José de Jesús Pimiento, aunque a muchos les parezca un nonagenario (95 años) inofensivo, es uno de los más acerbos representantes de una especie –la clerecía militarista católica– que por siglos ha ofuscado y perseguido hasta la muerte a los voceros de los empobrecidos y sus esperanzas en Colombia. El papa Francisco (queda por investigar si el ahora nuevo cardenal realmente tuvo un papel importante en la elección del papa argentino) acaba de nombrarlo cardenal de la iglesia. Ese nombramiento es alta y exclusivamente simbólico pues no tiene, en sí mismo, una eficiencia práctica toda vez que, según el Derecho Canónico, no puede ser elector de papas ni ser elegido tal y, según su edad, no tendría condiciones físicas para viajar a medrar en Roma. Pero el simbolismo sí que contiene un mensaje altamente eficiente y demoledor en el momento político que vive nuestro país, lo vamos a ver más adelante.
La computadora de la muerte
Por los años ochenta me contó un obispo que mi nombre estaba registrado, con todo un prontuario eclesiástico, en el “computador de la muerte”. Así denominábamos los sacerdotes y monjas populares a una base de datos inventada por los arzobispos López Trujillo y Pimiento para montar una eficaz persecución a las y los agentes de pastoral comprometidos con las transformaciones sociales de Colombia en favor de los negados y oprimidos, para delatarlos y reseñarlos ante las autoridades militares.
De ese computador salieron, por ejemplo, los nombres del sacerdote Jaime Restrepo y de la religiosa Teresita Ramírez. El propio cardenal López Trujillo puso sus nombres en la lista de los que el comandante de policía de Antioquia, Waldemar Franklin Quintero, debería observar, perseguir y meter en cintura. A los pocos meses los dos cayeron víctimas de balas sicarias en Cristales, corregimiento de San Roque –Antioquia. Unos meses después, y por obra y gracia de ese mismo computador, salí yo para el exilio. Al convento de mi exilio en Suiza llegó un día el arzobispo colombiano. Me lo presentaron y, al oír mi nombre, dijo “ah tú eres ese peligroso teólogo de la liberación…”. En dos días de acompañarlo, intimamos un poco (con obispos no se puede ser amigo) y me confesó que efectivamente mi nombre reposaba en el computador y por eso él me había identificado al saludarme.
Esa foto que le dio la vuelta a Alemania
En esos años de exilio fui invitado a una ponencia en Aachen, Alemania; disertaría sobre el compromiso político de los obispos de Colombia. Yo sabía bien de qué modo la mayor parte de los obispos de nuestro país estaban de parte del proyecto burgués-capitalista dominante. Pero sabía también que eso no sería recibido con agrado en esa diócesis alemana donde había una camarilla aliada con esa ala ultraconservadora de la jerarquía eclesiástica colombiana. Por eso, y para ser claro y dar con fuerza, por todo discurso puse a circular por entre la enorme audiencia dos fotos que mostraban al arzobispo de Manizales, José de Jesús Pimiento (¡el hoy electo cardenal!), en una bendiciendo un campo de entrenamiento paramilitar y en la otra colocando escapulario y amuletos católicos a los sicarios de esos escuadrones de muerte. Ese es el mortal señorón que las cúpulas del poder vaticano consagran como modelo de catolicismo.
¿Quién es el anciano cardenal Pimineto?
Este santandereano de Zapatoca es un enemigo acérrimo y sin reatos de conciencia de la “iglesia de los pobres” y de sus aliados en favor de los históricos procesos de liberación. Como presidente del episcopado colombiano, como arzobispo de Manizales y como administrador apostólico de Socorro y San Gil (1972-1998), persiguió durante 26 años a obispos, sacerdotes, monjas, religiosas, mujeres y hombres laicos que luchaban por un país equitativo, justo e incluyente. Se opuso frenéticamente a la aplicación en Colombia de las reformas del Concilio Vaticano II y a los audaces compromisos socio-políticos de la segunda conferencia del episcopado de todo el subcontinente latinoamericano, y luchó sin pausa por confeccionar e imponer un episcopado nacional ultraconservador y reaccionario, todo hecho a mano y según los dictados de la conveniencia del poder político hegemónico. Fue, en todo ese batallar político y en su boicot energúmeno a la iglesia de los pobres en todo el continente, un aliado estratégico del hoy también casi nonagenario cardenal Darío Castrillón, obispo de Pereira en ese entonces, beneficiario y mecenas de narcotraficantes y hoy en día archivado en Roma.
¿Qué mensaje esconde su nombramiento?
En el momento político que vive Colombia en conversaciones hacia una firma de acuerdos de desarme y de paz, conversaciones que convierten a las guerrillas más estructuradas y añejas del país en interlocutoras políticas capaces y válidas, el Vaticano mete baza a favor de los protectores del paramilitarismo; con hacer visibles a esos sus prohombres simbólicos –caso del cardenal Pimiento– ese centro de poder religioso-político está proponiendo-imponiendo a gritos la resurrección del protagonismo por hoy silenciado de los ejércitos paramilitares. Ese nombramiento no es ni ingenuo ni bondadoso, es mucho más que un homenaje póstumo inocuo y carente de carga ideológica. Y, algo peor, se está fortaleciendo, para el evento nada seguro de un posconflicto, un ejército eclesiástico de contrarreforma política y de resistencia al avance del proyecto político de los silenciados, oprimidos y empobrecidos.
¿Quién manda ese mensaje?
El análisis que acabo de plantear gana fuerza y sentido cuando se toma en consideración la persona de quien debió tener el influjo definitivo para la elección del nada manso cardenal. Los nuncios del papa en los países que tienen relaciones diplomáticas con el estado Vaticano –caso de Colombia– son embajadores que, con rango de obispos y con afectada “humildad de garabato” (muchas venias, inclinaciones y retorcimientos con nada de virtud por dentro), inciden resuelta e impúdicamente en los asuntos internos de los estados donde operan. El nuncio del Vaticano en Colombia, y desde hace cerca de dos años, es el obispo italiano Ettore Balestrero, nombre muy ligado a los escándalos que más han conmocionado a la iglesia romana en las últimas décadas. Su padrino es el cardenal Tarcisio Bertone, el enemigo más poderoso que tiene hoy en día el propio papa Francisco en las satanerías que se viven en el llamado “palacio apostólico”. Bertone propuso el nombre de Balestrero para el episcopado, Bertone lo consagró, Bertone lo destinó a Colombia. Y Bertone fue su padrino, según la prensa italiana, en el control de las finanzas del Vaticano, en el tráfico de influencias, en la imposición de obispos contrarios a todo espíritu de compromiso con la libertad en el mundo entero, en filtración de documentos para derrocar al papa Ratzinger y en toda la trama de corrupción que allá se ha enquistado.
Con alma de banquero corrupto –al fin y al cabo uno de los eclesiásticos más ricos en la actualidad–, Balestrero tenía que mover su dedo inquisidor hacia el lado de las macabras fuerzas paramilitares colombianas, en esta hora de conversaciones de paz. ¡Esa es la fuerza simbólica del muy anciano cardenal Pimiento!
La eficiencia política de este nombramiento
Aunque mi tesis parece osada, creo que no lo es, dadas todas las premisas que anteceden al hecho final de esa elección de otro cardenal para Colombia. El primer contenido implícito del hecho es un mensaje a los obispos de Colombia que puedan estar terciando a favor de una transición política más parecida a una democracia: que la línea Pimiento está viva, que la iglesia de los pobres esta vez tampoco va a pelechar, que los vientos vaticanos de reforma no encontrarán campo abierto y abonado en Colombia, que las prédicas libertarias y antropológicas del papa Francisco aquí no podrán ser oídas, y menos, puestas en ejecución. Y el otro contenido implícito, el más grave, el más peligroso, el más amenazante para las construcciones de democracia plural, incluyente, equitativa y justa que hacemos desde abajo, es que aquí el paramilitarismo es el que quiere, a todo trance, capitanear la jugada. Y que, si un día tuvieron arzobispo para bendecir sus estrategias y sus armas, ¡hoy tienen cardenal!
* Animador de Comunión Sin Fronteras, Medellín.
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