Romney. Un candidato que pone su fe en el mercado
La última esperanza para rescatar a un Estados Unidos anglosajón, blanco y cristiano protestante que se está desvaneciendo, o sea, el anhelo de las bases republicanas conservadoras que controlan ese partido, resulta ser un mormón (con un padre nacido en México), y su compañero de fórmula, un católico ultraconservador.
Willard Mitt Romney ha hecho campaña para presidente desde 2007. Nació, como dicen aquí, con cuchara de plata en la boca. Su padre, George Romney, había sido gobernador de Michigan, ejecutivo en jefe de American Motors (los que fabricaban, entre otras cosas, el automóvil Rambler, y los Jeep), y había sido precandidato presidencial e integrante del gabinete de Richard Nixon.
Romney, nacido entre el lujo, es un multimillonario (su fortuna personal se calcula en 250 millones de dólares) que exalta el mito de la magia del mercado libre y propone continuar con la revolución Reagan de desmantelar lo que queda del New Deal y el compromiso del gobierno de mantener una red de bienestar social. Resalta su experiencia empresarial como lo que se requiere ahora para levantar de nuevo a Estados Unidos después de la crisis detonada por sus colegas en el mundo de Wall Street.
Romney estudió en la universidad mormona Brigham Young y después en Harvard. Fue misionero y llegó incluso a ser obispo de su religión mormona.
Su primera gran derrota política fue en su intento por derrocar a una figura de la aristocracia política estadunidense, el senador Edward Kennedy, de Massachusetts, en 1994. Fue presidente de los Juegos Olímpicos de Invierno celebrados en 2002 en Utah. Ese mismo año fue electo gobernador republicano de Massachusetts, tradicionalmente demócrata. Ahí sería recordado por sus esfuerzos bipartidistas (no tenía de otra ante una legislatura mayoritariamente demócrata), y sobre todo por establecer una reforma de salud que garantiza seguro de salud a todo residente, modelo para la reforma impulsada por Obama, la cual Romney ha prometido anular en una de sus primeras acciones como presidente.
Su segunda gran derrota política fue en su primer intento por obtener la postulación como candidato presidencial de su partido, en 2008, al ser superado por John McCain.
Romney fundó en 1984, con un grupo de socios, Bain Capital, un fondo de inversiones privado. Entre los primeros inversionistas que reclutó, a los cuales recientemente reconoció con agradecimiento en un acto de campaña, figuraba un grupo de oligarcas centroamericanos que residían en Miami en los año 80, algunos de cuyos familiares posiblemente estuvieron vinculados con los escuadrones de la muerte en El Salvador, reportó el diario Los Angeles Times este año. Permanecieron como clientes de la empresa hasta fechas recientes.
El candidato casi mexicano
Aunque Romney ha abrazado la agenda antimigrante del ala ultraconservadora de su partido y propuesto una serie de medidas para impulsar la “autodeportación” de indocumentados (en esencia, haciendo tan difícil sus condiciones de vida aquí que huirían), es posible que su familia haya cruzado la frontera de manera “ilegal” y que su fortuna haya tenido, en parte, origen mexicano.
El tatarabuelo de Mitt, Miles Park Romney, estableció una comunidad mormona y polígama en el norte de México en 1885, después de huir de autoridades estadunidenses que los perseguían por sus prácticas. Su padre, George, nació en Chihuahua en 1907. Decenas de familiares lejanos de Romney continúan viviendo en esa zona.
En su nuevo libro, Sin disculpa, Romney cuenta que los abuelos de su padre se mudaron a México para huir de la “persecución religiosa”. Ahí tenían un rancho, “pero en 1911, revolucionarios mexicanos amenazaron a la comunidad expatriada; entonces los padres de papá juntaron a sus cinco hijos, se subieron a un tren y regresaron a Estados Unidos”, dejando atrás todas sus pertenencias. Según algunos informes, la familia Romney cruzó la frontera “ilegalmente” de regreso a Estados Unidos. Tampoco se sabe si ingresaron a México “legalmente”.
De hecho, como reportó La Jornada en 2008, puede ser que la fortuna de los Romney tenga sus orígenes en el gobierno mexicano. Después de huir de la revolución continuaron demandando una compensación a México por sus terrenos perdidos. Finalmente, en 1938, un proceso judicial en Salt Lake City solucionó la disputa con el gobierno de México otorgando 9 mil dólares al abuelo, suma importante en ese tiempo. El abuelo, Gaskell Romney, le dio la mitad a su hijo George (padre de Mitt), en lo que el Boston Globe considera el posible inicio del camino exitoso de George para llegar a ocupar el puesto de ejecutivo en jefe de la American Motors y después ser gobernador de Michigan.
Romney ha cambiado tanto de posturas que ya es imposible catalogarlo: ahora dice que es un “severo conservador”, pero antes fue gobernador “moderado” y en esta elección general se presenta como centrista. Es candidato de un Partido Republicano que está cada vez más en manos de un sector ultraconservador y fundamentalista. Los cristianos fundamentalistas combinados con el movimiento populista de derecha Tea Party, financiados ambos por multimillonarios conservadores, ahora controlan una coalición unida en su desprecio por el gobierno y que repudia todo intento de abordar el tema central de la desigualdad económica, tildándole de “guerra de clase” y de asalto “socialista”. Esta coalición ha tomado en buena medida el control de ese partido.
Adaptándose a esto, Romney se proclamó uno de ellos, aunque al principio lo rechaban por dos cosas: sospechaban que era un oportunista vestido de ultraconservador, dada su gestión como gobernador moderado, y su religión, la cual es considerada una secta por los cristianos fundamentalistas. Para intentar consolidar el apoyo de esta ala, nombró candidato a la vicepresidencia a uno de los héroes de esas corrientes: el representante Paul Ryan, católico ultranconservador.
Pero siempre ha sido consecuente en afirmar su fe en que el mercado, y no el gobierno, es lo que debe determinar la vida social del país. Después de que se divulgó un video de una plática privada con un grupo de donantes a su campaña, donde caracterizó a 47 por ciento de la población como gente que depende del gobierno sin pagar impuestos federales, casi parásitos, que “nunca asumirán responsabilidad individual” de sus vidas (entre ellos personas de ingresos mínimos, jubilados que pagaron impuestos toda su vida, integrantes de las fuerzas armadas y estudiantes), Romney atacó a Obama por algo que dijo hace años, declarando que su rival “realmente cree en lo que llamaré una sociedad centrada en el gobierno. Sé que algunos creen que si simplemente se toma de unos para dar a otros, todos estaremos mejor. Eso se conoce como redistribución. Nunca ha sido una característica de Estados Unidos”.
Obama. Tomó las riendas al borde del precipicio
“El cambio en que podemos creer”, su consigna de hace cuatro años, ahora es sustituido por “Adelante”, o sea, continuidad, como lema oficial de la campaña de relección del primer afroestadunidense en ocupar esa Casa Blanca construida con mano de obra de esclavos negros.
Barack Hussein Obama, con su extraordinario talento retórico, ofreció un guión de “cambio” y “esperanza” a un país que acababa de hundirse en la peor crisis económica y financiera desde la gran depresión y estaba en medio de dos guerras, una provocada con justificaciones falsas, Irak; la otra, en un país conocido como “el cementerio de imperios”, Afganistán (la cual es ahora la guerra más larga en la historia de Estados Unidos).
Con el país al borde del precipicio, y ante enormes desafíos, Obama tomó las riendas. El periódico de humor y sátira The Onion resumió el momento en su cabeza principal: “Se le da a hombre negro la peor chamba de la nación”.
Cuatro años después, muchos se preguntan si lo que ocurrió durante sus primeros cuatro años fue un “cambio”. Para demasiados aún hay crisis económica, millones sin empleo; millones más han perdido sus casas, hay más pobreza y mayor concentración de riqueza, en la que los ricos responsables del desastre festejan de nuevo ganancias sin precedente. Impera una amplia desilusión: el encanto de hace cuatro años se ha esfumado.
Una y otra vez, Obama argumenta que lo que se logró fue evitar que el país se desplomara en otra gran depresión y que lo más importante es continuar con este esfuerzo y evitar regresar a las políticas del pasado que según dice llevaron a la crisis, y el descarrilamiento del país “imprescindible” del mundo.
No se puede descalificar lo logrado por Obama ante la férrea oposición disciplinada de los republicanos, diseñada para derrotarlo políticamente sin importar los costos para el país, como las dimensiones masivas de la crisis que heredó, y a pesar de que su retórica fue más magnífica que su obra, la reforma de salud, a pesar de sus deficiencias y límites, es el programa de bienestar social más importante y ambicioso en décadas; su paquete de estímulo económico de más de 780 mil millones de dólares, que promulgó en 2009, fue criticado como insuficiente, pero sí detuvo la hemorragia de empleo y alejó del precipicio catastrófico a la economía; las medidas para imponer mayor regulación sobre el sector financiero y mayor protección al consumidor son señaladas como un avance, a la vez que rescató de la bancarrota a la industria automotriz.
Además, en sus primeros días firmó órdenes para suspender prácticas de tortura impuestas por su antecesor, promulgó una legislación para proteger a mujeres y minorías de discriminación salarial, promovió los derechos civiles de los homosexuales como ningún presidente anterior y, de enorme importancia porque son puestos vitalicios, nombró a dos mujeres liberales (y con ello la primera latina) a la Suprema Corte. Su gobierno ha reactivado acciones para defender derechos civiles básicos, enfrentar iniciativas antimigrantes en los estados, aplicar regulaciones ambientales y de protección a la salud de los trabajadores, entre otras cosas que contrastan con el gobierno anterior.
Por todo esto Obama es presentado, por sus simpatizantes, como un defensor de lo que queda del New Deal y de la propuesta liberal del papel del gobierno en garantizar el bienestar mínimo de la población.
Pero también hay una larga lista de fracasos y promesas no cumplidas. Tal vez la más grave es que no ha revertido la desigualdad económica marcada por la mayor concentración de riqueza desde 1928 (donde 40 por ciento de la riqueza es controlada por el 1 por ciento más rico) que se ha generado durante las últimas décadas. En esa lista de la desilusión está el hecho de que no logró impulsar una reforma integral de inmigración, no procedió penalmente contra los banqueros y políticos que se coludieron para generar el desastre, inició un nuevo tipo de guerra realizada de manera clandestina en varios países, con aeronaves no tripuladas a control remoto; no ha hecho mucho para atender el tema del cambio climático (aunque sí ha promovido programas de energía renovable) y, por supuesto, anuló la esperanza de una nueva relación con América Latina cuando, en los hechos, aceptó el golpe de Estado de Honduras y el de Paraguay.
Todo eso, junto con el ritmo lento de la recuperación económica, ha generado un amplio desencanto que tal vez sea el mayor obstáculo a su relección.
¿Pero quién es?
Obama, desde una edad relativamente joven (a los 34 años), ya se consideraba suficientemente fascinante como para escribir un libro de sus memorias, Los sueños de mi padre. Publicaría otro libro sobre sus reflexiones políticas, La audacia de la esperanza, en 2006.
Hijo de un padre de Kenia y una madre blanca de Kansas, nacido en Hawai, Obama estudió leyes en Harvard, fue un organizador comunitario en Chicago y después profesor de derecho constitucional.
Nunca bailó bien, siempre le encantó jugar basquetbol (lo sigue haciendo, frecuentemente con su amigo y secretario de Educación, Arne Duncan), sí fumó mota en la prepa; y, a diferencia de Bill Clinton, admite que sí inhaló (y mucho).
Uno de los primeros políticos afroestadunidenses sin raíces en el movimiento de derechos civiles, Obama irrumpió en la escena nacional cuando fue electo senador federal por Illinois. Ahí pronto se volvió favorito del poderoso senador Edward Kennedy, quien lo consideró eventual heredero de su corriente liberal y potencial estrella del Partido Demócrata.
A pesar de que dejó un historial bastante escaso en ese club exclusivo, con el apoyo de Kennedy se lanzó como precandidato a la presidencia de su partido en 2007, enfrentando a otra figura que también deseaba hacer historia como la primera mandataria en la Casa Blanca, y en ese momento la gran favorita para ganar la candidatura: Hillary Rodham Clinton. Logró derrotar la poderosa maquinaria política de los Clinton al ganar la postulación de su partido. Desde ahí realizó una de las campañas más espectaculares en la historia reciente del país culminando con un triunfo que fue el resultado de una masiva movilización de todo un gran abanico de fuerzas, sobre todo de minorías y de jóvenes, pero también con el apoyo de partes poderosas de la cúpula del país sobre todo de Hollywood, la industria digital, y de Wall Street.
El día de la toma de posesión del actual mandato del presidente, el enorme parque que se extiende desde el Capitolio hasta el Monumento a Washington se llenó de un arcoíris popular: más de millón y medio salieron a ser parte de ese acto histórico.
Poco después, registrando el nivel de esperanza, así como el alivio aquí y a nivel mundial, le fue otorgado el Nobel de la Paz de 2009.
Pero ahora enfrenta un país polarizado, en el que 1 por ciento goza de una riqueza sin precedente y el 99 por ciento paga los costos, así como una amplia gama de sectores desilusionados. Obama ya no puede depender sólo de gran retórica para prender a una población que hace cuatro años deseaba que él representara el inicio de otro tipo de futuro. Se verá, si gana, qué significa eso de “adelante”.
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