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Desenterrar y hablar: de cara a los rastros de la vida

Desenterrar y hablar: de cara a los rastros de la vida

La guerra no le es ajena a nadie, más bien, es capaz de enajenar a los humanos […] Y puede que el arte sea un medio capaz de sufragar un pequeño foco del dolor, si acaso éste se pudiese medir.

 

“Para la mayoría de los hombres la guerra es el fin de la soledad. Para mi es la soledad infinita”.
Albert Camus

 

Un sentimiento confuso y expectante me invade cuando me cruzo con el mural que está en la sala principal de la Biblioteca Central de la Universidad Nacional –sede Bogotá. Un blanco que resalta sobre las baldosas oscuras y los recuadros colgados que parecen moverse conmigo, como un espejismo, como abogando por la fascinación de Borges. Cuando me detengo, las imágenes me devuelven un “escojido… gracias por los favores recibidos”. Pareciera ser que la ortografía se conserva a propósito, pero me intriga conocer el por qué. Al observar detenidamente los hologramas se observan imágenes de tumbas, algunas vacías, otras con flores, pero el agradecimiento se repite en casi todas. A un costado del mural se lee “Réquiem NN”, ésta palabra evoca en mí el sonido del órgano en las iglesias católicas a la hora de velar a los difuntos, lo extraño es que algunas tumbas tienen un nombre escrito, entonces, ¿por qué NN? Al salir, la noche advierte su llegada con el fuerte soplido del viento. Aún faltan tres días para su inauguración.

 

Mural Requiem NN

Ése mismo viento transgresor de cuerpos es el que me recuerda que ha llegado el día, entonces me encamino hacia la Hemeroteca Nacional Universitaria Carlos Lleras Restrepo, donde comienzan a llegar carros de todos los modelos, principalmente camionetas negras o grises con vidrios blindados, y algunas motos oscuras. El busto del expresidente saluda a los visitantes desde las escaleras que comunican con la entrada. Eso sí, casi todos los presentes portan una elegancia característica de las inauguraciones: los hombres en traje y las mujeres, en su mayoría, en vestido. Yo me inclino a mirar los agujereados jeans por donde sobresalen mis rodillas y comienzo a pensar que no fue el mejor día para usarlos.

Desde la entrada se observan más murales blancos en los que reposan letras y recuadros de pinturas. En uno de estos muros se lee: “La guerra que no hemos visto”. En su descripción explica que los cuadros son la recopilación de algunos de los trabajos realizados en un taller realizado con excombatientes en su proceso de reinserción social, razón por la cual los dibujos, desde una perspectiva estética, se componen de trazos sencillos. Lo verdaderamente importante no es la imagen sino lo que aquella evoca y comunica.

Cada una de las pinturas está acompañada por una corta descripción de lo retratado en el lienzo. Una de las más impactantes dice: “[…] Los cuatro muchachos no habían pedido permiso, ni nada, para poder entrar, pues allá tocaba era pedir permiso. Los cogieron y los tuvieron tres días amarrados […]. El deseo de ellos era graduarse, seguir adelante, acabar los estudios pa’ ayudarle a la familia […] La guerrilla se enojó y de una vez los iban matando, y los mataron a todos cuatro. Yo, como soy tan de blandito corazón, yo lloré, pero como allá no puede dejar que miren que uno está llorando, que es una sanción durísima…”. Hacen un llamado general. La inauguración está a punto de comenzar.

Tan de blandito corazón

 

─ “Buenas noches a todos. Mi nombre es Ingrid Liliana Torres, curadora de la presente exposición “Desenterrar y hablar: una etnografía estética de la guerra en Colombia”. Ésta surge de la iniciativa de Yolanda Sierra, docente del grupo de Arte y Cultura de la Universidad Externado, y gira en torno a la temática de la reparación simbólica y el papel del arte en el posconflicto; y para ello toma tres proyectos de Juan Manuel Echavarría y Fernando Grisález: La guerra que no hemos visto, Réquiem NN y Silencios. Le concedo la palabra a Yolanda.

─ La guerra causa daños colosales en la sociedad y éste proyecto nos recuerda quiénes son los verdaderamente afectados. Gracias al arte, como mecanismo estético capaz de transformar la realidad, podemos trabajar por la superación de los arquetipos latentes que se intensifican en el conflicto armado. Juan Carlos Henao, rector del Externado, no pudo venir el día de hoy pero escribió una carta para éste evento, en la cual resalta los problemas actuales de la erradicación de las artes bajo la excusa de su inutilidad frente al mercado, ignorando que el vigor y el fin de la guerra precisan usar los sentidos, a partir de la estética, para superar un conflicto. Recalca que en éste proyecto se evidencia la solidaridad con las víctimas, y es un llamado de auxilio a las escuelas rurales. Pero, ahora que hablen los personajes principales, ¿Fernando?

─ Gracias Yolanda. Creo que “Desenterrar y hablar” es una experiencia que nos permite enfrentarnos con nosotros mismos, es una vivencia conmovedora y es lo que me ha impulsado a llevarle el ritmo a Juan Manuel, porque en realidad ha sido una labor extenuante y de bastante dedicación, ¿cierto?

─ Verdaderamente. Por ejemplo, el proyecto que ven a mis espaldas se llama “Silencios”. Comenzó cuando el 11 de marzo de 2010 fuimos invitados al viejo Mampuján –en los Montes de María–, la comunidad rememoraba los 10 años de su destierro por el grupo paramilitar “Héroes de los Montes de María”. En el recorrido observé una escuela abandonada, entramos y en éste tablero estaban escritas las vocales, excepto la “o”, desde ahí nos decidimos a buscar los vestigios de la vida, porque entre las víctimas de la guerra, la educación continúa siendo una de las principales afectadas. Por esta razón también es que en 2007 iniciamos talleres con los excombatientes, les permitíamos pintar lo que quisieran y, cuando merecimos su confianza, les dije: “Enséñenos qué es la guerra. Yo vivo en Bogotá, en una burbuja. Pinten lo que deseen”. Y así fue, nos hablaron con pinceladas”.

Silencio con grieta

La sala se sumerge entre aplausos y los asistentes comienzan a disgregarse. Yo me atrevo a hablarle a Fernando, quien me comenta acerca de lo que fue encaminarse a perseguir los rastros de la vida: “Cuando viajamos a los Montes de María había terrenos a los que no se podía llegar en carro, por lo que había que caminar largas horas guiados por uno que otro campesino. Una vez me sorprendió cuando uno de ellos señaló unos escombros y dijo: ‘allá nací yo, y ésa era la escuela del pueblo’”. Levanto la mirada y me impacta la imagen de un hombre solitario con carteles eróticos de mujeres que cubren el tablero, le comento a Fernando y me dice: “Sí, estos salones se convirtieron en hogares, o más bien en refugios con cortinas y hamacas, otros en potreros, incluso hay algunos en los que no reina más que el mutismo en el que se sumieron tras la guerra. Mejor dicho, su destino fue el olvido de la educación”. Entonces pienso que quizá la guerra ha triunfado en muchos territorios porque donde debería estar fundándose el futuro, no queda más que el miedo y las ruinas. “Sólo una sigue funcionando en Palo Alto, Sucre, esto delata el descenso poblacional que trajo la guerra al campo”, finaliza Fernando.

Me despido de Fernando recordándole la cita para dentro de unas semanas. Me acerco a un televisor en el que se observa a un burro dando vueltas por el corral (antigua escuela), se mueve impacientemente de un lado a otro, como aguardando un milagro, y sin saber qué hacer consigo mismo. Está allí, de pie, mirando una pared. Luego pareciera advertir mí presencia al mirar a la cámara, es como si me preguntara qué ha pasado allí. De repente la pantalla se oscurece y escucho la voz de un campesino: “Parece que el burro traía a un niño a la escuela, y ahora el burro vuelve por ese niño que ya no está”. El vacío es inmediato. Me doy la vuelta y siento en mis ojos el dolor que mana.

Ya han pasado los días y el calendario me recuerda que al mediodía es la cita en la Biblioteca Central con Fernando. En medio del bullicio citadino vienen a mí los versos del poeta cuando suplicaba, “[…] Llevadme, por piedad, a donde el vértigo con la razón me arranque la memoria. ¡Por piedad! ¡Tengo miedo de quedarme con mi dolor a solas!” Pienso que tal vez éste sea el temor de las víctimas: el miedo al vacío, a la soledad de la memoria. Y puede que el arte sea un medio capaz de sufragar un pequeño foco del dolor, si acaso éste se pudiese medir.

Silencio con diálogo

 

Al llegar, hablamos acerca de “Réquiem NN”, proyecto que nace en 2006 y termina en 2010. Acerca de éste me comenta que las personas que viven en Puerto Berrio, Antioquia, fundaron una tradición peculiar: acoger los cadáveres que el río Magdalena trae. Estos cuerpos, o restos de ellos, son recogidos por los habitantes que les conceden un lugar en la cripta, rezan por ellos, les llevan flores, los bautizan e, incluso, hay quienes les donan su apellido, a pesar de nunca haberlos conocido. “Aquí nosotros rescatamos a los NN, creemos en sus almas, y nos hacen milagros; además, los adoptamos como si fueran nuestros”, afirma la comunidad. Esto representa una verdadera resistencia contra la guerra, no permiten que estos cuerpos se pierdan en la mar, no les niegan un más allá, desde su concepción religiosa, y cuando menos dignifican a los muertos en una ceremonia de duelo. Les dan una historia, un pasado. Este acto de valentía quiere hacerle justicia a los muertos, esgrimiendo que cualquiera de ellos podría ser uno de sus desaparecidos. Los hologramas representan un contraste entre el antes y el después de las tumbas.

“Cuando expusimos el proyecto allá, todo el pueblo se reunió en la plaza principal, exceptuando al cura y al alcalde”, recuerda Fernando. También se lamenta por no haber vuelto al pueblo y teme que ésta tradición la hayan acabado los problemas eclesiásticos y políticos, pero sentencia diciendo que “eventualmente tendrá que acabarse porque esperamos que con la firma de la paz el río ya no sea un lugar para los muertos”.

Nos sentamos con Ingrid y Fernando para seguir hablando acerca de los proyectos. Les comento que me causa curiosidad que un excombatiente sea capaz de retratar ese pasado tan doloroso. “Todo es un proceso. Cuando comenzó en 2007, bajo el Programa de Reintegración de la Alcaldía, se dictaron cuatro talleres de pintura en dos años, en cada uno recibíamos diferentes desmovilizados: exmilitantes de las Farc, exparamilitares bajo la ley de Justicia y Paz, como también miembros del Ejército heridos en combate. Verse frente a ésta mezcla de experiencias es impactante y, en principio, resultaba necesario construir confianza”, contesta Ingrid.

La guerra no le es ajena a nadie, más bien, es capaz de enajenar a los humanos. Una de las experiencias que recuerdan es que, al principio, ninguno de los excombatientes se sentaba de espaldas a la ventana porque en la guerra esto era ser un blanco fácil. “Pero fue bello presenciar que, a medida que pasaban las sesiones, ellos eran capaces de transgredir esta barrera y sentarse contra la ventana. Esto me conmovió porque precisamente representa una verdadera reparación en su vida”, dice Fernando.

Ingrid y Fernando son egresados de pregrado y maestría en Artes plásticas de la U. Nacional, ellos me comentaron su opinión con respecto a la actual problemática de la infraestructura y el cierre de admisiones a la carrera de Artes plásticas. “Antes, la universidad era el espacio donde la indiferencia del país no conseguía permear, pero ahora pareciera ser que por fin lo logró y eso, eso es lo verdaderamente preocupante”, afirma Ingrid.

Al final de la conversación nos concentramos en especular sobre el impacto que podría tener ésta exposición en la Universidad, debido a que se resaltan los problemas educativos existentes en las escuelas rurales, que no parecen estar tan alejados de los que atañen a las urbanas, por ejemplo la escasez de presupuesto. En el campo es necesario hacerse una pregunta, sin ánimos de justificar ningún acto, ¿qué otra oportunidad hay donde la educación ha sido erradicada? Juan Manuel Echevarría, aunque no estaba presente, respondería diciendo que el problema es que los excombatientes “primero tuvieron en la mano un arma, antes que una crayola”. Pero en la ciudad no hay excusa. No estamos lejos de entrar en contacto con esos silencios educativos.

 

Silencio escrito

 

Al despedirme de ellos, pienso en las víctimas que, como El Quijote, se enfrentan a una locura en medio de la soledad más desgarradora. Luego de observar todas éstas exposiciones me detengo ante la entrada de la calle 26, donde alguna vez estuvo escrita una frase: “Podrán cortar las flores pero nunca detendrán la primavera”. Entonces, ante esta experiencia, es posible ser el cortante cuervo y decir: nunca más. Nunca más a algo como la guerra.

Me siento a esperar el bus, el ruido de los carros interrumpe mis pensamientos, pero ni el rugir citadino es capaz de hacerme vacilar al pensar que, en realidad, “lo bonito es estar vivo”, como estaba escrito borrosamente en uno de los tableros. Vivir, no existir, es el acto más revolucionario en nuestra sociedad, pero pareciera que la memoria es tan sólo otro eufemismo en lo tocante a la guerra. La gran apuesta de ésta exposición es sentir, al reflexionar, es desenterrar el monumento a la amnesia, erigido con respecto al conflicto vivido por décadas, es exponer la realidad a quienes vivimos en una Bogotá que, en muchas ocasiones no pareciera estar en Colombia.

Las ruedas del tiempo siguen girando, el otoño casi eterno continúa consumiendo las paredes de las escuelas y, pese a todo, las tizas, los lápices, las letras borrosas, y los tableros desgastados, no ceden a la muerte, siguen ahí, en pie… esperándonos.

 

  

 

 

Información adicional

Autor/a: Miguel Ángel Tavera Cárdenas
País: Colombia
Región: Suramérica
Fuente: Revista Ciudad Blanca. 16/10/16

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