Hoy es la fecha, nunca falta, siempre llega puntual. Allí debe estar, pienso, esperando a que abra la puerta del edificio donde vivo. Siempre me imagino nuestro encuentro, y luego de mirarla y detallarla la entiendo, pues todo está claro, no hay dudas ni especulaciones.
Luego del trajín diario por fin llegó al descanso. Busco las llaves, estoy a segundos del encuentro; durante mucho tiempo he tratado de mejorar mi actitud, cuestionar menos para que podamos entendernos, pero siempre hay un motivo de insatisfacción, algo que no me queda claro y por lo cual debo reclamar. Le doy vueltas a la llave, la puerta se entreabre y dejó que mi vista se dirija a donde él debe estar y, en efecto, ya está en su lugar de siempre, pequeño, pálido, se diría que inofensivo. Así inicia el ritual de cada dos meses, me acerco, apenas lo rozo y lo sujeto. Como siempre, no opone resistencia y nos trasladamos a la mesa del comedor, frente a frente.
Me siento, lo miro fijamente, todo parece igual, lo miro y miro y me asaltan las mismas dudas de cada dos meses: ¿por qué?, ¿cómo sucedió? En estos días, queriendo dejar a un lado los interrogantes, intenté de todo: reduje mi presencia en casa, coloqué botellas de agua en el tanque del inodoro, distancié y reduje mi tiempo en la ducha, me dediqué a visitar amigos y familiares para usar inocente y oportunamente sus baños. Sin embargo, el esfuerzo fue inútil. La cifra cada vez es más y más alta.
Deshojando la margarita
Extiendo su doblado cuerpo y detallo los datos que registra en cada una de sus secciones: el recibo del agua inicia con el “cargo fijo residencial”: $ 13.767.92 (consumo o no es un monto fijo), luego: el “consumo residencial básico”: para mi caso, que vivo sola y ahorro hasta el máximo, también obligada por el salario mínimo, que como mínimo no permite lujos, ni excesos, ni desperdicios, es igual a $ 2.700, y una vez sumados ambos dan un total de: $16.468 por el servicio de agua potable. Hasta allí, podríamos decir, todo está bien, aunque no es así pues el “cargo fijo residencial” debería tener un tiempo de cobro, unos meses, incluso algunos años, de ser el caso, a lo largo de los cuales le cobren al beneficiario del servicio por incorporarse o ser nuevo usuario de la red y beneficiarse de las inversiones hechas en años anteriores para su construcción, o algo similar, pero no funcionar como un cargo eterno, que termina siendo similar a las tasas de interés bancarias, como sabemos, toda una usura. Pero no es así, en esto no funciona el derecho ni la lógica, sino el negocio, la ganancia, y la cuota es una renta fija que cada hogar cancela a la empresa que preste el servicio.
Sigo detallando las secciones, ya que las mismas no terminan con los cobros antes relacionados, y sí continúan como cascada. Mis ojos se posan sobre el título:“Alcantarillado”, que a su vez se divide en “cargo fijo residencial”: $ 6.502 y “consumo residencial básico”: $ 2.795,a lo que se suma un cobro por $ 679 que termina transformándose en $ 693 ($ 4 ajuste a la decena + $ 10 intereses de mora, que van incrementándose de acuerdo con el consumo) por “Resolución CAR 936/20 que permite a los prestadores efectuar el cobro de las variaciones tarifarias acumuladas y suspendidas durante la emergencia sanitaria; este pago, “voluntario”, está diferido a 9 cuotas, lo que deja en claro que en tiempos de pandemia no existió condonación tarifaria para las familias en asuntos de servicios públicos, a pesar de la ausencia de ingresos para muchos hogares por la imposibilidad de muchas y muchos para salir al rebusque; la temporal reducción de la tarifa fue una simple postergación del cobro, el cual ahora llega gota a gota, incluso con intereses de mora, así una no se atrase en el pago de la factura.
Entonces, si sumamos lo hasta ahora relacionado, que en realidad corresponde a dos meses, que es el tiempo en que facturan, tenemos como gran total: $ 26.459, es decir un consumo mensual igual a $ 12.883, que dividido por los días del mes arroja $ 444.
Digamos que tal tarifa es “aceptable”, pero eso no es lo que cobra la empresa de Acueducto, ya que la factura arroja un total igual a: $ 74.189. Es decir, el 64 por ciento de la factura corresponde al servicio de Aseo.
Miro, sumo, divido y me pregunto, ¿Cómo se multiplica su costo casi por 6? Y la respuesta la brinda el “Aseo”, el otro personaje que está en la escena, en este caso realizado por la empresa Lime (Limpieza Metropolitana SA ESP), y cuyo costo varia de mes a mes, y que para el periodo cobrando queda cifrado en $ 47.730. ¡Un negociazo!, me digo a mi misma.
Desenredar este nuevo rubro, en realidad nudo, lleno de términos, no es fácil: allí está tasa de uso, tasa retributiva, residuos no aprovechables, valor base aprovechamiento; más y más términos que obligan a profundizar en un cobro que no da posibilidades de ahorrar, y que te aplican aunque no produzcas basura, aunque barriera todos los días el andén… no hay forma.
Ahorraré, mucho, poquito… nada
Y así, sentados frente a frente, en el aire se percibe la derrota. Aunque inexpresivo, pálido e inmóvil, el recibo sabe que ganó, que no hay forma de ahorro humanamente posible para bajar su costo, que obligatoriamente hay que pagar por este servicio básico, que aunque es un derecho humano, para verlo realizado hay pagar.
Es el contrasensido del “derecho humano”: solo lo goza el que paga, de lo contrario te desconectan, te pasan a jurídica y, te embargan.
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