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Vlady Putin: Nuevo zar del Medio Oriente

Vlady Putin: Nuevo zar del Medio Oriente

Los sucesos en el norte de Siria que (en)marcan el nuevo orden regional en proceso () –bajo el condominio ruso-estadunidense que sustituye al acuerdo británico-francés Sykes-Picot de hace 103 años– estaban escritos en el muro desde diciembre del año pasado cuando se fraguó la retirada de Trump y la división norte-sur del Medio Oriente: “La cartografía de Medio Oriente cambió dramáticamente con vencedores y perdedores: entre los primeros, Rusia, Irán, Turquía; y entre los segundos, EU, los kurdos, Israel y la mayoría de las seis petromonarquías del Golfo, con la excepción de Catar ()”.

Hoy las tendencias sólo se acentuaron.

Obama abandonó a los kurdos iraquíes y ahora Trump lo imita con los kurdos sirios () frente al neo-otomanismo del sultán Erdogan a quien los kurdos turcos (15 por ciento de la población total de Turquía) le están carcomiendo su tambaleante frente doméstico.

Israel, con su primer hoy atribulado Netanyahu, fracasó en su intento de balcanizar a Siria y a Irak mediante la secesión del Gran Kurdistán para desestabilizar a Irán y Turquía ().

Desde sus fracasos en el mundo árabe –Libia (descuartizada por Hillary), Somalia, Yemen, Irak y Siria con baby Bush, los Clinton, Obama y Trump–, EU había iniciado su repliegue para (con)centrarse en la región Indo-Pacífico ( ) con el fin de contener a China, así como enfocarse en el Ártico () para repeler el avance de Rusia y China cuando ya no le interesa controlar el petróleo del Medio Oriente.

EU es hoy el mayor productor de gas/petróleo lutita (shale gas/oil) del planeta y su producción ha superado a Rusia y a Arabia Saudita (AS), por lo que el Medio Oriente ha perdido su interés de hace 74 años cuando Roosevelt y el rey Saud pactaron su acuerdo petrolero a bordo del USS Quincy en el Gran Lago Amargo (sic) de Egipto ().

Cuando se agote la Cuenca Pérmica en Texas, la mayor fuente de shale gas/oil de EU, tienen contemplado controlar directa o indirectamente la Cuenca de Burgos y la Cuenca Sabina en el norte de México ().

Hoy EU controla el petróleo del Golfo de México con la ignominiosa “reforma energética” del entreguista itamita neoliberal Luis Videgaray y ha puesto en jaque a la mayor reserva de petróleo del mundo: Venezuela.

En pleno desasosiego, Financial Times (19.10.19) admite que Turquía “se considera triunfador”. Cita a Sinan Ulgen, director del think tank Edam, con sede en Estambul, quien califica de un “ganar-ganar” para Turquía y Trump, mientras el sultán Erdogan se prepara en dos días a reunirse con el zar Vlady Putin en su sitio preferido de Sochi.

Mientras Putin recorre el Golfo Pérsico, los iraníes conmemoran la máxima peregrinación del planeta del Arbiin en el santuario del imán Hussein (nieto del profeta Mahoma) en Kerbala, Irak ().

Sumados los eventos en el norte de Siria con las relevantes visitas del zar Vlady Putin a las dos petromonarquías de AS y los Emiratos Árabes Unidos, en una de las dos costas del Golfo Pérsico, se trasluce que el Gran Medio Oriente se convirtió en el “patio trasero” de Rusia en la era de la cibergeopolítica ().

Rusia controla el mar Caspio, el mar Negro, la costa oriental del mar Mediterráneo en Siria –sumado del Líbano–, y mantiene una óptima relación con Israel donde llegaron 1.5 millones de migrantes rusos/ucranianos de origen jázaro no-semita.

Sin contar sus inmejorables relaciones con los países islámicos de Asia Central, Moscú mantiene excelentes tratos con Egipto, donde participó en la construcción del segundo Canal de Suez.

Ahora el zar Vlady Putin tiene un pie en ambas costas del Golfo Pérsico: con Irán, del lado este, y con AS y los Emiratos Árabes Unidos del lado oeste.

Rusia se despliega y profundiza su presencia en el Medio Oriente, de donde EU se repliega a conveniencia.

¡Vlady Putin es hoy el incontestable “Zar del Medio-Oriente”!

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El analista de arriba y la calle

Raúl Zibechi

Los pueblos y los sectores populares, las mujeres y los varones de abajo, están ganando las calles en todo el mundo. En Barcelona y en Hong Kong, en París y en Quito, y en un largo etcétera imposible de abarcar en pocas líneas. A mi modo de ver, este sólo hecho da para celebrar, para el regocijo de quienes deseamos el fin del capitalismo, porque éste no sucederá sin confrontación y lucha de calles, entre otras formas similares de pelea.

La poderosa reorganización de los aparatos represivos los ha hecho casi invulnerables a la protesta, de modo que desbordes como los que vimos en periodos anteriores (siempre recuerdo el mítico Cordobazo de 1969, cuando obreros y estudiantes derrotaron en la calle a la policía del régimen militar), son cada vez más infrecuentes. Por eso la lucha de calles, es tan importante, como escuela y como horizonte.

Es cierto, por otro lado, que con marchas y acciones directas no es posible trascender el sistema, que hacen falta por lo menos dos cuestiones centrales: una crisis sistémica profunda, como las que se registraron en Europa hacia el final de la guerra de 1914-1918, y una potente organización de los pueblos, no sólo para afrontar la crisis, sino de modo muy especial para construir los mundos otros llamados a expandirse mientras vamos deshidratando la hidra capitalista.

Los pueblos organizados y los militantes celebramos las pequeñas victorias, la multiplicación de caracoles en Chiapas o el frenazo al paquetazo del FMI en Ecuador. Nos conmovemos con esos miles que arañaron las piedras, literalmente hasta sangrarse, para erigir barricadas con adoquines y trozos de edificios en Quito. Nos indignamos con la represión que provocó una decena de muertos y mil 300 heridos.

Festejamos los avances. “En Loja y Azuay se crearon asambleas populares autónomas, espacios organizativos de abajo para construir poder popular, dar continuidad al proceso y articular planes y acciones”, nos dice un militante contra la minería del sur. Valora, de forma muy especial, que los 12 días de lucha hayan sido la primera experiencia para toda una generación, porque no está pensando en tomar el palacio, sino en la continuidad de la pelea.

Otros compas estiman la trascendencia de que haya emergido una nueva generación de militantes y dirigentes indígenas y populares, así como la importancia del protagonismo masivo de las mujeres. En paralelo, se emocionan con los estudiantes que armaron centros de acopio, albergues y cocinas comunitarias, “integrando así una lucha campo-ciudad”.

Son los temas estratégicos que deberían preocuparnos, porque de ellos depende el futuro, y no si la acción favorece a tal o cual potencia global, a tal o cual político que quiere llegar o volver al palacio.

Por eso nos indigna, por lo menos a quien esto escribe, cuando el analista de arriba se limita, desde su escritorio, a censurar a los dirigentes, sean de la Confederación de Nacionalidades Indígenas de Ecuador (Conaie), del pueblo mapuche o del EZLN, porque no hicieron lo que ellos consideran oportuno o necesario.

Los pueblos no son acarreados por los dirigentes, como suele creer el analista de arriba, porque no se molesta en preguntar y, sobre todo, en escuchar razones de la gente común. Si lo hiciera, descubriría una lógica propia, diferente por cierto a la del académico o del político profesional, porque responde a necesidades concretas que no pasan por la academia y la literatura especializada.

Sinceramente, me parece insignificante, por decirlo en tono amable, si la lucha nuestra beneficia a China, a Rusia o a Estados Unidos. Son tres potencias imperiales que están dispuestas a masacrar pueblos, para seguir acumulando poder y capital.

Me parece igualmente poco importante si una lucha de abajo, con toda su cuota de dolor y sangre, termina beneficiando a tal o cual candidato a la presidencia. No es ése el camino de los pueblos. Todo lo que fortalezca el protagonismo y la organización de los de abajo es muy positivo, más allá de consecuencias que nunca se pueden medir a priori.

Hubo un tiempo en que el analista de arriba era, sistemáticamente, parte del sistema. En las pasadas décadas, sobre todo a partir de la caída del socialismo real y de las derrotas de la revoluciones centroamericanas, han surgido multitud de analistas que se dicen de izquierda, pero no se manchan las manos, ni ponen el cuerpo en las barricadas, ni escuchan a los pueblos.

Se sienten portadores de la verdad, cuando deberían ser apenas trasmisores del pensamiento y la acción colectivas. No puede haber análisis valederos que subestimen a los pueblos. Siempre fue y será una actitud propia de la derecha, funcional al sistema.

No se vale que unos pongan los muertos y otros usen los cuerpos ultrajados como escaleras, materiales o símbolos. “No queremos ser escaleras de ustedes”, dicen los aymaras a los políticos corruptos. Sólo sirven los análisis nacidos del compromiso, no con los de abajo, sino abajo y a la izquierda.

Información adicional

Bajo la lupa
Autor/a: Alfredo Jalife-Rahme
País: Rusia
Región: Euro-Asia
Fuente: La Jornada

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