En el cumpleaños del papa Francisco, Estados Unidos y Cuba anunciaron el restablecimiento de relaciones diplomáticas. En el segundo día de Janucá, Alan Gross salió de una prisión cubana y tres cubanos condenados por espionaje regresaron a La Habana.Todo ello diez días después de que Mujica ayudara a Obama a despoblar en seis personas la cárcel de Guantánamo.
Libre ya de preocupaciones sobre una reelección y a sabiendas de que sus dos años finales en la Casa Blanca estarán a la sombra de una mayoría republicana en ambas cámaras del Congreso, el presidente Barack Obama, finalmente, ha empezado a hacer lo que en 2008 dijo que haría.
Están en marcha gestiones para clausurar la prisión de Guantánamo. Obama ha usado hasta lo posible sus atribuciones ejecutivas y por decreto ha suspendido deportaciones, ha ordenado la extensión de permisos de trabajo y ha dispuesto otras medidas que amparan a unos cinco millones de los más de doce millones de inmigrantes indocumentados que aguardan que el Congreso, algún día, actúe responsablemente. Y esta semana, Obama le dio un batazo definitivo a la política de Washington hacia Cuba.
Las presiones económicas de Estados Unidos contra Cuba comenzaron a menos de un año de la entrada en La Habana de los revolucionarios acaudillados por Fidel Castro, pasaron a ser un embargo estructurado en 1961 cuando ambos países interrumpieron sus relaciones diplomáticas, y a lo largo de décadas se consolidaron por decretos de la Casa Blanca. En 1996, a contrahistoria y ya finalizada la Guerra Fría, el asunto cambió de tono: el Congreso aprobó su propia versión del embargo. Desde entonces, ningún presidente de Estados Unidos puede decretar su fin.
“No podemos seguir aplicando la misma política durante más de cincuenta años y esperar que los resultados sean diferentes”, señaló este miércoles Obama en una admisión sencilla pero crucial: el embargo ha sido un fracaso. Sólo lo continúa Estados Unidos, el único país de las Américas aparte de Canadá que nunca fue blanco de la “subversión comunista” fomentada por Cuba. Otros países que sí tuvieron guerrillas apoyadas, instruidas y hasta armadas por La Habana han normalizado sus relaciones diplomáticas, políticas, económicas, culturales y deportivas con Cuba hace décadas.
Las acciones ejecutivas de Obama, despreocupadas también de los índices de popularidad, cumplen un propósito de política interna: son medidas muy controvertidas que van quitándole dificultades a la ex senadora y ex secretaria de Estado Hillary Clinton, por ahora segura candidata presidencial demócrata en 2016 y, eventualmente, futura presidenta.
Toma y daca
La decisión de Obama, tras meses de secretas negociaciones en Canadá y el Vaticano (tanto que nadie en la prensa estadounidense –tan olfateadora– se esperaba el anuncio), no es un gesto unilateral ni libre de transacciones que Cuba ha tenido que aceptar.
El asunto ahora es ver cuánto de lo prometido mientras las campanas repicaban a vuelo en La Habana y miles de personas celebraban en las calles se llevará a cabo.
La transacción es despareja: Cuba espera que Estados Unidos haga cambios en su política exterior hacia Cuba. Estados Unidos espera que Cuba haga cambios en su política interior difíciles para un régimen que se ha perpetuado en una economía de guerra y que ha silenciado a la oposición por décadas.
De las medidas que ya aprobó Obama, el paso más espectacular es el anuncio de que Washington y La Habana reabrirán sus respectivas embajadas y el subsecretario para asuntos hemisféricos de Estados Unidos visitará La Habana en enero. Ambos estados flexibilizarán las restricciones que por medio siglo han impuesto a los viajeros entre ambos países; Washington aumentará de 500 a 2.000 dólares las remesas trimestrales autorizadas para los emigrados cubanos; se ampliarán las ventas y exportaciones de ciertos bienes y servicios desde Estados Unidos y las importaciones de bienes desde Cuba; se facilitarán las transacciones financieras; los proveedores de telecomunicaciones podrán establecer en Cuba mecanismos para servicios de Internet; Washington revisará su lista de “Estados que fomentan el terrorismo” para quitar de allí a Cuba, incluida en 1982; y Obama participará en abril en la Cumbre de las Américas en Panamá, a la cual también asistirá Cuba.
La Habana, por su parte, ha indicado que sacará de sus celdas a medio centenar de presos políticos, y queda por verse cuánto tolerará la disidencia de toda una generación nacida y crecida en el último medio siglo y para la cual la gesta de la Sierra Maestra es cosa de viejos que no justifica la represión de sus anhelos.
A los negocios que todos quieren
La revista Fortune, ese emblema del capitalismo sin vergüenzas, no demoró ni tres horas desde el anuncio de los presidentes Barack Obama y Raúl Castro para publicar un artículo sobre el negoción que representa la posibilidad de importar unos 100 millones de dólares en cigarros cubanos, vedados aquí por décadas. “Las importaciones de tabaco y bebidas alcohólicas cubanas tendrán un tope de 400 millones de dólares y el límite para todos los productos cubanos que pueden traerse a Estados Unidos desde Cuba será de 400 millones de dólares”, indicó Fortune.
No es que los estadounidenses con medios y poder no hayan podido disfrutar de sus Cohíbas y Montecristos todo este tiempo. El presidente John F Kennedy, adicto a la fumata, ordenó la compra de 1.200 cigarros cubanos pocas horas antes de que la importación pasara a ser ilegal con la prohibición total de importaciones desde Cuba en 1962. Miles de estadounidenses desde entonces han comprado los cigarros cubanos en México y otros países y los han traído en sus valijas. Los cigarros y el ron cubanos son sólo dos líneas de productos de la isla que los estadounidenses adoran. Por años, numerosos grupos empresariales han presionado a Washington por el levantamiento total del embargo, y han abierto líneas de comercio limitadas para la exportación de productos estadounidenses a la isla.
El poder adquisitivo de los cubanos es miserable, pero un mercado de 11,2 millones de personas que poco tienen en materia de teléfonos celulares, televisores, ropas, alimentos, medicamentos, automóviles, computadoras y las miríadas de chiches de la economía de mercado es de todos modos una presa deseable.
Los contras
Por supuesto, numerosos portavoces del exilio cubano se irguieron en furia este miércoles y han acusado a Obama de traidor, cobarde y otros epítetos menos publicables. El senador republicano de Florida Marco Rubio, hijo de emigrados cubanos, copó los medios y calificó la decisión de Obama como “absurda”. “Este vuelco total de política se sustenta en una ilusión, una mentira”, afirmó Rubio. El joven, que tiene ambiciones presidenciales, tiene razones políticas muy válidas para aprovechar el momento: el ex gobernador de Florida, Jeb Bush, ha indicado que podría buscar la candidatura presidencial republicana en 2016, y para Rubio esta es la oportunidad de distinguirse con lista propia.
Pero la osadía de Obama crea un dilema para los republicanos. La mayoría de los estadounidenses ha nacido, como Obama mismo, después de la caída del dictador Fulgencio Batista. Las historias de fusilamientos, confiscaciones, la gesta fallida de Bahía de Cochinos, los misiles soviéticos, son todo parte de un pasado que pocos recuerdan y menos entienden. Para el votante estadounidense el embargo contra Cuba es un anacronismo sin razón.
La comunidad cubana, que sigue recocinando en la Calle Ocho y el restaurante Versailles su derrota, encara lo inexorable: el tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos, y las generaciones de cubanos más jóvenes en Estados Unidos no son tan acérrimas. Hay otros asuntos más actuales que interesan al votante estadounidense en general y al cubano en particular.
Los contentos
El representante demócrata de Nueva York Charles Rangel estaba en La Habana cuando se hizo el anuncio, y con una sonrisa incontenible declaró su satisfacción porque, finalmente, Washington haya aceptado que su intento de doblegar a Cuba por hambre ha fracasado. “Por muchos años hemos trabajado para la normalización de relaciones”, dijo Rangel. “Obama mismo había indicado la necesidad de cambiar la política hacia Cuba en su campaña electoral de 2008. Ahora llegó el momento y tanto el pueblo de Estados Unidos como el pueblo de Cuba lo celebran.”
También contentos están la familia de Alan Gross en Maryland, y las de los tres cubanos del “grupo de los cinco”, que cumplían sentencias por espionaje. A su retorno a Washington tras cinco años de prisión, Gross agradeció a Obama por las gestiones que lo liberaron y declaró su pleno respaldo a la normalización de relaciones entre Estados Unidos y Cuba.
Según La Habana y Wa¬shin¬gton, Gross, un contratista detenido en Cuba donde trabajaba para la Agencia Estadounidense de Desarrollo Internacional instalando Internet para la comunidad judía ortodoxa, fue liberado por “razones humanitarias”, no en canje.
El canje, al mejor estilo de la Guerra Fría (para beneficio de los lectores más jóvenes, concluida hace dos décadas), fue entre los tres cubanos y un agente de Estados Unidos no identificado hasta ahora que llevaba casi veinte años preso en Cuba.
El historiador y activista comunitario Elías Aseff Alonso en La Habana dijo al diario The Wall Street Journal que “la ayuda financiera será inmensa. Más dólares llegarán a la gente en las calles. De una u otra forma esto ayudará económicamente a los cubanos, veremos un flujo de dólares en el país”. Lo mismo piensa la periodista independiente y disidente cubana Miriam Celaya, quien comentó que “esto pone al gobierno cubano en la defensiva”. En el blog de la también disidente Yoani Sánchez, Celaya elogió los acuerdos como “una movida estratégica e inteligente. No es una derrota para la democracia ni una traición contra el pueblo que dentro de Cuba lucha por el avance de la democracia”.
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