Los tiempos que corren, marcados por el sello indeleble de dos revoluciones industriales interrelacionadas*, han liberado intensas energías que propician un capitalismo cada vez más excluyente y autoritario.
Son unas energías que, encauzadas por la computación y la internet, han reducido el mundo a una aldea con un inmenso circuito financiero interconectado que cruza a todos los países, bien por satélites o por cables submarinos, registrando todo tipo de operaciones bancarias, depositando minuto a minuto decenas de millones en las cuentas de escasos 8 megaricos, los que según el reporte de Oxfam poseen lo mismo que 3 mil seiscientos millones de personas. Y junto a ellos, otra reducida pléyade de millonarios que acumulan a su haber lo producido por el esfuerzo de millones de trabajadores, hombres y mujeres.
Esos personajes, en realidad cabezas de multinacionales como Amazon, Microsoft, Facebook, Inditex-Zara, Berkshire Hathaway, Oracle, Bloomberg LP, Claro, y los tradicionales bancos y petroleras que acumularon el fruto de trabajo de millones durante todo el siglo XX, grupos empresariales cruzados de diversa manera con el capital financiero internacional, todos los cuales influyen o determinan, con las tecnologías y capitales que controlan, el rumbo de diversos Estados y/o gobiernos integrantes del sistema mundo capitalista.
La influencia económica, política, cultural y militar de estos inmensos grupos empresariales es inocultable. Por un lado imponen sus desarrollos tecnológicos a los Estados a través de licencias privativas, dejándolos a merced de su espionaje, sometiendo su soberanía educativa y tecnológica, sentando su influencia sobre estos estados, además, a través de asesorar sus ejércitos y sus servicios de inteligencia. El control social hoy vigente por doquier, así como los altos niveles de autoritarismo impuestos a lo largo y ancho de todos los continentes, está soportado sobre tecnologías desarrolladas o encargadas a estas corporaciones.
Por otro lado, asientan referentes culturales por doquier, trazando matrices de presente y futuro, cerrando las ventanas del sueño utópico de otra sociedad posible y abriendo las puertas de la conformidad; a la par de asegurarse por diversos canales –como la normatividad supranacional– el control/protección de sus ingentes capitales,
Todo ello, miles de millones resumidos en pocas cuentas, contratación de cientos de miles de trabajadores en sus empresas, inocultable influencia política sobre numerosos Estados, control tecnológico, monopolización de las comunicaciones, capacidad especulativa, arrasamiento de la privacidad por doquier, etcétera, ha llevado a la democracia formal a su agonía. Una democracia directa, radical, donde la consulta al conjunto social de todas aquellas decisiones estratégicas que le afectan sean obligatorias, decididas a voto limpio, surge como una alternativa inaplazable. Aquí, en Colombia, la “democracia más vieja del continente”, como en todo el mundo, esta opción también está a la orden del día.
Una oferta incumplida
La burguesía decapitó políticamente a la monarquía con el filo de la guillotina, en lo económico con la apertura de una producción y un comercio con menos barreras, y culturalmente con la oferta de libertad, igualdad y fraternidad. Esa rancia monarquía quedó como simple porcelana que decora las salas de recibimiento en las sociedades europeas, allí están los Borbones y otros más.
Su triunfo fue facilitado y potenciado por la multiplicación de la capacidad productiva desatada como resultado inmediato de la primera revolución industrial, por la acumulación de capital devenida de un comercio que derrumbaba murallas sin contemplación alguna y la misma influencia cultural que fueron ganando sus ideales. Sin embargo, su promesa fue solo eso, una promesa. En los dos siglos y algunos años más de su gesta, en pocas, tal vez muy pocas sociedades regidas por los principios que abanderaron, tal triada la han vivido a plenitud sus pobladores.
Para constatación, basta revisar los derechos de primera generación, los conocidos como Derechos civiles y políticos, entre estos:
• “Toda persona tiene los derechos y libertades fundamentales sin distinción de raza, sexo, color, idioma, posición social o económica”
• “Nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles inhumanos o degradantes, ni se le podrá ocasionar daño físico, psíquico o moral”
• “Nadie puede ser molestado arbitrariamente en su vida privada, familiar domicilio o correspondencia, ni sufrir ataques a su horna o reputación”
• “Toda persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia”
• “Toda persona tiene derecho a la libertad de reunión y de asociación pacífica”.
Ante la lectura cuidadosa de estos preceptos, redactados hace más de dos siglos, y su más cuidadosa constatación con la realidad pasada y presente, es evidente que los mismos no han tenido plena concreción en el tiempo trascurrido. ¿Qué dirán ante cada uno de estos derechos los miles de miles que desde África tratan por estos días de migrar hacia Europa? ¿Qué opinarán quienes son encarcelados en múltiples países del actual sistema mundo al pretender motivar a sus congéneres a luchar por un gobierno otro? ¿Qué gritaran quienes llenan distintos presidios por doquier? ¿O qué nos confirmarán los que por tener otro color de piel son excluidos en la tierra que los vio nacer o aquella a la cual llegaron años después en procura de ingresos dignos para vivir o buscando protección para sus vidas?
¿De qué libertad, igualdad y fraternidad pueden ufanarse quienes con la guillotina dieron paso a estos derechos si la riqueza de otrora potencias globales como Francia fueron amasadas sobre el filo de las bayonetas, tanto en África, como en Asia y nuestra América, incluida su región Caribe?
Promesas, simples promesas. Pero también control social, hegemonía política, así como manipulación y dominio político. Todo esto, una ironía de quienes como clase dieron origen a estos derechos, pues lo que en gran medida resumía esta Primera Carta de Derechos (derechos de primera generación –civiles y políticos–) eran las necesidades que como clase tenían estos mercaderes, pero no mucho más.
Una oferta de nueva sociedad erigida en medio de incumplimientos. A la par que imponían sus demandas el mundo permanecía y continuaba plagado de sociedades esclavizadas, oprimidas, excluidas. Y contra tal realidad se levantaron obreros y campesinos, además de otros sectores populares. En cada país hay historias por retomar, en cada país hay memoria viva que pretenden borrar quienes figuran allí como genocidas y masacradores.
Han sido luchas de los de abajo contra los de arriba, con las cuales dieron cuerpo a lo que décadas después fue conocido como los Derechos de segunda generación –económicos, sociales y culturales–, muchos de ellos conquistados sobre inocultables charcos de sangre, lo que recuerda que hasta el siglo XIX y bien entrado el XX ningún derecho fue reconocido sin resistencia ni violencia por parte de quienes detentaban el poder. Es la ley del poder. Luego esos mismos sectores que lo concentraban a su favor transforman los derechos en un galimatías al cual acceden en igual condición personas o individuos, grupos sociales y empresas, entre ellas las multinacionales. ¡Y todos, individuos, grupos sociales y multinacionales son reconocidas en igual condición y con igual posibilidad!
De los Derechos de segunda generación, valga recordar, hacen parte entre otros:
• “Toda persona tiene derecho a la seguridad social y a obtener la satisfacción de los derechos económicos sociales y culturales”
• “Toda persona tiene derecho al trabajo en condiciones equitativas y satisfactorias”
• “Toda persona tiene derecho a formar sindicatos para la defensa de sus intereses”
• “Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure a ella y a su familia la salud, alimentación, vestido, vivienda, asistencia médica y los servicios sociales necesarios”.
¿Qué dirán ante estas referencias de vida quienes buscan sin resultado positivo trabajo? ¿Qué opinarán quienes presencian sumidos en angustia los padecimientos de su familia por no tener mesa abundante, por no contar con un techo bajo el cual guarecerse o médico al cual acudir y del cual obtener fórmula presta que no le implique la compra de medicinas especializadas para las cuales no tiene dinero con que adquirirlas? ¿Qué podrán contar quienes intentaron conformar un sindicato y por ello fueron expulsados de su puesto de trabajo, amenazados y obligados a dejar su ciudad, o asesinados?
Del dicho al hecho hay mucho trecho, dice el refranero popular, y no se equivoca. Es así como la democracia –el gobierno del pueblo y para el pueblo, o el gobierno de las mayorías al servicio de todos– queda como un referente para guiar los pasos de la humanidad, algo por lograr. Una democracia más allá de la liberal –electoral–. Es por ello que enrutar las energías sociales tras tal meta deberá ser uno de los objetivos de los movimientos sociales en los tiempos que corren.
Es precisamente este reto el que nos recuerda que la democracia, la realmente existente, está en disputa. Por lo cual, asumirla como referente de las luchas en curso o por venir, es seleccionar la más trascendental de las dianas que podemos ver y determinar en el entorno y momento que vivimos.
En esta pugna, los sectores populares cuentan a su favor que, más allá de sus deseos, los poderosos del mundo no pueden controlar ni parar las energías desatadas por las revoluciones industriales en marcha, de tal manera que la concentración de riqueza proseguirá sin control ni límite alguno, y con ella la inconformidad global con esta realidad; el poder, como quintaesencia para asegurar los privilegios de unos pocos, potenciará aún más la violencia “legalmente constituida” y todo tipo de espionaje y violaciones a la privacidad y libertad de las mayorías, ahondando así el autoritarismo, negando de manera efectiva la libertad; y, con todo ello como marca esencial del sistema social-económico y político vigente, ¿es posible solidaridad alguna? Sálvese quien pueda, es la norma de normas que hoy impera en el mundo.
Es una realidad a la cual hay que torcerle el brazo. En el afán de numerosos sectores sociales por actuar ante la catástrofe en que está entrando el conjunto social global, y con ésta hasta la mismísima Tierra como casa de la humanidad, van tomando cuerpo otras formas de hacer y de vivir, experiencias de otra economía posible, basadas estas en procesos solidarios, cooperativos, comunitarios, procesos donde la misma propiedad de los medios de producción, además de la planeación de qué y cómo producir, la forma de hacerlo, así como la apropiación de lo generado por el trabajo de muchas personas, deja a un lado el interés estrictamente privado para adentrarse en el colectivo.
Sobre este particular destacan en nuestra región experiencias como las de Cecocesola con asiento en Barquisimeto –capital del estado Lara, Venezuela– la cual, aún en la crisis que hoy vive este país, ha logrado conservar su dinámica autónoma, la red de productores agrarios y de comercialización de sus productos, así como el centro de salud.
En Colombia, el referente es Confiar cooperativa financiera que tras sus más de cuatro décadas de experiencia, trascendió de un fondo de empleados creado por los trabajadores de Sofasa a una propuesta solidaria abierta que hoy cuenta con más de 166 mil asociados, así como algo más de 277 mil ahorradores, cuyos aportes permiten el apoyo constante a diversidad de experiencias sociales, culturales, comunitarias, educativas, artísticas, informativas y de otros órdenes, evidenciando con su práctica que en lo económico sí es posible tejer un camino diferente al impuesto por la institucionalidad. El estímulo al consumo consciente, es una apuesta fuerte con la cual se crean las bases de otra forma de ser y estar en este planeta. A su vez, el reconocimiento y valoración del liderazgo femenino y juvenil, potencia los nuevos actores sociales, de cuya mano también está el tema ambiental.
En Brasil, el Movimiento de los Sin Tierra, con más de 9 mil asentamientos agrarios, producto de la recuperación de la tierra por parte de los campesinos sin tierra, reconfirma que “una mano más otra mano no son dos manos… sino muchas más”, son comunidad, son pueblo.
Actuando de manera directa, más de un millón de familias han obtenido sus tierras y más de 130 mil están acampadas, es decir, en proceso de reconocimiento de su propiedad.
Estos campesinos, no solo han liberado su tierra, sino que además han construido sus viviendas, escuelas, incluso universidad, poniendo en marcha una producción asociada, limpia, sin tóxicos, además de mercadear alimentos procesados, vinos, artesanías, etcétera.
En Argentina, fábricas como Zanón y Brukman, el hotel Bauen, y otras experiencias exitosas de empresas asumidas de manera directa por sus trabajadores, asociados en cooperativas, demuestran sin duda alguna que sí es posible liderar y mantener en funcionamiento, por parte de los trabajadores, cualquier tipo de empresa. Además, y este es el caso de lo conocido de manera genérica como “Fábricas sin patrón”, que la solidaridad comunitaria es sustancial para que este tipo de experiencias no sean ocupadas policial o militarmente por los protectores del capital (el Estado y sus Fuerzas Armadas), así como para lograr una mejor difusión de todo aquello que producen, comercian u ofrecen como servicios.
En pocas palabras, economía, colectivo, común, solidario, redistribución, autonomía, son sinónimos que entretejidos abren puertas distintas a las capitalistas, procesos y experiencias que a pesar de estar sometidos en muchos de sus cotidianidades a los canales imperantes van creando otra cultura, sin la cual no es posible darle un portazo al mismo sistema económico-social hoy dominante.
Son ejercicios de vida y de esperanza, dinámicas todas estas que van en contravía de lo impuesto por la producción capitalista, y en ella por la misma dinámica ganada por las multinacionales donde la producción de hecho es cada vez más colectiva pero su apropiación no deja de ser particular. Así realza en casos como Amazon, Microsoft, Facebook, la primera de las cuales contaba en el 2017 con 566.000 trabajadores, Microsoft 133.000, Facebook más de 25 mil, sin dejar a un lado emporios como Samsung con 275.000 trabajadores y Walmart con 2.300.000. Otros muchos ejemplos podrían relacionarse y en todos ellos lo típico es que quien apropia para si lo producido por muchos es alguien que ha “desarrollado” un sistema inteligente que le permite interrelacionar a muchos, centralizando por vías de sistemas inteligentes sus saberes y producidos.
Hasta aquí podríamos decir que de acuerdo a la lógica imperante desde hace dos siglos largos todo está bien, pero sucede que esos sistemas inteligentes han visto la luz producto de investigaciones financiadas con dineros públicos. No es una exageración. Es conocido que la internet es el producto de prolongadas investigaciones de carácter militar financiadas por el Pentágono, el cual, como es obvio, funciona con base en los dineros públicos. Pese a ello, su apropiación económica ha terminado en manos de Microsoft. Todo un contrasentido. Así mismo ocurrió con la tecnología satelital, hoy resumida en los GPS producto de prolongadas investigaciones encabezadas por la Nasa, tecnología experimentada en la aviación, en cohetería y otros tanto usos militares. Millones de seres humanos cotizan mes a mes al erario público, que a su vez destina la caja de ahorros para asegurar el avance de la ciencia y la tecnología con supuesto sentido colectivo, pero al final unos pocos son los que ven los réditos de todo ello, sobretodo en sus depósitos bancarios.
Son empresas las beneficiadas de esta sin razón, las que además prestan un servicio de carácter estratégico con efectos, para bien o para mal, sobre el conjunto social, tanto en su país de origen como más allá del mismo. De ahí que reclamar el carácter social, público y común de este tipo de empresas, sea una reivindicación con plena vigencia. Es así como una ventana se abre para un futuro donde la igualdad tenga un asidero real, la libertad sea algo más que una consigna y con ello la fraternidad –la solidaridad, como referente más plausible– ganen el espacio necesario entre todos los seres humanos. Estamos así ante luces poscapitalistas; un futuro más cercano de lo que muchas veces vaticinamos.
Sin duda, otra democracia, además de necesaria, sí es posible.
* Estamos en presencia de dos revoluciones industriales: la tercera, que va llegando a su final, basada en la electrónica y las tecnologías de la información. Tenemos, como algunos de sus desarrollos: computadoras personales, clusters, redes de información; y la cuarta que está en pleno desenvolvimiento y que está basada en la simbiosis entre las dimensiones física, digital y biológica. Entre algunos de sus desarrollos más notables: robótica de todos los tipos, aprendizaje de máquinas, interface chip-célula.
Democracia, ¿solo electoral?
Es una realidad de perogrullo que los sectores dominantes se obstinan en afirmar que allí donde se celebran elecciones son países democráticos. Nada más irreal. Lo electoral, es solamente una de sus expresiones, las otras son la economía, el medio ambiente, la cultura. Así lo recuerda Antonio García Nossa: “La democracia es total en el sentido de que no puede existir a medias, ni como una suma de partes desordenadas y sueltas, ni como un sistema contrahecho que declara a los hombres libres pero les niega los medios –económicos, culturales y políticos– de ejercicio de la libertad”.
Precisamente Colombia es el prototipo de esta deformación de la democracia, o la expresión masiva en América Latina de la democracia que no va más allá de la norma, de la apariencia, ocultando una dictadura civil, soporte de una profunda desigualdad social, de la pervivencia de amplias capas de nuestra sociedad arrojadas al abismo del empobrecimiento y la miseria, así como al temor generalizado a opinar pues quien lo haga corre el riesgo de ser amenazado, expulsado de su terruño –desplazado– o simplemente asesinado. Años atrás la tortura y la cárcel era el camino preestablecido, hoy no lo es tanto, aunque no es extraño el descuartizamiento de cuerpos inermes y otras barbaridades que la humanidad creía haber superado tras la “humanización” de la guerra, mucho más en la disputa entre civiles.
La democracia es una palabra hueca entre nosotros, así lo resume su historia reciente:
1. Durante el siglo anterior, por lo menos desde 1946 fue desatada por una parte del establecimiento una guerra contra el pueblo indefenso, la cual tuvo dos años después, el 9 de abril de 1948, un punto de caldera que desató odios incontenibles. La guerra civil tomó forma, por lo menos hasta 1953, años durante los cuales la masacre de miles de campesinos, el desplazamiento de no menos de 250 mil, su despojo, la injusticia en los tribunales, el llamado a la barbarie desde los púlpitos, la utilización de la Policía y del Ejército como cuerpos privados para la defensa de terratenientes. En esas condiciones, el Partido Conservador celebró elecciones, sin contrincante alguno, y retuvo el manchado poder que retenía desde 1946 en cabeza de Mariano Ospina Pérez, quien lo entregó a Laureano Gómez; al caer éste enfermo en 1951 vio continuada su función por Roberto Urdaneta Arbeláez.
2. En 1953 dejan las apariencias e instalan una dictadura militar abierta en cabeza del general Gustavo Rojas Pinilla.
3. Una junta militar destituye a su Jefe y asume entre 1957-1958 el gobierno.
4. Tras un pacto oligárquico entre liberales y conservadores se reparten el poder por espacio de dos décadas, durante las cuales las elecciones eran una farsa pues ya se sabía cual de los dos partidos gobernaría, es decir, la elección era solamente entre quienes aspiraban a la Presidencia por un mismo partido. Otras formaciones políticas estaban prohibidas, no solamente para la disputa electoral sino para ejercer su opinión y acción político de manera cotidiana.
5. Superada esta etapa de la vida republicana, para contener las fuerzas democratizadoras que intentaban abrirse espacio por doquier, criminalizan en 1978 con el Estatuto de Seguridad toda protesta social.
6. A partir de los años 80, desatan una guerra soterrada contra el pueblo a través de un proyecto paramilitar de extensión nacional. Los miles de muertos, desaparecidos, desplazados, los despojados, el control de por lo menos el 30 por ciento del Congreso de la República por esas mismas huestes, a pesar de realizarse elecciones, dibujan el real carácter del régimen.
7. Las elecciones no dejan de sucederse, a pesar del asesinato de candidatos presidenciales, y de aspirantes al Congreso y otros cuerpos de elección popular.
8. Potenciando el carácter criminal de los narcotraficantes, la guerra arrecia sobre todo aquello que se considera oposición. La división y atomización de la sociedad, producto del miedo generalizado, es su propósito, el cual es cumplido a cabalidad.
9. Una guerra sin miramientos éticos ni de ningún tipo ensancha sus ecos desde el 2002, dejando entre sus saldos trágicos lo que es conocido por la memoria nacional como los “falsos positivos”.
Pese a ello, las elecciones prosiguen su curso. También la concentración de la riqueza en pocas manos:
Riqueza en pocas manos
Al detallar en Colombia los ingresos de los más ricos contra el ingreso de la clase media, los resultados son escandalosos: el ingreso del 1 por ciento más rico es 11 veces el de la clase media, el del 0.1 por ciento es 52 veces y el del 0.01 por ciento es 149 veces.
Si comparamos estas cifras con los más empobrecidos del país, los resultados son peores. El ingreso del 1 por ciento más rico es 39 veces el del 10 por ciento más pobre, el del 0.1 por ciento es 275 veces y el del 0.01 por ciento es 789 veces.
Que 4.770 connacionales (0.01 más rico) ganen 150 y 789 veces el ingreso de una persona de la clase media y pobre respectivamente, explica por qué registramos como uno de los países de mayor desigualdad a nivel mundial.
La tierra
Según el análisis de Oxfam (2017), sobre la propiedad y uso de la tierra en Colombia, publicado en el informe “Radiografía de la desigualdad”, nuestro país sigue siendo el más desigual del continente en materia de distribución de la tierra. Solamente el 1 por ciento de las explotaciones de mayor tamaño (Unidades de Producción Agrícola, UPA, de más de 500 hectáreas) maneja más del 80 por ciento de la superficie productiva de tierra, mientras que el 99 restante –campesinos, propietarios de minifundios– se reparte menos del 20 por ciento de la tierra productiva para vivir.
La concentración de la tenencia de la tierra sufrió un agravamiento en las ultimas décadas, a tal punto que las explotaciones de más de 500 hectáreas pasaron de 5 millones en 1970 (el 29% del área total censada) a 47 millones en 2014 (el 68%), su tamaño promedio también aumentó pasando de menos de 1.000 hectáreas en 1960 a 5.000 hectáreas en 2014.
En la actualidad –según el censo nacional agropecuario del 2016, que comprendió 111,5 millones de hectáreas–, el uso del suelo en millones de hectáreas se divide de esta manera: Bosques 63,2; ganadería 34,4; agricultura 8,5; otros usos 5,4. De manera adicional, a finales de 2012 fueron suscritos 9.400 títulos mineros que responden a 5,6 millones de hectáreas.
Vale la pena decir que en las zonas que se denominan de agricultura el 75 por ciento cultivado responde a monocultivos de caña de azúcar, palma africana y café, mientras que en el 15 por ciento restante se cultiva variedad de cultivos transitorios.
La vivienda
La tasa de personas con vivienda propia en las zonas urbanas es de 5,1 millones, quienes viven en arriendo suman 4,9 millones de hogares y quienes no tienen una vivienda o viven en hacinamiento son alrededor de 1,3 millones, juntándose con los 2 millones más que tienen un déficit cualitativo de vivienda, es decir, que carecen de acceso a servicios públicos, vías publicas y los entornos no son aptos para vivir.
Empobrecidos y enriquecidos por el sistema
Tomando como referencia el año 2017, “la pobreza por ingresos en Colombia se mantiene en el 29,5 por ciento; 26 por ciento en los centros urbanos y 41,1 por ciento en las zonas rurales. Por su parte, en el campo, más que pobreza lo que el país tiene es indigencia: mientras en las ciudades los indigentes son el 7 por ciento, en el campo alcanzan el 33 por ciento”.
“Contrario a esto, y como problemática que denota a todas luces la antidemocracia vigente entre nosotros, estructuralmente la clase rica representa el 10 por ciento de la población y se queda con el 45 por ciento del ingreso producido anualmente por la sociedad; peor aún, el 1 por ciento de los estratos altos concentra el 20 por ciento del ingreso nacional, adicional al monopolio del poder político, estatal y mediático. A la clase media pertenece el 40 por ciento de la población y tiene una participación simétrica en los ingresos del país. Los sectores populares constituyen el 50 por ciento de los habitantes y reciben solo un 16 por ciento del total de los ingresos”*.
El juego del voto
Democracia de apariencia. Mientras la desigualdad social ahondaba su brecha en el país, mientras las armas oficiales y no tanto garantizaban tal dinámica, las urnas permanecían abiertas, ofreciendo cada cuatro años una posible transformación del país si cambiaba la cabeza de su gobierno. ¿Será posible tanto con tan poco? Las experiencias de diferentes países están a la vista. Pero, sea cual sea la realidad y la efectividad del voto, lo cierto es que lo vivido entre nosotros es una democracia aparente, formal, soportada sobre el uso despiadado de las armas, democracia difundida y consolidada a través de los medios de comunicación y de la escuela como si se tratara de una democracia real, plena.
El sueño de la esperanza
Pese a ello, mientras esto sucedía, mientras la democracia liberal mantenía sus formas, en diversidad de territorios de nuestro país una variedad de actores sociales no cejaban en su esfuerzo por darle cuerpo a otro país posible, reuniendo para ello esfuerzos variados en lo económico, político y social.
Encontramos allí experiencias cooperativas y solidarias de múltiple origen y logros; experiencias agrícolas rurales colectivas, bien a través de manos indígenas o de campesinos de distinto origen, que logran que la tierra produzca más y mejor de lo que lograría un solo campesino pobre en su reducido minifundio; experiencias de distinto logro en la comercialización de variedad de productos; experiencias educativas que forman a su alumnado con un sueño de una Colombia posible donde todos vivamos en felicidad; en fin, encontramos otros caminos abiertos o en proceso de serlo –contrarios a los oficiales y normatizados, contrarios a los que favorecen a los grandes y medianos empresarios–, unos caminos que llevan al puerto de lo colectivo, de la justicia, la igualdad, la libertad, la fraternidad, para ir concretando un sueño que tomó cuerpo hace ya dos siglos y algunos años más, caminos sin los cuales no será posible que en nuestro terruño haya espacio para todos, un espacio para vivir sin ser arrinconados sino con espacio suficiente, tanto en el campo como en la ciudad, es decir, para vivir en dignidad.
* Sarmiento Anzola, Libardo, “2002-2018, la herencia Uribe-Santos”, Le Monde diplomatique edición Colombia, agosto 2018, pp. 4-8.
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