En respuesta a la violencia de la reconquista. La «Carta de Jamaica» o Nuestra América visionada

Cerco y ocupación de la ciudad amurallada

En estas circunstancias, pasaron semanas fundamentales para garantizar que la puerta de entrada a la Nueva Granada permaneciera cerrada al español. Era un tiempo en el cual crecía el ambiente de inconformidad popular. Cuando Manuel Castillo se percató de la escasez de alimentos y armas, trató de maniobrar: ordenó salir (burlando la vigilancia española por sus sitios débiles) para aprovisionar la plaza y comunicar la situación al Congreso Federal, y a los barcos corsarios que trataran de burlar el bloqueo y se dirigieran a las Antillas en busca de armas y harina. Medidas tardías e inútiles.

Sucedió que los portadores de las misivas al Congreso Federal fueron detenidos y los papeles requisados. En uno describían la crítica situación: “En cuanto a víveres, es peor nuestra situación porque, si bien pueden pasarse las tropas sin prest [salario], es imposible que lo hagan sin la ración o mantenimiento. No existe depósito alguno, ni menos almacenes generales, ni contamos absolutamente sino con algunos barriles de harina particulares; no se encuentra un grano de maíz ni hay en la ciudad más de 500 reses” (2). Con esta información en mano, Pablo Morillo redobló los ataques. Sabía que su triunfo era cuestión de tiempo.

Cuando en la propia ciudad los más ricos supieron de las dificultades para aprovisionarla de alimentos, comenzaron a especular con los víveres y asimismo a ocultar los alimentos. Entonces, el espectro del hambre apareció en forma anticipada en los barrios populares.

Bermúdez llegó con astucia y valor. En medio de este denso ambiente, tras burlar el cerco a la plaza, pudo llegar el general venezolano Francisco Bermúdez, ocasión que aprovecharon todos los inconformes para hacer públicas sus desavenencias respecto a la forma de defensa de la ciudad amurallada, así como para dejar claras las dificultades de los más pobres.

Las tropas y las bases de los Gutiérrez de Piñeres incitaron a derrocar a Castillo y propusieron llamar a Simón Bolívar para el mando ante la difícil situación. La petición llegó tardíamente a Jamaica, donde estaba el Libertador, quien luego de hacerse a la mar, rumbo hacia Cartagena, conoció la infausta noticia de su caída ante las fuerzas españolas. Entre tanto, la disputa con la oligarquía prosiguió en la bloqueada ciudad.

El descontento popular se acrecentó. Civiles y militares se unieron y el 1º de octubre de 1815, dirigidos por Celedonio Gutiérrez de Piñeres, se amotinaron. Dueños ya del mando, arrestaron a Manuel Castillo, y ocuparon y saquearon su casa. Salvó su vida gracias a que la patrulla con encargo de apresarlo lo libró de caer en manos de la enfurecida multitud que pedía su cabeza, así como también la de los oligarcas de Cartagena. En medio de esta tensión, el general Bermúdez asumió la defensa del puerto.

Inglaterra, antes que el pueblo. Días antes, Juan de Dios Amador, Castillo y otros notables de Cartagena no dejaron dudas de que sus bolsillos les pesaban. Ante la derrota que veían llegar, decidieron buscar un conducto para entregar la ciudad al imperio inglés. El acta de la sesión extraordinaria de la legislatura reza así: “Convinieron todos con unanimidad que, en las circunstancias que se han manifestado, la medida expuesta es la única capaz de salvar al Estado y que el Excelentísimo señor Gobernador está autorizado para obrar discretamente y salvar la patria (?) por los medios que aparezcan más convenientes. Sin sujeción a las leyes fundamentales, S.E. procederá cuándo y cómo tenga por conveniencia a hacer la solemne proclamación de su majestad británica, imparta a la plaza su poderosa protección” (3). Sin embargo, no amainó el odio contra el responsable militar de la tragedia que se cernía sobre Cartagena.

Enterados de que contaba con la autorización del gobernador Amador para embarcarse y dejar la plaza, el pueblo corrió al puerto y lo obligó a dejar el barco que ya había abordado con otros ‘ilustres’. La decisión popular fue una: que padezca junto al pueblo los sufrimientos de las más humildes familias por culpa de su imprevisión. Ese pueblo movilizado y altivo fue el mismo que con sus armas y su ardor de naciente patriotismo custodiaba las entradas y las salidas de la ciudad.

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