Desde el campo visual de amplias capas de la burguesía alemana, estuvo proscrito el proceso de vida activo de la sociedad humana, todas las fuerzas impulsoras fundadas en ella e, incluso, el ámbito general de las fuerzas productivas. En la recepción de Dostowiski se expresa ello, por ejemplo, aun en uno de los vacíos de su obra: falta la categoría de la felicidad terrena. La felicidad, en escala social, exige propiamente una transformación activa de la realidad en sentido del apartamiento de sus contradicciones extremas. Para ello sería necesario no sólo una transformación completa de las relaciones de poder existentes, sino también una reconstrucción de la conciencia social. En esencia, su impulso último se dirige a la realización de la felicidad social, cayendo en oposición inmediata con todo el aparato de poder existente. El papel insignificante que juega la categoría de la felicidad en toda conciencia social burguesa, debe ser entendido desde la totalidad de las relaciones de esta clase. Una constitución social satisfactoria le estaba cerrada como clase en ascenso y por tanto tenía que clausurársele la conciencia de la felicidad, en la significación propia de la palabra.
Esta concepción, que mostraba a Dostoweski como justificante de una ideología inactiva sustraída de la acción moral y de la solidaridad social, podría ser objetada, ya que era justamente muy poco propia de Dostoiwiski, pues él era el profeta de amor y la compasión para los hombres. De hecho, casi todas las manifestaciones literarias sobre Dostowiski varían este tema del amor y la compasión, pudiendo expresarse con elegancia en fórmulas como: “el descanso provechoso, por el que palpita no sólo algo así como una honda tristeza, como una compasión infinita” (30), o popularmente penosas como:”le temblaba el corazón de misericordia, de compasión” (31). Un pasaje muy ingenuo puede servir como indicativo de la significación social:
“Su debilidad por los oprimidos y corruptos adopta la forma enfermiza de la “compasión rusa”, de una compasión que aparta a todos los hombres honrados, verdaderos trabajadores, y se limita sólo a las prostitutas, asesinos, alcohólicos y a otros de la misma especie del género humano” (32).
Por más simple que sea esta manifestación, apunta a algo ciertamente correcto. La recepción no se escandaliza de ninguna manera con que en Dostowiski el amor sea un asunto de puros sentimientos, una débil palpitación del alma, que sólo es de entender bajo el presupuesto de la defensa furiosa de todo cambio social, bajo el presupuesto de la pasividad fundamental frente a cualquier acción moral fáctica. En la pretensión hacia el amor y la compasión, podría descansar en sí una indicación de las contradicciones sociales y la necesidad de reforma; con esto se podría, igualmente, tender una salida afectiva hacia la actividad del hombre en sus pensamientos y obras. Aquí descansa tal vez la más precisa característica del lugar ideológico de este concepto del amor. El permanece como fenómeno de puro sentimiento: un tolerar, pero sin exigencias. A la conciencia social de capas relativamente impotentes no puede adherirse la exigencia -que ellas deberían manejar- y la idea que tendrían del poder. Igualmente tampoco pueden hacer una confesión de justicia que debería romper no sólo su solidaridad con la clase dominante, sino al contrario apuntar a sus intereses generales de clase con los dominados.
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