Eduardo Ramírez Villamizar: cien años

Se cumple este año un siglo del nacimiento de unos de los artistas contemporáneos más importantes del país, Eduardo Ramírez Villamizar, quien nació el 27 de agosto de 1922 en Pamplona, Norte de Santander, y murió el 23 de agosto de 2004 en Bogotá.

Sobresalió como pintor y escultor, pionero en el arte abstracto, el minimalismo y de un tipo de trabajo étnico nacional-internacional. Y los trabajos de espacio público monumental como Nave Espacial.

Ocupó durante varios años el primer lugar en el Salón Nacional de Artistas: 1959, 1962, 1964 y 1967, con sus trabajos representativos y debatidos, El Dorado, mural lo mismo que Mural Horizontal y los Recuerdos de Machupichu.
En su formación artística pesó Edgar Negret, con quien trabajó en Popayán en 1947 y del cual aprendió sobre las vanguardias artísticas europeas, de las que también bebió a través del español Jorge Oteiza –quien también estuvo por la capital caucana–. Años estos en los cuales Ramírez Villamizar era más expresionista y figurativo, influenciado así por Eduard Munch y Rufino Tamayo.

La pintura lo llevó a la abstracción, después de su periodo de pintar con motivos religiosos sobre la violencia que vivía el país, y de lo cual legó a la memoria nacional obras El Matadero, Lucha de Jacob y el Ángel, Calvarios. A partir de la década de 1950 abandona el expresionismo y descubre el abstraccionismo geométrico, “En París murió mi expresionismo, porque en aquel mundo de equilibrio y sensatez no había cabida para agresividades expresionista”, confesaría en una ocasión. Ramírez Villamizar consideró al pintor Víctor Vasarely como su principal influencia: “Me enseñó que no había que representar nada para expresar lo maravilloso de la creación, color, formas y geometrías sumadas son suficientes”.

Después de su viaje en los años 40 del siglo XX por Europa y los EEUU, regresó al territorio nacional convertido en el pionero del arte abstracto que llevaría por el resto de su vida en Colombia. Su exposición de 1952 en la Biblioteca Nacional de Bogotá fue la primera en exhibir arte abstracto y su Composición en ocres fue el primer mural no objetivo en nuestro país.

Ramírez Villamizar fue un estudioso del mundo artístico precolombino: estuvo en México y estudió a los Tikal y la geometría de la cultura maya. Sus investigaciones lo llevaron también a conocer la geométrica de la cultura chibcha muisca y de otras expresiones ancestrales colombianas, así como al arte inca en Machupichu. Es un recorrido que realiza influido por el universalismo constructivo del uruguayo Joaquín Torres Garcia, pionero de una corriente en el arte con la cual trata de encontrar un lenguaje universal en la relación seres humanos y el cosmos, en la que el signo era lo esencial. Villamizar mezcló en esta apuesta artística simbología precolombina y expresiones artísticas modernas, lo que le valió el apelativo de reaccionario, de adorador del pasado; pero el hecho de refugiarse en lo ancestral en el arte lo llevó a ser ese representante de una nueva abstracción que no había en el país.

Es muy probable que al ser oriundo de Pamplona, ciudad católica y tradicional marcada en su arquitectura por conventos e iglesias, lograra detallar las formas y colores que le son características al barroco y todo lo relacionado con las esculturas eclesiales y símbolos católicos, rasgos identificables en su obra seria, sobria, mística, abstracta. Herencia religiosa, plasmada en varias de sus creaciones con expresiones místicas, y pese a decirse ateo durante años. Esa posición, un poco contradictoria, fue producto de sus lecturas de Nietzsche en Europa.

Su labor con las formas geométricas del arte precolombino, inca, maya, tika, muisca, tairona, lo llevó a plantear elementos de la cultura nacional colombiana muy distinta de la generación de muralistas de la década de 1930, llamados Bachues y quienes elaboraron un muralismo de tipo nacionalista a partir del folclor mezclado con mitos precolombinos. Una generación de pintores y escultores que para algunos historiadores fueron los fundadores del arte moderno en el país. El nombre de Bachues lo recibieron por la escultura de Rómulo Rozo de 1925 de la diosa chibcha-muisca en Paris y la llamo Bachue diosa generatriz de los indios chibchas”.

Esos muralistas, entre ellos Pedro Nel Gómez y sus murales del palacio municipal de Medellín como La sopa de los pobres, pero también otros como Luis Alberto Acuña, Ignacio Gómez Jaramillo, Carlos Correa, Alipio Jaramillo, Gonzalo Ariza, Sergio Trujillo Magnenat, Ramón Barba, José Domingo Rodríguez, Rómulo Rozo, Rodrigo Arenas Betancur pudieron atemperar tal estilo de arte por el clima político y cultural potenciado por la “Revolución en marcha”.

Se cuenta que en ese entonces Rómulo Rozo y Luis Alberto Acuña recibieron una lección de Picasso en el sentido de que el pintor no entendía por qué los pintores colombianos nunca se referían a lo ancestral indígena, reducciendo sus creaciones a temáticas y formas europeas. La lección no fue en vano y de la cual surgió la necesidad de estudiar los mitos precolombinos, un tipo de conocimiento que desembocó en el muralismo nacionalista, con influencia del muralismo mejicano.

Al trabajar Ramírez Villamizar murales o esculturas con las geometrías de las culturas ancestrales, no lo hacía para posicionar un punto nacionalista sino para rescatar de otra manera las culturas precolombinas, sus conceptos de línea y de geometría y de esta manera mostrar la manera como las culturas ancestrales permanecen vivas en la memoria colectiva latinoamericana.

La escultura abstracta de Villamizar es una manera de recordar vestigios de nuestro origen ancestral, o de retomar la memoria colectiva que, de manera irónica, casi ningún transeúnte de las calles bogotanas, de Bucaramanga o de Popayán reconoce al encontrar a su paso hierro geometrizado sin color o, mejor, con el color de lo que está dañado. Es por ello que están marcadas con grafitis, y por lo cual sirven de orinales, para colgar ropa. Actitudes espontáneas, no vándalas, de una ciudadanía que actúa así por desconocer el signo de lo nacional, algo que no se imparte ni en el bachillerato ni en la universidad.

Si se tuviera sentido de memoria artística nacional, no se pegarían minutas y recibos sobre la escultura El Dorado mural que hoy se encuentra en el edifico de los juzgados antes del Banco de Bogotá, la mayor representación y rescate de lo precolombino; o no se plasmarían grafitis en la mole-escultura llamada El Pórtico en el parque Tercer Milenio de Bogotá; pero tampoco en la escultura de entrada a la UIS, monumento de Ramírez Villamizar a los estudiantes de 1994, o el Muro abriéndose que se encuentra en Medellín, desmoronándose en el edificio Centro Fabricato-Colseguros.

Su obra, desperdigada por buena parta del país está descuidada, en algunos casos a punto de perderse, reflejo nítido del estado que tiene el país, que amerita las manos de todos para levantarle nuevas bases, limpiarlo, pintarlo, reconstruirlo entre todas y todos, proceso al que debemos sentirnos invitados con el nuevo gobierno que entró en funciones.

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Información adicional

Autor/a: Pedro Miguel Tapia
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Fuente: Periódico desdeabajo Nº294, agosto 20 - septiembre 20 de 2022

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