Control total. Cada día es más evidente la pretensión del actual régimen de cubrir, determinar y homogenizar nuestra sociedad. El orden y la disciplina son un sueño que late en sus corazones. El Opus Dei no está ausente. El Proyecto de Ley 170, presentado el pasado 15 de octubre de 2008 por el senador conservador Ricardo Arias, con el cual pretende crear el Ministerio de la Familia**, refuerza esa tendencia que cubre campos y ciudades bajo el signo de la intimidación.
Un ministerio de familia como el concebido en el proyecto en curso, aprobado en primer debate el pasado 10 de diciembre, habla en forma genérica de la familia y propende por la “formación integral” en principios y valores específicos, útiles a la concepción de patria del grupo ideológico en el poder. El proyecto resulta homogenizador, excluyente, pernicioso para la diversidad, y peligroso para la cultura y la política. Tal ministerio equivale a sistematizar en este orden político un artificio de intromisión psicológica, cuando menos.
Las “cien razones para crear el ministerio de familia”, publicadas en el sitio www.ministeriodefamilia.org, resultan ser un repertorio que no persuade respecto de su necesidad, y mucho dice sobre las razones para no crearlo. Las primeras 55, listadas bajo los rótulos de educación, salud, agropecuario, medio ambiente, desarrollo turístico, vivienda y desarrollo institucional no son más que indicadores de problemas que no tienen por qué verse resueltos con un ministerio de ese tipo.
Que la salud, la educación, la justicia, el trabajo y todo aquello que funda y procura el bienestar de las familias no marche como debiera estar en capacidad de hacer marchar un Estado, no se resuelve con un formateo de las tipologías del comportamiento, patologizante, prescriptivo y castrante. Lo que al Estado le compete en materia de familia tiene ya los márgenes desde los cuales actuar si esa fuera la intención. No en vano la familia (la más privada de las instituciones) es una construcción que refleja la realidad social.
Razones sin razón
La sustentación oficiosa prosigue. En la razón 65 se habla de instaurar “una pedagogía de la familia utilizando todas las formas de tecnología y comunicación para la difusión de una ética que contraste los valores perdidos en la sociedad”. Así, evocando el deseo de unidad nacional y olvidando que en Colombia existe de facto un Estado multinacional, con surtidos matices culturales, lo que el proyecto impone es una eticidad maniquea y útil a los fines del Gobierno, vista como fuente de “desarrollo institucional”.
‘Olvida’ el proyecto en cuestión, por tanto, la especificidad de nuestra sociedad, y en ella de las familias presentes, las que precisa el censo de 2005:
1) el 10,62 por ciento (4.311.757 personas) de la población colombiana es de pertenencia étnica afrocolombiana, con características específicas de familia que difieren de las del grupo hegemónico.
2) El 3,43 por ciento de la población, que equivale a 1.392.623 personas, tiene pertenencia étnica indígena, lo que implica numerosas y variadas características de conformación familiar.
3) El 0,01 por ciento de la población, equivalente a 4.858 colombianos, tiene pertenencia étnica rom.
Es decir, el 14,06 por ciento de la población colombiana no corresponde –por motivos históricos, sociales, culturales y económicos– al deseo de modelo unitario de familia expreso en este proyecto de ley. Si a ello se suma la diversidad cultural y de posibilidades de acceso real a las condiciones materiales y sociales del Estado de Derecho, que hace que la diversidad no patogénica exista en las localidades rurales y urbanas, podemos concluir que tal proyecto es contradictorio con las condiciones conocidas por todos, lo cual resulta contrario a nuestra autodeterminación en los asuntos más privados de la vida en comunidad.
Muy a pesar de esta realidad, el régimen pretende atacar y reducir la crisis moral de la sociedad a una deficiente imposición de valores que Iglesia, medios de comunicación y la nada sucinta normatividad escrita ya han ofertado al consumo ideático del yo debo. Proceder así es tanto un desacierto político como un peligro para los colombianos: ¿Acaso se intenta acaparar por completo la no poco apreciable esfera de lo privado, y, como propósito de tiranía totalitaria, se ensaya la gobernación sobre nuestras mentes para que no sintamos la presión que nos obtura? Parece, pues, no ser suficiente con la sistemática invasión de la intimidad perpetrada bajo mecanismos como las chuzadas, y ahora deliran con controlar cada uno de los movimientos de los ciudadanos, enclaves y tornillos de sus propósitos.
Discriminación positiva
La sola razón 60 bastara para oponerse a tan nefasto proyecto. Según deja entrever, se pretende echar en saco roto la discriminación positiva, producto de la lucha de las comunidades con identidades culturales minoritarias, confundiéndola con la exclusión sociocultural y económica a la que contrarresta. Unas líneas antes, en la razón 59, el proyecto se refiere a la instauración de un modelo paradigmático de familia, mediante el establecimiento de “una legislación de familia única”, con la consecuente negación y exclusión del diferente.
La marcha sigilosa del fascismo hace más ruido del que esperan. Ya en el pasado hubo quienes recibieron el clamor y apoyo de buena parte de sus pueblos, los mismos que luego sintieron vergüenza del sufrimiento que por acción u omisión ayudaron a perpetrar. Todos usaron instrumentos psicológicos para la manipulación de las masas.
La realidad supera a la ficción, a la que además inspira, aunque quizás en este caso la ficción esté siendo inspiración para la realidad, y el estilo del ministerio del amor, uno de los cuatro del Estado omnipresente y opresivo, producto de la imaginación de George Orwell, se configura poco a poco un escenario nada alentador para la ya frágil institucionalidad democrática colombiana.
Tal vez quienes gobiernan tienen entre sus musas a las turbadoras antiutopías de la novela de ciencia ficción y, ebrios por el deseo de poder, quisieran tener la capacidad de penetración mental para lograr que todos los que habitamos la geografía nacional alcemos nuestras voces en un grito de preferencia polifónico-unisemántico en el que el excluyente ¡Colombia soy Yo!, junto a un afiche, recorte o muñeco de Uribe Vélez, sea el sendero de nuestros sentimientos, pensamientos y deseos, so pena de no ser entonces –por el juego del falso silogismo que intenta esa frase– parte de Colombia, el Estado multinacional en retroceso que nos llevará, de seguir así las cosas, a vivir una distopía en que la amenaza del crimen mental o el pecado del pensamiento pudieran indigestar nuestras cabezas.
Adenda: El proyecto de ley, en su artículo 9, título 3, entre las funciones del nuevo ministerio cuenta el trabajo coordinado con el ministerio de la salud para la rehabilitación de las familias con “enfermedad espiritual”, “enfermedad emocional”, “enfermedad psicológica” o “enfermedad somática”. Insólito que el senador Ricardo Arias, líder de la iniciativa, ignore para sus fines que no hay tal ministerio de la salud y lo proponga como eje articulador de trabajo en un proyecto que el partido de la U se propone sacar adelante; por lo menos, así lo expresa abiertamente Luis Carlos Restrepo. Además, viene a bien preguntarle a qué tipo de profesionales se acudirá para la ‘rehabilitación’ espiritual de las familias. ¿Enviarán curas y brujos a los hogares? o ¿fundarán la ingeniería del espíritu?
Adriana Quiñones León, [email protected]
** En el enunciado introductorio del proyecto se dice: “Por medio de la cual se establece el sistema nacional de protección, emprendimiento y formación integral de la familia, se crea el Ministerio de la Familia y se dictan otras disposiciones”.
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