Juan Pablo y Mariángela son pareja y viven juntos desde hace un año. En junio de 2021 se enfermaron simultáneamente de covid-19. Mariángela superó el virus en un par de días, pero Juan Pablo necesitó oxígeno y tuvo neumonía. Esta es una conversación íntima, un par de meses después de haber vivido todo el proceso de contagio y recuperación, que hoy comparten generosamente para que no sea un relato perdido entre dos personas que se aman y cuidan. Nos comparten su vivencia y letras con el deseo de que en ellas encontremos posibles y útiles referentes para nuestros propios procesos; se trata del intercambio entre lo masculino y lo femenino, para entender el cuidado, la atención de sí, la confianza y el amor bonito, tan necesario en estos tiempos de pandemias que no cesan.
Juan Pablo: En medio de todo el proceso, ¿Cuándo sentiste tu mayor miedo?
Mariángela: Yo tuve dos grandes picos de miedo. El primero fue cuando te empezó a bajar la saturación. Así le había pasado a la mamá de una amiga nuestra que había muerto pocos días atrás; era muy aterrador porque la muerte estaba muy cerca. Cuando la saturación te bajó, el miedo a la muerte se volvió real. Eso me devolvió a la sensación de la depresión, que conozco bien. La depresión (y la tristeza) es el miedo al final. A mí me llegó de muy niña la consciencia del fin, pero nunca había sentido ese miedo así de paralizante en la vida real. La gente podrá decir que es una exageración pensar en la muerte, pero solo yo vi esa noche tus ojos vidriosos y tu incapacidad para respirar en medio de un contexto tan desolador.
Mi segundo gran pico de miedo fue cuando nos dijeron que tenías neumonía, porque todo este tiempo una piensa que no puede ser, que estamos haciendo lo que toca. Cuando nos dijeron eso, el diganóstico me parecía sin sentido porque convivía con el hombre más deportista del país después de Cuadrado, comías bien, tenías buenos hábitos, eras joven (cada día menos).
¿Por qué? La única explicación que encontré en ese aturdimiento es que era culpa mía; culpa porque sentí que no te había cuidado lo suficientemente bien. Ser mala cuidadora es ser mala mujer porque a las mujeres nos han enseñado el cuidado como lo –nuestro– desde que somos niñas, desde los primeros juguetes que nos regalan. Pero cada médico que venía o al que consultábamos tenía una fórmula o percepción distinta sobre lo que había que tomar, entonces al final la responsabilidad de lo que tomabas era mía y por eso tanta culpa. Sin embargo, sé que las mujeres tenemos la culpa insertada en el chip desde que Eva sacó a la humanidad del Paraíso. Y aunque yo sé que esa es una invención del cristianismo, en medio del momento de oscuridad es muy difícil liberarse de ese pensamiento intrusivo.
Juan Pablo: Qué fuerte eso de la culpa. No es justo ni por un segundo que la hayas sentido.
Mariángela: ¿Tú tuviste miedo en algún momento?
Juan Pablo: Siento que en medio de todo tuve mucha tranquilidad. Tal vez en un momento tuve una sobrestimación de mi cuerpo (nunca me había enfermado, comía bien, hacía ejercicio); y una subestimación de la enfermedad (“no voy a ser de esos que se los lleva el covid”), tal vez porque te tenía como mi cuidadora y sabía que por encima de cualquier cosa ibas a encontrar la forma de ayudarme; y tal vez porque así soy con la mayoría de problemas que tengo en la vida. ¿Crees que mi tranquilidad te sirvió? ¿Crees que sí estaba tranquilo?
Mariángela: Creo que fuiste un buen paciente y que esa tranquilidad para enfrentar la vida, en general, hace muy buen equipo con mi permanente acelerador para resolver todo. Lo que me gustaría que reflexionaras es si esa tranquilidad viene –o no– precisamente de un estado de arrogancia con el cuerpo que es herencia del machismo: “puedo con todo, esto no me va a hacer daño, me dio covid y voy a jugar fútbol bajo la lluvia a la semana siguiente”.
A diferencia de nosotras, la mayoría de ustedes no aprendieron a cuidar a otros, pero tampoco a sí mismos. Contigo pasa una cosa particular y es que eres un gran cuidador hacia afuera de nuestra casa, de tus amigas y amigos; me cuidas bien cuando me enfermo, pero siento que te estás debiendo mucho en cuidarte a tí, a tu cuerpo. Y creo que estabas –más que tranquilo– infinitamente enfermo: muchos estados de inconsciencia, de fiebre, de no estar tan aquí como crees que estuviste. No sé, no romantizo esa tranquilidad en ese contexto. Lo que sí romantizo es que me acompañaste mucho aún estando tan enfermo, me diste mucho amor incluso en los peores momentos.
Juan Pablo: Puede ser, pero también defiendo que pueda creer en mis fuerzas. Tal vez tengo que moderarme en eso, pero sí creo que hay una fortaleza mental que puede funcionar. De todas formas, sí concluyo y reitero que para mí y para nosotros (creo que puedo hablar por ambos en esto), la gran enseñanza es la importancia de reconocer esa balanza de cuidador – cuidado. Porque eso repercute en otros ámbitos: no solo es la salud, sino las emociones… reconocer que el otro conoce mejor el camino. Soltar, dejarse guiar, confiar en otras intuiciones, en otra forma de hacer las cosas; salirse del lugar que uno conoce para conocer el de la otra persona. Eso es clave para el amor. Nuestras peleas han estado atravesadas mucho por eso, entonces fue una prueba muy bonita, sobre todo para mí.
Mariángela: Para mí es un recuerdo aún miedoso, sin embargo, es lindo saber que toda esa sabiduría del cuidado de mi bisabuela, abuela, mamá y todas las que vinieron antes estaban en mí. De repente –y con años de no ponerlo en práctica, desde que mi ahijado era bebé–, yo sabía vestir y desvestir, hacer aromáticas especiales, organizar fórmulas médicas y hasta poner inyecciones. También fue lindo saber que en el cuidado nos acompañamos entre nosotras. Tu mamá y mi mamá como los grandes sostenes tuyos, pero también míos, me mantuvieron a flote. Vivimos juntas el miedo.
Juan Pablo: Acabo de ver las fotos del momento en que tuvimos covid; fue muy impactante y sirve como cierre de todo esto. Yo no las había visto, así como no viví bien muchos de esos días. Me di cuenta que esos días estuvieron llenos de recuerdos borrosos, y ver las fotos, verme desde fuera, fue ver un fantasma. Repasar esas imágenes fue entender cómo me viste durante tres semanas, y no era un paisaje alentador para nada. Admiro y amo tu valentía y amor, tu persistencia y tenacidad, tu compromiso y tus cuidados. Estoy seguro que, por más fuerte que me crea, no lo habría logrado solo.
Mariángela: Me hiciste llorar muy bonito. Yo no soy capaz de verlas, pero tampoco de borrarlas. Te amo.
*Decirle a una mujer que es una perdida es decirle que ha incumplido con todo lo que se esperaba de ella, así que nosotras queremos reivindicar ese perderse de las mujeres, porque han fracturado el molde patriarcal que nos acecha. En Relatos de Mujeres Perdidas presentaremos tres narraciones acerca de la experimentación de la enfermedad de la COVID-19.
A las mujeres se nos ha endilgado la responsabilidad del cuidado y se nos ha remitido al escenario doméstico como jaula, para proveer afectos, comida, medicina y todo lo necesario para la supervivencia de otres y de nosotras mismas. Allí también hemos construido resistencias, saberes, brujerías. ¿Cómo aparecen estas herramientas cuando somos nosotras las que nos enfermamos?
Estas narrativas nos dejarán ver algo de ello. Están hiladas como un tritono disonante y subversivo, figura musical que se ha considerado siniestra desde el Medioevo, y las mujeres que aquí tejen sus historias, se han hecho cada vez más feministas y más siniestras. En sus historias perdidas encontraron algo de conexión con su identidad y potencia, así que aquí está la tercera entrega de nuestro sexto tritono.
Erika Rodríguez Gómez @unaconcubina
** Respectivamente: Escritora, periodista y cofundadora de Las Igualadas y artista visual y creativo digital.
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