mujer o de los negros, o aquel del medio ambiente o la brutalidad de ciertos Estados o grupos paraes- tatales o antiestatales contra la población civil, o el culto a la palabra globalización durante los años 90 no eran pasos posteriores a la revolución sino que era una memoria por recuperar, un olvido, una prioridad revolucionaria por resolver.


 


El Mayo del 68 planteaba ya la necesaria reimaginación de la vida, así como su desmercantilización. Reimaginación en cuanto proponemos cambiar todo aquello que rodea a los seres humanos; hasta su físico, pero no en cuanto volver a imaginar una política radicalmente justa para los hombres y mujeres que habitan los entornos actuales. Esta reimaginación del hombre y de la mujer marcha de la mano con una postura ante la mercancía que esté por fuera del peso portentoso que ésta tiene como “valor de cambio”. Resulta que construimos la imagen de la vida humana con el criterio único de su relación con el mercado, con aquello que se adquiere o se vende. Para producir una ingeniería que reimagine a los seres humanos, se tienen que introducir valores distintos de los económicos.


 


Hoy nos enteramos, todavía con dolor, de cómo la economía coloniza el agua, envasándola y vendiéndola; se apodera de los cuerpos, adelgazándolos, reconstruyéndolos, penetrando en la genética con una descomunal hambre empresarial, haciendo de los hospitales y del cuidado médico de los seres humanos un verdadero y mezquino escenario de “a quien paga más se le asiste mejor”, y haciendo de la educación el laboratorio para el amansamiento y la reproducción de la nueva división social del mundo. El uso de la memoria bajo esta lente lleva a reconocer la alta composición de sufrimiento presente en las acciones del poder y la idea de lo que significa progreso humano. Recordar el sufrimiento, el nuestro, el de los otros, dentro de formas de producción cotidiana, afectiva, política, económica, que aumentan la penalidad, tiene que llevar a una borradura, el “nunca más”, y por consiguiente a un profundo respeto con quienes sufren.


 


Las situaciones de deriva3  que propusieran los situacionistas en el cine, en la ciudad, en la plástica, postulan una crítica a un capitalismo generador de necesidades que jamás fueron ni son deseos verdaderos. Así, la ilusión de volar fue convertida en vuelos turísticos masivos, o taponada la imaginación de otros mundos posibles con la producción de televisión chatarra, vendida privadamente a millones de consumidores. Para Debord resultaba urgente el diseño de situaciones distintas para la vida social. En este diseño de nuevas situaciones de la vida cotidiana y de opción por derivas no normadas por el establecimiento, tenemos una fuerza de emancipación que no se debe, que no podemos olvidar. Aquello que por unos días fuera una ebriedad rebelde o revolucionaria dejó al final una profunda resaca de la cual, 40 años después, no hemos podido recuperarnos. Porque resulta posible que la memoria esté dormida pero no extinguida. La pregunta sobre si todavía podemos oponernos al orden imperante, así como cuál pudiera ser una opción contraria a la acumulación y la mercantilización de la existencia, rondan aún en las cabezas de muchos.


 


*        Filósofo. Su último libro: Filosofía y Memoria, El regreso de los espectros. Hoyos Editores, Manizales, 2007. Integrante del grupo de Investigación “La filosofía después del Holocausto”, Madrid, CSIC.


1       Debord, Guy, La sociedad del espectáculo, Valencia, Pre-Textos, 2002.


2    Para el pobre, sus carencias no aparecen como de falta de libertad o alienación sino de trabajo y alimentación.


3    Rial, Ungaro, Santiago, Guy Debord y el backstage de la sociedad del espectáculo, Madrid, Interactuales, 2007.

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