Fue considerada después, y con justicia, la primera gran batalla y a la vez la decisiva. Un destacamento de obreros y soldados ya revolucionarios, armados de fusiles y revólveres que por miles se habían distribuido el día anterior, se acerca a las barracas de los motociclistas, considerados uno los cuerpos más reaccionarios del ejército. Con gesto decidido se colocan frente a la verja que las rodea y se disponen a desalojarlos por la fuerza. Ni siquiera los intimida el nido de ametralladoras allí apostado. Es el día 27 de febrero y Petrogrado se encuentra ya en poder de las masas insurgentes1. Columnas de humo se elevan desde las comisarías de policía y desde la Audiencia (Palacio de Justicia). Cae la verja de madera. Años después Kajurov, uno de los principales dirigentes obreros revolucionarios, diría: “Las barracas ardiendo y la valla que las rodeaba derribada, el fuego de las ametralladoras y de los fusiles, los rostros agitados de los sitiadores, el camión lleno de revolucionarios armados que se acerca a toda marcha, y finalmente el automóvil blindado que llega con sus bruñidos cañones, ofrecían un espectáculo magnífico e inolvidable”2. Bastaron unos cuantos disparos de cañón contra la barraca principal. Cae muerto el comandante y el resto de oficiales, despojándose de sus charreteras, emprenden la huida; los demás se rindieron. La huelga general y la movilización callejera se habían transformado en insurrección. En insurrección triunfante.
Las mujeres al frente y dando ejemplo
Nada había sido previsto y mucho menos planificado. Aunque fue el resultado de todo un proceso acumulativo, la verdad es que nadie se imaginaba siquiera este desenlace. Las organizaciones políticas que había entre los obreros, principalmente socialistas revolucionarias o socialdemócratas (en sus dos fracciones, mencheviques y bolcheviques)3, no consideraban oportuno lanzarse a una acción de gran envergadura, a pesar de que en el último año, cada huelga por pequeña que fuera tendía a transformarse en un choque abierto con la policía, el cuerpo armado más feroz y odiado por la población. Esto es, a pesar de quela situación en Rusia y especialmente en su ciudad industrial se ajustaba, con visible exactitud, a la metáfora de la caldera. Sin embargo, parecía lógico pensar que, después de toda la propaganda patriótica belicista y siendo dichas organizaciones, como lo eran, tan débiles, al régimen le quedaba fácil lanzar sus fuerzas de represión en contra de cualquier sublevación. El comité bolchevique del barrio obrero “rojo” de Viborg, inclusive, había decidido no aconsejarla huelga en aquellos días.
Pero las mujeres obreras, al parecer, pensaban otra cosa. El 23 de febrero se celebraba el día internacional de la mujer4 pero, lejos de repetir los tradicionales eventos de discursos y flores, decidieron “conmemorarlo” más bien con una huelga. Y fueron las obreras de las principales industrias textiles quienes iniciaron la lucha y enviaron comisiones a las fábricas metalúrgicas para pedir a los compañeros que se sumaran al movimiento y así se inició la gran huelga de masas que muy pronto se convirtió en sucesivas y cada vez más grandes movilizaciones callejeras.
Ese día entraron en huelga más de 90.000 obreras y obreros. Al mismo tiempo manifestaciones de mujeres trabajadoras acudían a la Duma Municipal a exigir pan. Enviaron algunos piquetes de policía pero la jornada terminó sin incidentes. El 24, la huelga abarca ya a más de la mitad de los obreros industriales de Petrogrado, con la particularidad de que los huelguistas no se quedan en la fábrica sino que se lanzan en manifestación al centro de la ciudad. Las consignas no se reducen a la exigencia de pan y en una evidente cualificación política aparecen las de “Abajo la autocracia” y “Abajo la guerra”. Se suman nuevos grupos de manifestantes, entre los que se destacan los estudiantes, hasta conformar una verdadera multitud vociferante que no permanecía quieta en la plaza Snamenskaia sino que recorría, una y otra vez, la Avenida Nevski. Al mismo tiempo la muchedumbre movilizada en toda la ciudad se vuelca de un barrio a otro, engrosándose en la marcha. Y un detalle significativo: los cosacos que fueron enviados a disolver las manifestaciones se negaban a disparar.
Entre tanto, en el Consejo de Ministros se subestimaba la gravedad de la situación. Se tenía un plan de incremento gradual de la represión. Primero la policía; si era necesario la montada, pero inicialmente con látigo y lanza. Luego, de acuerdo con la evolución de los acontecimientos vendría la infantería del ejército y las armas de fuego. Y así se fue desplegando. El día 25 ya coincidían las diferentes fuerzas armadas. Comienzan los choques y se multiplican los disparos. Y nuevamente el detalle mencionado: los cosacos enfrentan ahora a la policía montada. Pero, del lado de la revolución, la lucha también se ampliaba. La huelga obrera ya involucraba, según se calculó en el momento, más de 250.000 trabajadores. Se incorporaban pequeñas empresas. Y algo más: el transporte de tranvías entra en paro; los establecimientos comerciales cierran. Los obreros en lucha se toman los correos y telégrafos. Pero la revolución carece de armas. Se corre la voz: “hay que quitárselas a la policía”. Poco a poco se retira la policía, reemplazada por soldados armados de fusiles.
El Zar Nicolás II, quien a la sazón se encontraba fuera de Petrogrado, en el frente de guerra más próximo5, da la orden, vía telegráfica, al general Jabalov, comandante militar de la ciudad, de que acabe con los disturbios “¡mañana sin falta!”
Únete a nosotros
Sin duda, el rasgo más protuberante y significativo de este momento decisivo de la revolución rusa fue la insubordinación de los soldados y su paso a las filas de la revolución. Las condiciones estaban dadas, en buena parte por los desastres de la guerra pero también por la proximidad social de los mismos con los trabajadores sublevados. Especialmente las reservas que permanecían en la ciudad, hijos, hermanos, cuñados, amigos. Y esto lo sabían los obreros. A los gritos de “no disparen contra nosotros sus hermanos de clase” se añadía la consigna de “únete a nosotros”. Las mujeres cumplieron aquí también un gran papel, mezclándose con gran audacia entre las filas de soldados para encarecerles: desvíen las bayonetas, únanse a nosotros, ante lo cual los soldados no pueden menos que conmoverse y avergonzarse; vacilan y finalmente bajan las armas. Es cierto que hubo casos en los que dispararon contra la multitud, pero no fue lo más común. Como bien lo señala Trotski: “En las calles y en las plazas, en los puentes y en las puertas de los cuarteles, se desarrollaba una pugna ininterrumpida, a veces dramática y a veces imperceptible, pero siempre desesperada, en torno a alma del soldado”6.
Tal era la situación el día 26 que, por cierto, no había dejado de suscitar angustia entre los activistas revolucionarios pues era domingo. Y en efecto, al amanecer, la ciudad parecía tranquila, sin embargo, poco a poco se van formando las manifestaciones que, a la manera de ríos humanos, se dirigen al centro. La ciudad está militarizada. Por todas partes circulan patrullas, piquetes de caballería y han apostado numerosas barreras de soldados. Se multiplican los enfrentamientos. Los policías, convertidos en francotiradores, disparan desde las ventanas, las azoteas, las torres. La multitud emplea en un principio solopiedras y pedazos de hielo principalmente contra la caballería. Pero no pierde la fe en el apoyo de los soldados. Y no hay equivocación alguna. Se dio el caso de un regimiento que ametralló a la multitud en la avenida Nevski. Pero fue contra producente. Al terminar el día se sublevó la cuarta compañía del regimiento imperial de Pavlovski, luego de conocer este hecho. Este fue el comienzo de una cadena de sublevaciones y de deserciones que llevaron a lo más importante: destacamentos enteros del ejército se pasaron con todo y armas al lado de los insurrectos.
Este hecho, junto con las recuperaciones de armas, y la captura de algunos arsenales para lo cual bien había servido la toma de comisarías, le dio al levantamiento el perfil de una verdadera insurrección. Al mismo tiempo se fue construyendo y fortaleciendo una estructura organizativa. Los principales barrios obreros quedan bajo el control de comités revolucionarios. En este punto cabe aclarar que el levantamiento parece espontáneo pero no es impersonal, centenares de activistas y dirigentes, algunos de los cuales son mayores y traen la experiencia de la revolución de 1905, se colocan al frente y contribuyen a darle un sentido. Una estructura militar pero también política. Se vuelve al organismo descubierto y puesto en práctica años atrás durante aquella revolución de 1905: el consejo obrero o soviet, que ahora fue de obreros y soldados.
Pero no se crea que los soldados toman la decisión de cambiar de bando sólo por efecto del discurso; para ellos, sometidos a una disciplina, y acostumbrados a obedecer, es definitivo tener la convicción y la confianza de que ya no hay marcha atrás. Y eso fue lo que se garantizó la víspera del día decisivo, el 27 de febrero. De ahí la importancia de la actitud resuelta y la disposición de llegar hasta el fin por parte del proceso y de sus formas organizadas. Lo decía, en su informe secreto a sus superiores, el agente de la policía secreta (Okrana), Churkanov, infiltrado en el comité de dirección de los bolcheviques: “el pueblo tiene la certeza de que ha empezado la revolución, de que el triunfo de las masas está asegurado, de que la autoridad es impotente para aplastar el movimiento, puesto que las tropas están a su lado; de que el triunfo decisivo está próximo …de que el movimiento iniciado no irá a menos sino que, lejos de eso, crecerá ininterrumpidamente, hasta lograr el triunfo completo e imponer el cambio de régimen”7.
El 27 de febrero, como se ha dicho, se consolida la victoria. El general Jabalov ya no encuentra destacamentos que le obedezcan. De las cárceles se rescatan los presos políticos, incluido el comité bolchevique de Petrogrado que había sido puesto preso cuarenta horas antes. En la tarde numerosos obreros, soldados, jóvenes estudiantes y gentes del pueblo invaden el Palacio de Táurida sede de la Duma Nacional. Allí se instaló también el recién conformado Soviet que inmediatamente nombró un Comité Ejecutivo. Y comenzó a despachar el Estado mayor de la Revolución. En los días siguientes caen los principales palacios incluida la gran Fortaleza de Pedro y Pablo; levantamientos similares aunque menores se registran en Moscú y Kiev y el pueblo asume el gobierno en una tras otra de las medianas y pequeñas ciudades del vasto Imperio.
El derrumbe definitivo de la Monarquía
La dinastía de los Romanov en Rusia se cayó casi sin darse cuenta. Estaba podrida. El último de sus monarcas, Nicolás II, un hombre de maneras gentiles pero corto de entendederas, de quien se decía que vivía sometido a los caprichos brutales de la Zarina, apenas se sostenía gracias al papel que le habían asignado las potencias al Imperio en la Gran guerra. La propia nobleza, incluido su hermano el Duque Miguel, desconfiaba profundamente de sus capacidades; en diciembre del año anterior un grupo de nobles se había encargado de asesinar al monje Rasputín consejero consentido de la Zarina Alejandra. La corte era un nido de conspiraciones. Por su parte, la burguesía liberal que gozaba de ciertos retozos de participación desde la creación de la Duma, como resultado indirecto de la revolución de 1905, sostenía, como gran programa de reforma, la creación de una Monarquía Constitucional, pero siempre se detenía ante la imposibilidad de convencer o forzar el Zar a aceptarla8.
En estas circunstancias no deja de sorprender la absoluta inconsciencia sobre su propia debilidad que demostraba el Zar ante la gravedad de los acontecimientos. Antes veíamos el mensaje enviado a Jabalov; era la mano dura que le urgía la Zarina. Sin embargo, ella misma, el día 26, le daba un parte de tranquilidad, del cual tendría que arrepentirse horas después. El Zar intentó regresar a Petrogrado. Sin embargo tuvo que desviarse hacia Paskov; los trabajadores del ferrocarril, con astuta ironía, le comunicaron que la vía estaba bloqueada. Aún así, seguía convencido que lo que se imponía era un ejercicio de autoridad y que todo se debía a un exceso de concesiones; en un mensaje cablegráfico ordenó la disolución de la Duma cuyos integrantes, odiados por Alejandra, le parecían una incomodidad.
La Duma, por su parte, ignoró la orden. Aunque durante algún tiempo dio a entender que se había opuesto firmemente, la verdad es que ni siquiera se reunió para considerarlo. En ese momento, y ya en presencia de la revolución, comenzó a vislumbrar otras posibilidades y acariciar otras ambiciones. No obstante, algunos de sus más connotados representantes comenzaron por buscar fórmulas de transacción de acuerdo con su estilo y sus costumbres. Propusieron el nombramiento de algunos ministros que fueran del gusto del pueblo con el objeto de calmarlo. Pero la revolución seguía consolidándose. Como si fuera poco, se amotinó la flota del Báltico y los famosos marinos de Kronstadt. Al palacio de Táurida se llevaban, uno tras otro, los funcionarios del antiguo régimen para ser juzgados por el Estado mayor de la revolución que se encargaba a su vez de garantizar el control obrero de todos los puntos neurálgicos como el Banco del Estado, la tesorería y la Casa de la Moneda. Se propuso entonces que el Zar abdicara en favor de su hijo Alexei bajo la tutoría del Gran Duque Miguel, cosa que a la postre rechazó el Zar prefiriendo que asumiera directamente el gran Duque. Pero todo fue en vano. El primero de marzo, en una reunión conjunta de la Duma y el Soviet, se decidió formar un Gobierno provisional presidido por el Príncipe liberal G. Lvov. Vino entonces la doble abdicación y el 3 de marzo ya había desparecido para siempre el pomposo título de Zar de todas las rusias.
La captura formal del poder y el inicio de la inestabilidad
Es evidente que se había abierto un vacío de poder. Los miembros de la Duma, en su mayoría liberales, como los “demócratas constitucionalistas (Cadetes)”, y los “socialistas populares (trudoviques)” trataron de difundir por un tiempo otro mito: que las fuerzas populares presentes en Palacio les habían pedido que asumieran el poder. Algunos, para darle un toque de realismo, añadían que de no hacerlo hubieran sido asesinados. Nada de eso fue cierto. En el mismo Palacio coexistía otro poder, el real, representado en el Soviet. Sin embargo, éste era todavía vacilante y no alcanzaba a comprender la magnitud histórica de la tarea que tenía en sus manos. Dominado por socialistas moderados, no veía otra alternativa que asegurar una democracia constitucional en alianza con las fuerzas burguesas. No gratuitamente esa era la doctrina en la que se habían formado la mayoría de sus representantes. Y fue eso lo que los llevó a aceptar la propuesta de un gobierno provisional, aunque se exigía cada vez con más fuerza la conformación de una verdadera República para lo cual acogían la tradicional fórmula de los liberales de llamar a una Asamblea Constitucional.
El Gobierno Provisional contaba con figuras relevantes de la burguesía en los cargos claves para las decisiones que exigía la situación internacional, como el Ministerio de Asuntos exteriores P. Miliukov y el de Guerra A. Guchkov. Cabe señalar en este punto que las potencias aliadas vieron inicialmente la revolución de manera favorable. Una democratización no podía menos que fortalecer la alianza con las “democracias”, para la guerra en contra de los “reaccionarios” Imperios Centrales. Desafortunadamente, como lo comprobarían después, esta revolución estaba muy lejos de parecerse a la francesa. Curiosamente, el Imperio Alemán también la veía con simpatía, dados los reclamos de paz que eran ampliamente conocidos. Ya tendría oportunidad de decepcionarse también un año después.
Entre los Ministros sólo había uno, supuestamente de izquierda, en la cartera bastante menor de Justicia, A. Kerenski, miembro del grupo socialrevolucionario de la Duma quien, hábilmente, se había hecho nombrar también en el Soviet. Cumpliría luego un papel destacado y lamentable. Como es obvio los primeros días se dedicaron a restablecer el “orden” y sobre todo a asegurar el abastecimiento de la capital. Aunque Miliukov era partidario de defender la “madre patria” en contra de los Imperios centrales, el gobierno se vió obligado a declarar el 30 de marzo que sólo aspiraba a una paz duradera sin anexiones. Entre tanto, los campesinos, por iniciativa propia, empezaron a confiscar los bienes de la iglesia y a ocupar y expropiar los latifundios. En verdad, la revolución apenas comenzaba.
* Una aclaración. Como es bien sabido, en el Imperio Ruso regía el viejo calendario Juliano retrasado en trece días respecto al que usamos hoy en todo el mundo. De suerte que la revolución de febrero en realidad fue en marzo y la de octubre…en noviembre! Sin embargo con esas denominaciones pasaron a la historia y es preferible mantenerlas. Aparte de esta curiosidad, otra aclaración es mucho más importante: se suele hablar, en un sentido más que todo periodístico, de dos revoluciones y ello podría mantenerse si no fuera porque tiene profundas implicaciones políticas, como se verá en el curso de estas reflexiones. En realidad, se trata de una sola revolución cuya consumación abarcó casi dos años y en la que se registraron dos, y hasta más, grandes episodios o jornadas.
1 Petrogrado es el nombre que en 1914 se le dio a la vieja ciudad de San Petersburgo, capital del Imperio, sede del Zar y su corte, de la Duma (parlamento) y de la administración.
2 El relato es citado por León Trotski: “Historia de la revolución Rusa”, Sarpe, Madrid, 1985
3 No son muy imaginativas las denominaciones; significan pertenecientes a la minoría y a la mayoría respectivamente.
4 Corresponde, por supuesto, al 8 de marzo.
5 El Zar, en realidad, acostumbraba permanecer en las afueras, en Tsarkoie-Selo, y no, curiosamente, en el Palacio de Invierno. Sin embargo, dado que había asumido, sin muchos atributos para el cargo, la suprema comandancia de la guerra, en esos días se había desplazado más allá, al frente de guerra más cercano (Mohilev). Ver Historia Universal. Daimón- Círculo de lectores. Tomo: El Siglo XX. Bogotá, 1985
6 Trotski, Ibídem.
7 Después del triunfo definitivo, en Octubre, el gobierno revolucionario, bolchevique, tuvo la oportunidad de abrir los archivos de la temible policía secreta del Zarismo. Ver la cita en Trotski, Ibídem.
8 Ver: Historia ilustrada del Siglo XX. Tomo I. Ediciones Orbis. 1982
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