El 2014 llegó a sus primeros días, y con ellos el ambiente preelectoral. Los olores decembrinos quedaron atrás, así como el tiempo político para las probables alianzas electorales y jugadas políticas de camarillas y acuerdos. Desde el primer despertar de enero impera el calendario de las acciones.
El cuarto año de la presente década será recordado por quienes tienen posibilidad de votar como el salpicón de las elecciones. En efecto, ellas cubren desde la posible consulta para la revocatoria del alcalde Petro el 2 de marzo, arropan el 9 de marzo las legislativas –que incluyen el Parlamento Andino–, abrigan el 25 de mayo la primera vuelta para presidencia y, seguramente, solo finalizarán en junio con las segunda vuelta, cuando se sabrá si hay nuevo Ejecutivo o la reelección favorece al actual.
Asombra el ritmo electoral. Este afán hace olvidar diversidad de críticas, incluso del presidente Santos frente a los ciclos electorales ininterrumpidos, pan de cada día en América Latina. Sin embargo, a trancas y mochas en esa vía son miles los que caminan tras su aspiración de salir electos, y nosotros –que no somos muy de hacerle caso a los análisis oficiales de la política–, vamos a seguir en este escrito la idea de los de arriba, eso sí para tratar de verle la comba al palo.
En la eleccionitis de 2014 todos los analistas de la palestra pública, de Claudia López a Alfredo Rangel, todos dicen sin titubear que los comicios importantes son los legislativos, así que acataremos el consejo; entremos en materia.
¡Santos vs. Uribe! O dicho en lenguaje electoral ¡Unidad Nacional (UN) vs. Uribe Centro Democrático! (UCD) Esta pareciera ser la pelea estelar el próximo 9 de marzo. Sumémosle a éste pugilato que muchos llaman pesos pesados, la pelea de los pesos medios, del centro y la izquierda, por tratar de conformar una bancada legislativa importante; sus protagonistas no podrían ser otros que el Partido Verde (PV) y el Polo Democrático Alternativo (PDA). No olvidemos por ultimo a los peso pluma, que aunque ni pelean mucho ni son muy rápidos son esenciales para las componendas políticas en el Congreso, es decir el Mira, el Pin e incluso la inmensidad de los partidos minoritarios. Pero detrás de esas siglas de pesos pesados, medios y pluma se esconde un variopinto de fuerzas, nombres e intereses.
Arriba y a la derecha
Bajo la nomenclatura de un acuerdo programático por sostener el gobierno Santos: liberales, Cambio Radical (CR), el partido de la U y facciones del partido Conservador (PC) asumieron la tarea de sostener la llamada UN. Está maquinaria, aplastante en el 2010, llega maltrecha al 2014, hasta el punto de terminar eclipsada por su verdadera naturaleza: políticos profesionales respaldados por las clases emergentes y terratenientes regionales surgidas de la bonanza del despojo de los años ochenta, noventa y dos mil –lo que hoy es el uribismo–, articulada a la alianza social de poder que desde 1970 domina el país.
Entrándole a la letra menuda, señalar que la escisión dentro de la UN significa que en la economía política de Colombia hay una disputa por resolver entre quienes pretenden multiplicar su riqueza, echándole abono a los capitales emergentes del despojo violento, y quienes quieren –además tienen la capacidad– de acrecentar su capital ahondando la monopolización al adentrarse directamente al juego financiero neoliberal mundial, que incrementa capitales a costa de la especulación del todo por el todo, es decir, de la tierra, de la industria, del trabajo, de los ríos y cualquier otra cosa que tenga vida.
Aunque paz y guerra, o lo regional en contra de lo nacional, son los temas de campaña, atrás de ellos se esconde una peligrosa maraña de realidades. Estamos ante la cristalización política de un escenario en el que se disputa cómo gestionar el capital y en manos de quién va a quedar la mayoría de éste. Ninguna de las opciones que ofrece la derecha renuncia al neoliberalismo ni a la alineación internacional bajo el signo norteamericano, de ahí que lo que está en juego en estas elecciones sea la ingeniera legislativa y política que puede llevar al ocaso total de la alianza entre la burguesía emergente y la burguesía tradicional, consolidado en el poder criollo desde la época de los Rodríguez Orejuela y Samper.
Un juego de poderes complejo. De una parte la guerra, que implica la idea de perpetuar un estatus de orden público para preservar e incrementar la propiedad privada con fines improductivos, bienes, en su mayoría para la renta y el lavado de activos, a la vez que confirman la existencia de áreas territoriales de control directo por parte de elites emergentes, supeditando todos los poderes públicos a su instrucción directa, y convirtiendo el Estado en botín para saquear a través de la contratación pública –tal y como lo demuestran las decenas de casos de corrupción en mezcla con los parapolíticos en medio de los mandatos Uribe.
Mientras tanto, la paz le confiere sentido, confianza inversionista, seguridad jurídica y un clima de acuerdos internacionales a una empresa de especulación financiera en todos los renglones de la economía política: en la agricultura, promoviendo asociaciones alrededor de la palma entre pequeños y mega-productores; en la construcción, con el esquema de los encargos fiduciarios que le dan un espaldarazo a la monopolización de banqueros que también son constructores, al estilo Sarmiento Angulo, entre otra fauna presente en Camacol; en las mega-obras públicas –tanto en ciudades como en vías nacionales– otorgándoselas a contratistas gigantes y transnacionales; en la industria, desmontándola y reconvirtiendo los renglones productivos de la nación en simples intermediarios comerciales para conservar sus ganancias a costa del salario mínimo; en el régimen de salud y pensión, obligando a la inserción de trabajadores independientes y pequeñas empresas a una aparente formalización laboral que solo le entrega más capital a los conglomerados económicos. En fin, ahora todos los capitalistas saben muy bien de qué se trata la especulación financiera, la potencian y se favorecen de ella con el favor del Estado. El juego electoral les brinda mayor o menor espacio para sus propósitos, todo depende de los resultados que obtengan con los candidatos que financian, al fin y al cabo los políticos tradicionales son sus operadores dentro del aparato estatal.
Dualidad maléfica que por A y por B perjudica a las mayorías nacionales. La novedad en medio de ella es que Santos ha logrado socavar no solo la alianza de poder para reubicar a Colombia como potencia para la inversión, en el contexto de la crisis capitalista mundial, sino que a su vez ha tenido la perspicacia de negociar con burguesías oligárquicas regionales, involucrándolas a su reinvención, cruzando la avenida del capital financiero, con el beneplácito de compartir parte de la torta del recuso público. Así, los Char, los García Zuccardi, los Chaux, los López Cabrales, los Serpas y Galán, entre decenas de políticos profesionales y grupos económicos de segunda monta, se subieron al bus de la fase superior del neoliberalismo: la monopolización financiera y transnacional total, en un contexto de paz.
No hay duda, en el actual escenario nacional guerra y paz son parte de la misma baraja del capital. Por ello, si en estas elecciones legislativas se juega la agenda legal que permitirá el ambiente de construcción y consolidación de la paz, esto sucederá en medio de una disputa entre fracciones de arriba que desean el control del Estado como botín de sus espurios intereses. El futuro de la democracia estará, entonces, de nuevo signado –mayoritariamente– por las pulsiones de capital improductiva vs. capital especulativo.
Con el moño en la mano
Una vez deshecho este envoltorio, vale preguntar: ¿quiénes y por qué se sienten atraídos? ¿Con quiénes están las burguesías regionales? ¿Hacia dónde apunta el poder en estas elecciones?
Interrogantes necesarios de dilucidar ya que en la izquierda se insiste en señalar que la disputa entre los partidos que componen la UN y el uribismo se circunscribe al ámbito de la pugna entre las elites regionales contra las elites nacionales. Sin embargo, la lectura no es tan plana; las listas al Senado de los partidos políticos reflejan un balance contradictorio de estas fuerzas. CR, el Partido Liberal (PL) y en menor media el partido de la U continúan concentrando a los caciques políticos y económicos de las regiones bajo sus mantos, mientras que el UCD ha virado por el voto de opinión tras el expresidente Uribe, acompañado por figuras políticas menores de las regionales, al igual que terratenientes –como Paloma Valencia y María Rosario Guerra de la Espriella–, políticos profesionales de la derecha en cuerpo ajeno –Alfredo Ramos Junior, Jaime Alejandro Amín y Fernando Nicolás Araujo, entre otros–, e “intelectuales” y exfuncionarios del uribismo –que van desde Alfredo Rangel, pasan por José Obdulio Gaviria y terminan con Everth Bustamante.
Es bien sabido que desde el Frente Nacional el Estado colombiano ha sedimentado la práctica de manejarse como un todo, en donde las contradicciones entre las ramas del poder público deben ser aminoradas y nunca saltar a la inmovilización de las decisiones del Ejecutivo, he ahí el santo grial de la llamada estabilidad democrática y gobernabilidad colombiana. Pero, hoy estamos ante el final de un ciclo de subsistencia fraterna entre el compacto arriba social, político y económico. Hoy no es día de compartir la ganancia o la potencialidad de la ganancia con los rentistas ganaderos, con terratenientes improductivos, mucho menos con los que le deben todo su prestigio al estamento de la política. Hasta luego Uribe, hasta luego los Valencia, hasta nunca los conservadores uribistas. De esta manera el siguiente periodo legislativo será el calendario para la pugna por depurar el bloque de poder en Colombia, lo que podría resumirse, por boca de Juan Manuel Santos: ¡para nosotros todo, para el resto nada!
Los costos de esta traición se expresarán en un Senado lleno de polémica y control político, con una menor iniciativa en proyectos legislativos, llegaremos al eterno retorno del Congreso, a las épocas anteriores a la llamada “violencia”, cuando Laureano virulento señalaba al gobierno de López Pumarejo; la única diferencia será la existencia de un centro y una izquierda que sin coherencia plena tratarán de defender los diálogos de paz y hacer un control político distinto, eso sí bajo el rasgo de adaptarse al arriba político y centrar toda su capacidad de aquí en adelante en la lucha electoral, la defensa de la democracia liberal y el civilismo propio de la resignación.
A la izquierda y ¿abajo?
En julio de 2013 quedó sepultada la posibilidad de construir una tercería que actuara de manera unificada en la apuesta electoral, donde convergiera desde el centro –configurado por el Partido Verde (PV)–, tocara a la UP, a País Común y Mais (fuerzas del movimiento indígena del Cauca), a la Marcha Patriótica (MP), el Congreso de los Pueblos (CP), a las dignidades agrarias, a los Progresistas y el PDA.
El epitafio de esta sepultura fue dado en el III congreso del Polo y su posterior comité ejecutivito de la segunda semana de julio, donde los amarillos afirmaron que solo ocurrirían acuerdos electorales sí las demás fuerzas obraban supeditadas al PDA, negándose al mismo tiempo a configurar una reforma política que permitiera las coaliciones interpartidistas para elecciones legislativas y la derrota del umbral del 3% impuesta por la reforma política de 2009. La sorpresa con esta decisión polista fue tal que el recién nombrado presidente del Congreso. Juan Fernando Cristo, le preguntó a Robledo que si tal negativa era en serio.
A partir de allí el PDA aceleró la construcción de sus listas al Senado y Cámara –ver infografía–, bajo la hegemonía del Moir, que se levanta como una fuerza electoral importante tras Robledo, quien aspira, como mínimo, a repetir sus 165 mil votos.
Por su parte los verdes concretaron su incomoda alianza con los Progresistas, y luego de la debacle ocurrida con Petro integraron a sus listas para el Senado a la UP, quien ya poseía acuerdos con País Común –en cabeza del líder indígena Feliciano Valencia–, al Movimiento por la Constituyente Popular (quien meses después renuncio a este acuerdo) y una serie de agrupaciones sociales y sindicales que transformaron de facto la alianza Verde (AV) en un frente político. Una historia de divisiones, protagonismos, inmediatismos e inmensos costos políticos para las mayorías nacionales.
Sin embargo, este balance quedaría corto si apenas llegamos hasta acá. Veamos además las dificultades, contradicciones y paradojas que carga esta izquierda:
Primero: En aras de una supuesta coherencia antineoliberal y anti Santista el PDA, sobretodo el Moir se negó a una fuerte autocritica por el fiasco de la alcaldía de Samuel Moreno, por la expulsión del Partido Comunista, los sectores del senador Jorge Guevara y Luis Carlos Avellaneda, la ruptura de sectores como Fuerza Común y el papel burocratizante que juega el mismo Polo en movimientos sociales como la Mesa Amplia Nacional Educativa (Mane) y la Central Unitaria de Trabajadores (CUT).
Segundo: En listas dispersas al Senado, aun pudiendo procurar un acuerdo alrededor de la soberanía, contra el Santismo y el Uribismo, y por la paz, la AV y el PDA se van separados a las elecciones al Senado, sabiendo que comparten en buena medida la misma base electoral, produciendo un efecto de competencia por votos allí donde son escasos, con el yunque de un umbral del 3% que ahoga.
Tercero: De manera pragmática la AV produjo un acuerdo que solo tiene como capítulos sustanciales ser terceros en los resultados electorales y la defensa de la paz –solo el proceso de paz de La Habana. Pero ni estos objetivos ni otros están desarrollados en esta tolda. Lo cual repite el refrito de personerías jurídicas sin programa ni ideas fuertes que plantear colectivamente al país. Igualmente, la diversidad política de los candidatos –que van desde liberales como Claudia López hasta radicales como Carlos Lozano, obliga a desarrollar estos aspectos con agilidad pues la ley de bancadas obliga a la actuación homogénea en decisiones legislativas.
Cuarto: La AV acumula confianza sobre su potencial a partir de la destitución de Petro y la respuesta social despertada por la misma, factor que esperan se exprese en las urnas. Pero, la confección de la alianza como partido es débil mientras que, contrariamente, el alcalde de Bogotá fortalece su liderazgo unipersonal, llegando incluso a descartar el voto partidario.
Quinto: La agenda de la mayoría de los movimientos sociales que removieron al país en el último periodo –Dignidad Papera, indígenas del Cauca, estudiantes universitarios– quedaron sometidas a los tiempos de las urnas. Temas como la Asamblea Nacional Constituyente, el paro nacional agrario, el paro cívico nacional quedan, lastimosamente, subordinados al calendario del 9 de marzo.
Sexto: Las listas a la Cámara evidencian la dispersión total. Donde hubo AV existe UP, el PDA va por separado. Y en ninguno de los tres casos la mayoría apuntó por tener cabezas fuertes en entidades territoriales, como Bogotá (Ángela Robledo –Alianza Verde–, Navas Talero –PDA–, y el débil Jaime Caicedo –UP–), circunscripción indígena especial del Cauca –lideradas por el sello Mais. La debilidad en estas listas denota la poca caracterización de este escenario, ante un Senado que será para el control político y el debate más que para tomar decisiones. Este factor lo comparten con el uribismo pero contrasta con las copadas listas de la UN.
Séptimo: se aproxima la izquierda, muy probablemente, a una debacle electoral, es decir, llegar a una tasa de estabilización del voto de centro e izquierda logrando –en el mejor de los casos– el mismo número de senadores que en el 2006 pero disminuyendo las curules en la Cámara. Como lo ha hecho hasta ahora en el legislativo, la izquierda seguirá concentrada en el control político pero sin incidir en las lógicas de poder político.
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