Sucede en la ciudad, que parece un autódromo, no por la velocidad de los carros, motos o ciclomotores que la recorren, pero sí por el intenso ruido que desprenden sus motores y que rompen la tranquilidad, como la posibilidad de conversar sin gritar, de caminar sin padecer el fastidio de ese estruendo, multiplicado por el ulular de sirenas de las ambulancias, bullicio, estruendo, que lleva al límite la estabilidad emocional de millones de personas, revolcando sus estómagos, aturdiendo sus oídos, haciéndolos soñar con una vida apacible, con la calma del silencio solo roto por el trinar de las aves que saludan el nuevo día o su final.