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Los programas de los candidatos 2010. Como gotas de agua

Es impresionante el parecido. Pudiera decirse que son prácticamente iguales. Y no debiera sorprendernos: hace poco, en un debate televisado, Mockus lo reconoció explícitamente; la diferencia, aclaró en seguida, consiste en que “yo sí voy a hacer las cosas honestamente porque no hago parte de la tradición política del país; no dependo de las maquinarias clientelistas; la prueba está en que gozo de credibilidad”. Como se ha dicho tantas veces, la situación en Colombia es tan triste que la honradez, en lugar de ser una condición indispensable de todos los candidatos, se ha convertido en el único criterio para elegir un presidente.

Sin embargo, si analizamos con atención, nos damos cuenta de que esta aparente desvalorización de las elecciones va mucho más allá. Se trata de convalidar el modelo económico, social, político y militar existente. Es éste el fundamento del acuerdo entre los candidatos. Los “tres huevitos”. Como si fuera posible hacer lo mismo que Uribe, pero de manera ‘decente’. Lo dijo, también abiertamente, Lucho Garzón, en una entrevista radial: nuestro objetivo, además de los abstencionistas, son los uribistas no santistas.

De este modo, lo que parece una disputa –electoral– entre la continuidad y el cambio, no es más que la reafirmación y la legitimación de la continuidad. Desde luego, los uribistas no santistas o los uribistas sin Uribe o uribistas urbanos existen, constituyen buena parte de la “ola verde”, pero no son una opción sólida; basta con darles un desahogo para orgullo de las instituciones democráticas. Quien gane –y sin duda será Santos– recibirá el beneficio de la legitimidad del modelo, refrendada incluso por la propia oposición electoral; aunque en algunos persistan por un tiempo las dudas sobre su honestidad; dudas que este redomado tahúr ya ha empezado a disolver con ofertas de ‘participación’.

El acuerdo sobre lo fundamental es evidente. Incluso cuando hay diferencias de matiz, es Mockus quien propone acentuar y profundizar el modelo. Lo que menos sorprende es la parte económica, porque muchos defensores de izquierda de la ola verde lo aceptan resignados. ¡Cómo es la vida! En los años 70, nadie hubiera imaginado que la tesis de la revolución “por etapas” se iba a hundir por reducción al absurdo. Primero nos antepusieron a la nueva democracia una fase previa de derrota del neoliberalismo, y hoy nos apareció otra etapa inicial, la “derrota de la corrupción”, así tengamos que aceptar el modelo neoliberal. Y es éste el modelo que Mockus o, mejor, los cuatrillizos, quieren perfeccionar. No es por azar que entre sus asesores se encuentren Kalmanovitz y Hommes, para no mencionar el apoyo de muchos de los neoliberales tecnócratas fundamentalistas como Alejandro Gaviria y Armando Montenegro. Basta leer los escritos de todos estos para darse cuenta, por ejemplo, de que no fue del todo calumniosa la afirmación de Santos de que Mockus quería eliminar las contribuciones parafiscales (junto con ICBF, Sena y hasta cajas de compensación) y los programas asistencialistas encabezados por ‘familias en acción’. Examínense, además, en el programa verde, los dogmas de austeridad en el gasto público y el incremento de los impuestos. En síntesis: se mantiene –y se profundiza– el principio de primacía de las leyes del mercado, y Estado pequeño y subsidiario. Aún en educación, salud y vivienda social. Es explícito que nada se debe cambiar sustancialmente, ni la ley 100. Tan solo hacer ‘ajustes’.

Para algunos –las bellas almas de la izquierda– se detendrían, por lo menos, el militarismo y la guerra, interna y en el exterior. Es lamentable pero tenemos que desilusionarlos. Ya se sabe que Mockus consideró inaceptable el cuestionamiento de las bases militares gringas y, por el contrario, propone reforzar el ‘plan Colombia’. Pero, además, anuncia el reforzamiento de la ofensiva militar contra “los grupos ilegales” y explícitamente descarta cualquier negociación con ellos, cosa que no hace ni siquiera Santos, el legítimo heredero de Uribe.
Ahora, bien, en materia de lucha contra la corrupción, que se nos ha ofrecido como la gran meta, en nombre de la cual debiéramos renunciar incluso a detener el neoliberalismo, lo que aparece en el programa es, como se dice en el lenguaje bíblico, un “parto de los montes” o, en nuestro gracejo colombiano, “mucho tilín, tilín y nada de paletas”. Tanto es así que llama a sospecha.

La discusión pudiera hacerse, para empezar, en el plano de la sociología. La cultura que tenemos en Colombia –bien descrita por Mockus–, ¿acaso no tiene fundamentos socio-económicos y políticos? Al parecer, este filósofo considera que no. La cultura sería un campo social autorreferido que se explica por sí mismo y tiene sus propias reglas de existencia y movimiento. Es decir, que la cultura se modifica culturalmente. Por eso, en todos los puntos del programa habla de “campañas”, que él llama “educativas” pero que no son otra cosa que campañas publicitarias (tal como lo hizo en Bogotá). Pero no nos metamos en honduras. Lo cierto es que Mockus pone más el énfasis en que a partir de él todo se hace con honestidad, más que en propuesta alguna para remover los mecanismos existentes de la corrupción, incluyendo los resultados de la misma.

Por ejemplo –y esto es muy sintomático–, en su programa lo fundamental de la corrupción tiene que ver con la contratación pública. Propone hacia el futuro mecanismos de veeduría ciudadana. Y otros que ya existen en la legislación. No hay tratamientos de choque, como fuera lo lógico si efectivamente ese es el problema central de Colombia. ¿Por qué no sugiere, por ejemplo, una ley (o referendo) que autorice y faculte a la Fiscalía para realizar una auditoría de la deuda y la contratación públicas, con el propósito de declararlas ilegítimas, identificando de paso a los responsables para sancionarlos penalmente? No se nos olvide que es enorme el cúmulo de contratos ‘torcidos’ que están vigentes y ya han ocasionado pérdidas y comprometen incluso vigencias futuras (se dice que hasta más allá de 2016). Y a Mockus lo único que se le ocurre es aumentar impuestos.

La corrupción, sin embargo, no es sólo en los contratos estatales. Aunque ese es precisamente el tema favorito de los neoliberales ‘neoinstitucionalistas’ y eso explica que no dirija su atención a otros ámbitos. En realidad, la corrupción no es solamente una cuestión cultural, de moral individual, un pecado más o menos generalizado; es un mecanismo de reproducción social que tiene sus responsables principales en las clases beneficiarias del modelo neoliberal y mafioso existente en Colombia. Y no propone nada para desmontar este modelo. En reforma agraria, vuelve al “acceso a la tierra” a través del mercado, o a los bienes expropiados a narcotraficantes, “conforme a las leyes y los procedimientos establecidos”. Juega con los temas de la descentralización sin aportar algo nuevo que permita resolver el problema del sistema de participación territorial, e ignora el hecho de que las clases dominantes locales, en buena parte de las regiones del país, son los grupos mafiosos.

En síntesis, y cabe reiterarlo, en su tema, en su propuesta principal, de la corrupción y la honestidad (para no mencionar su confesión neoliberal), el candidato verde nada ofrece que represente un cambio. En cierto modo, tampoco se diferencia mucho de Santos. Sólo cabe confiar, como el propio Mockus nos pide, en que eso poco que ofrece él sí lo hará. Nada que se parezca a esa ficción, difundida entre algunos columnistas, y otros políticos ex militantes del Polo, de que habría llegado por fin el partido renovador, casi revolucionario, que tendrá la vanguardia en los próximos años. Al llegar a ese punto, lo único que sobrevive es la actitud, ingenua y triste, de “votar por el menos peor”.

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