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Junio 24 de 2010, aniversario 227 del nacimiento del Libertador. Bolívar de Nuestra América

En homenaje a El Libertador, en ocasión de cumplirse mañana el aniversario 227 de su nacimiento, y de la conmemoración del Bicentenario de la Independencia, Granma reproduce este artículo que escribió en sus páginas el destacado historiador Eusebio Leal Spengler hace 26 años.

¡Se dice Bolívar y decimos Libertador! Fue el título que más amó en vida el hombre genial; y el que distingue, más allá de la muerte, al que fundó cinco naciones, dio batallas, conoció la opulencia y casi la mendicidad; al Estadista y al Legislador que redactó constituciones, valoró la importancia de la enseñanza universal y de la educación de los indios y luchó por la emancipación de los esclavos africanos.

Su epistolario y documentos políticos nos han hecho depositarios de un arsenal de ideas al mismo tiempo que nos revelan en el autor a un hombre sencillo y complejo: metálico cuando decide y ordena, conmovedor y tierno ante la mujer y el niño, magnífico en la desventura, seguro de sí, y firme en sus convicciones.

Cuando vino al mundo Simón Bolívar y Palacios el 24 de julio de 1783, ya había sido derramada en el Cuzco la sangre de Tupac Amaru II. Su rebeldía y las fuerzas que desencadenó el inca fueron un chispazo en la noche.

Un venezolano, con justicia llamado el Precursor, Francisco de Miranda, daba a conocer su nombre, que legaría a la Revolución Francesa y a la norteamericana como prólogo de sus proyectos emancipadores que cimentaron el camino que solo a Bolívar le sería dado recorrer después.

Hijo de una clase prepotente e intocable, que se distinguía por el privilegio de vestir manto sobre sus hombros, Bolívar acreditaba además una ascendencia que en América estuvo presente desde el siglo XVI, su mismo nombre aparece en la inscripción funeraria de su más lejano predecesor sepultado en la catedral primada de Santo Domingo.

Pero su clase culta e ilustrada, arrinconada por las exigencias de una metrópoli insaciable, aprovechó los primeros síntomas de debilidad y el vacío de poder producido por la invasión napoleónica a España para soñar con un régimen de libertad absoluta para sí que, por supuesto, no incluía la de sus siervos africanos ni las justas reivindicaciones que ansiaban los llaneros, los pardos e indios y demás venezolanos humildes. Así se constituyó la Suprema Junta Gubernativa que devendría independiente, el 19 de abril de 1810.

Investido de representatividad diplomática, y junto a Andrés Bello, Bolívar viaja a Londres ese mismo año como portador de la demanda de reconocimiento del movimiento político venezolano. Pero resultó notorio que poniéndose más allá de las instrucciones recibidas, expresó claramente su criterio de que la independencia absoluta era la más alta aspiración de los insurgentes.

La reacción realista encabezada por el General Monteverde gana terreno aceleradamente; la capitulación con que concluyen aquellos sucesos fue solamente el anticipo de crueles persecuciones y de la restitución de todos los fueros e injusticias contra los cuales se había luchado. Quizás la imagen de Miranda, entregado a los españoles en La Guaira, cargado de cadenas, resulte por sí misma la más dramática explicación de lo que las contradicciones, rivalidades y ausencias de unidad entre los patriotas inmaduros, significó para la revolución venezolana.

A la proclamación y caída de la Primera República, (la de los mantuanos) sucedió un largo proceso en el cual Bolívar vivirá sus primeras y controvertidas experiencias políticas.

Ante él se abre la ruta del exilio, primero en Curazao y luego en Cartagena de Indias, aquella ciudad inexpugnablemente fortificada por los mismos alarifes que habían comenzado su obra en La Habana a finales del siglo XVI.

De aquí regresaría Bolívar para dar inicio a su “Campaña Admirable”. Marcha que compartirá día a día y jornada a jornada, hasta penetrar en Caracas el 7 de agosto de 1813 y ser proclamado Libertador.

A diferencia de la Primera República, la Segunda nació de la lucha armada y con una mayor y más amplia base social. Además, se había sentado un precedente importante en la trayectoria futura de los acontecimientos: numerosos contingentes de la Nueva Granada le habían acompañado y muchos de aquellos fieles seguidores quedaron en el camino.

A partir de su regreso a nuestro continente, Bolívar extraerá de reveses y desalientos, y también de sus primeras victorias, la idea que habría de ser la piedra angular de su pensamiento político: la necesidad de la unidad revolucionaria continental.

No pudo evitar el Libertador, sin embargo, que reviviesen las enconadas querellas de antaño; destituido y cautivo, logra fugarse a las Antillas en 1814.

Bolívar está en Kingston. El 6 de septiembre de 1815 es fechado el histórico documento que hoy conocemos con el nombre de la Carta de Jamaica, en la cual el Libertador anuncia el nacimiento de Colombia como un Estado en el que se unirán los vastos territorios donde el despotismo colonial ha sido derrotado. Analiza política y socialmente la situación general de América y propone un programa de acción. Desestima la monarquía como forma de gobierno y no excluye la posibilidad de que cubanos y puertorriqueños se integren al movimiento libertador. Bolívar analiza las posibilidades de la lucha en sentido global.

La permanencia de El Libertador en Haití, la amistad del Presidente Petión y el apoyo que este le prestó en nombre de la República negra, proscrita y acorralada, resulta uno de los más nobles antecedentes del internacionalismo y el desinterés.

Cuando desembarca en Barcelona (Venezuela) en 1817, pudo muy bien recordar el día en que sobre el Monte Sacro en Roma, solo con su maestro Simón Rodríguez, contemplando los templos y foros de la gloriosa antigüedad convertidos en un bosque ruinoso, juró consagrar su vida a la libertad de América.

De nuevo en el campo de batalla, rodeado de cuantos habían mantenido la llama de la rebeldía, unido a Páez, a los llaneros, compartiendo la vida dura del soldado, se entrega a la organización del Estado tan pronto las circunstancias se lo permiten.

El 7 de agosto de 1819 la victoria de Boyacá anuncia el nacimiento de Colombia, que sería proclamada en el Congreso de Angostura el 17 de diciembre del mismo año.
El 24 de junio de 1821 la batalla de Carabobo precipita la liberación de Venezuela, a excepción de Puerto Cabello, y cinco días más tarde entra Bolívar triunfante en la ciudad de Caracas.

A la epopeya de la Guerra de Independencia en este continente Bolívar imprimió un sello indeleble: las marchas y contramarchas, las inmensas distancias recorridas bajo el sol abrasador, a la humedad insoportable o el frío de alturas inimaginables.

El Congreso de Cúcuta le erige Presidente de la República y cuando convoca, el 7 de diciembre de 1824, a la magna reunión de los países independientes de nuestra América en el istmo de Panamá, faltan solo 48 horas para que Antonio José de Sucre alcanzase en la pampa de Quinua la victoria de Ayacucho, por la cual dejó de existir definitivamente el Virreynato colonial y nació la república del Perú. A esta altura de su carrera política y militar el Libertador debía enfrentar la difícil tarea de salvar la obra de la Revolución de dos mortales acechanzas. La que surgía de adentro con las sobrevivencias del regionalismo por la visión limitada de los que solo podían concebir patrias pequeñas y, desde luego, la herencia de siglos de dominación, que se traduce en incultura, incomunicación, fanatismo religioso y pobreza que, si aún nos sobrecogen en nuestra América, más nos impresiona imaginarlas entonces.

En segundo lugar el Libertador enfrentaría los intereses y desavenencias de las potencias europeas en cuanto a la mutación del equilibrio de fuerzas en la América meridional, incluyendo el Caribe. La terca política de España que envía la fuerte expedición encabezada por Morillo tratando de reconquistar lo definitivamente perdido. En general, la estrategia de la Santa Alianza, que veía con horror Repúblicas e independencias. El duelo sordo entre la Gran Bretaña y la República norteamericana, cuya posición ambigua en la forma y en el fondo se aliaba con el colonialismo español. De hecho, los Estados Unidos bloquearon al Congreso Anfictiónico de Panamá, influyendo para desviar la atención de las Delegaciones de la posibilidad de analizar el destino de Cuba y Puerto Rico. En la correspondencia reservada de los agentes diplomáticos norteamericanos y el Gobierno se evidencia una red de maquinaciones cuyo último objetivo no era otro que el descabezamiento de la Gran Colombia y, desde luego, la liquidación de El Libertador y de toda influencia bolivariana.

Desde el 22 de junio de 1826 en que se constituye el Congreso en Panamá, y hasta 1830, Bolívar luchó con todas sus fuerzas ya sensiblemente disminuidas para lograr la sobrevivencia del sistema político que había creado contra las más adversas circunstancias.

En cuanto a Norteamérica, ninguna palabra define mejor su criterio que las dirigidas a Patricio Campbell: “Los Estados Unidos parecen destinados por la providencia para plagar la América de miseria en nombre de la libertad”.

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