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Libertad para Julian Assange

Libertad para Julian Assange

Orgulloso como Artabán, sonriente, rodeado por unos cincuenta fotógrafos y camarógrafos, Jim Acosta hizo efectivo, el 17 de noviembre pasado, su regreso con fanfarrias a la Casa Blanca. Algunos días antes había perdido su acreditación de corresponsal de Cable News Network (CNN), pero la Justicia estadounidense obligó al presidente Donald Trump a que anulara la sanción. “Era una prueba, y la ganamos nosotros -fanfarroneó Acosta–. Los periodistas tienen que saber que en este país la libertad de prensa es sagrada, y que están protegidos por la Constitución [para] investigar acerca de lo que hacen nuestros gobernantes y dirigentes.” Fundido encadenado, música, happy end…

Refugiado desde hace seis años en la embajada de Ecuador en Londres, Julian Assange acaso no pudo seguir en vivo por CNN un desenlace tan emotivo. Su existencia se parece a la de un prisionero. Prohibición de salir, bajo pena de ser arrestado por las autoridades británicas, y luego, con toda seguridad, extraditado a Estados Unidos; comunicaciones reducidas y vejámenes de todo tipo desde que, para complacer a Washington, el presidente ecuatoriano Lenín Moreno resolvió endurecer las condiciones de estadía de su “huésped” (véase Ramírez Gallegos, pág. 10).

Revelaciones imperdonables

La actual detención de Assange, así como también la amenaza de algunas decenas de años de prisión en una cárcel estadounidense (en 2010, Trump deseó que fuera ejecutado), le deben todo al sitio de información que dirige. WikiLeaks está en el origen de las principales revelaciones que incomodaron a los poderosos del mundo desde hace unos diez años: imágenes de crímenes de guerra estadounidenses en Afganistán y en Irak, espionaje industrial de Estados Unidos, cuentas secretas en las islas Caimán. La dictadura del presidente tunecino Zine El Abidine Ben Ali se vio estremecida por la divulgación de un comunicado secreto del Departamento de Estado estadounidense que calificaba a esta cleptocracia amiga de Washington como “régimen esclerosado” y “cuasi mafia”. Fue también WikiLeaks quien reveló que dos dirigentes socialistas franceses, François Hollande y Pierre Moscovici, habían ido, el 8 de junio de 2006, a la embajada de Estados Unidos en París para lamentar el vigor de la oposición del presidente Jacques Chirac a la invasión de Irak.

Lo que la “izquierda” menos le perdona a Assange es la publicación en su sitio de los correos pirateados de la campaña de Hillary Clinton. Estimando que este affaire favoreció los designios rusos y la elección de Trump, la izquierda olvida que WikiLeaks primero develó las maniobras de la candidata demócrata para sabotear la campaña de Bernie Sanders durante las primarias de su partido. En ese momento, los medios de comunicación de todo el mundo no se privaron de transmitir esa información, como lo habían hecho con información precedente, sin que por eso sus directores de publicación fueran asimilados con espías extranjeros y amenazados de prisión.
El encarnizamiento de las autoridades estadounidenses contra Assange se ve alentado por la cobardía de los periodistas que lo abandonan a su suerte, o que incluso se deleitan con su infortunio. Así, en el canal Msnbc, el animador estrella Christopher Matthews, ex cacique del Partido Demócrata, osó sugerir que los servicios secretos estadounidenses deberían “actuar a la manera israelí y secuestrar a Assange”…

*Director de Le Monde diplomatique.
Traducción: Aldo Giacometti

Información adicional

Autor/a: Serge Halimi
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