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Mapas de la codicia II: la Exacerbada aversión a perder

Mapas de la codicia II: la Exacerbada aversión a perder

En la gráfica se esboza un típico plano cartesiano, mediante el cual se representa la interacción entre dos actores económicos (x e y), y cuatro zonas que corresponden a distintos tipos de preferencias, así: I) PR o preferencias recíprocas cuando ambos actores ganan en una transacción; II) PA o preferencias altruistas, cuando un actor activo (X) da un regalo o donación a (Y), y, por tanto, se sacrifica para que su contraparte gane; III) PMD o preferencias mutuamente destructivas, cuando ambos actores pierden en una transacción (por ejemplo una guerra); y, IV) PE o preferencias egoístas cuando un actor activo (X) busca maximizar su propia utilidad, y lo hace a costa de perjudicar (explotar, dañar) al agente pasivo (Y) que, por lo mismo, sufre los costes y las pérdidas de la transacción.

La reciprocidad se encuentra, por ejemplo, en la amistad: los amigos se hacen favores y se benefician mutuamente.

El altruismo ha sido ejemplificado en el Sermón de la Montaña—, en pasajes como los siguientes: “… Mas yo os digo, que vosotros no resistáis al mal a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, preséntale también la otra. Y si quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale tu capote también. Ya cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él…” (Mateo 5:39-41).

El juego mutuamente destructivo de la guerra, y de los círculos viciosos de la venganza, ha resultado descrito (y aconsejado) en el viejo testamento así:”Si algunos riñeren, é hiriesen a mujer preñada, y ésta abortare, pero sin haber muerte, será penado conforme a lo que le impusiere el marido de la mujer y juzgaren los árbitros. Más si hubiere muerte, entonces pagarás vida por vida. Ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie. Quemadura por quemadura, herida por herida, golpe por golpe…” (Éxodo 21.24).

El egoísmo corresponde a la conducta racional en la competencia mercantil: comprar barato y vender caro; encajar la moneda falsa al rival y quedarse con la genuina riqueza; hacer un negocio sólo si este reporta rentabilidad.

En cada una de las cuatro zonas se pueden detectar dos sub-zonas: una de perfecta simetría (se pierde una suma equivalente a la que se gana, y viceversa); y de diversas asimetrías (se suele ganar más de lo que se pierde, y viceversa). Por ejemplo un magnánimo Gandhi dio mucho más de lo que recibió, en tanto que un negociante de la caridad publicita una tacaña limosna para ganar clientes y también para evadir impuestos.

Una lectura crítica de la aversión a perder —planteada por Kahneman y Tversky — me permite sugerir que: a) en realidad individuos y sociedades aversos a perder son sofisticadamente racionales y egoístas (al buscar ganar mucho más de lo que se pierde); b) en las venganzas personales y en las confrontaciones bélicas, al igual que en las negociaciones, se busca hacer mucho más daño del que le ha sido administrado a uno por su enemigo.

A partir de trabajos como el de Olson (1965) y Hardin (1968) existe un consenso entre los teóricos de la acción colectiva en relación con lo que, en este artículo, podríamos calificar de sofisticada aversión a perder, y que se sintetiza así: i) un ser racional busca maximizar su utilidad (al introducir una cabeza de ganado más en un potrero que es un bien libre como en la tragedia de los comunes; o al evadir una carga tributaria y así recargarse en el resto de contribuyentes como en los problemas de acción colectiva expuestos por Olson); ii) tal ser valora positivamente su utilidad en un porcentaje cercano a la unidad (100%); y, iii) valora la pérdida colectiva en un porcentaje de ínfimas fracciones cercanas a cero.

En el extremo del capitalismo salvaje y de la desmesurada búsqueda de éxito se ubica la personalidad del sádico para quien una ínfima gota de placer se logra sacrificando decenas, cientos o aún miles de vidas ajenas.

En el ámbito de la guerra (con preferencias mutuamente destructivas), lo que explica la reciente defensiva israelí contra Palestina (que en realidad era marcadamente ofensiva), es una exacerbada y ultra-racional aversión a perder: por cada israelí asesinado casi dos docenas de palestinos fueron masacrados. Una exagerada aversión a perder hace del negocio una guerra, como ocurre cuando el judío Shylock —en el mercader de Venecia de Shakespeare— pretende cortar una libra de carne del cuerpo de su deudor moroso para cobrarse la deuda.

 

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