Amigo personal de Lula, el veterano fraile dominico brasileño y teólogo de la liberación es sin embargo crítico con algunas de las políticas aplicadas por los gobiernos del PT, de los que se distanció hace más de una década.
—¿Cómo explica el triunfo de Jair Bolsonaro?
—El PT realizó las conquistas más importantes de la historia reciente de Brasil, sobre todo en el área social, pero el último mandato de Dilma Rousseff no fue muy positivo, más bien lo contrario. Llevó a cabo políticas de corte neoliberal, aliándose con sectores de derecha, que alejaron al PT de lo que habían sido sus principios históricos. A eso hay que sumarle la desestabilización política conducida desde dentro del propio gobierno, por el vicepresidente Michel Temer, y desde fuera. Eso fue creando las condiciones para lo que siguió después.
Al mismo tiempo, el PT, en sus 13 años de gobierno, dejó en el tintero muchos temas. Uno de ellos fue la alfabetización política del pueblo, otro la democratización de los medios de comunicación. Y tuvo la “mala suerte” de que varios de sus líderes estuvieran envueltos en redes de corrupción.
—¿Mala suerte? ¿Esos casos de corrupción no fueron consecuencia de aceptar unas reglas del juego que se suponía se iban a combatir?
—Fue un error pensar que para asegurar la gobernabilidad había que hacer alianzas con determinados partidos. Pienso que lo más importante para asegurar esa gobernabilidad era favorecer la movilización de los movimientos sociales, que fueron la base histórica del PT, surgido precisamente como un “partido de los trabajadores”, de los más pobres.
Otro factor que jugó mucho en la llegada al poder de Bolsonaro fue la manipulación de los medios de comunicación. En eso hubo una incidencia de gente como el estadounidense Steve Bannon, que ya había tenido éxito en la promoción de Donald Trump y en la fabricación de “noticias falsas”. Bannon asesoró a Jair Bolsonaro y lo está haciendo en decenas de países (se habla de unos 50), con dirigentes de extrema derecha. Es gente que contribuye a una degradación extrema de la democracia.
El encarcelamiento de Lula contribuyó en mucho también, sin duda, a la victoria de Bolsonaro. Ahora ha quedado clarísimo que se trató de una conspiración en su contra: quien lo acusó, sin pruebas serias, consistentes, fue el juez Sergio Moro, a quien Bolsonaro designó como su futuro ministro de Justicia. Lula molestaba, y era muy probable que pudiera ganar fácilmente las elecciones. Ahora, con este panorama, no sé si no va a terminar sus días en la cárcel.
—¿Usted piensa que las denuncias de corrupción que pesan sobre una cantidad de dirigentes de gobiernos progresistas latinoamericanos obedecen a una campaña global orquestada?
—Es muy posible, pero eso no excluye que haya habido hechos de corrupción concretos, probados. En el caso de Brasil, ha habido incluso muchas confesiones. Antonio Palocci, ex ministro de Hacienda de Lula, admitió haber sido corrompido y haber sido corruptor. Y así otros dirigentes del PT.
Hay que tener en cuenta que este tema de la corrupción es muy sensible sobre todo para la gente pobre, que admite cada vez menos que las elites roben, se enriquezcan, cuando ellos la pasan mal, siguen pasando mal. Hay una exigencia ética muy fuerte en ese sentido, sobre la cual por supuesto se monta la derecha intentando explotarla sin legitimidad.
El PT, en este como en otros temas, no ha hecho autocrítica alguna al respecto.
—¿Cómo son actualmente sus relaciones con el PT?
—Nunca fui militante de ningún partido. Tenía y tengo relaciones personales con algunos de sus dirigentes, especialmente con Lula, con quien mantengo vínculos fraternales. Lo he ido a ver a la cárcel, y pienso ir a verlo, si me autorizan, antes de Navidad. Eso no implica que no pueda criticarlo, y mucho, siempre dentro de la izquierda.
—Usted ha sido muy duro con los gobiernos del PT, por ejemplo en su libro La mosca azul, de 2006.
—Y también en Calendario del poder (publicado en 2007), que no está traducido, y que es una suerte de diario de trabajo de cuando estaba en el gobierno y me decepcioné de sus políticas. Yo había sido parte del programa Hambre Cero, concebido como un plan monitoreado por los movimientos sociales a través de comités de gestores. Pero el propio gobierno lo remplazó con Bolsa Familia. Hambre Cero era un programa emancipatorio, Bolsa Familia fue un programa compensatorio. No es que dar dinero, subvenciones, a los más pobres, esté mal en sí mismo, pero no se les permitió a las familias marchar hacia su emancipación financiera y sustentable.
—Es una concepción con la que se manejaron casi todos, si no todos, los gobiernos progresistas de la región.
—Exactamente. No dieron a la gente condiciones para que saliera durablemente de la miseria, a través del acceso a la vivienda, a la tierra, al trabajo.
En Brasil se priorizó el acceso a los bienes personales. Vas a una favela y adentro hay smartphones, tevé plana y a color, heladera, computadora, pero la casilla en la que viven es la misma casilla miserable de antes. La gente no tiene vivienda digna, no tiene saneamiento, no tiene trabajo, los niños no van a la escuela. Se debería haber priorizado el acceso a los bienes sociales y crear una sociedad diferente, basada en una cultura en la que los bienes sociales fueran los más importantes. Eso no se hizo. Tampoco se puso énfasis en un tipo distinto de educación. Ahora Bolsonaro propone volver a una educación aun más retrógrada, en la que a los niños se les enseñe que la teoría de la evolución es falsa, y lo va a poder hacer, porque no se trabajó para consolidar una base impermeable a ese tipo de barbaridades.
Lo que quiero decir es que no se trata de apuntar, como se hizo bajo los gobiernos del PT, a sobrevivir en la sociedad capitalista, sino a minar las bases de la sociedad capitalista, a darle nuevo sentido a la vida, fomentar un sentido de comunidad. La gente que entraba a los partidos comunistas en los años veinte, treinta, cuarenta, en sociedades capitalistas, sentía que vivía un mundo solidario, fraterno. Con las diferencias claras del caso, hay que volver a ese espíritu.
—Los partidos progresistas afirman que una cosa es la “cultura de oposición” y otra la “cultura de gobierno”, y que una vez que llegan al poder se encuentran con problemas que no preveían. En Brasil, el PT dice que tuvo que operar en un sistema político atomizado y corrupto, y con ese argumento justifica las alianzas que hizo o el mensalão…
—Son excusas. Se podría perfectamente haber hecho de todas maneras cosas que no se hicieron: implementar la alfabetización política de la gente; lo que hablaba antes, de los programas emancipatorios y no asistencialistas; apoyar a los medios de comunicación alternativos, en vez de a los medios grandes; tomar medidas redistributivas más fuertes, y muchas otras cosas que se optó por no hacer a pesar de que se contaba con el apoyo de los movimientos sociales.
Daniel Gatti
30 noviembre, 2018
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