Tan solo dos meses de descanso, sin Uribe, tuvimos los colombianos. Regresó al país luego de un corto receso por los Estados Unidos, adonde fue invitado como conferencista en la universidad de Georgetown. No es una sorpresa. Él, con sus rabos de paja, no concede tiempo. Con sus aires y su porte sin límite, llegó a controlar de manera directa sus siembras de poder regional y sus negocios de todo tipo. Algunos –los jurídicos y la ‘protección’ de sus alfiles– no aguantan delegación.
Ya sin banda presidencial, su presencia en el acto de posesión del actual Presidente –sui generis en este tipo de protocolos– indicó a todas luces que en sus planes no está pasar a la sombra con el simple horizonte de su pensión de retiro. Con su peso decisorio o de consulta de manera indirecta, como sus antecesores. Apenas aterrizó, como si aún fuera el Presidente, hicieron fila para hablar con él: el Jefe de la Policía, el Ministro de Agricultura, el presidente del Congreso, y hasta el mismísimo Santos. La avalancha de visitantes y el cúmulo de reuniones oscurecieron la agenda presidencial.
Los medios de comunicación estuvieron oficiosos en cubrir la agenda del ex, que más bien parecía el in. Cada uno de los visitantes justificó su afán en acudir, bien con la ley de tierras, bien con la de víctimas, bien con la política oficial de corto y mediano plazo, bien con las investigaciones judiciales en curso. Sin duda, una agenda seria, sin tono informal.
Y de una y otra conversación, de sus ‘filtraciones’ periodísticas, de las conversaciones en público que hubo y hay en posteriores reuniones de club, se hace trascender y se comenta de sus desavenencias con las principales banderas del actual gobierno. Nada de segundo orden. Un peso en la balanza de las decisiones de Estado que pondrá u obligará a poner en “su justo lugar”: La ley de tierras. Así, también, la de víctimas. De ésta en particular, por injerencia y necesidad de Uribe y su entorno paramilitar, los poderes del Estado y de investigación buscarán la forma de excluir o quitarle peso a la carga de autorías ‘intelectuales’ y materiales que les compete a los “agentes del Estado” en la violación de derechos humanos, en las acciones militares por “fuera de combate”, etcétera.
Las visitas y conversaciones ponen en su lugar exacto al actual gobierno. Al nuevo inquilino de la Casa de Nariño que hizo un cambio en el estilo heredado, dejando atrás el lenguaje pugnaz. Con una distensión de las relaciones con los países vecinos, de reubicación y potencia de la agenda internacional –la cual tendrá un tono más dinámico con el puesto por ocupar en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas–, pero sin ir más allá, dejando ver, en vísperas de sus primeros cien días, un amargo sabor a disimulada continuidad. Disfraz.
De esta manera, quedan a la luz, pelados, los hilos del poder, en cuya preservación no sólo hay lucha de estilos sino también de intereses. Dado que, tras Uribe, todo lo heredado (en abierta violación de derechos humanos) no le sirve a la histórica imagen bogotana, de los sectores del poder –ahora de regreso– para recuperar su presencia en la región y más allá: en el país sin pavimento, están obligados a tomar una precaución.
Al menos por ahora, sus discrepancias y su puesta a tono con el giro internacional Bush-Obama y con los toques ‘democráticos’, no reeleccionistas, la acción contra Chávez (Venezuela), Evo (Bolivia), Correa (Ecuador), y luego Mujica (Uruguay), Funes (El Salvador), Colom (Guatemala) y Ortega (Nicaragua), y con el tiempo, el gobierno del PT (Brasil), no puede llevar a la discusión ni a la ruptura pública. Por eso, la manera como actúa la actual fracción de clase en el poder, su forma de asumir las discrepancias con una parte de la política heredada y con los retos por encarar en varias materias, refleja su cautela en la lectura del momento político, y los roces en el manejo del Congreso y del resto de los factores de poder.
De este modo, el juego político inmediato es de malabarismo: dilatar, ceder, ganar tiempo. ¿Hasta cuándo? ¿Hasta dónde? Y de parte del uribismo, igual: dilatar, tensionar, conservar sus espacios, presionar, amenazar y agazaparse dentro del entramado ilegal paramilitarismo-Fuerzas Armadas y órganos internacionales de inteligencia y de acciones encubiertas. Ser factor determinante momento tras momento y en el escalón 2011 y la meta 2014.
En esta disputa, y como ventaja para unos como para otros, la ausencia de una oposición fuerte, y, aún más, de una opción social y política que le ofrezca al país realizaciones y otro camino, una esperanza, les permite sobrellevar sus contradicciones sin mayor riesgo. En cuanto a la lucha por el poder, el vacío por desprestigio de la oligarquía no se transforma en forma automática como espacio popular y nuestro. En tal juego político, las opiniones de Uribe sobre las elecciones locales del 2011 no dejan duda acerca de su verdadero interés: conservar y ampliar el poder político regional.
Uribe, a la cabeza del sector que lidera y representa, se dispone a emprender una intensa campaña electoral, contienda que, sin rupturas de armonía, no estará exenta de disputas con sectores del establecimiento. Unos que no están de acuerdo con el ascenso y la consolidación política de los sectores emergentes. Con su acumulación social, cultural y legal obtenida, el uribismo espera tranquilo con un margen de fortaleza.
Los resultados de octubre de 2011 desprenderán consecuencias de todo orden para el país que tendremos en los próximos años. Para las elecciones mismas de 2014. Medirán el verdadero efecto de la parapolítica en la opinión pública regional y local. Permitirán observar en todo el país hasta dónde se reorganiza ese poder local, y si hay voluntad de quebrar –por parte de la fracción ahora en el poder– el clientelismo y otras dolencias endémicas que carga el país y que son base fundamental del histórico control oligárquico.
El entusiasmo, casi el éxtasis, que evidenciaron con su jefe –en las reuniones de salón– los adeptos del uribismo, permite medir su disposición y su actuación sin quiebre por el 7 de agosto y la no reelección. Tal actitud y tal práctica continuarán hasta el punto de asegurar que fundarán una “nueva doctrina que perdurará por los próximos cien años”.
Una exageración, a todas luces. Pero una evidencia real del convencimiento que los acompaña. Un sentir que puede hacerse creciente en la medida en que el giro hacia la derecha se profundice en el mundo en general y en el continente en particular; y en tanto no adquiera iniciativa un protagonismo popular con dirección legítima y de movilización.
Por ahora, como opción y reto queda para los movimientos sociales profundizar el esfuerzo que selle el surgimiento de una novísima posibilidad de enfrentar el modelo social abanderado por los sectores tradicionales en el poder o por quienes, del uribismo, admitieron un temporal (?) paso al lado en la conducción del gobierno, sin dejar de disputar su preeminencia en el resto de escenarios del poder. Ni uno ni otro representan un camino alternativo para una Colombia distinta.
Democracia, soberanía y justicia sólo podrán surgir de la mano de los siempre negados y excluidos.
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