¡Fuera! ¡Abajo! Otro símbolo del poder y de la memoria oprobiosa colonial muerde el polvo. La jornada de Paro nacional del 28 de abril inició con la destrucción de una estatua más del invasor Sebastián de Belalcázar, esta vez instalada en Cali, y a manos del mismo pueblo indígena Misak, que en septiembre pasado derrumbó la que usurpaba un territorio Misak sagrado en Popayán. Con esta carga simbólica desplegada en Cali, comenzó una nueva jornada de protesta en Colombia, a la cual le sobran causas para su razón de ser.
“A parar para avanzar, viva el paro nacional”, así resonaba el cántico entonado por una de las agrupaciones de jóvenes que conformaron la masiva marcha que recorrió la parte central de Bogotá y que partiendo del Parque Nacional se dirigió a la Plaza de Bolívar. Las 9 am era la hora para arrancar la marcha, que iniciada una hora después, comenzó a llenar su punto de llegada hacia medio día.
Alegría, colorido y juventud de la mayoría de quienes respondieron al llamado del Comité Nacional de Paro que desde el 26 de marzo había convocado a la protesta. Colorido y alegría que fueron parte de las notas preponderantes de esta nueva jornada de protesta vivida en Colombia, en esta ocasión centrada en el rechazo a la pretendida reforma tributaria radicada el 15 de abril en el Congreso de la República por el gobierno Duque. Masividad que derrotó la campaña de terror por posible contagio por covid-19 que desplegó el gobierno nacional y de Bogotá, con parlante en todos los grandes medios de comunicación.
Al tiempo que las arengas antigubernamentales y que denunciaban la relación entre gobierno y paramilitarismo eran entonados con fuerza, batucadas integradas en su mayoría por festivas y alegres jóvenes descargaban en cada golpe de tambor la convicción con que asistían y aportaban a la exitosa demanda de renuncia por parte del gobierno a su pretendida reforma tributaria. Así, con mayoría de juventud, tomó cuerpo la primera acción de inconformismo popular de gran envergadura que conoce Colombia desde cuando fue declarado el confinamiento de su población en marzo de 2020, manifestación que retoma con vitalidad las protestas que conmovieron al país a partir del 21N de 2019.
Mientras la juventud relucía como tronco fundamental de quienes respondieron al llamado del Comité convocante “Por la paz, por la vida, por la democracia y contra el paquetazo de Iván Duque”, las ausencias de viejos liderazgos sindicales, políticos y de diversos movimientos sociales eran evidentes, aunque unos pocos de ellos asistieron a la marcha pero se retiraron de manera apresurada. Con seguridad, su avanzada edad y posibles enfermedades que los hacen débiles ante un posible contagio del virus, fue el motivo para su ausencia o esquiva presencia.
En todo caso, un relevo generacional comienza a sentirse, notable en la estética que empieza a ganar espacio en medio de la marcha, no solo marcado por las batucadas sino también por performance instalados en una u otra parte del recorrido, como en una sincronizada danza de Vogue desplegada por un grupo trans que denunciaba el golpe económico sufrido por el encierro producto de la prohibición de apertura de teatros y otros espacios donde diversidad de colectivos culturales presentan sus creaciones artísticas.
Tensiones, defensa y ataque
Con la plaza que colinda con la Casa de Gobierno abarrotada de manifestantes, llamó la atención que la gente permaneciera en ella incluso a pesar de la lluvia y de la provocación del Esmad, que con su sola presencia enardece los ánimos de la juventud. Permanencia, realidad totalmente diferente respecto a otras protestas, sobre todo las realizadas en exclusividad por sindicatos y movimientos sociales afines, ocasiones en las cuales los concurrentes entran y salen de la Plaza de manera apresurada.
A pesar del colorido y festividad que marcó la marcha del 28 de abril, cerca de la una de la tarde el Esmad empezó a lanzar gases lacrimógenos y con ello a provocar la retirada de los miles de manifestantes temerosos de la violencia represiva de este cuerpo de choque policivo entrenado para violentar todo tipo de derechos. La lluvia ya arreciaba y era otro motivo para la retirada. Sin embargo, un importante grupo de personas regresó a su sitio de protesta una vez el agua dejó de caer a raudales.
El ánimo de la concurrencia no disminuía, como tampoco las provocaciones del Esmad el cual logró su propósito de atomizar la protesta hacia las 3, rodeando esta parte de la ciudad, contaminando el aire con una inmensa descarga de gases lacrimógenos y dificultando la salida del mismo de quienes en ese momento sí querían partir para sus casas. A esa hora, la reducción del transporte público ya era evidente, un motivo más para desalojar el centro de la ciudad.
En la retirada, sectores periféricos a la movilización fueron epicentro de múltiples altercados e intentos de saqueos. El inconformismo de algunos colectivos juveniles quedó expresado en la ruptura de cajeros automáticos, 38 estaciones de Transmilenio, el ataque a sedes bancarias, así como a emisoras claramente oficialistas y en ocasiones parlantes del paramilitarismo como RCN.
Mientras así acontecía en Bogotá, en Cali, sin establecerse hasta ahora quiénes obraron en contra del servicio público de transporte, fueron destruidos 8 buses del MIO, así como otros tantos averiados.
En esta ciudad, en el barrio Mariano Ramos, perdió la vida Rafael Marín, un joven que tras pegarle una patada a una moto de la policía recibió el impacto de las balas salidas del arma accionada por el agente que la conducía. Otros 3 jóvenes perdieron la vida en medio de refriegas, uno en Palmira, otro en Neiva –al parecer por ataque cardiaco o similar– y uno más en Pereira. En Neiva, además, la estatua del mal recordado Misael Pastrana, el presidente del fraude llevado a cabo el 19 de abril de 1970.
El eco de la protesta alcanzó a escucharse con fuerza en otra serie de ciudades, como Bucaramanga, Armenia, Pereira, Medellín, Barranquilla, Cartagena y muchas más.
En esta última ciudad la jornada de rechazo a la pretendida reforma tributaria del gobierno fue encabeza por su alcalde, William Dau, quien además se opuso a la presencia del Esmad. Precisamente allí, a pesar de la ausencia del Escuadrón represivo, no se presentó ninguno altercado o bronca alguna.
Una actitud, la de este funcionario elegido como candidato independiente, distante de la comportada por la alcaldesa de Bogotá, que no cesó en sus llamados a que la gente no saliera a la protesta, proponiendo reducirla a las redes sociales, y quien autorizó la presencia del Esmad en las calles.
Como continuidad de la jornada, una vez la luz del día dio paso al final del mismo, los sonidos de las cacerolas empezaron a escucharse por diversidad de barrios de las distintas ciudades del país. Sin duda, tanto con la presencia callejera, con la disposición a defender el derecho a la protesta, con el riesgo de infectarse por covid-19 (a lo cual se expone cada día en el transporte público), como con el sonido de las cacerolas, miles de personas hicieron sentir su desacuerdo y rechazo a la pretendida reforma tributaria duquista, así como su inconformidad con un gobierno autoritario que está decidido a seguir gobernando para los ricos.
El mensaje del país ya fue expresado, pero por ahora no encuentra oídos dispuestos. Duque persiste en su empeño de más impuestos y más pobreza, y por ahora solo ofrece retirar tres apartados de la reforma: no aplicarle el IVA del 19 por ciento a los servicios públicos, como tampoco a los funerales ni a las pensiones.
El reto sigue abierto. El Comando Nacional de Paro tiene ante sí el reto de saber conducir el inconformismo social, y saber hacerlo en medio del pico pandémico el cual el establecimiento usa y usará como recurso para aterrorizar, pero también para criminalizar: sin duda pasadas unas semanas dirán que los contagios no bajan sus cuotas diarias producto de las protestas.
Entonces, saber maniobrar, saber comunicarse con el país nacional en medio de estas circunstancias, mostrará la real capacidad de conducción que reúne el citado Comité.
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