Desde su niñez en Barinas hasta la academia militar, el golpe fallido que encabezó, su llegada a la presidencia, el intento de golpe sufrido, las peleas con EE.UU., la integración regional, las reelecciones y reformas: una vida memorable.
Por Mercedes López San Miguel
El presidente venezolano Hugo Chávez murió ayer, después de darle pelea a un cáncer que se le detectó en 2011. Eran las siete de la tarde en la Argentina cuando el vicepresidente venezolano Nicolás Maduro informó la noticia más dura y trágica para él, según sus propias palabras. “A las 16.25 de la tarde de hoy, 5 de marzo, ha fallecido nuestro comandante presidente Hugo Chávez Frías luego de batallar duramente con una enfermedad casi dos años”, dijo Maduro con ojos vidriosos y la voz entrecortada. La muerte del líder venezolano deja al país a las puertas de una elección anticipada, al chavismo ante el reto de cumplir el sueño de Chávez de que continúen encendidos los motores de la Revolución Bolivariana y a la oposición ante el desafío de superar las derrotas electorales del 7 de octubre –cuando Chávez ganó las presidenciales– y del 16 de diciembre, cuando el oficialismo obtuvo 20 de las 23 gobernaciones.
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La noche del 6 de diciembre de 1998 Hugo Chávez cumplía un sueño que desde hacía tiempo venía madurando en su interior: a sus 44 años era elegido presidente con la promesa de lograr una Venezuela sin pobres. Esa noche, la mayoría de los venezolanos llevó al poder a un debutante de la política electoral y castigó a los partidos tradicionales Acción Democrática y Copei. Esa noche, un ex militar recordaba que el Estado arrastraba una deuda histórica con los excluidos y se proponía saldarla. Y Chávez regresó como líder a la tierra que lo vio nacer, el 28 de julio de 1954. Sabaneta de Barinas era una fiesta y Huguito, el hijo del maestro, el muchachito delgado, prometía cumplir los idearios de Simón Bolívar.
Seis años antes, el 4 de febrero de 1992, Chávez había liderado un grupo de trescientos paracaidistas de boinas rojas en un golpe frustrado contra el entonces presidente, Carlos Andrés Pérez. Chávez se rindió con la condición de poder dirigirse al pueblo por televisión. Dijo una frase que quedó grabada en la historia: “No logramos los objetivos… por ahora”. Por el levantamiento militar acabó preso y dos años después el gobierno de Rafael Caldera lo indultó. Pero tuvo que abandonar el uniforme, él que con 21 años se había recibido de subteniente, había estudiado Ciencias y Artes Militares en el área de ingeniería y había logrado alcanzar el máximo grado de teniente coronel.
En el salto a la política, Chávez creó el Movimiento Bolivariano Revolucionario, con el que en 1997 decidió presentarse a las elecciones. Sus lemas de entonces fueron: “Por la Asamblea Constituyente, Contra la corrupción, Por la defensa de las prestaciones sociales, Gobierno bolivariano ahora”. Chávez llegó a la presidencia con el mayoritario voto de los pobres, las clases medias empobrecidas y los eternos excluidos, promoviéndose como el líder que cambiaría el clásico sistema bipartidista que se alternó en el poder en Venezuela desde 1958. Un ex asesor suyo, Juan Carlos Monedero, lo describió ante Página/12 como “una persona muy comprometida con su pueblo, un pueblo que no tuvo cien años de soledad, tuvo quinientos”.
De cuerpo macizo, rasgos indígenas y admirable facilidad de palabra, su figura es seguida por simpatizantes dentro y fuera de su país. Esa elocuencia puede tener que ver con su crianza en el pueblo de Sabaneta: sus padres eran maestros y de ellos aprendió a enseñar. “Chávez habría sido un comunicador de primer orden. Aquí, en el mundo de la televisión, del cine, no hay un tipo como él”, dijo su ex jefe de campaña Alberto Muller Rojas en la biografía Hugo Chávez sin uniforme, escrita por Cristina Marcano y Alberto Barrera Tyszka. En su discurso siempre abundaron las citas de Simón Bolívar y otros próceres de la independencia como Ezequiel Zamora, siempre subrayó la necesidad de la integración latinoamericana y siempre se opuso al neoliberalismo en todas sus formas.
El proceso de cambio que encarnó Chávez desde 1998 apuntó a democratizar y redistribuir el ingreso petrolero. “Por allá, en los años ’60, comenzaron a repartir tierras y títulos. No llegó a los campesinos el beneficio del petróleo. No puede ocurrir más: ése es uno de los principios de la Constitución Bolivariana y Revolucionaria”, dijo Chávez en un discurso sosteniendo una Carta Magna tamaño miniatura. En un referéndum, la mayoría de los venezolanos aprobó la nueva constitución en 1999. Era la primera de una serie de consultas populares que el gobierno de Chávez ganaría.
Lo que sucedió en Venezuela entre el 11 y el 14 de abril de 2002 fue un punto de inflexión en la vida política del líder bolivariano: fracasó un golpe de Estado, la Fuerza Armada lo destituyó y restituyó en el cargo, hubo veinte muertos y más de 110 heridos. Chávez cree que fueron tres los disparadores de lo sucedido: la actitud de la embajada de Estados Unidos, alentando a la oposición venezolana, la aprobación de unas leyes que legislaban sobre recursos esenciales del país como hidrocarburos y tierras y la conformación de un grupo de militares que se alió con la oposición. Los autores de Chávez sin uniforme señalaron otro aspecto: la pelea de Chávez con los medios de comunicación. Grandes medios privados como VeneVisión, Radio Caracas TV (RCTV) y Globovisión se destacaron por legitimar la ruptura democrática. A fines de 2002, Chávez también enfrentó y venció un paro petrolero que llevó al mínimo la producción de crudo.
A nivel latinoamericano, Chávez se lanzó a la política de integración. La Cumbre de Mar del Plata de 2005 resultó en un hito en la historia reciente por el contundente rechazo de los países de la región al Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (ALCA), que proponía el republicano George W. Bush. “ALCA… al carajo” dijo Chávez a una entusiasta multitud, parado junto a su par boliviano Evo Morales. Al año siguiente, Chávez, con su habitual desparpajo, dijo desde el podio de la Asamblea General de la ONU que olía a “azufre”, en alusión a que había estado allí Bush hijo. A esa altura su enemistad con Washington formaba parte de su retórica habitual.
Las misiones sociales impulsadas por el chavismo a partir de 2003, en estrecha alianza con Cuba, mejoraron la salud y la educación de los venezolanos y redujeron notablemente la pobreza. El concepto de socialismo del siglo XXI es una de las fases de la Revolución Bolivariana de mayor aceptación entre los seguidores del proceso de cambio. Fue en mayo de 2005 cuando Hugo Chávez anunció que se dirigía hacia la construcción de un socialismo. Durante ese período, la Asamblea Nacional, entonces monolítica dado que la oposición no se había presentado a las legislativas, aprobó leyes de nacionalización de todos los proyectos petroleros en el país.
El líder bolivariano, que la oposición tilda de antidemocrático, se presentó ante el electorado unas quince veces y sólo perdió en el referéndum de 2007 sobre la reforma constitucional. Ese año el gobierno no le renovó la licencia a Radio Caracas Televisión –RCTV– por violar la ley que regula el ejercicio del periodismo (Ley Resorte). A esa altura, su pelea con los grandes medios de comunicación se le había vuelto una obsesión.
Con el tiempo, la imagen de Chávez en su país pasó a ser casi omnipresente. Surgió otro sueño: el de trascender. “Es siempre cómodo para los ciudadanos elevar a un dirigente a la categoría de santo –afirma su otrora asesor, Monedero–. Esa condición de liderazgo orienta al país, refuerza conseguir que las cosas funcionen, pero también alimenta la pereza de la ciudadanía, que no asume su responsabilidad. El proceso no puede recaer en los hombros de una sola persona.”
Eso se volvió más evidente cuando comenzó a tener problemas de salud. El 9 de mayo de 2011 suspendió una gira internacional por la región con el anuncio de que tenía una lesión en una rodilla. Al mes, retomó esa gira, pero nuevamente le surgieron otras afecciones por las que terminó pasando por el quirófano dos veces en Cuba: una para extraerle un absceso pélvico y otra para intervenirlo de un tumor en la pelvis.
Desde principios de 2012 Chávez siguió yendo a La Habana para realizarse un tratamiento de radioterapia al que debió someterse después de ser operado en febrero para que se le extrajera un nuevo tumor cancerígeno, recurrencia de la enfermedad. La poca información difundida sobre su estado de salud no hizo más que alimentar la morbosidad de los periodistas de los medios y blogs opositores, quienes anunciaban el peor de los pronósticos.
Pero la enfermedad no fue un impedimento para que Chávez continuara con la campaña para la reelección que le asegurara un nuevo período hasta 2020, año en el que alguna vez proyectó su retiro. Sus apariciones públicas no eran tan asiduas como lo eran las de su joven rival Henrique Capriles Radonski, candidato de una oposición que se presentó unida. Los medios de comunicación opositores tuvieron claro qué mensaje dar: mostraban a un Capriles vital, que recorría el país de punta a punta, frente a un candidato presidente que agonizaba. Sin embargo, Capriles no logró conectar con la mayoría de los venezolanos, sobre todo las clases bajas, y el 7 de octubre Chávez volvió a ganar con la promesa de profundizar el proceso revolucionario.
Sin embargo, dos meses después debió viajar otra vez a La Habana para realizarse un tratamiento hiperbárico. Y regresó a los pocos días con el anuncio menos esperado por el 55 por ciento de venezolanos que lo votó: dijo que era imprescindible volver a operarse porque habían reaparecido células malignas en la misma zona afectada. Más aún, admitió por primera vez que podría tener dificultades para continuar en el cargo y, al encomendarse a Dios, le pidió a su pueblo que en el caso de no estar, eligieran a Nicolás Maduro. “Se los pido de corazón”, dijo.
La operación se realizó el 11 de diciembre y el gobierno anticipó que a Chávez le esperaba un proceso post-operatorio duro y complejo. Una semana después, el presidente padeció una infección respiratoria. Al mismo tiempo, los venezolanos se preguntaban si el presidente electo iba a poder asumir el nuevo mandato el 10 de enero. No fue posible. Poco después, el 18 de febrero, Chávez regresó a Caracas, para continuar con el tratamiento, pero su estado de salud no evolucionaba como se esperaba. En la noche del 4 de marzo, el gobierno informó que el líder bolivariano sufría una segunda infección respiratoria y su estado era “muy delicado”. Menos de veinticuatro horas después, Maduro anunciaba su fallecimiento.
Nils Castro, escritor y ex asesor del general de Panamá Omar Torrijos, considera que Chávez tuvo la virtud de ser el primero que puso en marcha un proceso de cambio y aclara que ese proceso ya venía gestándose. “Chávez fue el primer dirigente outsider que confrontó el sistema. La alta popularidad le permitió llevar adelante un proceso de transformación. Ser el primero lo pone como un bicho raro: el que hizo lo que no se suponía. Pero no hay que confundir la personalidad con la legitimidad del proceso sociopolítico que se está dando, que ha venido desde antes de Chávez.”
Nils ubica el antecedente de este proceso en el Caracazo, la imparable reacción popular a las medidas de ajuste decretadas por Carlos Andrés Pérez, en 1989. “Había un sistema político, que se agotó, que impedía cambios cuando la gente ya no estaba dispuesta a sostenerlo. Con el Caracazo comenzó a prepararse un proceso de protesta y reforma de la sociedad venezolana. Chávez no había entrado en escena todavía. El proceso es mayor que el individuo.” Un individuo que cumplió muchos de sus sueños.
La pedagogía viviente
Por Horacio González
Le gustaba jugar con los grandes nombres de la historia. Fue capaz de sacar a Bolívar de su efigie escolar, con calmas rememoraciones administradas por el Estado, para convertirlo en lo que fue su “moderno príncipe”, para él, para millones de venezolanos, y para todos quienes seguimos su trayectoria con simpatía y que recibimos con tristeza su momento agónico. Revivió leyendas, retomó historias perdidas que tenían libretos opacos o profesorales, y expuso de nuevo los nudos del pasado con otros énfasis y otra voz. Golpea ahora con un repentino estrépito saber que no volveremos a escuchar esas frases que tenían remotos énfasis de cuarteles, pero infinitamente entreveradas con el asombro ante un mundo intelectual que brindaba palabras inesperadas, a la vez nunca desprendidas de una alegre rimbombancia con cadencia de bolero. Se lo podía escuchar citando a Gramsci con un candor de estudiante y luego percibir que sin abandonar las napas profundas del habla popular caribeña, dejaba saber que hacía flotar sobre la contemporaneidad venezolana la antigua palabra socialismo.
La vestía nuevamente, le daba una y otra vez aspectos cambiantes que ni resignaban cierto aire evangélico ni el uso de la lengua bañada de un gracioso desafío –admirablemente divertida–, como cuando se refería a los dueños del poder mundial con desenfadados exorcizos. No es fácil decir en este momento, absortos por este brusco manotazo con que los caprichos de la historia nos anotician de nuestra absurda fragilidad, qué lugar le dejamos a la zozobra pública, aunque no ha de ser la del culto resignado, sino el de la pregunta por el carácter que irá adquiriendo su legado. Chávez escribió el capítulo donde su mensaje se presentaba siempre amigo de las grandes celebraciones épicas; tendrá su nombre asociado a ellas. No se privó de abrir el ataúd de Bolívar para buscar explicaciones señeras, pues las que había le aparecían bajo señales que consideraba falsas. Quizás un cristianismo que no había perdido su dramatismo originario podía inspirarle un horizonte escénico donde lo que se escuchaban no eran plegarias pueriles, sino una vibración extraña y contundente, cual era la de las masas populares que cargaban, en otros idiomas y con otros conjuros, solicitaciones políticas que grandes líderes de las izquierdas mundiales habían ya pronunciado. Sin habérselo propuesto, o a lo menos, nunca lo dijo así, encarnó con su idioma no militarista, aunque sí de una juvenilia militar, la reconciliación de Bolívar con Marx.
Un ocurrente collage presidía sus discursos extensos, y él mismo era el fruto de una pedagogía donde reinaban, como en los mitos vivientes de la política, la inagotable recomposición de piezas arcaicas, memorias independentistas del siglo XIX e insondables desafíos de este siglo que exigía descifrar con inteligencia suprema un nuevo rompecabezas. Chávez pudo ser desdeñado por quienes pensaban que la política son trazados conservadores, primero, y una división de trabajo entre economistas y políticos timoratos, después. Ni aceptó ver la historia bajo su luz conservadora –al contrario, la vio como fuente permanente de inquietudes– ni aceptó ninguna división conceptual entre economía y política. A su manera, mientras citaba a figuras de la cultura popular venezolana como el cantante Alí Primera, escribió las líneas latinoamericanas primerizas de una nueva crítica de la economía política. No fue jeque petrolero, coronel fragotista o conspirador profesional. Pensó el petróleo con frases de Oscar Varsasky, el profesor argentino que innovó en el pensamiento tecnológico y Chávez escuchó como aprendiz avanzado, y pensó las frases sobre la cuestión intelectual que había escuchado en las clases que había tomado sobre la obra gramsciana, casi como un ingeniero de petróleo.
Ni nos será alcanzable la posibilidad de ignorar esta ausencia que duele, ni nos será inapropiado mantener una serena preocupación que también nos inspire para mantener esta vibración promesante que exige la prosecución de los procesos democráticos que escapan de las rutinas preestablecidas, no para vulnerar instituciones, sino para renovarlas bajo nuevas sensibilidades colectivas. Chávez fue un demócrata cabal. De ahí su condición polémica. Como se lo veía siempre ante un abismo, y no poco contribuía a ello su constante desafío a los poderes mundiales, sostenido en su amotinada ínfula oratoria –esta sí, verdaderamente heredada de las menciones del propio Bolívar sobre su ensueño al subir al Chimborazo–, fue blanco persistente de una cosmovisión política fatigada o caduca, que lo veía peligroso, fuera de cuajo. Chávez gozaba con su interesante intuición teatral, en esos momentos en que aparecía envuelto en polémicas y altercados, que enfrentaba como un dotado comediante de plaza pública. No autócrata. No tapando los poros de la sociedad. No envolviéndolo todo con su nombre. Al contrario, su nombre era un gran juego panteítico. Se cansó de dar, tomar, devolver e invocar nombres ajenos. Tomó muchos de la Argentina. Los libros que citaba, incesantes citas, por cierto, los convertía en “libros vivientes”, como decía también su reverenciado Gramsci, el encarcelado italiano que había escrito unas pocas líneas sobre Argentina y ninguna sobre Venezuela.
Chávez ha muerto. Interpeló a muchos poco, a otros nada y a muchos mucho. La política es muchas cosas, pero también una interpelación silenciosa sobre la muerte. Quizá no se notaba en su estilo proclamativo, en su activismo, que no se permitía menos que altisonancias fundadas en floridos fraseos. Pero si algunos pudieron disgustarse o hasta manifestar con sigilos ominosos alguna alegría por su enfermedad, harían bien en reparar en que actuó como un gran personaje trágico. Indicó a su sucesor con una dying voice, la voz moribunda de los grandes momentos funestos de la literatura. Ahora esperamos que su legado, como todo gran legado, sepa que en el combate hay porciones rituales necesarias, pero siempre abriéndose a los temas renovados, a la severa vida que sigue, y que reclama fidelidades no de rutina sino abiertas a lo que aun no conocemos, abiertas también al “o inventamos o erramos” de Simón Rodríguez, otro de los maestros errantes que inspiraron su latinoamericanismo de pedagogo popular.
Hugo Chávez, el niño pobre de Sabaneta
Luis Hernández Navarro
La Jornada
Hugo Chávez fue un personaje de carne y hueso sacado de la más fantasiosa novela de Gabriel García Márquez. Niño pobre de Sabaneta (capital del estado de Barinas) que juró no traicionar su infancia de escasez y precariedad, aprendió desde muy pronto a sembrar y vender golosinas. Hijo de maestros de primaria que creció con su abuela Rosa Inés y otros dos de sus hermanos, vivió en una casa de palma, con pared y piso de tierra, que se inundaba con la lluvia. Menor que soñaba con ser pintor y que traía en el alma la fantasía de jugar beisbol en las Grandes Ligas, se nutrió toda su vida de sus orígenes humildes.
De la mano de su abuela, a la que llamaba Mamá Rosa, aprendió a leer y escribir antes de entrar a primer grado. Al lado de ella supo de las injusticias de este mundo y conoció la estrechez económica y el dolor, pero también la solidaridad. De los labios de ella, extraordinaria narradora, recibió sus primeras lecciones de historia patria, mezclada con leyendas familiares.
El niño Hugo Chávez viajó por el mundo a través de las ilustraciones y las historias que leyó en cuatro tomos grandes y gruesos de la Enciclopedia Autodidacta Quillet, obsequio de su padre. En sexto grado fue escogido para dar un discurso al obispo González Ramírez, el primero en llegar a su pueblo. Desde entonces le encontró el gusto a hablar en público y a los demás el interés por escucharlo.
Su ídolo fue Isaías Látigo Chávez, pítcher en las Grandes Ligas. Nunca lo vio, pero lo imaginaba al escuchar los partidos en la radio. El día que su héroe murió en un accidente de aviación, al joven Hugo, de 14 años de edad, se le vino el mundo encima.
Para ser como el Látigo, el muchacho de monte entró al ejército. Gracias a sus cualidades de pelotero se le abrieron las puertas de la Academia Militar en 1971. Cuatro años después se graduó como subteniente y licenciado en ciencias y artes militares, con un diploma en contrainsurgencia, con una brújula que marcaba como su norte el rumbo del camino revolucionario.
Su toma de conciencia fue un proceso largo y complejo, en el que se combinaron lecturas, conocimiento de personajes claves y acontecimientos políticos en América Latina. En uno más de los episodios de realismo mágico que marcaron su vida, en 1975, en un operativo el subteniente Chávez encontró en la Marqueseña, Barinas, un Mercedes Benz negro escondido en el monte. Al abrir el maletero con un destornillador se topó con un arsenal subversivo compuesto por libros de Carlos Marx y Valdimir Ilich Lenin, que comenzó a leer.
En la forja de sus actitudes políticas influyó, decisivamente, su hermano mayor Adán, militante del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). También su participación en un experimento educativo de las fuerzas armadas llamado Plan Andrés Bello, preocupado por brindar a los militares una formación humanista. De la misma manera, fue clave en su formación política el descubrimiento de Simón Bolívar y la voracidad intelectual de Chávez, que lo condujo a leer cuanto documento encontró sobre la biografía y el pensamiento del prócer. Más adelante sería definitiva en él la influencia de Fidel Castro, a quien trató como si fuera su padre.
El derrocamiento de Salvador Allende en 1973 le provocó un gran desprecio hacia los militares de la cuña de Augusto Pinochet, tan extendidos en América Latina. Por el contrario, el conocimiento de la obra del panameño Omar Torrijos y del peruano Juan Velasco Alvarado le mostró la existencia de otro tipo de fuerzas armadas de vocación nacionalista y popular, tan diferentes de los gorilas formadas en la Escuela de las Américas.
Rebelde ante el atropello, descubrió en servicio los abusos y la corrupción de sus mandos, y como pudo los enfrentó. “Yo vine a Palacio por primera vez –contaba Chávez– a buscar una caja de whisky para la fiesta de un oficial”. Para removerlos, en el aniversario de la muerte de Simón Bolívar en 1982, un pequeño grupo de oficiales del cuerpo castrense, entre los que se encontraba Chávez, hizo el juramento de Samán de Güere, en el que fundaron el Movimiento Bolivariano Revolucionario 200 (MBR200).
Casi siete años más tarde se produjo un levantamiento espontáneo de los barrios pobres de Caracas en contra de las medidas de austeridad del gobierno de Carlos Andrés Pérez. El caracazo fue sofocado a sangre y fuego. La rebelión popular dio un gran impulso al movimiento de los militares bolivarianos.
En 1992, Chávez y sus compañeros se levantaron en armas. La asonada fracasó y Chávez fue a prisión. Frente a los medios de comunicación asumió la responsabilidad. Su popularidad y ascendencia política a partir de entonces fueron en ascenso. Al salir libre su presencia política creció aceleradamente ante el colapso del sistema político tradicional. En las elecciones presidenciales de 1998 triunfó con votación de 56 por ciento. A partir de ese momento nadie lo pudo parar. Una y otra vez ganó casi todos los comicios y referendos en los que participó, al tiempo que sobrevivió milagrosamente a un golpe de Estado y un paro petrolero.
A lo largo de los casi 20 años que condujo el Estado venezolano, el teniente coronel refundó su país, lo descolonizó, hizo visibles a los invisibles, redistribuyó la renta petrolera, abatió el analfabetismo y la pobreza, elevó increíblemente los índices de sanidad, incrementó el salario mínimo e hizo crecer la economía. Al mismo tiempo, y en la pista internacional, fortaleció el polo de los países petroleros por sobre las grandes compañías privadas, descarriló el proyecto de un área de libre comercio para las Américas impulsado desde Washington, creó un proyecto alternativo de integración continental y sentó las bases para un socialismo acorde al nuevo siglo.
Hugo Chávez fue un formidable comunicador, un incansable contador de historias, un educador popular. Sus relatos, herencia de los cuentos que Mamá Rosa le obsequiaba en su infancia, mezclaban historia patria, lecturas teóricas, anécdotas personales, con frecuencia en tiempo presente. En todas ellas el sentido del humor estaba presente. “Si tu mujer te pide que te eches por la ventana –jugaba jocoso– es hora de que te mudes a la planta baja…”
Sus narraciones seguían el modelo clásico de las sonatas musicales, en el que dos temas contrastantes se desarrollan en tonalidades vecinas. En sus discursos echaba mano por igual de la poesía y el canto. “Yo canto muy mal –se justificaba–, pero, como dijo aquel llanero, Chávez canta mal, pero canta bonito”, para, a continuación, interpretar una canción ranchera o una balada.
Antimperialista, antineoliberal, comenzó a hacer el milagro de construir los cimientos de la utopía en un país que imaginariamente estaba más cerca de Miami que de La Habana. Llanero de pura cepa, fabulador incansable, Chávez soñó revivir el ideal socialista cuando muy pocos querían hablar de él. Y lo hizo, para no traicionar nunca su infancia de niño pobre de Sabaneta.
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