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El Congreso de los Pueblos. Legislar por la unidad y la soberanía nacional

Estamos ya, con la mano sobre la cabeza de
nuestros hijos, en la hora grave y divina
de preparar un pueblo para su libertad, el
pueblo de nuestro infinito amor, el pueblo
de nuestras entrañas.

José Martí

El pasado lunes 19 de julio, en el marco de la conmemoración de la primera independencia, se instaló en el centro histórico de Bogotá el Congreso de los Pueblos: un proceso orientado a escuchar y reconocer la voz de los de abajo e ir emitiendo leyes que respondan a su clamor de vida.

El Congreso de los Pueblos nació de la reiterada constatación de que la mayor parte del Estado colombiano fue sustraído del servicio de los pueblos que habitan nuestro territorio, y sometido a los intereses y el control de las corporaciones multinacionales.

La representación de las voces de las mayorías nacionales en el Congreso Nacional de la República es ínfima porque el mecanismo electoral, lo mismo que el determinante y masivo control mediático funcionan en favor de los poderosos intereses corporativos y el capital mafioso.

Así, tenemos una institucionalidad democrática formal y una nación de naciones excluida de la deliberación informada y la participación en las decisiones sobre los asuntos colectivos.

El Congreso de los Pueblos, instalado el pasado 19 de julio, contó con la participación masiva del pueblo Misak (guambiano), que se movilizó desde el Cauca con ejemplar organización y expresó verdades que aún no están asumidas por la mayor parte de los colombianos: el carácter de nación de muchos pueblos nativos que han sobrevivido a los sucesivos embates foráneos, su colosal fuerza cultural, sus milenarias tradiciones y sus formas de gobierno, y el asombroso movimiento de reanimación de sus cosmovisiones y de su capacidad para rechazar la ocupación de su territorio, defenderlo y recuperarlo.

En el proceso de instalación del Congreso se compartió un manifiesto elaborado por las diversas organizaciones y movimientos participantes en el que se recogió una visión de nuestro pasado, una memoria indispensable para una población que también ha sufrido el asalto sobre su memoria de resistencia y brega por la justicia y la dignidad: pueblos nativos, pueblos afros; pueblos mestizos desposeídos y segregados; la extensa estirpe del decoro traicionada y descabezada una y otra vez: Sagexipa, José Antonio Galán, Manuela Cumbe, José María Carbonell, Antonio Nariño, Simón Bolívar, Rafael Uribe Uribe, María Cano, Quintín Lame, Betsabé Espinosa, Jorge Eliécer Gaitán, José Alvear, Dumar Aljure, Camilo Torres, Jaime Pardo Leal, Bernardo Jaramillo, Carlos Pizarro, entre miles y miles de seres que han encarnado el decoro y han volcado sus energías al servicio de su pueblo (Ver www.desdeabajo.info, Doscientos años después, de la independencia a la emancipación (1810-2010: Tiempo de conmemoración e identidad)).

Y a pesar de los ríos de sangre, a pesar del sistemático exterminio ejecutado durante décadas, hay un pueblo que renace una y otra vez de sus cenizas: “¡Henos aquí! Herederos y herederas de un pueblo masacrado una y otra vez, negado una y otra vez, perseguido y herido o muerto una y otra vez”.

Las columnas del amor sin tregua, que llamo Martí, erigiéndose desde las cenizas y construyendo conjuntamente un sendero alterno al de la muerte y la degradación impuestas.

El Congreso de los Pueblos se instaló como se siembra una semilla con luces de porvenir, con la fuerza, la valentía y el decoro en medio de la corrupción, la represión y los estragos de una cultura en la que la acción humana sólo se pone en marcha cuando hay dinero, poder o visibilidad como estímulos.

La profunda crisis política que se abre en el país con la continuidad en lo esencial del régimen uribista, subyugado por el establishment imperial, y la existencia de un Congreso Nacional subordinado en su mayoría a ese mandato, concede creciente importancia a un Congreso de los Pueblos capaz de articular la voz de nuestros pueblos, y dar a conocer los senderos de unidad ejemplar y alter-nativas de desarticulación en la vida cotidiana del modo imperial de vida, que en realidad es de agonía y muerte.

Pero es necesario señalar que también hoy, como ayer, los obstáculos internos al proceso de liberación aún siguen siendo determinantes, y es necesario laborar sin pausa y con fiera determinación en evitar que continúen impidiendo el curso emancipador: la deplorable presencia de rivalidades, abiertas o soterradas, fundadas en ambiciones y vanidades personales; el rezago en la construcción ejemplar de alter-nativas en consonancia con la colosal mutación que estremece al mundo, y la aún incipiente valoración de la dimensión espiritual en un proceso de unidad de la diversidad que comparte el anhelo de cesar las condiciones infernales en que deviene la existencia.

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