“Una vez viví el acoso de un hombre en una buseta, no sólo en trasnmilenio”, manifestó una mujer con su hijo en brazos, cuando esperaba la ruta D26 en la estación Universidad Nacional, donde salen y entran todo tipo de personas por los torniquetes, unos con destino fijo, caminando de prisa, otros un poco perdidos, mirando el mapa que indica las rutas que en caso de no entender nada quedan obligados a preguntarle a un tombo, a la señora de chaqueta café o cualquier otro viajero.
Son las 2 de la tarde, el sol está radiante, en la estación hay poco flujo de personas. Al ingresar de inmediato me percato que es la hora indicada para viajar y poder tomar asiento en cualquiera de los buses que paran y abren sus puertas. Pero también observó la presencia de dos muchachas de chaqueta verde, con el símbolo de “Bogotá humana” y el “SITP”, en el primer vagón donde arriban las rutas D22, E32, E44 y la D26, tan sonada por estos días. El papel que estas cumplían en el gran teatro del transporte público Bogotano, donde muchos llevan máscaras y trajes para no mirarse ni hablarse, era el de indicarle a los hombres que se paraban en el primer vagón del D26 “Señor, esta fila es sólo para mujeres, ubiquese en las siguientes que son de acceso mixto”, a la vez que repartían un volante titulado “Todas las formas de violencia contra las mujeres, son un delito”, relacionando más abajo 3 tipos de delitos: “Ese apoyo es un delito”. “Esa mano es un delito”. “No queremos ese piropo”.
Había tomado rumbo a esta ruta de Transmilenio para averiguar las impresiones de distintas personas sobre esta iniciativa de la alcaldía. Iba con mi morral y con mi cara de estudiante. Me le acerqué a una de las chicas de chaqueta verde a ver si podía concederme una pequeña entrevista con respecto a la nueva medida diferenciada, su respuesta fue negativa: “no puedo responder ninguna declaración, ni siquiera una opinion”.
No eran muchas las opciones que me quedaban. Opté por hablar con los hombres desplazados del primer vagón hacia los últimos. Algunos expresaban que la medida podía funcionar porque “no falta el pillo que quiera tocar a la nenita”, otros tan solo decían que en horas pico era muy complicado que esta norma se cumpliera por la gran la demanda y poca oferta de un cupo en los buses, así fuera achucharrado entre la puerta y la gente con media maleta por fuera”.
La respuesta deja el panorama abierto. Me pregunto si en horas pico, aquellas de mayor demanda y congestión, no es evidente todo tipo de roce acompañado de un baile de un lado pa’l otro, y orquestado por Los Tupamaros: “bailamos cachete con cachete, juntamos pechito con pechito, movemos obligo con ombligo”. Durante los esporádicos cruces de palabras con varios transeúntes, me di cuenta que la mayoría de los hombres se acogian a la medida, pero sólo bajo el control “educativo” de las dos jóvenes presentes, y que algunas mujeres por no separarse de sus parejas se ubicaban en las filas mixtas.
Quise ver la reacción en otras estaciones. Abordé el D26, y encontré que todo el primer vagón estaba lleno de mujeres, altas, bajitas, ejecutivas, deportivas, universitarias, sencillas, con maquillaje y sin éste, en pantalón y en falda, alegres y serias y, bueno, uno que otro despistado. La siguiente estación fue Avenida Chile, donde una señora comentó que la medida podía funcionar con el tiempo pero que la gente no sabia respetar las normas. Mientras la escuchaba, noté cómo algunos de los hombres que iban de prisa para coger el biarticulado tropezaban, se confundían o hasta perdían el viaje para no violar la entrada exclusiva de las mujeres, siempre respetando el grito o la advertencia de las mujeres y hombres de chaqueta verde.
Dos jovenes, por el contrario, no dudaron en entrar por el vagón que les dió la gana y con ellos tomé de nuevo la ruta. Nos ubicamos en el acordeón –el centro- del transmilenio, trascurridos unos minutos, cuando sintieron alguna confianza, me explicaron “no basta con dividir el bus porque eso solo va a aislar al acosador, se necesita concientizar a los hombres sobre el respeto hacia la mujer, con más educación no sólo en el transporte público sino en las casas, el trabajo, el colegio”.
En las siguientes estaciones me di cuenta que los funcionarios de chaqueta verde ya no estaban y, como en los días anteriores, todos los vagones de los buses de nuevo eran mixtos. Cuando llegamos al final de la ruta, en el portal 80, le pregunté a uno de los funcionarios que allí atendía el porqué del vagón mixto, por unos segundos no supo responderme, hasta que se atrevió: “pues no sé, supongo que es para las mujeres que les gusta que… que las to…quen”. A otro señor, alto, con gafas y medio canoso, le pregunté que sentía al ser desplazado del primer vagón, sin pensarlo dos veces me dijo que le parecía bien aunque no creyía mucho que funcionara, porque en parte las mujeres eran las culpables del acoso por no saber en dónde pararse, ni en qué posición y que a veces solían ser provocativas. Seguí caminando por entre las filas de gente para escuchar otras opiniones, como: “¿y si las mujeres nos manosean?”, “¿y qué pasa con los hombres que dentro del transmilenio se pasan de vagón?”. Me dirigí hacia la fila de mujeres y les pregunté si podría darse el caso de que la acosadora fuera una mujer, varias ponían caras se asombró y otras afirmaban “no falta la lesbiana”. Algunas afirmaron haber sido acosadas no sólo en estos buses sino también en otros transportes públicos, y en la calle.
Transcurrían los minutos y las filas de pasajeros crecían en número. Estaba parada, de nuevo, esperanñdo la ruta E26, y abordé uno de los últimos buses rojos del día; subí para regresar al lugar donde inicié mi recorido, pero no fue lo último que escuche ni vi. Cuando cerraron las puertas del bus, una mujer de baja estatura, con medio cuerpo quemado, 4 cicatrices de impactos de bala y cáncer de seno –según ella–, que sin pudor ni pena mostró su torso a todos los que viajábamos junto a ella, empezó a contarnos que fue abandonada desde chiquita, por su madre, en El Cartucho, donde terminó sumida en el ambiente de todo tipo de drogas. Claudia –como dijo llamarse– fue convirtiéndose en delincuente, enfatizó que nunca le gustó robar a las mujeres porque solo cargan cosméticos y gritan mucho, en cambio “a los hombres se le pone un cuchillo en el pescuezo, se le suben las guevas al cuello y solo saben decir ‘llévese todo menos los papeles'”. Su historia de vida, no terminó ahí, su relato no daba respiro, contó que su marido, que terminó siendo el padre de sus dos hijos, durante una pelea le vertió gasolina en el cuerpo y la quemó. Después de contarnos todas las vueltas, altos y bajos de su vida, concluyó “es mentira que el hombre sea el sexo fuerte, porque son flojos, no lavan ni un plato de la cocina, no tienen que parir un hijo –que es como cagar un ladrillo–, y no son capaces de sacarlos adelante”.
Mientras Claudia empezaba a estirar el brazo y solicitar una moneda, con el vaivén del bus que avanzaba en su recorrido, me percaté como, sin esperarlo, las concidencias de la vida mostraron el ejemplo más claro sobre la violencia que ha tenido que aguantar cualquier mujer de la calle o de la casa. Bien quedó claro con lo relatado por esta mujer: la violencia no es un problema que pueda solucionarse con medidas que ni siquiera el mismo sistema de transporte deja que funcionen. Puede constatarse en las dos primeras pruebas piloto que funcionan desde marzo: el C71 y el F23. Mientras no esté el policía que ordene por dónde abordar el bus, nadie acata el aviso pegado en cada una de las estaciones de esta ruta. Un interrogante me acosa, ¿será cuestión de tiempo?
Recuadro
– “Transmilenio hoy moviliza 46.000 pasajeros/hora/sentido (PHS) en la Caracas y solo tiene capacidad de 35.000, más que el 95% de los metros del mundo; más del doble que las líneas más cargadas del metro de Madrid, Washington o Delhi” PEÑALOSA, ENRIQUE (2009). «Las Ventajas de Transmilenio». EGOB Revista de Asuntos Públicos – Universidad de los Andes (3). ISSN: 2027-2421 p. 36
– 2’600.000 pasajeros diarios (incluida la fase 3)
– Horas pico 233.000 pasajeros y para fin de año 290.000
– Bogotá es una de las 3 ciudades en el mundo, con más de 7.000.000 de habitantes, que no tiene metro (kinshasha y Daka)
– Transmilenio solo cubre el 28% del transporte público.
Leave a Reply