Al bajar saltan ante ti: niños, jóvenes y mujeres que te ofrecen desde el pañuelo blanco hasta el puesto en la fila, allí todo se paga, todo tiene un precio, hasta los guardas que dejan entrar a algunas mujeres que no hacen la fila, si les pagas unos pesos. Las paredes del lugar son murallas blancas curtidas de tanto polvo, de tanta lluvia, de tanto lamento, de tanta injusticia. Las puertas azules son como para el paso de elefantes pero la abren solo un poco, como para que pasen hormigas. Caminas desde la entrada, todavía afuera y comienzas a ver a las mujeres que esperan para entrar y han llegado antes que tú. Ojos cansados de abrirse sin haber salido el sol, rostros que se debaten entre la angustia y la alegría de entrar a ver a sus amados hijos, compañeros, padres, hermanos, primos, amigos… puede ser cualquiera de ellos y otros. Todas llevan sus pies desnudos, como el alma, mujeres que no se han vencido ante el horror y las historias cruentas vividas y escuchadas, mujeres con el amor que las llena de fuerza para entregar a quienes ven, mujeres que parecen Santa Clauss en noviembre, esperando para entregar alegrías y regalos. Una cuadra Dos Tres Cuatro… Has llegado al final y eres otra más en la espera, pronto serás un número. La hilera va corriendo sin prisa y observas a tu alrededor, al frente, atrás… sólo hay mujeres y niños. Algunos rostros sonríen descubriendo tu falta de experiencia, saben que llegas por primera vez y te hablan explicándote las cosas que debes saber antes de entrar, otras prefieren mirar a otro lado o bajar su mirada para no tener que hablar ni saber de historias ajenas, tal vez porque con la suya ya tienen suficiente, les basta para sufrir en silencio su condena y su encierro, porque como decía una mujer mayor, ya cansada por los años y la espera: “Aquí condenan a nuestros hombres y a nosotras también, ellos sufren su pena encerrados y nosotras la sufrimos afuera”. Es verdad lo que dice esta mujer, este país no se conforma con juzgar y condenar sin prueba Ha pasado una hora y estás próxima a las vallas que marcan la frontera entre quienes entran y no. Eres la número 956 de la segunda tanda de mujeres que ha entrado, lo sabes porque han marcado tu brazo con el primer sello. Sigues caminando y al fin llegas a la puerta de elefante donde verifican tu permiso de ingreso, pasas al segundo sello que dice para qué patio vas y entregas tus documentos. Llegas al tan mencionado y temido Túnel, no es como lo imaginabas ¡por fortuna! -en tus sueños era peor- El túnel también es conocido como “el gallineral” , y si, este lugar parece un corral con los canales que marcan la fila, las mallas que suben hasta el techo y la estrechez del paso. Las que se quedan sin salir aún siguen contando sus historias y hay tiempo para escucharlas. Aquí todas somos iguales, se desdibujan los roles, las profesiones, los rangos, los estratos… todas somos mujeres con un objetivo común, todas en la misma situación, con iguales condiciones, confiando las historias que jamás cuentan afuera. Las mujeres que encuentras aquí no juzgan ni condenan, ya saben lo duro de esos actos y el significado de las palabras. Aquí escuchas historias de amor esperanza y encanto, historias de horror, injusticia y desencanto, historias que podrían aterrorizarte e historias que ayudan a tranquilizarte. Sales del corral y llegas a la tercera fila en el túnel pequeño y estrecho de arriba, allí esperas poco y notas que varía la fila porque algunas han logrado adelantarse o quedaron atrás en la carrera, cuando sales de allí, llegas a un salón y cada vez se parece más a una cárcel, comienzas a ver los barrotes, las puertas de seguridad, las alarmas, los guardas y las requisas… Desempacas todo lo que llevas en maletines o bolsas, lo más rápido posible para que el guarda no se enoje y te trate bien dentro de las circunstancias. Tu deseo es que no desbaraten y nada dañen mientras chuzan los alimentos y revisan las cartas y regalos. Si hay algo que ellos consideren que no debes entrar te hacen devolver por todos los pasillos que ya has recorrido, hasta afuera, allá en la puerta azul de elefantes a buscar quien te lo guarde. Debes ser rápida porque si no, te toca hacer las filas nuevamente. Cuando todo está revisado, te ganas el tercer sello y pasas a la última requisa donde solo puedes llevar contigo un pañuelo… Empiezas a sentir el temblor y el frío de la incomodidad. Llegar al cubículo es nada agradable, allí te espera una guarda sentada con cara de mal humor, y entiendes… debe ser agotador estar sentada allí toda la mañana tocando más de mil sexos para verificar que sean mujeres las que entran y que no lleven nada escondido. Pasas la más dura prueba y recoges tus paquetes al otro lado, con la sensación de que te han invadido el cuerpo. Te ponen el sello final, un sello de agua que no calma nada, que recibes ya cansada de tantas marcas, de tantas filas, de tanta espera, después de que te han tocado.
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