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La resistencia al desarrollo y la búsqueda de economías propias

La resistencia al desarrollo y la búsqueda de economías propias

La historia de afrolatinoamérica1 es la historia del despojo y la negación de La Naturaleza: de su riqueza biológica y cultural. Una maldición pareciera perseguir al pueblo negro. Desde el secuestro violento de los ancestros y ancestras del África, el látigo del esclavizador –cambiando de formas– pretende seguir golpeándolo. La ambición desmedida del hombre blanco2 por el oro en épocas de la conquista y la colonia, configura el primer momento de saqueo de las riquezas de este continente. Una sin razón se aposentó en sus almas, sus mentes y sus cuerpos, y pareciera que aun hoy, más de 500 años después le sigue generando la misma demencia por ese rutilante mineral. Y hoy día hacen caso omiso a los hechos comprobados de los desastres ambientales, sociales, económicos y culturales que trae consigo el desmedido afán de sacar del seno de la tierra todo lo que ella contiene.

¿Entienden los países “desarrollados” que la riqueza que detentan está cimentada en la sangre, muerte y el dolor de grupos humanos (entre otros) de las Américas, de África y sus descendientes?

La esclavización de hombres y mujeres libres de África y sus renacientes es un crimen de lesa humanidad aún no pagado, pero no prescribe. La lógica del capitalismo sigue imponiendo la sinrazón que acompaña la insaciable ansia de sacarle a la tierra todo lo que posee en sus entrañas, dejando a su paso desolación, hambre y muerte. Y los pueblos siguen en resistencia y re-existencia. Defender lo que son, que entre otras son territorio.

Deshumanización y despojo; rebeldía y re-existencia ha sido la historia del pueblo negro; y desde la barbarie civilizatoria, Occidente pretende ser modelo de sociedad3. Esa historia de violencias continúa, mientras los pueblos pensaban que podían vivir tranquilos, sabiéndose y sintiéndose Naturaleza junto con los ríos, los árboles, la lluvia, las montañas.

 

El “desarrollo” en el caso de las comunidades negras del Pacífico y el Norte del Cauca

 

Se dice con insistencia que la respuesta a los “problemas” de pobreza del Pacífico y del Norte del Cauca es el “desarrollo”. Como intentaremos demostrar en este corto texto, se trata más bien de todo lo contrario. La cosmovisión liberal desarrollista solo ocasionará, en el mejor de los casos, una reducción de la insostenibilidad, pero no podrá detener la devastación en curso. Esta es la lección que aprendemos de todos los planes que se han sucedido unos a otros en el Pacífico, desde Pladeicop (1980) y Plan Pacífico (1990) al Plan Maestro Buenaventura 2050 y al Plan Todos Somos Pazcífico de la segunda administración Santos. Todos estos planes –anunciados en su momento con bombos y platillos– contaron con los mismos actores (BID, Banco Mundial, Usaid, expertos de Planeación Nacional, etc.), surgieron de la misma visión que sigue hoy moldeando las percepciones de la región y la imposición de ciertos intereses del capital. A pesar de algunos logros (algunas obras de infraestructura) todos tuvieron los mismos resultados, bastante cuestionables en términos del bienestar de las comunidades y el medio ambiente. No podemos ignorar que el desplazamiento masivo, los feminicidios, las casas de pique y la pobreza acendrada han llegado a la región con las estrategias de desarrollo mencionadas. No es mera coincidencia. Solo perpetuán la insostenibilidad estructural.

Entre las consecuencias de la visión desarrollista, claramente visibles en regiones como el Pacífico y el Norte del Cauca, se encuentran las siguientes:

– La compulsión al ‘desarrollo’: después de más de siete décadas de la era del desarrollo la sociedad es más insustentable que nunca, y los problemas sociales quizás más graves que nunca.
– Destrucción sistemática de la naturaleza (erosión de la biodiversidad, cambio climático, devastación ambiental por donde miremos)
– Persistente y creciente desigualdad social
– Ocupación sistemática de los territorios étnicos y campesinos (la palma aceitera, la caña de azúcar, y la ganadería extensiva, entre otras, son verdaderas estrategias de ocupación de los territorios, cuando no de vaciamiento de estos).
– Desplazamiento masivo, pobreza, violencia, y feminicidios.
– Primacía de lo europeo y lo blanco (racismo acendrado) y lo masculino (patriarcado).
– La idea del conocimiento experto como única verdad.
– La marginación/destrucción de los mundos con visiones y saberes diferentes.
– La creación de un mundo donde solo cabe un mundo: el llamado mundo globalizado, basado en las premisas ontológicas de la cosmovisión liberal.

De este breve análisis podemos lanzar dos ‘anti-fórmulas’ provocadoras. Primero, que al Pacífico y al Norte del Cauca no lo están acabando ‘la falta de desarrollo’, como generalmente se aduce sin cuestionamiento alguno, sino su implementación, su exceso, o al menos los excesos de cierto tipo de desarrollo. Segundo, y en consecuencia, ¡que es la visión desarrollista la verdaderamente anacrónica, y no la visión comunal de las organizaciones étnico-territoriales, como generalmente se piensa!¿Qué podría ser más romántico que la insistencia en que ‘más de los mismo’ (más desarrollo capitalista) conducirá a un territorio sostenible? Insistimos: las estrategias convencionales solo reproducirán la sustentabilidad del modelo capitalista, y este no detendrá la devastación en boga4.

 

El territorio es la vida, y la vida no se vende. Se ama y se defiende. La opción por la minería ancestral en el Norte del Cauca

 

La minería de oro es parte de la cultura del pueblo negro en Colombia, en el norte del Cauca lo expresan así dos líderes comunitarios: Dice Lisifrey Ararat, del consejo comunitario de La Toma, en el Norte del Cauca:

“[…]mire, la minería aquí en el Cauca y en el Ovejas es parte de lo que somos, es nuestra cultura, nosotros aprendemos a sumar, a restar, a nadar, a vivir[…] haciendo minería. Desde muy pequeños los abuelos, tías, tíos, papás y mamás nos traen al río a miniar, a lavar el oro. Allí aprendemos a relacionarnos con los demás, a sentirnos parte de la comunidad, parte del río. Todos los mayores de la comunidad nos enseñan la defensa y el amor por el río Ovejas que para nosotros es padre y madre, tenemos el ejemplo de resistencia de doña Paulina que en años pasados, como en los ochenta, creo que en ese tiempo, si, se paró al frente de una retroexcavadora que quería sacar oro del Ovejas, y entonces toda la gente de Yolombó fue donde estaba ella y sacaron la retro”5.

Para los paisas6 el oro es solo una mercancía, para el gobierno es un producto que hará crecer la economía. La minería del oro se impone como política económica de Estado como la locomotora del desarrollo que según discursean traerá prosperidad para todos y todas. Pero saben y sabemos que no es así, que la riqueza queda en mano de unos pocos (los de siempre), casi siempre foráneos, y las consecuencias nefastas se quedan en los territorios, el deterioro de los ecosistemas y el quebrantamiento de las lógicas de vida comunitaria, y el debilitando la diversidad cultural y ecológica de este país.

La disputa por el territorio en la región tiene una larga historia de despojo a sangre y fuego. Una vez los negros libertos establecieron sus espacios de vida en un largo periodo, durante la segunda mitad del siglo XIX7, las élites y gobiernos de aquel entonces desplegaron toda suerte de estrategias desde la formalización de la propiedad de la tierra para generar préstamos soportados en las fincas que luego perderían los negros libertos, hasta el asesinato y persecución de líderes y dueños de pequeñas propiedades, pasando por el asedio, quema e inundación de los cultivos. Todo esto terminó consolidando en la región la concentración de las mejores tierras de la parte plana en manos de las élites mestizas de los departamentos del Valle del Cauca y Cauca.

Mientras resistían y resisten los negros libertos en la zona plana, con unas luchas ganadas, otras pérdidas, los intereses expansionistas del capital no dan tregua. Hoy en día, la caña de azúcar continúa expandiéndose en la parte plana y, en la parte alta, en el pie de monte de la cordillera, y se pretende establecer la minería ilegal, criminal e inconstitucional8.

El auge del oro ha tenido varios momentos en la historia reciente del norte del Cauca. Actualmente, prácticamente todo este territorio se encuentra amenazado por una gran cantidad de concesiones mineras o por solicitudes para esta actividad9. Es claro que el boom de la minería en Colombia responde a intereses y orientaciones de la banca y el comercio internacionales, ante lo cual el gobierno colombiano responde con los ajustes necesarios en materia de política pública.

 

Es más fuerte nuestro amor por la vida que nuestro temor por la muerte. Despojo y Resistencia

 

Es claro para las comunidades que la minería en este tiempo viene de la mano de los actores armados. En todo el norte del Cauca se ciernen nuevamente las amenazas y los hechos del despojo, que se exacerban por la presencia de grupos paramilitares, por los enfrentamientos entre grupos armados, por el aumento de cultivos de uso ilícito y la llegada de foráneos a los territorios. Se ha disparado la llegada de retroexcavadoras en los ríos del norte del Cauca y del Pacífico Sur, con las implicaciones que esto conlleva: desplazamiento; aumento de la inseguridad, el alcoholismo y drogadicción, así como la precarización de la vida de las comunidades, ya que el boom de la minería les ha contagiado y puesto en competencia con foráneos. La consecuencia ha sido el dejar de lado y en algunas ocasiones abandonar otras actividades productivas como la agricultura, la pesca y la caza. Han aumentado las amenazas de muerte a los líderes y lideresas de las comunidades, y se está poniendo en riesgo la pervivencia de la propia cultura de las comunidades, como lo expresan las mujeres del norte del Cauca:

“Hoy nuestras vidas están en peligro y las posibilidades de existir como pueblo afrodescendiente es mínima, muchos hombres y mujeres están amenazadas de muerte, nosotras hemos vivido de la minería ancestral, como una actividad que les permitió a nuestros ancestros comprar su libertad y la nuestra. Esta actividad ha estado articulada a la agricultura, a la pesca, a la cacería y a los saberes ancestrales que las mayoras y comadronas han inculcado en nosotras para permanecer como pueblos”10.

De esta manera, se continúa configurando la estrategia de vaciamiento de los territorio ancestrales negros de diversas formas, los daños e impactos en los ecosistemas y la vida de las gentes de la región es el claro apuntalamiento y consolidación del modelo de desarrollo que arrasa y aniquila a los ecosistemas y a los pueblos11,en este caso a los pueblos negro, indígena y campesino del norte del Cauca. Hay toda una trama donde se articulan y ayudan paramilitares y élites, gobernantes, empresas, y el capital transnacional. El pos-acuerdo no ha traído paz a los territorios; en algunas partes se ha agudizado, pues se “despejan” zonas a las que las empresas y el mismo Estado no llegaban por razón del conflicto armado. El desarrollo viene arrinconando, asesinando, masacrando a los pueblos y configurando un verdadero etnocidio y ecocidio.

En el ámbito de “lo ambiental” la Corte Constitucional, en la sentencia T-969 de 2014, manifiesta que el racismo ambiental se caracteriza por tres aspectos:

“1. Una comunidad claramente identificable que comparta una identidad étnica o racial minoritaria que haya sido oprimida o marginada del proceso de toma de decisiones. 2. Que dicha comunidad deba soportar una serie de cargas y/o riesgos en materia ambiental que signifiquen un detrimento para sus derechos, bienes, valores, o intereses de relevancia constitucional. 3. Que tales cargas y/o riesgos ambientales resulten desproporcionados en relación con aquellos que deben soportar otros grupos étnicos a los que pertenecen las personas que adoptan las decisiones con respecto de la distribución de tales cargas considerada discriminatoria” (p. 53)12.

Este racismo ambiental no es más que una manifestación del racismo estructural, vivido y que pese al paso del tiempo continúa viviéndose en el país, realidad que niega el disfrute de los derechos a las comunidades negras. A pesar de estas situaciones, son muchas las formas en que las comunidades resisten, heredando los problemas del pasado por la lógica del desarrollo, y siguiendo formas heredadas de resistencia de los ancestros y ancestras.

La conformación de los consejos comunitarios y más allá de ello el reconocimiento y apropiación de los territorios ancestrales como patrimonio dejado por los ancestros y ancestras, el compromiso de dejar ese legado material y el sentido de la re-existencia a los y las renacientes desde la fuerza de sentirse uno-a con el territorio, es la base fundamental de la resistencia y la re-existencia aprendida de los cimarrones y cimarronas. Ese recurrir a la memoria histórica, y el compromiso de enaltecer las luchas del pasado, es un fundamento de la vida colectiva que alimenta la lucha de las comunidades negras en el norte del Cauca. La espiritualidad vivenciada en el día a día, en las labores cotidianas, en la danza, en la música, en la juga, en cosechar lo que se siembra, en celebrar la comida, en hermanarse con el río, el reconocer en cada nacimiento la raíz de dónde provienen, es lo que hace a muchas comunidades negras re-existentes, sentirse y saberse pasado, presente y futuro.

Experiencias de las comunidades negras, que muestran esas luchas las tenemos en el consejo comunitario de La Toma, Suárez, donde las mujeres de Yolombó (La Toma) inspiraron y animaron para que las mujeres del Norte del Cauca13 salieran a caminar desde sus comunidades hasta Bogotá para buscar soluciones a la llegada de retroexcavadoras a los territorios ancestrales. Ellas enaltecen la vida y se rebelan frente a las injusticias y atropellos cuando expresan con contundencia y convicción: “Es más fuerte nuestro amor por la vida que nuestro temor por la muerte”. Haciendo conocer sus preocupaciones y presentando alternativas, se movilizaron desde el 17 de noviembre al 12 de diciembre de 2014, exigiendo respuestas y soluciones que frenaran la presencia de la minería ilegal en los territorios ancestrales. Ese andar lo realizaron acompañadas por la Guardia Cimarrona.

Las mujeres, luego de su caminar, y al no encontrar respuestas por parte de la institucionalidad estatal, decidieron quedarse en asamblea permanente en las instalaciones del Ministerio de Interior por cuatro días, para forzar al gobierno colombiano a cumplir con los múltiples compromisos establecidos con las comunidades para resolver el problema minero en sus territorios. Múltiples han sido los espacios de concertación con el gobierno donde las organizaciones llegan con propuestas, las distintas entidades del gobierno se comprometen y finalmente no cumplen lo acordado, y entre tanto la minería ilegal, criminal e inconstitucional se consolida.

Es claro para las mujeres negras de los municipios de Suárez, Buenos Aires, Guachené, Caloto, Santander de Quilichao y Puerto Tejada, que trabajan día a día por la defensa de la vida y los territorios:

“[…]A pesar del abandono del Estado, hemos permanecido en resistencia frente a los megaproyectos, que en nombre de su visión de desarrollo y con el discurso de erradicar la pobreza, han venido generando condiciones de despojo, destierro y miseria[…]Hoy nuestras vidas están en peligro y las posibilidades de existir como pueblo afrodescendiente es mínima”14.

Son muchas y diversas las formas de resistencia utilizadas en los procesos colectivos, entre ellas las acciones jurídicas para el reconocimiento de los territorios ancestrales, tales como la sentencia T1045A de 2010 de la Corte Constitucional, donde se reconoce la violación a los derechos de las comunidades negras en los procesos de adjudicación de títulos sin la aplicación del derecho a la consulta y consentimiento previo, libre e informado, y solo se permite la realización de la minería ancestral, frenando a los foráneos hasta tanto no se logre el consentimiento de la comunidad.

Siguiendo la enseñanza de las personas mayores, integrantes del consejo comunitario de La Toma sacaron retroexcavadoras del lecho del río Ovejas, como lo expresa la lideresa Francia Márquez, indignada y molesta, cansadas de esperar que el gobierno cumpla con su obligación de garante de derechos:

“[…] han entrado dos retros o una, y ahí mismito hemos puesto en conocimiento de toda la autoridad nacional y local. Claro, se hacen los de la vista gorda y a la semana ya hay 20 retroexcavadoras, y a la semana hay 80, y a la semana ya hay 100 […] y mientras tanto nosotras, mujeres negras, hombres negros tenemos que ir a enfrentarnos con esa gente, a sacar las retros por las malas, o por las buenas, o como sea. Si, poniendo en riesgo nuestra vida, poniendo en riesgo nuestra permanencia en nuestro territorio […]”15.

Este mismo tipo de acciones, ante la indiferencia y complicidad del gobierno, también la realizan otros consejos comunitarios en el norte del Cauca. El consejo comunitario Cuenca del río Cauca y microcuencas de los ríos Teta y Mazamorrero, en el ejercicio de autodeterminación, asumiendo su responsabilidad como autoridad en el territorio ha realizado, en los últimos seis años, aproximadamente veintidós (22) acciones de expulsión de retroexcavadoras, algunas de esas acciones (unas seis) las han realizado en coordinación con los indígenas y campesinos. Ha implicado esto amenazas de muerte para los líderes, lideresas y la comunidad en general, pero se tiene establecido desde su reglamento interno que no se permitirá la destrucción de los ríos a razón de la minería con retroexcavadoras.

Todas estas acciones las realizan con la guardia cimarrona, que replicando estrategias de los cimarrones y cimarrones en los palenques, contados por los mayores y mayoras, se viene consolidando en los territorios como una estrategia de auto-protección y defensa del territorio.

Todas estas acciones en coherencia con los planteamientos aprobados en su reglamento interno, donde establecen que:

“Los habitantes del Territorio ancestral Colectivo de Comunidades Negras del consejo comunitario Cuenca del río Cauca y microcuencas de los ríos Teta y Mazamorrero, nos afirmamos como pueblo afrodescendiente, con pensamiento e identidad propia, con más de cuatrocientos años de tradición, resistencia y presencia en este territorio. Que hemos poseído, conservado, administrado, aprovechado y regulado con base en nuestras prácticas ancestrales, heredadas de generación en generación, al conocimiento de los ciclos lunares que rigen nuestra cotidianidad como grupo étnico, para el aprovechamiento sostenible y eficiente de los recursos, para beneficio y usufructo de presentes y futuras generaciones”16.

 

Dejarle a los y las renacientes la herencia de resistencia que nos dejaron los ancestros y ancestras

 

Sentipensando con los pies y el corazón en el territorio, es claro que nada le ha sido regalado al pueblo negro. Como dicen sus activistas, “La resistencia y la re-existencia son parte constitutiva de nuestro ser mujeres negras, de nuestro ser hombres negros, está en nuestro ADN cultural-histórico-territorial. Seguiremos entonces resistiendo el embate del hombre blanco que no quiere dejarnos ser, que quiere que seamos como ellos, que veamos la vida con sus ojos, que pensemos con su pensamiento. Así como desde hace más de 400 años sabemos que no respetan las demás formas de vida, que no cumplen con su palabra, hoy día sabemos que seguirán irrespetando, aniquilando la vida, queriendo imponer sus formas y sus decisiones… Los espacios de concertación serán para que sepan que aquí estamos y aquí (en nuestros territorios) nos quedamos. El reducto de territorio que hemos defendido y seguiremos defendiendo seguirá siendo espacio de vida en todas sus expresiones, será defendida por nosotros y nosotras, siguiendo el legado de hombres cimarrones, de mujeres cimarronas”17.

 

Conclusión

 

Experiencias como estas en el Norte del Cauca sugieren la importancia que muchas organizaciones étnico-territoriales (tanto indígenas como afrodescendientes) le dan a planes de vida (no de ‘desarrollo’) o para el Buen Vivir de las comunidades, o en aquello que muchas comunidades étnicas llaman un desarrollo de acuerdo a su cosmovisión y a una visión propia de futuro. Es de aclarar que estos conceptos de las organizaciones étnico-territoriales están sustentados en múltiples instrumentos legales del derecho nacional e internacional que defienden el derecho al desarrollo de acuerdo a las cosmovisiones y a las aspiraciones propias, comenzando por la Convención 169 de la OIT.

Estas experiencias nos convocan a construir colectivamente un imaginario de región diferente de la narrativa prevalente basada en megaproyectos, crecimiento, consumo, comercio, ‘productividad’, desarrollo, etcétera. De una forma muy sucinta, podríamos decir que dicho imaginario apuntaría a una visión del Pacífico y el Norte del Cauca como bio-regiones pluriversal, es decir, habitada por muchos mundos diversos. Estos mundos están constituidos por entramados relacionales de humanos y no-humanos, y deben ser pensados desde el principio de una productividad otra: una productividad para la Vida. Como requisitos mínimos, esta nueva visión generaría una perspectiva inter-étnica e inter-cultural contundente, fundamentada en el respeto por la integridad de los territorios colectivos y la biodiversidad. Las estrategias que surjan de este ejercicio estarían orientadas hacia la reproducción y transformación auto-sostenida del tejido de la vida. En cuanto a la economía y los planes de inversión se refiere (incluyendo aquellos del sector privado), deberán estar subordinados a estos principios. Las estrategias económicas y de infraestructura, de esta forma, deberán estar al servicio de las comunidades y del Buen Vivir, no lo contrario como generalmente sucede. Será importante también reconocer los derechos de la Naturaleza, como ya se hace en otros países (el llamado giro biocéntrico, transcendiendo al antropocentrismo constitutivo de la cosmovisión desarrollista). Esta sería la base para los acuerdos ambientales.

Dentro de esta estrategia para el Buen Vivir, los conocimientos de las comunidades y las organizaciones étnico-territoriales surgen como ingredientes esenciales para las deliberaciones y para el diseño de políticas concretas. Estos conocimientos exhiben un número de características importantes: un entendimiento profundo sobre la autocreación contínua de la vida y por tanto una sintonía con la Tierra; una visión de la inter-dependencia de todo lo vivo, del tejido de la vida; una estrategia política de avanzada, centrada en la relación entre territorio, autonomía, dignidad, otra economía y defensa de la vida; una aguda conciencia de la coyuntura social y ambiental del planeta; y una utopía realista para la re/construcción de los entramados de mundos hacia un mundo donde quepan muchos mundos.

Adoptar una perspectiva comunal y étnico-territorial de esta manera, sugiere un vuelco significativo en el pensamiento y políticas de desarrollo para estas regiones. Confrontamos una crisis planetaria, dentro de la cual el Pacífico y el Norte del Cauca –territorios étnicos por excelencia– adquieren un potencial inusitado para un diseño de avanzada para la transición hacia otro modelo de vida diferente al ‘desarrollo’. Algunas organizaciones están dando forma a esta posibilidad histórica con el imaginario de Otro Pazífico Posible18. Esta formulación no es sino otra manera de nombrar el concepto que surgiera de algunas organizaciones étnico-territoriales de la región en la década de los 90: El Pacífico (y Norte del Cauca) como Territorio de Vida, Alegría, Esperanza y Libertad. Para decirlo en los términos del intelectual y activista de Buenaventura Carlos Rosero, un Pacífico “donde todos tengamos, los de adentro y los de afuera de la misma manera, el derecho a comer bocachico y a nadar en sus ríos, hoy contaminados de mercurio, y donde  los hijos de todos nosotras y nosotros, los hijos de todos, puedan disfrutar y gozar del paisaje y no solamente, mirarlo con nostalgia en las fotografías, videos y en los pocos recuerdos que logremos transmitirles”19.

Información adicional

Experiencias en territorios afrodescendientes
Autor/a: Marilyn Machado Mosquera y Arturo Escobar
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