
Es cuerpo y es silueta; oscuridad y destello, pero también es sombra e ilusión. Parece ser pero no lo es, aunque sí lo es. Juego de palabras, sí y no: así es el cuerpo del país nacional.
Así es su proyección, sin tener aún carrilera o un navío en marcha. Reflejo de una realidad marcada por la disputa de la opinión pública con desventaja para el anhelo protagónico con identidad de los diversos territorios y comunidades. Disputa por estos días, sombreada con los trazos de las recientes elecciones para la presidencia del país, período 2018-2022. Con las características de un golpe de hacha, el 17 de junio viene la segunda vuelta. Los hechos de campaña y el resultado de la primera vuelta dan punto y forma al perfil del país nacional.
Con un volcán callado, silueta de abismos y bruscos promontorios que levanta y arma el Centro Democrático, al envite de sus 7.569.693 votos (39,14 por ciento). Montaña que no borra la suave línea de colinas con 4.851.254 votos (25,08 por ciento) y 4.589.696 (23,73 por ciento) de la Colombia Humana y la Coalición Colombia, respectivamente. Cifras que indican un país que, si bien permanece bloqueado por unas alturas que parecen infranqueables, dar un rodeo en los movimientos para reunir y concentrar fuerzas; para liberarlas en el momento indicado, sin dejarse ganar por una supuesta superioridad pasajera, permitiría vencerlas, aunque difícil en el inmediato plazo. Es una ilusión de la cual sólo se puede derivar la tristeza de la derrota y la desmovilización que la misma propicia.
Ilusión, derrota y recomposición de rutinas, fuerza y liderazgo, así ha sucedido en el ejercicio político en todos los países donde la participación directa de la sociedad alcanza algún espacio, real y no de forma. En las sociedades donde el entusiasmo que brota en las circunstancias del despertar luego de una dictadura, de una época de terror, largo letargo, puede llevar a una mirada superficial: a un exceso de confianza, nacido de la revalorización de las capacidades propias y del voluntarismo, con la consecuencia de poner a estas novísimas fuerzas a exponer su cuerpo sin la previsión organizativa y de promoción colectiva y real de un ‘nosotros’. Un contenido contrario al retrato y las mercadotecnias del yo con busto, de los principales candidatos. Así parece que está ocurriendo en Colombia.
Los resultados de los comicios del pasado 27 de mayo dan cuenta del renacer de la esperanza y la vitalidad de conglomerados sociales que se consideraban abatidos por el accionar paramilitar que subsiste y ha aterrorizado sus territorios, en un recorrido con decenas de muertos y cientos/miles de desplazados. Un renacer de fuerzas y apertura germinal que resalta en la derrota del candidato de Juan Manuel Santos –Germán Vargas Lleras–, quien, pese a toda la maquinaria oficial, al voto amarrado, a la presión clientelista que campea y repta por las oficinas de ministerios y despachos públicos departamentales y municipales, que con apenas 1.401.532 votos (7,28 por ciento) dejó de ser una cima para escasamente conformar un peñasco. Renacer de fuerzas que concreta con su voto un claro rechazo ciudadano al agónico gobierno de Juan Manuel Santos y su agenda económica neoliberal que ha llevado a las mayorías a vivir al día, y al país sometido a las potencias, cercanas o lejanas.
Voto esta vez que también dio cuenta del candidato del Partido Liberal, a pesar de su ejecutoria en la firma del acuerdo de paz con las Farc. Acuerdo sin resonancia en su debida forma dentro de las opiniones urbanas, a causa de la deuda moral y ética que carga esta insurgencia con el conjunto nacional, ante las mayorías que se supone que tendrían que desear la paz a cualquier precio. Caída del Partido Liberal que, con escasos 399.180 sufragios (2,06 por ciento), ni siquiera reunió el umbral necesario, pese al monopolio de despachos y oficinas públicas que controlan sus congresistas y los amarres de clientelas.
De este modo, el partido que en 1990 abrió las puertas del país para que el modelo neoliberal entrara en el arrase de lo público, armando la legalidad requerida para el cambio del rol del Estado, y creando la formalidad necesaria para la multiplicación de negocios del sector privado, con el efecto de potenciar la concentración de la riqueza y la ampliación de la desigualdad social que de manera más marcada que tres décadas atrás azota en el país, ahora llega a su decrepitud, la cual, como es conocido en política electoral, puede ser un suceso transitorio. Así, de la cúspide al abismo ha sido el recorrido del Partido Liberal. Asimismo Cambio Radical, el partido de Vargas Lleras, y el del Partido de la U, el partido de Santos. Pese a lo aparente, como una ilusión del país que parece ser pero realmente no es, no tiene otra opción que jugar al reacomodo durante los próximos cuatro años en el Congreso, tanto en Senado como en Cámara.
En fin, son las sombras de un cuerpo llamado Colombia que obliga a interrogarnos de manera prioritaria ¿por qué la clase política no pudo, no tuvo la capacidad para imponer al candidato ungido en la Casa de Nariño? ¿Por qué, pese a que el candidato Vargas manejó por años muchos millones para hacer campaña por todo el país, inaugurando casas, autopistas y otros cientos de realizaciones, por qué –repetimos–, a pesar de controlar ministerios y otros despachos públicos, todos ellos con miles de empleados, no consiguió coronar la segunda vuelta, ungido como estuvo para continuar el proyecto que inició Santos?
¿Cuáles son las contradicciones entre esa misma clase y sus limitantes, que les impidieron el acuerdo para cumplir su cometido? Sin duda, pesa la disputa entre un segmento del capital financiero que propende por “consolidar el proceso de paz y generar condiciones de bienestar para los colombianos que han estado excluidos, (además de que) no puede descuidar el posconflicto” (1), y un tradicional sector agrario, comercial e industrial al que no le preocupa la paz soportada sobre la justicia y el bienestar social; sectores burgueses unos y oligarcas otros, con presencia y poder sobre los partidos ahora desprestigiados.
Estamos ante el reflejo de una Colombia real, aunque con sombras que plasman figuras que parecen reflejar otros cuerpos, dificultando su interpretación o reduciéndola a lo más sencillo: la crisis y la ilegitimidad de los partidos, que es real pero que no alcanza a explicar por qué, teniendo todos los recursos para imponer una fórmula de continuidad, no pueden hacerlo. Suceso de debilidad política en un instrumento del establecimiento con tal tamaño que cabe preguntar por qué Gustavo Petro, favorecido por esta circunstancia y con el entorno social de su ‘fenómeno’, no logró reunir la fuerza requerida para trepar al primer lugar. Es más: favorecido además por la salida a flote de los fenómenos de la improvisación y la ambición del negocio capitalista que tiene al límite del desastre y en riesgo de la vida a miles de familias que habitan los terrenos adjuntos a Hidroituango.
El fenómeno de la contienda, Gustavo Petro, retomó uno de los sentidos connaturales de la política, como acontecer público, como suceso de las gentes, algo poco visto en las últimas campañas electorales, reducidas en gran proporción a los salones cerrados y las redes sociales. De esta manera, a través de una convocatoria con aspectos distintos de la tradición de izquierda –¿todavía insuficientes?–, sintonizó un deseo de cambio que, siendo patente en la gente, sólo convoca activismo en el círculo no mayoritario de los sectores de izquierda o cercanos a la misma, sin sobrepasarlos en profundidad.
Así, con las plazas abarrotadas de gente y energía, y una utilización dinámica de las nuevas tecnologías de la comunicación, a la par del favor y la filtración de información por parte de funcionarios que integran distintas oficinas gubernamentales como cuotas de las minorías, quien fue acorralado y maltratado por los gremios económicos y los medios de comunicación oficiosos durante su mandato como alcalde de la capital del país superó a los partidos tradicionales e impuso un ritmo y un debate que sólo logró confrontar y neutralizar la aspiración al 51 por ciento en los guarismos del Centro Democrático.
Entonces, está por determinarse la razón del porqué, de manera sorprendente, sin plazas llenas ni polarización en medios, la coalición del Partido Verde-Polo/Moir-Compromiso Ciudadano (Coalición Colombia) con su candidato, arañó el paso a la segunda vuelta, marcando con votos su dominio sobre Bogotá, donde alcanzó 1.240.000 sufragios, y donde Petro pudo comprobar que, más allá del discurso y los aplausos de una parte de la población, la deuda social que padecen las gentes y la política por el cambio exigen algo más. En todo caso, ¿para ponderar como logro máximo?, con su discurso y propuestas, el vocero de la Colombia Humana superó al centro, siempre con un margen de votación amplio en el país (2).
El reto abierto para este jefe político que ahora afianza posiciones en departamentos como La Guajira, Atlántico, Sucre, Chocó, Cauca, Nariño, Putumayo, Vaupés, es pasar a una configuración colectiva de presencia política y construcción de sendero en las aspiraciones cotidianas; pasar de la montonera al reposado diseño de espacios deliberativos, dándoles paso a la forma y la estructura para facilitar así la proyección y la acción mancomunada, que, más allá de un líder en trance de caudillo, potencie a una multitud de liderazgos que enlacen la suma y la multiplicación necesaria, para bajar y no subir, para obedecer y no simplemente para mandar, para construir y no destruir, para escuchar y no sólo hablar, de manera que lo aparente deje de serlo y el reflejo se torne en cuerpo.
Ser y no ser
El cómodo resultado del Centro Democrático, construido en años de campañas y gobiernos, nacionales, departamentales y municipales, con un imaginario de país profundizado a través de un anticomunismo acérrimo, arroja datos paradójicos: esos que nos permiten decir que el país es, pero no es. Por ejemplo, con las sombras que sobre el territorio nacional proyectan los miles de venezolanos ahora venidos para estas tierras, la prevención de un castro-chavismo que sin duda anima interrogantes y militancias, e inspira votos por doquier, de manera sorprendente tiene quiebre en Cúcuta –aunque no en el resto del departamento Santander del Norte–, ciudad que se supone debiera ser el punto nodal de esta reacción, donde la Colombia Humana logró 191.245 (60,35 por ciento), y el Centro Democrático apenas 20.587 (6,49 por ciento), paradoja también extendida a Riohacha, otro punto de la frontera común donde el primero sumó 21.925 sufragios (45,27 por ciento) y el segundo 17.677 (36,50 por ciento).
Paradojas extendidas con el dominio del Centro Democrático a lo largo y ancho de buena parte del territorio nacional, que, más allá de algunos departamentos de control histórico como Antioquia (53,10 por ciento) y Caldas (42,91 por ciento), y en su conjunto el centro del país, también extiende su cuerpo y su control a los departamentos que por años fueron refugio para las Farc, donde es de suponer que, de acuerdo a su pretensión de construir otro sistemas socio-económico y político para el país, su presencia con liderazgo debiera ser incuestionable. Sin embargo, sucede lo contrario: en Caquetá (52,23 por ciento), Tolima (49,59 por ciento), Huila (53,48 por ciento), Guaviare (46,13 por ciento), Meta (49,36 por ciento), su opuesto controla la opinión pública de manera notable en todo tipo de propósitos.
Matiné y vespertina de un país que, a la inversa de lo anotado, despierta del terror en varios de los departamentos de la Costa Atlántica, con un apoyo mayoritario para la propuesta de Gustavo Petro. Propuesta que, con igual resultado para la liderada por Sergio Fajardo, pierde en gran parte de las zonas rurales del país pero logra guarismos importantes en varias ciudades capitales. Este hecho permite interrogarse por la fricción, casi polarización o fractura entre la Colombia urbana y la rural, reflejo de un cuerpo que está abocado a un largo tránsito que selle las heridas dejadas por la guerra, la pasada y las vigentes. Una circunstancia que nos remite a calificar con diferenciación cuál grado de vínculo popular alcanzó o construyó el actor insurgente.
Así, entre posibles e imaginarios, en medio de la campaña electoral, mientras lo único que hablaba y escuchaba el país nacional eran las elecciones, el país político impuso otros dos acuerdos que nos marcarán ahora y en el futuro; el ingreso a la Ocde y asimismo a la Otan.
El 17 de junio… y más allá
¿Podrá Petro aumentar y dar consistencia al porcentaje de hito sellado el 27 de mayo? Los claroscuros que circundan la segunda vuelta no permiten confirmarlo. Casi imposible ante los números. Para que así sea, debe ‘extraer’ fuerzas y voluntades externas de un arco iris ‘antiuribista’ que no dispone de un gran margen. Para la reconstrucción de confianzas, voluntades y fuerzas que estimuló la Colombia Humana, ¿tendrá sentido desdibujar las nociones de identidad, principios y modelo socio-económico por construir para ganar una segunda vuelta al precio que sea? ¿Qué identidad puede tener el proyecto que ahora encabeza Gustavo Petro, con liberales de distinto pelambre –aunque dicen ser antiuribistas– (del partido de tal nombre, de Cambio Radical y de la U), cuna y casa todos ellos de políticos paramilitares y de políticos usurpadores de lo público?
La respuesta es clara y franca, sombra fidedigna de un cuerpo bien tallado. Por tanto, qué pesa más: ¿llegar al gobierno al precio que sea o impregnarle ética a la política, y de este modo sembrar una esperanza en el país de poner en la calle a una oposición que tranque los excesos triunfalistas de la derecha, y que posicione con aumento y mayoría el rumbo de cambio posible y necesario? El reto no es menor, como tampoco las ambiciones de figurar, pero en la resolución de este tipo de dilemas empieza a marcarse con total realce la diferencia entre lo nuevo y lo viejo, entre el accionar como individuo y el proyectarse como colectivo y país.
Perder para ganar. Si el candidato Petro se deja tentar por el afán de figurar, como el político que “rompe la historia electoral nacional”, no está haciendo más que servir de piñón en una engrasada maquinaria donde quedará como otra pieza del “más de lo mismo”. En este caso, contrario a lo necesario, y dicho por él mismo, el efecto de su decisión será contrario a una acumulación de raigambre popular y reivindicación que demandan los millones de personas que lo acompañaron con el voto.
Parece irreal pero es real. Petro está ante una ‘derrota’ para triunfar. Si de verdad desea gobernar con las mayorías, los números y los recostamientos que atrae el candidato Duque obligan a realizar el rodeo que demanda una confrontación de nuevo tipo. Pasar del discurso de plaza a estimular la organización y el liderazgo social, y de este modo y con este estilo incitar en el país nacional la necesidad de confrontar al gobierno que se posesione el próximo 7 de agosto desde el instante mismo de su investidura. Encabezando una respuesta y bloqueando la concreción de las reformas que tanto la banca multilateral y la Ocde, como los gremios del país, aconsejan: reforma pensional, tributaria, laboral y otras.
Liderazgo para la oposición social que pudiera configurar un gobierno en la sombra. Un reto inmenso, ni sencillo ni conocido. Una ventana para hacer país pero también para reflexionarlo, para experimentar nuevas formas de encuentro y democracia, asentándose como práctica cotidiana en todo espacio donde haya vida y deseos de cambio, para que Colombia deje de ser epicentro de muerte. De esta manera, con una posible escala en el 2019, pero sin limitarse ni que sea eje esa nueva coyuntura electoral-territorial, conjugar un factible encuentro entre los sectores que votaron por la Colombia Humana y aquellos otros que valoraron que un necesario avance, en pos de otro país, debe recorrer una acción directa, sin esperar condescendencia alguna del establecimiento; por un cambio en el régimen político que reclama otra democracia posible, radical: económica, cultural, ambiental, y no sólo política.
He aquí un reto, un sueño del aquí y el ahora que debe hacerse cuerpo, más que reflejo o sombra proyectada por un destello.
1. “Bancolombia. A recuperar la senda”. Semana, edición 1881, 20 de mayo de 2018, p. 59.
2. Periódico desdeabajo, edición mayo-junio de 2018, suplemento Economía y educación Nº 8.
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