¿Decrecimiento por la derecha?

“todo el que crea que el crecimiento exponencial puede continuar indefinidamente en un planeta finito o está loco o es economista”. 

Kennet Boulding

Argentina acompañó a Haití en la incómoda condición de ser las dos únicas economías de América Latina con decrecimiento del PIB en 2024. El país austral con -3,2 por ciento y Haití con -4,0 fueron, según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), las de peor desempeño. Sin embargo, el actual gobierno argentino, autoproclamado como anarco-capitalista, es llenado de elogios. El FMI, en su informe Perspectivas económicas: Las Américas afirma: “En Argentina, la firme implementación del programa está ayudando a restaurar la estabilidad macroeconómica”, y destaca que es el único país del subcontinente con superávit fiscal y una reducción de la inflación cuyo valor debe estar, al finalizar el 2024, según el Fondo, alrededor del 140 por ciento. El informe pasa por encima de que el salario mínimo legal vigente fue ajustado en el 80 por ciento, por lo que su poder adquisitivo real fue reducido en 60 puntos. Igualmente vela que la industria está siendo demolida pues hasta el tercer trimestre, el último del que hay cifras consolidadas, tuvieron comportamiento negativo anualizado los productos minerales no metálicos (-19,4 %), productos textiles (-18,3 %), la fabricación de maquinaria y equipo (-16,1 %), las industrias metálicas básicas (-14,4 %) y los productos de caucho y plástico (-14,3 %). Las obras públicas están prácticamente paralizadas y han desaparecido alrededor de trescientos mil puestos de trabajo y al menos 16.500 pymes. El desfinanciamiento de las universidades y de actividades culturales como el cine, además de la búsqueda de su contracción, son un índice de lo que el nuevo pragmatismo considera superfluo –incluida la industria en los países subordinados–, entre lo que incluye la educación y la salud públicas. 

La elección del hipermillonario Elon Musk para dirigir el Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE, por sus siglas en inglés) en el segundo gobierno de Donald Trump, tiene algunos rasgos similares preocupantes, pues en boca del propio Trump, Musk junto con Vivek Ramaswamy “desmantelarán la burocracia gubernamental, reducirán las regulaciones excesivas, recortarán los gastos innecesarios y reestructurarán las agencias federales”. La “motosierra” parece, entonces, que será convertida en una política generalizada con el objetivo de eliminar de la función estatal la poca redistribución de la riqueza social que aún conserva, dirigida hacía los grupos y actividades cuya demanda no puede garantizar el mercado y son consideradas fundamentales para la resiliencia social. Garantizar el pago del servicio de la deuda, a cualquier costo, lo que incluye el adelgazamiento de la economía, parece una orden perentoria del capital que empiezan a ejecutar, sin gradualismos ni escrúpulos, los gobernantes elegidos con discursos que tienen como fachada, paradójicamente, la promesa de devolver el reloj de las relaciones interpersonales y los principios de autoridad, incluso al siglo XIX.

¿Crecer o decrecer es realmente el dilema?

No deja de ser curioso que el Decrecimiento, un movimiento considerado transformador y progresivo, y qué por su misma naturaleza habla de «austeridad revolucionaria», coincida accidentalmente con el espectro político contrario, la denominada derecha radical, que en los países donde empieza a tomar el poder ejecuta austeridad extrema a su manera. Sin duda que son dos cosas diferentes, que pese a eso generan un raudal de interrogantes de los que tan sólo serán planteados algunos aspectos muy generales. Mientras que los defensores progresistas de una política del decrecimiento lo hacen sobre la base de considerar que un exceso de producción y consumo de riqueza física –materializado en lo que ha sido denominado “necesidades creadas” del consumo conspicuo–, es la causa de no pocos de los problemas ambientales que nos afectan como la contaminación y el calentamiento global, la austeridad planteada desde la derecha propugna por reducir los sectores que por no estar atados a procesos de valorización del capital como la cultura y la educación pública, en el mejor de los casos, deben colocarse en su órbita: “donde hay una necesidad no surge un derecho debe nacer un mercado”.

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El problema del decrecimiento tiene, sin embargo, aristas más complejas, cuya discusión no es nueva y que van más allá de la disputa sobre donde decrecer, si es que es aceptado que debe hacerse, y donde no. La economía política planteaba hace casi doscientos años que el crecimiento en el capitalismo, que busca ser representado modernamente en el PIB, es económica y físicamente limitado en el tiempo, pues las condiciones materiales de la producción de bienes así lo imponen. Los ecologistas han terminado dando la razón a quienes inicialmente plantearon que hay límites, mientras la economía convencional, surgida con el paradigma neoclásico, sin hacerlo explícito, razona y explica la realidad como si no existieran. El debate debe remontarse hasta los planteamientos de David Ricardo, que al afirmar que la producción primaria estaba sujeta a rendimientos decrecientes, terminó concluyendo que tarde o temprano la producción de alimentos y materias primas quedaría sujeta a un nivel que impediría la creación de excedentes y que el sistema económico entraría en lo que fue denominado “estado estacionario”, un estado de reproducción simple en el que el tamaño material de las sociedades sería constante. 

John Stuart Mill, discípulo de David Ricardo, introdujo como causas el exceso de acumulación y la reducción del beneficio que le llevarían a afirmar no sólo que el estado estacionario era inevitable, sino que además era deseable. La realidad, momentáneamente diría lo contrario, los rendimientos fueron crecientes en la agricultura, y además de forma acelerada entre finales del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX, dando lugar a los principales ataques que dieron al traste con la economía clásica como disciplina oficial del capital. El aumento de la productividad agropecuaria, de otro lado, abrió la puerta a la creencia que la ciencia podía hacer infinita la cantidad producida de bienes primarios y alimentó la idea de que un consumo creciente era posible y deseable. El consumismo como pilar del capitalismo, apuntalado en la explosión productiva de la segunda revolución industrial, tuvo en la disciplina económica convencional el eco teórico que inauguró la creencia en el crecimiento sin límites que hasta hoy sigue siendo parte de la ideología dominante.

En el siglo XX, el pensador inglés Kennet Boulding retoma el problema de los límites y en su artículo, convertido en hito, La economía de la nave espacial Tierra, señala qué si bien nuestro planeta es un sistema abierto en energía, pues recibe permanentemente la luz solar, es cerrado en materiales, pues salvo algunos meteoritos es limitado físicamente. Esto, dice Boulding, hace imposible un crecimiento material infinito en un planeta finito, y llama a esa creencia sinsentido, “economía del cowboy” y, a aquella que considera la existencia de límites, “economía del astronauta”, remarcando en la hipérbole, que más que en la amplitud de las planicies interminables nos encontramos en un espacio relativamente estrecho en cuanto a recursos utilizables. Boulding sostiene que si no es razón suficiente el innegable hecho de que el planeta es físicamente limitado, debe pensarse además en los “sumideros”, es decir los espacios que acumulan los desechos, entre los que la atmósfera no es el menor como depósito de Co2, con la consecuencia del calentamiento global que enfrentamos. La presencia de metales pesados en los ríos y la existencia de “zonas muertas” en los océanos por la acumulación de plástico, han terminado dando la razón a Boulding, quien anticipó al MIT y sus límites del crecimiento y a Georgescu-Roegen y su aplicación de la entropía al proceso económico.

La discusión sobre qué sectores pueden y deben decrecer y en qué tiempo aún es marginada en la práctica, pese al consumo intenso de materiales no renovables que exigen para su uso de un cálculo que aplique el principio de precaución. Mirar el consumo como un problema y no como una virtud, a manera de las condiciones extremas de los astronautas, fue otra de las propuestas de Boulding, pues frente a limitaciones reales, la prudencia y la frugalidad son las actitudes más convenientes. Sin embargo, en ese sentido, muy poco es lo avanzado, pese a que es claro que no es lo mismo la creación de nuevas redes sociales que requieren de grandes servidores para almacenar bits de información con ingentes consumos de energía que la fundación de hospitales o escuelas. La teoría tampoco parece muy prodiga al respecto, pues en el caso de la economía crítica, la reducción de las tasas de beneficio en el análisis de las crisis ha dejado poco campo al estudio de si la acumulación de capital en realidad tiene un techo.

¿Qué dice la realidad?

Si miramos el comportamiento de las tasas de variación del PIB a nivel mundial, es claro que tienen una marcada tendencia a decrecer tal y como lo muestra el gráfico (construido con cifras del FMI y el Banco Mundial) para el periodo que va desde la mitad del siglo XX hasta hoy. El promedio del PIB es en la actualidad casi un tercio del presentado en las primeras fases de la segunda postguerra, con el agravante que el promedio esconde que las economías del centro capitalista crecen tan sólo alrededor del 1,5 por ciento mientras que ese valor es de 4,0 en las llamadas economía emergentes.

De los grandes jugadores en el concierto mundial, la Unión Europea es la de peor desempeño con un promedio de crecimiento de 1,18. Los Estados Unidos, en ese mismo período, ha tenido mejores resultados si bien no escapa a la tendencia decreciente, que queda reflejada en que el valor de su PIB ha superado el cuatro por ciento tan sólo en tres ocasiones (2000, 2004, y 2021) y cuatro veces el tres por ciento (2003, 2005, 2006 y 2023), mientras que en los 17 años restantes el crecimiento ha sido menor al dos por ciento, arrojando un promedio de 2,2 por ciento para el período.  

El comportamiento de China en los últimos treinta años hace que el balance global sea menos gris en este aspecto. Entre 1992 y 2007, El PIB de china creció a valores superiores al 10% en 10 de los 16 años de ese período. Según el FMI, en la última década y media, China ha sido el motor principal del crecimiento económico del mundo, aportando el 35% al PIB nominal mundial. Esto no implica que la economía China no esté ya en una fase de adelgazamiento de su crecimiento, pues 2010 fue el último año en el que la economía aumentó en cifras de dos dígitos, y en lo que va corrido de la década del veinte del siglo actual el promedio alcanza tan sólo el 4,7 por ciento, casi la mitad del promedio histórico de los treinta años anteriores, reforzando la conclusión del decremento como un comportamiento estructural del capitalismo. 

Muchos analistas invitan a ver en el recorrido de la economía japonesa, estancada desde los noventa, como el camino futuro que le espera a China, cuando en realidad es el espejo en el que puede mirarse el capitalismo en su conjunto. El llamado milagro japonés, que convirtió a la nación oriental en la segunda economía mundial desde 1968 hasta el 2010, tiene el principio de su apocalipsis en 1991 con el estallido de la burbuja de los activos. Japón, que había crecido entre 1955 y 1974 a un promedio anual de nueve por ciento descendió, en los diez años siguientes, al cuatro por ciento. Al promediar el periodo que va de 1991 al 2003 el crecimiento queda reducido a 1,14 anual, que no ha sido superado en lo que va del siglo XXI. La caída en valores absolutos que el PIB nominal tuvo entre 1995 y 2007 cuando pasó de 5,33 a 4,36 billones de dólares, es un hecho casi sin precedentes en la economía de los países dominantes y un ejemplo de decrecimiento forzado sobre el que casi ninguna atención ha sido puesta. 

Sobre los fallidos intentos de reactivar la economía japonesa hay una gran cantidad de literatura, pero sobre las causas estructurales del fenómeno más bien poco. El uso de una política fiscal contractiva en los primeros años de la crisis para garantizar el pago de la deuda y dar más espacio a la economía privada fue sustituida por una estrategia expansiva, también fallida, que buscaba en la obra pública la reconducción a un crecimiento importante. La reducción de la tasa de interés a niveles negativos o iguales a cero tampoco ha tenido efecto, dejando como consecuencia de los intentos de respuesta la elevación del nivel de la deuda hasta el 260 por ciento del PIB como uno de los hechos más notorio, que ha colocado al país, junto con USA, como los mayores deudores en el mundo.

Lo paradójico es que entre 1985 y 1989 el índice Nikkei de la bolsa de valores japonesa tuvo un crecimiento del 300 por ciento y alcanzó en ese último año una cifra récord. La especulación inmobiliaria alcanzó máximos hasta su desplome en 1991, dando luces sobre lo que algunos teóricos consideran la causa real del fenómeno: la sobreacumulación de capital. ¿Es este exceso, cuando alcanza ciertos grados, la verdadera razón que marca la imposibilidad perdurable de crecer? Debería llamar la atención que John Stuart Mill en el siglo XIX, ya señalaba que los países más ricos no habían llegado al estado estacionario por la posibilidad de exportar los excesos de capital. En el capítulo VI de su obra Principios de economía política, titulado “Del estado estacionario”, podemos leer: “Los países más ricos y prósperos llegarían muy pronto al estado estacionario si no hicieran más adelantos en las artes productivas y si se suspendiera la emigración del capital que rebosa en esos países hacía las regiones incultas o mal cultivadas del globo”. ¿La exportación de capital está, acaso, estrechándose hasta niveles sin antecedentes, como posibilidad de dar salida a los excesos?

¿Qué más decrece?

Pese a los conflictos en Ucrania y el Cercano Oriente y a los magros resultados del PIB, las bolsas de valores siguen en auge. En 2024 los principales índices estadounidenses de la bolsa crecieron por encima del 20 por ciento, Alemania, al borde de la recesión y en los inicios de un proceso de desindustrialización, estuvo cerca de ese mismo valor, mientras en Inglaterra los valores del Ftse 100, índice de referencia de su bolsa, creció 7,5 por ciento. ¿No indica esto que algo ha quedado roto entre el mundo de la “economía real” y el financiero? ¿El exceso de capital tiene que buscar en el casino de las bolsas de valores su proceso de valorización, que no puede realizar en los procesos de producción?

El caso del Japón como espejo en el que mirar el problema de los límites, si es aceptado que existen, suma un tema que empieza a ser esgrimido por los voceros oficiosos del sistema, y que da pie a algunas propuestas de la derecha extrema: la demografía. Japón alcanzó la cima poblacional en 2015 con 130 millones de habitantes, y en 2023 ya había perdido 5 millones. El país registra anualmente 450 mil muertes más que nacimientos, que no superan el millón en una población de 125 millones, provocando una alteración en la pirámide de edades que muestra que los mayores de 65 años son hoy poco menos del 30 por ciento del total. Las tasas de natalidad requieren de un mínimo de 2,1 nacimientos por mujer para que la población mantenga el mismo nivel, dadas las muertes prematuras y las ligeras diferencias entre hombres y mujeres al nacer que muestran un número mayor de hombres, y en Japón ese índice es de 1,2. Europa, según el Fondo de Población de las Naciones Unidas, es un continente que comenzará a decrecer en el corto plazo, y considera que entre 2022 y 2050 su población disminuirá el siete por ciento. Según las proyecciones aceptadas, en la mitad del siglo presente, la tasa de natalidad promedio de la humanidad decrecerá hasta el límite de los 2,1 nacimientos según el Fondo, lo que debe llevar a un estado estacionario de la población o a un decrecimiento de la misma.

De lo que no debe quedar duda, es que el FMI no felicitó al grotesco individuo que funge como presidente de Argentina porque considere que la demolición de la economía que está llevando a cabo en ese país contribuye a un mejor medioambiente, o porque juzga saturada la acumulación de capital, sino porque el programa en marcha, más draconiano que los que impone normalmente esa institución multilateral, garantiza el pago de la deuda y de paso, con el desempleo masivo generado en muy corto tiempo, aterroriza a los trabajadores facilitando su control. Lo que no es contradictorio con considerar que ese programa hace parte de una política que empieza a hacerse extensiva y que, vista en general, puede pertenecer a una estrategia de un decrecimiento reaccionario planeado y dirigido contra las clases subordinadas, y que prepara a las élites para un cambio de paradigma en la dominación. 

Sí para algunos eso atenta contra una de las premisas del capital, la acumulación por la acumulación, queda la posibilidad que estemos entrando en una nueva forma de relación social, que mostraría que el post-capitalismo no es necesariamente más horizontal ni una sociedad mejor, si no está impulsado por las clases trabajadoras. Sociedades relativamente estacionarias del pasado fueron igualmente explotadoras de la fuerza de trabajo, como fue el caso del feudalismo, y es la ruptura de esa asimetría la que debe guiarnos en la construcción de un mundo mejor y en la estrategia política que nos potencie.

Las amenazas del presidente electo de USA Donald Trump de tomar por la fuerza Groenlandia y el Canal de Panamá, llegado el caso, la insistencia en que Canadá debería ser un Estado más de Estados Unidos, así como la encuesta de Elon Musk en la que pregunta, sin ninguna diplomacia, en la red social de la que es dueño, si “¿EE.UU. debería liberar al Reino Unido de su Gobierno tirano?”, son señales claras que estamos entrando en nuevos y turbulentos tiempos. El capital ha dejado los eufemismos, abandona las máscaras y aboga por una pluto-economía en la que los multimillonarios gritan y dirigen sin intermediarios.

En el lado contestatario, sin embargo, parece que reina la confusión. En el debate sobre el decrecimiento las “capillas” parecen aumentar: decrecionistas, eco-modernistas, eco-socialistas, colapsistas y aceleracionistas, entre los más conocidos, muestran en sus enfrentamientos que sobre el tema no hay suficiente claridad y, como diría un antiguo pensador, “sin teoría no hay práctica”. El tiempo no da espera y lo único que parece claro es que la subordinación tan sólo los subordinados pueden eliminarla. Identificar en qué punto del conflicto social realmente nos encontramos, es una tarea urgente para dar un paso al frente por la salud del planeta y de la humanidad. 

Información adicional

Autor/a: Álvaro Sanabria Duque
País: Colombia
Región: Suramérica
Fuente: Periódico desdeabajo Nº320, 20 de enero - 20 de febrero de 2025

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