“Las bombas caen,
interrumpiendo conversaciones,
dejando hogares convertidos en escombros,
y a las familias, en silencio.”
Mosab Abu Toha
El discurso habilitador
En La condición humana, Hannah Arendt subraya que el discurso revela nuestra singularidad ante la pluralidad y funda el espacio público donde emerge la libertad política. Mediante la palabra, las personas se muestran como seres únicos, deliberan, disienten o acuerdan, y construyen un ámbito de pluralidad que hace posible la vida política y la realización conjunta de proyectos comunes.
Según Arendt, un sujeto solo se convierte en agente a través del discurso, el cual cumple una función reveladora: no legitima la acción, sino que muestra la identidad de quien actúa. Arendt advierte que, “sin el acompañamiento del discurso, la acción no sólo perdería su carácter revelador, sino también su sujeto”. Así, el discurso dota de sentido a la acción, que en sí misma es impredecible.
Los pueblos que luchan construyen esperanza, memoria y discurso público. Walter Benjamin afirmó que “no nos ha sido dada la esperanza, sino por los desesperados”. Hoy los desesperados se encarnan como el pueblo palestino que resiste a la invasión, el apartheid y el genocidio perpetrado por el Estado sionista de Israel. Pero los desesperados también somos parte del pueblo occidental, amordazado por la censura y la coacción institucional.
Entre silencio y silenciamiento
El discurso, entendido como la capacidad de nombrar, denunciar y deliberar colectivamente, es imprescindible para visibilizar injusticias y promover cambios. Cuando el discurso es silenciado por la censura, la indiferencia o la complicidad, el pueblo acaba sometido y enmudecido.
La ausencia de una respuesta contundente por parte de las instituciones occidentales ante el genocidio a los y las palestinas revela un patrón de inacción deliberada, acompañada por un silenciamiento que, en palabras de la antropóloga Rita Segato, constituye “la obsolescencia del discurso de la razón humanitaria”. Así, quienes tienen el poder para condenar las masacres eligen un silencio que perpetúa la impunidad. Con ello, Segato sentencia: “La razón humanitaria no es más un argumento, no toca más ni cabezas ni corazones”.
El silencio cómplice impulsa el silenciamiento criminal al pueblo palestino, junto a las voces internacionales críticas. Recordamos como si fuese hoy el vil asesinato de la activista Rachel Corrie, arrollada por un bulldozer en 2003 mientras defendía con su cuerpo los domicilios palestinos. Sus últimas palabras, “creo que tengo la espalda rota”, nos hacen palidecer de dolor. Más recientemente, otros bulldozers, esta vez conducidos por palestinos, rescataban cuidadosamente los 15 cuerpos de personas de la Media Luna Roja, de la Defensa Civil Palestina y de Naciones Unidas, asesinadas y enterradas el pasado 23 de marzo por las Fuerzas de Defensa de Israel. Todos estos actos criminales contra activistas, personal sanitario y trabajadores humanitarios los perpetra Israel mediante el espectáculo de su impunidad.
El ataque contra todo el discurso crítico se convierte en una estrategia para despojar a las víctimas de su condición de sujetos políticos y evitar la incomodidad e impertinencia de los hechos y las certezas. Una verdad colectiva que, en su libre expresión exigiría una respuesta ética, judicial y política ante los crímenes cometidos contra la humanidad.
Sin embargo, aunque la razón esté del lado de Palestina y de la legalidad internacional, el nuevo poder brutalista, como fase superior del neoliberalismo, acaba reduciéndola a cenizas. La anomia se establece como norma, y solo resta el horror y el grito; vuelve el silencio atormentado de la mueca de Munch.
“El estado de derecho siempre tuvo una naturaleza ficcional. Pero la ficción existía y era creída. Como ficción y como creencia cumplía su papel en otorgar una gramática a la vida social y a las relaciones internacionales. Esa gramática ya no existe.”Rita segato
Nadie protege al pueblo convertido en espectador inerme de su propio exterminio. Su grito es inaudible. El nuestro también. Más allá de su dimensión física y material, la violencia tiene también una dimensión expresiva, destinada a imponer un poder de muerte, silenciando las voces que se atreven a hablar.
La desposesión continua de los palestinos, de sus casas y sus tierras, la violación sistemática de sus derechos, la impunidad de la violencia masiva, exponen una “pedagogía del arbitrio y la crueldad” (Segato). Somos todos Palestina porque el avasallamiento sin freno jurídico inaugura una nueva fase de la historia. En el repliegue etnonacionalista, la globalización liberal muta para extenderse como modelo de poder basado en el uso de la fuerza y la desarticulación de todos los derechos humanos, sin contención alguna.
Si la ‘Batalla de Chile’ fue el experimento que en 1973 inauguró la sociedad desregulada y financiera, el genocidio en Gaza, desde octubre de 2023, es el experimento que exporta el “poder de muerte” para constituir un nuevo Estado de excepción global. Rita Segato lo describe como la “gazificación del mundo” y Rodrigo Karmy como “una nakba extendida a nivel planetario donde el capitalismo no ha hecho más que coincidir enteramente con su industria de muerte”.
“Los medios son parte del devenir nakba del mundo, porque han sionizado la lengua, es decir, han situado a la lengua del exterminio como una lengua normal, y a la del derecho la han reducido a una lengua anómala, extraña a nuestro mundo”. Rodrigo Karmy
Cuando caen las bombas… el horror silencia
Cuando estalla una bomba, la onda expansiva sacude los cuerpos y los sentidos. Durante un tiempo, bajo el estupor del tinnitus en el oído, el estruendo anula la audición sumiendo a quienes lo experimentan en un silencio forzado. Contemplamos el horror alrededor, desorientados, sin palabras que describan la magnitud de lo ocurrido.
Cada nueva maldita noticia de la acción genocida sobre Gaza actúa como una detonación que nos quema por dentro. Recibimos las imágenes y los relatos aturdidas, sin capacidad para responder. Durante esos primeros segundos de estupefacción después de la explosión, el desconcierto ocupa el espacio. Las voces enmudecen, y los oídos ensordecen. Se produce la ruptura del discurso, dejando a su paso un silencio que resulta casi tan angustiante como el estallido de la bomba.
“Emitimos sonidos condenados al silencio. Lo que digamos no conseguirá capturar el horror de los sucesos, porque son tan ininteligibles como el propio abismo de la muerte, ante la imposibilidad de significar el vacío de la ley.” Rita Segato
Cuando caen las bombas… el grito se apaga
El estruendo de una bomba no termina con su explosión. Resuena en el silencio que impone a las voces apagadas bajo los escombros. La violencia no solo arrasa cuerpos y casas. También arranca palabras, trunca futuros y transforma el grito en un débil susurro que muere antes de ser escuchado.
En Gaza, las bombas no solo aplastan edificios, sino que pretenden sepultar las voces de la población, sofocar su testimonio, atacar a la memoria. En el ojo del huracán, la coacción se materializa mediante la devastación misma. Allí donde solo quedan ruinas, el silencio se alza como la última violencia.
“Gaza no tiene garganta,
Son los poros de su piel los que hablan,
De sudor, sangre y fuego.”
Mahmoud Darwish
Sin embargo, ese silencio no es vacío. Es la resonancia del dolor. Una ausencia convertida en testimonio. Un silencio que persiste incluso cuando el estruendo se ha disipado. Eduardo Galeano recuerda que “es la amnesia la que hace que la Historia se repita como pesadilla. La buena memoria permite aprender del pasado, porque el único sentido que tiene la recuperación del pasado es que sirva para la transformación del presente”. Un silencio que no debe olvidarse.
Cuando caen las bombas… el eco del vacío perdura
La escritora palestina Adania Shibli explica que toda narración contiene un proceso inevitable de selección: ¿qué se considera relevante y qué se descarta como irrelevante? En el periodismo, esta traducción de la realidad suele estar condicionada por la distancia y el confort de quien observa. Lo personal no es relevante. Una narración objetiva tratará de desechar ciertos detalles no útiles para su propósito: la intensidad de la ausencia, el peso del miedo cotidiano, el temblor en las manos al escribir un nombre que quizás no vuelva a pronunciarse… Esos detalles sensibles, eliminados en la construcción de la historia oficial, pueden encontrar en la literatura un refugio donde la experiencia no se reduce a datos, sino que respira desde la memoria.
La expresión Adab al-sujounse refiere a la producción literaria escrita en prisión o sobre la experiencia carcelaria. Constituye una parte fundamental del canon literario palestino. Es imposible mencionar la literatura palestina sin considerar este género, especialmente porque muchas de las figuras literarias e intelectuales palestinas han sido encarceladas por la ocupación israelí a lo largo de su vida. Las prisiones, lugares del silenciamiento y la tortura, se convierten en lo que Abdelrahim al-Shaikh llama la “sexta geografía” y Elias Khoury “Palestina bajo Palestina”.
Para el pueblo palestino, marcado por su condición de exilio y lucha, la prisión no es solo un dispositivo de coacción física, sino también un lugar mental de resistencia. En este contexto, Adab al-sujoun no solo rinde testimonio del sufrimiento individual, sino que se convierte en un acto de desafío y preservación de la identidad colectiva, narrando la historia de Palestina desde dentro de sus muros, mediante palabras que desafían el olvido y la censura.
“Existimos en el Tiempo Paralelo, donde os vemos pero no nos veis, donde os oímos pero no nos oís. En el Tiempo Paralelo, somos tan viejos como esta revolución: antes de que surgieran sus múltiples facciones, antes de los canales árabes de televisión por satélite, antes de que la cultura de la hamburguesa se apoderara de nuestras capitales, antes de los teléfonos móviles, los sistemas modernos de comunicación e Internet.” Walid Daqqa
Cuando caen las bombas… el coraje que nace del silencio
El historiador Ilan Pappé señala un vínculo entre la acción política y la posición poética: “Sin imaginación, el activismo es vacío”. La poesía impulsa la lucha social y política por medio de la creatividad. Desde la posición poética-política podemos sublimar toda clase de silencios, incluso hacerlos “más poderosos que las palabras”, tal como señalaba el poeta palestino Mahmoud Darwish. Mediante la función político-poética “el silencio se utiliza para reflexionar y hacer cambios internos”, dándole forma como objeto de lucha que “no renuncia a su función básica: la de existir”. Lo dejó por escrito en 1973 la artista Etel Adnan: “Palestina está sembrada por ojos que se niegan a ser borrados”.
La historia nos demuestra a menudo que, incluso bajo el asedio más brutal, el coraje encuentra grietas para desafiar la imposición del silencio. No siempre es un grito, a veces es un gesto, una imagen, un acto de desafío que se enfrenta al olvido.
Durante la Primera Intifada, en la primavera de 1988, el fotógrafo George Azar capturó una de esas imágenes que resumen el espíritu de Palestina en un solo encuadre. En un pueblo sitiado, tras la demolición de 15 casas, el asesinato de un chico de dieciséis años y la detención de todos los hombres, un grupo de chicas palestinas emergió entre las rocas, desafiando con sus voces a los soldados que intentaban someterlas.
“Estábamos allí buscando fotos. Estaba a punto de ponerse el sol cuando mis amigos y yo vimos salir de entre las rocas y en lo alto de una colina a un grupo de ocho chicas del pueblo. Llevaban una bandera palestina hecha a mano, prohibida por la ocupación. Cantaban canciones palestinas, burlándose del pelotón de soldados israelíes que tenían debajo. Con un teleobjetivo tomé algunas fotos desde lejos. Los soldados gritaron y dispararon gas lacrimógeno contra las chicas. Cuando el gas se quedaba corto, las chicas se burlaban más de ellos. Mientras subíamos la colina, cambié a un objetivo gran angular y, al llegar a la cima, una de las chicas cogió la bandera y la agitó en alto sobre su cabeza. Giré la cámara en vertical, encuadré la imagen y pulsé el disparador. Fue un acontecimiento sin importancia real. Ese día no salió en las noticias ni cambió la vida en el pueblo sitiado. Pero para mí esta foto fue uno de esos raros momentos en los que una imagen cristaliza una cuestión. Resumía el espíritu de Palestina en un solo fotograma”. George Azar
Cuando caen las bombas… la memoria reconstruye
“Las olas llevan los susurros de nuestros ancestros, recordándonos quiénes somos”. Radwa Ashour
En su reflexión sobre la narración desde Palestina, la escritora Adania Shibli continúa: “Ser palestina significa llevar una narración sin desenlace definitivo”. Responder a “¿qué ocurre?” implica un instante de vacilación: “¿dónde empieza la narración?” La historia no avanza linealmente, sino que se fragmenta, retrocede, se confunde con el presente. En ocasiones, el silencio es la única respuesta posible. El lenguaje se fractura, no porque esté prohibido hablar, sino porque las palabras tropiezan con el horror. Sin embargo, el habla no desaparece; se repliega y se vuelve más íntima. Este silencio no es vacío ni sumisión; supone una fuerza de resistencia. No se trata de aceptar ser silenciado, sino de transformar el silencio en un acto creativo. Desde ahí surge una escritura, no para imponer una lógica cerrada, sino para reivindicar la fragilidad, lo fragmentado, lo incompleto, la “ternura” (Segato). Escribir es una forma de desafiar el vacío y los procesos de borrado, de nombrar lo que se quiere ocultar, de reconstruir desde la pausa y el silencio. A veces, desde un canto.
La canción Asli Ana (“mi origen”) de Zeyne es un eco de esa resistencia, una afirmación de identidad frente al intento constante de aniquilación. En ella resuena la certeza de la memoria y su arraigo vital, porque es más que un recuerdo: es una existencia que rehúsa desaparecer.
“Pero mi corazón nunca olvida
Su nombre y su origen”
Zeyne
La memoria también se materializa en la reconstrucción de Gaza, no solo como esfuerzo físico para reparar, sino como acto de afirmación cultural y social. El proyecto The Power of the Invisibles(“El poder de los invisibles”), liderado por los arquitectos Yara Sharif y Nasser Golzari, propone un enfoque alternativo para la reconstrucción, basado en las prácticas comunitarias y en la resistencia de quienes han sido silenciados.
A través de la arquitectura, el arte y la narración de historias, el pueblo en Gaza reconstruye su identidad, su agencia y su voz. Sharif y Golzari entienden que la reconstrucción no puede imponerse desde modelos externos, sino que debe surgir desde la comunidad palestina. En su propuesta, las pequeñas intervenciones, el uso de materiales locales y la “estética de la impermanencia” se convierten en herramientas de reconstrucción propia y digna. Más allá de los escombros, Gaza sigue viva en su gente, en su creatividad y en su determinación por seguir existiendo.
Cuando caen las bombas… la solidaridad se levanta
La solidaridad no se expresa como gesto simbólico, ni a través de un clic digital, supone un acto político y colectivo. Sin esa dimensión, la participación es solo un simulacro sin efecto real.
Toda experiencia humana es experiencia compartida. Recuperar la sensibilidad ante el sufrimiento del otro no es solo un ejercicio de empatía, sino una tarea urgente para reconstruir lazos de resistencia y acción colectiva global. En el caso de Palestina, esto significa ir más allá de la denuncia y generar herramientas concretas de lucha. El médico cirujano y rector de la Universidad de Glasgow, el doctor Ghassan Abu Sittah, afirma que detener el genocidio y la ocupación colonial no supone un compromiso caritativo, sino un deber y un reto colectivo que persigue estrechar un vínculo solidario internacional.
Hoy la solidaridad la impulsa gran parte de las generaciones más jóvenes, que durante la pasada primavera se alzaron con acampadas universitarias por todo el mundo. Las jóvenes activistas Greta Thunberg y Txai Suruí desafían la indiferencia de los poderosos, denunciando el saqueo de y contra la Tierra. Ambas entienden que sus luchas suponen un único latido, una red de manos que sostienen la dignidad de quienes se niegan a desaparecer. En su compromiso reconocen la lucha del pueblo palestino: “No puede haber justicia climática en una tierra ocupada”(Greta Thunberg).
Es el pueblo que lucha quien defiende su vínculo con la tierra sobre la que vive. Bajo el contexto de la crisis ecosocial, el periodista Nicolas Truong afirma: “Lo primero que tiene que hacer un ciudadano es saber de qué vive, cuáles son los vínculos que establece, cómo es el lugar en el que está. Hay que encontrar una causa con la que comprometerse en lo personal y defenderla desde lo colectivo. Y hacerlo a partir del amor, del amor hacia una arboleda, un río, un barrio… no olvidemos que la crisis ecológica es una crisis de la sensibilidad, porque hemos perdido la sensibilidad hacia la vida”.
El olivo, hundiendo sus raíces sobre la tierra, representa la causa y el símbolo terrestre de la lucha y la perseverancia palestina. Ese mismo árbol que también hunde sus raíces sobre nuestra tierra mediterránea en Valencia, afectada por la DANA y la gestión negligente y criminal de la emergencia del pasado 29 de octubre.
El pueblo palestino identifica claramente al “ente” opresor, así como el sufrimiento de los pueblos. Desde el duramente asediado campo de refugiados de Yabalia se enviaron muestras de solidaridad con la población valenciana, abandonada a su suerte durante las terribles inundaciones del pasado octubre. Los desesperados de los que hablaba Benjamin somos todos el mismo pueblo.
Cuando caen las bombas… la ley perece, pero la justicia sigue latiendo
Cuando todo se derrumba y las leyes se vuelven letra inerte, la justicia no desaparece, porque no nace del papel ni de instituciones frágiles, sino de la propia existencia humana. No es el derecho el que concede dignidad, sino la mera presencia en el mundo. Existimos, y en ese existir reside el fundamento de la justicia. Cuando el derecho falla, cuando la impunidad se impone, la justicia sobrevive como certeza de que ningún crimen puede borrar la verdad de los que aún están aquí, de los que existieron y de los que vendrán.
Este es el fundamento de una justicia verdaderamente universal que vibra contenida en los muros donde Handala, como símbolo palestino, sigue dibujado por manos colectivas. Por un pueblo. Cuando el derecho falla, la justicia por existir sobrevive como testimonio gráfico de un niño que nunca crecerá hasta que Palestina sea libre.
Cuando caen las bombas… la esperanza se alza
Cada vez que una bomba sionista trata de aplastar Gaza, cada vez que un hogar es reducido a escombros, cada vez que una vida se apaga, el mundo se mira ante el espejo de su brutal realidad. Palestina no es solo una herida abierta en el mapa, es también una lección inquebrantable sobre las certezas y las verdades que los poderosos quieren silenciar. Allí donde el derecho ha sido reemplazado por la fuerza, donde la opresión se disfraza con argumentos absurdos y cínicos, Palestina nos muestra que la justicia no es una concesión del poder, sino una lucha que nace de quienes se niegan a desaparecer.
Palestina nos recuerda que no hay opresión sin resistencia, que incluso en la ocupación más prolongada hay una voluntad que no puede ser quebrada. En los rostros de los niños que juegan entre ruinas, en los poetas que siguen escribiendo, en las familias que reconstruyen lo que se les arrebata una y otra vez, hay una lección imborrable: la humanidad sobrevive a pesar del intento constante de querer reducirla a cenizas.
“Solamente lo colectivo ancestral puede sustituir el silencio abisal de lo inenarrable”. Rita Segato
Palestina despierta conciencias, desvela hipocresías, falacias y dobles raseros, obligando a cuestionar el orden establecido. La ocupación, el apartheid y el genocidio que se imponen sobre este pueblo no son anomalías, sino síntomas de una estructura global que prioriza la dominación sobre la justicia. Quien comprende Palestina, comprende la lucha de todos los pueblos oprimidos; quien la defiende, entiende que la libertad es indivisible. La lucha de Palestina no es solo contra la ocupación, sino también contra la lógica colonial que deshumaniza y fragmenta a todos los pueblos. En esa resistencia se ofrece una invitación a imaginar otro mundo posible, donde la justicia no sea una excepción, sino la regla.
“Por Europa, por nosotros mismos y por la humanidad, compañeros, hay que cambiar de piel, desarrollar un pensamiento nuevo, tratar de crear un hombre nuevo.” Franz Fanon
Por cada ataque y en cada intento de borrar su existencia, Palestina no solo resiste. Ante todo, Palestina nos enseña. Aunque la opresión se disfrace de normalidad, siempre habrá quienes se rebelarán ante el silencio. Porque cuando caen las bombas, el mundo es ya incapaz de fingir que no sabe. Con sus lecciones, Palestina rompe el letargo del mundo. Y solo así identificaremos la inmensa ternura que implica querer ser humanidad.
Oh pícaros niños y niñas de Gaza
que constantemente me molestaban
gritando bajo mi ventana
que llenaban cada mañana con prisas y caos.
Ustedes, que rompieron mi maceta
y se robaron la flor solitaria de mi balcón.
Vuelvan
y griten todo lo que quieran
y rompan todas las macetas
y roben todas las flores
¡Vuelvan…
solo vuelvan!
Khaled Juma
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Este texto es la tercera parte de una serie de artículos que pretenden hacer visibles las exposiciones, las ideas y los debates que se organizaron para una actividad LASER talk sobre el vacío y el genocidio al pueblo palestino, que finalmente fue censurada por parte del equipo de gobierno de la Universidad Politécnica de Valencia.
4/04/2025
Safaa Elidrissi Moubtassim (Red Universitaria por Palestina (RUxP) – Universitat de València)
Tamer Hamdan (Voces por Palestina. Valencia)
Guillermo Muñoz Matutano (Red Universitaria por Palestina (RUxP) – Universitat de València)
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