01/Mar/2025. Cuando apenas ha transcurrido poco más de un mes desde la toma de posesión de Donald Trump como presidente de EE UU, con el tecnooligarca Musk a su lado, es ya muy larga la lista de iniciativas y medidas que está dispuesto a aplicar el tándem que se encuentra a la cabeza de la todavía primera gran potencia mundial. De todas ellas no es difícil comprobar su firme voluntad de convertir en nuevo “sentido común” –como ellos mismos lo definen– un paradigma ultraliberal en lo económico, autoritario en lo político y reaccionario en lo cultural, al servicio de su proyecto MAGA, o sea, de su firme disposición a frenar drásticamente el declive imperial que lleva sufriendo su país desde hace tiempo.
Han sido ya varias las reflexiones y críticas que han aparecido en viento sur y otros medios alternativos afines sobre el significado que tiene el inicio de esta nueva presidencia en la Casa Blanca. En este artículo me centraré en las implicaciones que suponen los pasos anunciados principalmente en el plano geopolítico: empezando por sus aspiraciones a hacerse con Groenlandia, Canadá y el Canal de Panamá, siguiendo por reforzar su apoyo total a Netanyahu en la política genocida que desarrolla contra el pueblo palestino y, cómo no, por su desdiabolización de Putin y su disposición a reconocer los territorios ocupados por Rusia en Ucrania (a cambio, eso sí, de quedarse con una parte sustancial de las tierras raras…).
Obviamente, esa estrategia está al servicio de un proyecto neoimperial que pretende ir ampliando su patio trasero, vasallizar Europa, buscar la distensión con Rusia y garantizarse el control de Oriente Medio para así poder ir concentrándose en la región indo-asiática y, sobre todo, en la competencia geoestratégica con China. Todo ello en el marco de una guerra tecnológica, comercial y extractivista a escala global, en nombre de la necesidad de priorizar la protección de los WASP [blancos, anglo-sajones y protestantes] estadounidenses y su, ahora en cuestión, modo de vida imperial frente al resto del mundo. La viabilidad práctica de todo este proyecto, en particular sus efectos en la economía y la sociedad norteamericana, pero también ante las resistencias que empiezan a manifestarse desde muy distintos frentes, está todavía por ver.
Pese al desconcierto que ha podido generar este giro radical en la escena internacional, no es difícil entender que se enmarca en un contexto general de conjunción de crisis cada vez más entrelazadas -que tienen en la crisis ecológica su máxima expresión- y de la consiguiente entrada en un cada vez más competitivo juego de suma cero en la lucha por los recursos en “un mundo en el que las élites creen que el pastel no puede crecer más. A partir de ahí, la única forma de preservar o mejorar su posición, en ausencia de un sistema alternativo, pasa a ser la depredación. Esta es la era en la que estamos entrando”, como concluye Arnaud Orain 1.
Superoligarquía, cambio de régimen y nuevo reparto colonial
Una era en la que la “superoligarquía financiera y del control de las comunicaciones” (Louça, 2025) pretende combinar su poder en el mercado con el control directo del poder estatal, con Elon Musk como máxima expresión de su disposición a imponer sus intereses a escala internacional.
Un salto adelante que busca apoyarse en la alianza con aquellos gobiernos y fuerzas políticas que ya actúan bajo el impulso de la Internacional reaccionaria para, como expresó J. D. Vance en la cumbre de Munich, promover un verdadero “cambio de régimen” en aquellos países en los que todavía sobreviven formas de democracia liberal heredadas del consenso antifascista posterior a la II Guerra Mundial.
Así pues, aunque aún es pronto para considerar que este proyecto va a alcanzar sus principales objetivos, sí parece evidente que estamos pasando de un interregno al inicio de otra fase en la que la reconfiguración del orden imperial por EE UU busca ofrecerse como referencia para estabilizar y generalizar un nuevo modo de gestión, de construcción de hegemonía y de gobernanza política: el de unos autoritarismos reaccionarios (Urbán, 2024) o autocracias electorales (Forti, 2025), que aspiran a crear las mejores condiciones posibles para encontrar una salida al estancamiento secular que caracteriza al capitalismo global. Esa salida pasa, obviamente, por imponer la lógica de la acumulación por encima de muchas de las conquistas sociales y políticas alcanzadas desde abajo y de los límites biofísicos del planeta.
De ahí que la disposición de Trump a redefinir una geopolítica que sea favorable a los intereses de su MAGA debe ser vista como la respuesta al final de la globalización feliz –de la que la gran beneficiada ha sido China- mediante un etnonacionalismo proteccionista y oligárquico que a su vez se está abriendo paso también entre las grandes potencias de un lado u otro. En el caso estadounidense, esto le lleva ahora a cuestionar radicalmente la política exterior desplegada desde la caída del bloque soviético por los sucesivos presidentes de EE UU., especialmente respecto a la relación con el viejo enemigo del Este, para reformular su imperio.
Porque, como observa Romaric Godin (2025)
Ahora se trata de construir un verdadero imperio, con una red de vasallos que vendrán a consumir sus productos, en particular sus productos tecnológicos, su petróleo o su gas licuado (…) lo que está en juego hoy para una parte del capitalismo estadounidense es evitar la competencia, o sea, no un gran mercado transatlántico y transpacífico como en la era neoliberal, sino un imperio: un centro y unas periferias donde cada uno tiene un papel a jugar en su relación con el centro.
Dentro de ese marco, el acercamiento a la Rusia reaccionaria y nostálgica de su viejo Imperio, manifestado de forma rotunda mediante su reciente votación conjunta en el Consejo de Seguridad de la ONU en torno al “conflicto” de Ucrania, es la demostración más patente del giro radical al que estamos asistiendo y en el que ambas grandes potencias coinciden en respetarse mutuamente la aplicación de la vieja ley de la fuerza en sus respectivas esferas de influencia. Esto se refleja también en su contribución común a la crisis definitiva de legitimidad de la ONU y de tantas otras instituciones de ámbito internacional (como la UNRWA, la UNESCO, la OMS…) que han ido surgiendo desde el final de la Segunda Guerra Mundial; o, lo que es más grave aún, en el rechazo a los moderados Acuerdos de París sobre el cambio climático.
Por encima de esa vieja arquitectura internacional está la búsqueda de una diplomacia interesadamente denominada “transaccional” (en realidad, subordinada al business as usual) mediante sus negociaciones de carácter bilateral con las diferentes potencias, como estamos viendo también con la guerra comercial. Y, con ella, la continuación de la guerra cultural global en el plano político-ideológico a través del trumpismo discursivo (Camargo, 2025), asumido por la Internacional reaccionaria. Ésta es ahora considerada la única aliada fiable en la defensa de los que consideran “valores más fundamentales” (o sea, supremacismo blanco y cristiano, familia patriarcal e islamofobia), amenazados por la “inmigración masiva” y la complicidad del progresismo, como ha denunciado el vicepresidente Vance en su discurso ya mencionado durante la Conferencia de Seguridad de Munich.
¿Y la Unión Europea?
En medio de este cambio radical de escenario, la Unión Europea aparece como un bloque regional en declive y cada vez más dividido entre, por un lado, la opción de cerrar filas con el sheriff de Washington, como ya hace Orban desde Hungría, y, por el otro, la búsqueda de una “autonomía estratégica” en el plano geopolítico, energético, económico, tecnológico y de la defensa, como propone el Informe Draghi. Quienes defienden esta última opción, haciendo de la necesidad virtud, parecen ahora estar dispuestos a dar una prioridad absoluta no sólo al gasto en defensa para su rearme –incluso con la Francia de Macron ofreciéndose ya a compartir su paraguas nuclear-, sino también a una mayor desregulación económica en nombre de la competitividad, abriendo así la puerta a un giro libertariano también desde la cúpula de la UE 2. Por ese camino parece también evidente que serán la democracia, las desigualdades de todo tipo y el calentamiento climático los que se verán afectados, generando así el aumento de la inseguridad ante el futuro entre las clases populares y la profundización de sus divisiones internas.
La apuesta por reforzar una economía de guerra no tiene ninguna justificación porque además, como ha denunciado Mariana Mortagua, “los países de la UE juntos tienen más personal en activo que EE UU y Rusia, y la suma de sus presupuestos de defensa es más alta que la de Rusia y más cercana a la de China” 3. A esto se suma que, si bien la UE ha mostrado su disposición a seguir apoyando a Ucrania frente a la injusta invasión que sufre por parte de Rusia, esa actitud contrasta con su permanente complicidad con el Estado colonial de Israel en el genocidio que está cometiendo contra el pueblo palestino y el rechazo a su legítimo derecho de autodeterminación. Son, por consiguiente, los intereses geopolíticos en uno y en otro caso, y no la defensa de la democracia frente al autoritarismo o el iliberalismo, los que están detrás de la práctica de un doble rasero por parte de la UE, como muy justamente ha denunciado el historiador Ilan Pappé recientemente 4. Ni siquiera el indignante proyecto anunciado por Trump y Musk de convertir Gaza en un “paraíso turístico” ha llevado a una condena unánime por parte de la UE.
Por eso, no cabe engañarse otra vez sobre la idealización de una Europa del bienestar y de los valores democráticos cuando cada día que pasa estamos viendo la evolución de unos partidos sistémicos y su adaptación a la agenda de la extrema derecha en su política securitaria y racista, como estamos comprobando con su política migratoria y con el recorte creciente de derechos y libertades fundamentales.
¿Y la izquierda?
Jaime Pastor
En ese contexto general, la izquierda europea se encuentra ante enormes desafíos que obligan con más razones que antes a hacer frente a la reconfiguración en marcha del viejo orden imperial. El rechazo a los nuevos pactos inter-imperialistas que tratan de poner en pie Trump y Putin debería ir unido a la firme oposición a una UE que sólo busca frenar su decadencia como bloque imperialista reivindicando un mejor lugar en el nuevo reparto colonial.
Aun siendo conscientes de la enorme debilidad de la izquierda anticapitalista, urge retomar fuerzas al calor de las nuevas resistencias que se están poniendo en pie en distintos países para la defensa y extensión de nuestros derechos y contrapoderes. Por ese camino, habrá que articular frentes unitarios socio-políticos tanto para la lucha común contra los distintos imperialismos como para responder a la amenaza que representan los autoritarismos reaccionarios en ascenso en nuestros propios países. Tareas que deberían contribuir a desbordar el marco de subordinación al malmenorismo de las distintas versiones del neoliberalismo progresista, ya que éstas han demostrado sobradamente haber desarrollado unas políticas que no han atacado la raíz de los factores estructurales que han facilitado la actual aceleración reaccionaria 5.
Se trata, por tanto, de reformular una estrategia interseccional, contrahegemónica y ecosocialista, estrechamente unida a la lucha por la disolución de la OTAN y a la solidaridad con todos los pueblos agredidos en la defensa del derecho a decidir sobre su propio futuro, frente a toda injerencia o depredación colonial de sus recursos, ya sea en Gaza o en Ucrania. En ese sentido, ante la posibilidad de una paz en Ucrania pactada entre Trump y Putin, no habrá que desistir en la exigencia –junto con la izquierda resistente en Ucrania y la oposición antiguerra en Rusia- de la retirada inmediata de las fuerzas rusas del territorio ocupado, la anulación incondicional de la deuda contraída desde el inicio de la guerra (Toussaint, 2025) y la puesta en pie de un plan de reconstrucción ecosocial justa 6.
Frente a todo tipo de campismo o de repliegue nacional-estatal, nos queda por delante la doble y ardua tarea de continuar apostando por una Europa desmilitarizada desde el Atlántico hasta los Urales, estrechamente asociada a la búsqueda de una seguridad global y multidimensional -la que apareció como una necesidad existencial durante la pasada crisis pandémica- frente a la hoy dominante, militarista hacia el exterior y punitivista en el interior de nuestros propios países.
Jaime Pastor es politólogo y miembro de la redacción de viento sur
Referencias
Camargo, Laura (2024) Trumpismo discursivo. Origen y expansión del discurso de la ola reaccionaria global. Madrid: Verbum.
Forti, Steven (2024) Democracias en extinción. Madrid: Akal.
Godin, Romaric (2025) “Un capitalismo en crisis, depredador y autoritario”, viento sur, 01/03.
Louça, Francisco (2025) “¿Quién es el enemigo? La superoligarquía”, viento sur, 19/02.
Toussaint, Eric (2025) “La deuda: un instrumento de presión y expolio en manos de los acreedores”, viento sur, 15/02.
Urbán, Miguel (2024) Trumpismos. Neoliberales y autoritarios. Barcelona: Verso.
1.https://www.sinpermiso.info/textos/es-evidente-que-el-capitalismo-de-finitud-no-necesita-la-democracia-entrevista-a-arnaud-orain
2En realidad, esto está ya ocurriendo :https://legrandcontinent.eu/es/2025/02/16/desregulacion-en-lugar-de-deuda-comun-el-giro-libertario-de-la-comision-von-der-leyen-sobre-el-informe-draghi/ y https://www.mediapart.fr/journal/international/260225/ue-la-commission-saborde-son-propre-agenda-vert
3https://www.sinpermiso.info/textos/europa-no-se-salvara-cambiando-el-estado-de-bienestar-por-armas
4“Esta es la gran hipocresía europea: apoyar la resistencia de Ucrania mientras se tacha de terrorismo la resistencia de Palestina”, el diario.es, 25/02/25.
5Esto es aplicable también a la variante social-liberal, claramente en declive, como hemos podido comprobar en las recientes elecciones celebradas en Alemania, en donde se anuncia una nueva coalición gubernamental con la Democracia Cristiana que puede agravar su crisis. Para el caso español me remito a mi artículo “41 Congreso del PSOE: Con el cierre de filas en torno al líder no se para a la derecha”, 7/12/24
6https://elpais.com/clima-y-medio-ambiente/2025-02-24/la-factura-climatica-de-la-invasion-de-ucrania-asciende-hasta-los-250-millones-de-toneladas-de-gases-de-efecto-invernadero.html
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