Escolios a un texto explícito

Entre el 5 y el 6 de marzo se llevó a cabo la quinta plenaria del Comité Nacional de Participación (en esta oportunidad 76 delegados de 30 sectores), organismo establecido por la mesa de diálogos con el Eln para impulsar, diseñar y planear el proceso de participación de la sociedad que se considera el corazón de estas negociaciones y de un posible acuerdo. El evento y su conclusión, menos publicitados que otros acontecimientos, revisten innegable importancia pues se consiguió reanudar el trabajo de la primera fase que consistía en una serie de encuentros sectoriales y regionales de consulta, encaminados precisamente a establecer la metodología y ruta del proceso, y que se había detenido a finales del año pasado por algunos desacuerdos y diversos traspiés. Según se concluyó, una vez acordados los ajustes, serán 26 los encuentros entre marzo y mayo de 2024 para terminar el diseño del proceso de participación de la sociedad. Un proceso complejo que se aspira a culminar en mayo de 2025.

Este es también el corazón de lo que hay que entender para responder a la pregunta que muchos se hacen acerca de qué es lo que se puede esperar del Eln. Y para avanzar un poco nada mejor que reflexionar sobre la extensa, atrevida y excelente entrevista con el Comandante Antonio García que apareció en la pasada edición del periódico desdeabajo1. Una y otra vez insiste en que la finalización de este conflicto armado mediante una salida política depende de la realización de una serie de transformaciones, políticas, institucionales y sociales, pero además que dichos cambios deben ser propuestos y conducidos por la propia sociedad.

Las transformaciones, los acuerdos y la paz

La frase que se destacó y sirvió de título a la entrevista puede ser fuente de múltiples malentendidos. Por ejemplo, en la edición de marzo del mensuario Le Monde diplomatique –Colombia, la abogada Piedad Uribe Villaquirán, ante la complejidad y la evidente dificultad de identificar y lograr las “transformaciones” se pregunta: “¿Aguantará la negociación, que implicará varios gobiernos, un tiempo tan laxo?”2. No le falta lógica, sobre todo si se piensa en el modelo Farc, pero ¿será éste el sentido de la frase? Naturalmente, visto así, da la impresión de que Antonio García estuviera en plan de ironía o de burla3. Pero no es el caso, se trata solamente de una obligada y necesaria aclaración frente al recurrente emplazamiento. El propio presidente Petro el día de la instalación del CNP se apresuró a decir que en mayo de 2025 se podría dar por terminado el conflicto armado insurgente en Colombia.

Sin duda, la fuente principal de los malentendidos está en la equivocidad de los términos, comenzando por la palabra Paz. La lectura del conjunto de las respuestas nos permite aclararlo. Paz no significa aquí, como habitualmente se piensa evocando la conocida secuencia, renuncia definitiva al proyecto armado, desmovilización, entrega de armas, identificación individual, resolución de su situación jurídica y “reinserción”; eventualmente, conversión del grupo liquidado en partido y sometimiento de los dirigentes a procesos judiciales. García, recogiendo la idea general (y constitucional) de lo que se ha ofrecido al pueblo colombiano, se permite simplemente subrayar que sólo habrá paz cuando desaparezcan las actuales condiciones intolerables de injusticia social, de falta de democracia, y de exclusión, según sus propias palabras.

A su juicio, el conflicto armado con la insurgencia es apenas un aspecto; también las clases dominantes han recurrido a la violencia –inconstitucional e ilegal– cuando se han visto amenazadas, y proliferan muchas otras formas de violencia social. Y no porque entienda la paz como un estado de reposo. Retomando, al parecer, una insistencia del pensador Estanislao Zuleta dice en otro lugar: “hacer posible una sociedad que resuelva los conflictos de otra manera”. Es en ese marco, además, en donde ubica el concepto de “cambios” o de “transformaciones” que para él sólo son genuinos cuando tocan las instituciones del régimen actual. Por eso, más allá de la cuestión de la confrontación armada y generalizando hacia América Latina, se atreve a sentenciar: “Si las cosas siguen igual y no se ven cambios, la gente volverá a la movilización y los estallidos, ese camino sigue abierto…”4.

Desde luego, no se le escapa que en el lenguaje corriente, hoy por hoy, se entiende –equivocadamente– por “proceso de paz”, el proceso de negociaciones conducente a un acuerdo con la organización armada de que se trate. (La verdad es que en Colombia tenemos una gran experiencia comprobando que sucesivos “acuerdos”, desde 1990, no han llevado a la paz). Y en una entrevista mal se podría esperar una excesiva minuciosidad en el uso del lenguaje. Sin embargo, del texto completo puede deducirse claramente que utiliza además en su sentido específico la expresión “salida política”. Apenas un componente de un proceso de más largo aliento, articulado alrededor de los cambios, que en esta “salida” tendría, claro está, un basamento fundamental. Esa parece ser la expectativa que se ha tenido con este gobierno. Pero está en sus comienzos y no resulta pertinente detenerse ahora en los detalles del acuerdo propiamente dicho, sobre todo en sus aspectos jurídicos: “Por ahora estamos en una fase de crear un ambiente de distensión con un Cese el Fuego y creando los escenarios para diseñar la participación de la sociedad. Aún faltan las etapas de los debates que permitan crear los consensos para llegar a un Acuerdo Nacional”5.

¿Análisis social o cuestión de principios?

Los aspectos de esta entrevista que merecen discusión están, en realidad, en otra parte. Si la definición del tipo de “transformaciones” que serían, en cada etapa, aceptables para dar un paso adelante, es asunto complicado, más lo es todavía –y desde ahora– la definición de lo que se entiende en este contexto por “sociedad”. Y no porque, de manera coloquial, se refiera a la “gente”, sino porque da la idea de un sujeto unitario de la participación. Comienza siendo también un equívoco. De una parte afirma: “una solución política donde la Agenda de Cambios se construya con la participación de la sociedad”. ¿Toda la sociedad? Pero, de otra, reconoce la existencia de contradicciones sociales, incluso antagónicas. No llega, pues, al punto en donde se encuentran muchos de los activistas e intelectuales de “izquierda”, especialmente en las Ong’s, que han decidido proscribir el concepto de clases sociales y en su lugar levantar el de “diversidad”. Y mucho menos a la socorrida noción de “sociedad civil” que encuentra el problema en su opuesto: el Estado o la “sociedad política”. Al contrario, en otros lugares se refiere más bien a “la mayoría de pobres, excluidos y explotados”; especialmente cuando alude a que el Eln seguirá acompañando su lucha en caso de que no sean posibles los “cambios”.

En ese sentido debe entenderse que esta guerrilla, estando del lado de las luchas populares –o sea que existe una clara toma de partido– si habla de la sociedad en su conjunto es porque lo que se avizora es un momento histórico específico de transacción en el que las clases que manejan el poder en Colombia se “abren a los cambios”. Tal es el significado del Acuerdo Nacional. Un acuerdo “en el que los de abajo sean tenidos en cuenta, no sólo los sectores de poder”. La expresión “solución política” significa, pues, no un acuerdo entre los “actores del conflicto” sino una transacción social. “[…] es la síntesis de un proceso de debates del conjunto de la sociedad, sus organizaciones sociales, sobre todo de los desposeídos y excluidos […] toda la diversidad de Colombia. […] un acuerdo sobre este examen permitirá también construir una Agenda de Cambios para una Colombia actual y de futuro, donde todos quepamos y seamos tenidos en cuenta”.

Esta mirada de la sociedad y de la historia por el comandante entrevistado, está inspirada en la necesidad de formular una propuesta política. Y en ésta no podemos menos que estar de acuerdo. Pero, para desgracia nuestra y del país, esa mirada no tiene, como análisis social, la suficiente profundidad. Hasta podría calificarse de ingenua. Nada nos indica que las clases dominantes en Colombia –incluso aceptando que existen contradicciones dentro del bloque de poder– hayan llegado a concebir un proyecto histórico renovado. Es más, ni siquiera puede decirse que en este siglo lo hayan tenido; continúan bajo el impulso de la inercia. Se dedican a defender el “status quo” y no ven necesidad de cambiar nada. Al contrario, les aterra.

Pero no es sólo cuestión de las elites poderosas. Ni mucho menos de la ultraderecha “uribista”, como suele decirse. Son también enemigos de los cambios los buenos emprendedores progresistas, medianos y pequeños burgueses, y la mayoría de los políticos de “centro”. Aunque entiendan que no se trata de “comunismo”. No existe tampoco en lo que se considera la capa “ilustrada”, o mejor escolarizada, ubicada en los sectores sociales intermedios, una dinámica audaz de crítica, de “contestación”, de frontera, de ruptura. Estos intelectuales permanecen en la comodidad del “justo medio”, atrincherados en la ciencia, la técnica y la filosofía jurídica6. Se ha visto recientemente en la tendenciosa y tramposa discusión sobre la supuesta oposición entre “técnicos” y “activistas”. Tenemos pues, en el país, una cultura política reacia al cambio.

La breve y desventurada historia del “gobierno del cambio” nos ofrece comprobaciones a granel. Las modestas reformas que ha presentado en el Congreso, si es que se aprueban, lo harán transfiguradas en tres pequeños “Frankenstein”, que debemos rezar para que no resulten contraproducentes. No importó que el Presidente explicara que no se trataba de atacar la empresa privada y que el “Pacto Histórico” se consumiera repitiendo que no era extremista. Al final, junto a la desaforada agresividad de los ataques en los medios y en redes, en un ejercicio de “ablandamiento” aparecen entonces las figuras “sensatas” que exaltan las bondades de los “consensos”, supuesta fuente de “legitimidad”. Hasta ahí llega lo que en Colombia figura como “Acuerdo Nacional”.

Antonio García es consciente que la solución política propuesta es limitada en términos de transformaciones. No lo dice, pero se puede deducir que en términos de relaciones de poder. Incluso, ante la insistencia de su entrevistador, se atreve a formular una perspectiva de futuro que, a propósito de la necesidad de superar el cascarón del Estado nacional, y las formas convencionales de partidos, denomina poscapitalista. Pero asume que en esa limitación reside su viabilidad. No parece muy convincente, de acuerdo con lo que acabamos de señalar, pero es la apuesta.

Las dificultades inmediatas

Es aquí donde resaltan dos grandes vacíos desde el punto de vista conceptual pero también operacional. El primero, relacionado con la caracterización de los movimientos sociales. El segundo, tiene que ver con la dinámica de la participación.

En efecto, al comentar las limitaciones de Petro, quien también habla de Acuerdo Nacional, se apoya en un criterio que es válido para la dinámica general de la transformación política de fondo en un continente que ya ha probado varios gobiernos “progresistas”: “lo esencial es el empoderamiento de las masas, de las comunidades con sus organizaciones sociales, donde la nueva institucionalidad de los procesos de cambios esté sustentada en la participación del pueblo, y de una nueva dirigencia en función venida de procesos organizativos de base”. Pero al aplicarlo a esta coyuntura en Colombia quedan muchas dudas. Es cierto que un gobierno como éste, concentrado mucho más en las alianzas políticas para la gobernabilidad, no deja lugar a la construcción de una fuerza político-social que sustente los cambios. No es su tarea, por lo demás. Pero ¿qué le hace pensar que existen hoy en día organizaciones sociales o comunitarias, autónomas, activas, que le den vitalidad al ejercicio de participación que se está proponiendo? El relato de las virtudes del pasado “estallido social” parece haberse agotado. ¿No estará sobreestimando la figura de los movimientos sociales?

Y en segundo lugar, a propósito de la participación: dado que se trata de que los de abajo sean por fin tenidos en cuenta ¿cómo garantizar una dinámica en la cual los sectores populares, la mayoría de pobres, explotados y excluídos, hagan valer su voz por encima del discurso de las elites agremiadas que cuentan con todos los recursos de la información, la tecnología y los medios masivos de comunicación? No olvidemos que no se trata simplemente de diversidad sino de clases sociales y relaciones de poder. Fácil es prever que, después de todo, saldrá a relucir la discusión sobre la representatividad, sobre las mayorías, sobre los pretendidos consensos.

1   Rodríguez, O.R. “La paz tiene tanto plazo como se demoren las transformaciones” periódico desdeabajo, Nº 310 febrero 18- marzo 18 de 2024

2   Uribe Villaquirán, P.E. “La casa no se empieza a construir por el tejado” Le Monde diplomatique- Colombia No. 241 marzo de 2024.

3   Un poco en el mismo sentido de lo que se le quiso endilgar a J. Santrich, de las antiguas Farc, cuando en alguna oportunidad respondió “quizás, quizás, quizás”, aludiendo, por supuesto, al viejo bolero antillano que lleva por título precisamente “Plazos traicioneros”. Desde luego, lo que se quería dar a entender en ese entonces era que fijar plazos en asuntos tan delicados como éste puede convertirse en una trampa y va en contra de un buen resultado. Sin embargo, muchos, revestidos de falsa indignación patriótica corrieron a rasgarse las vestiduras. –Aunque ahora no se trata de eso, no sobraría aplicar también la sabia advertencia.

4   Rodríguez,“La paz tiene…”, op. cit., p. 12

5   Ibídem.

6   Traté este tema en un artículo del año pasado Moncayo S. HL “La miseria en el medio intelectual”, periódico Le Monde diplomatique, Nº234, julio de 2023.

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Información adicional

A propósito de la entrevista con Antonio García
Autor/a: Héctor-León Moncayo S.
País: Colombia
Región: Suramérica
Fuente: Periódico desdeabajo N°311, 18 de marzo - 18 de abril de 2024

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