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Eco narrativas: Una experiencia alucinante en la Amazonía

Eco narrativas: Una experiencia alucinante en la Amazonía

«En eso apareció el famoso chullachaqui, el guardián de las selvas amazónicas. Me invadió el temor pero pronto caí en cuenta que tenía un rostro triste, muy triste».

Durante mucho tiempo había estado evadiendo con mil argucias la gentil invitación de don Benja de participar en una sesión de ayahuasca. Debo confesar que de un lado rechazaba la idea de incorporar a mi humanidad una sustancia extraña pero de otro lado tenía una infinita curiosidad por conocer los efectos de la ingesta de la ayahuasca, del cual habían hablado tanto los materos y los vegetalistas amazónicos en interminables conversaciones nocturnas después del trabajo forestal del día. Hasta que un día sucumbí. De esto ya hace varios años.

Esa inquietante noche, en una vetusta maloca, don Benja, junto con otros vegetalistas, empezaron la sesión. Después de la etapa preparatoria ya estábamos listos para participar en la experiencia. Pude sentir que lentamente mi cuerpo se empezaba a adormecer desde la punta de los dedos del pie y el adormecimiento subía gradualmente hasta cubrir todo el cuerpo. Aunque el cuerpo estaba adormecido no perdía la conciencia porque podía escuchar a los vegetalistas convocar a las plantas y el concierto de sapos e insectos de la selva. De pronto sentí que de ambos oídos me salían silbando unas espirales verdes fosforescentes. Luego llegó la calma. Como había escuchado que la ayahuasca te permite ver el futuro aproveché la oportunidad para preguntar a la madre de las plantas cuál era mi futuro. Fue curioso ver como una película escenas con tonalidades de blanco.

De pronto me vi en medio de la selva como si fuera una escena real con todo su esplendor, misterioso, mágico, cautivante y sobrecogedor a la vez. En eso apareció el famoso chullachaqui, el guardián de las selvas amazónicas. Me invadió el temor pero pronto caí en cuenta que tenía un rostro triste, muy triste, pudo más mi empatía y compasión y le pregunté por qué estaba acongojado. Entonces con voz gutural pero entendible empezó su relato.

Me siento muy triste porque vienen hombres a extraer los árboles sin pedir permiso y sin tener los cuidados necesarios para respetar la selva. Ellos solo ven la madera u otros productos de interés comercial pero no saben el sufrimiento de plantas y animales. He sabido que su principal motivación es convertir los bosques en dinero y no saben que con sus acciones destruyen vidas, familias, comunidades y rompen el tejido de la vida. Para ellos los bosques son cosas, no saben del pensamiento y del sentimiento de la selva. Ellos son sordos al diálogo de plantas y animales.

Entonces le dije, que no todos son así, que hay personas que sí respetan las selvas, que  hacen manejo forestal, que usan ciencia, tecnología y las leyes para no afectar las selvas. Eso no es suficiente, me dijo molesto y levantando la voz. Para ellos la selva solo es una mina que ofrece sus riquezas sin devolver lo que corresponde, no son agradecidos. No saben que plantas y animales tienen necesidades de florecimiento, de ser como quieren ser. Aves, monos, insectos y ranas me dicen por ejemplo que cuando extraen los grandes árboles se quedan sin hogar, sin comunidad y sin motivaciones para celebrar la vida… De pronto vi cómo la imagen se desvanecía y su voz se hacía cada vez más ininteligible. Lentamente recuperé mi estado consciente.

Creo que había perdido la noción del tiempo, para mi había sido un diálogo muy corto pero en realidad habían pasado dos horas. Confieso que como nunca había estado más cerca de una dimensión desconocida en la cual no caben explicaciones racionales. La voz del chullachaqui resonaba en mí lo que me dejó un impacto muy profundo. Desde ese momento supe lo importante que era ver la vida, más allá de un producto comercial, supe que no bastan las intenciones de hacer bien las cosas si es que no estamos entendiendo la filosofía de las selvas. Reconocí la importancia de pedir permiso y de ser respetuoso no solo de las leyes humanas sino del arreglo de la comunidad de vida de las selvas.

Ahora que evoco a la distancia tan magnífica experiencia de juventud, me pregunto qué estará diciendo el chullachaqui. Me pregunto qué tanto hemos avanzado en festejar la vida, con respeto, con ética, con cuidado. Creí entender que el chullachaqui no estaba prohibiendo, estaba reclamando por empatía, por compasión, por equidad, por reciprocidad. Me pregunto si alguna vez escucharemos los reclamos del chullachaqui.


Por Rodrigo Arce Rojas es Doctor en Pensamiento complejo por la Multiversidad Mundo Real Edgar Morin. Correo electrónico: [email protected]

23 enero 2020 

Publicado originalmente en Servindi

 

 

 

Información adicional

Autor/a: Rodrigo Arce Rojas
País:
Región: Suramérica
Fuente: Desinformémonos

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