¿Cuál es la postura ética de un animalista y en qué difiere de otros tipos de posturas éticas?
En primer lugar es necesario problematizar la pregunta, pues no existe,en abstracto, ni “el animalista” ni “la postura ética”. Es decir, hay un conjunto heterogéneo de prácticas y perspectivas que atienden a contextos específicos y que son imposibles de homogeneizar aunque, de una u otra manera, haya cierta convergencia en la preocupación, valoración o defensa de lo(s) animal(es). Ahora bien, si analizamos con detenimiento la anterior afirmación, resulta relativamente sencillo entrever que ésta ya trasluce una postura ético-política orientada a evitar las lógicas de la representación. Debemos tener presente queun primer paso para dirigir algo desde el exterior, para hacerlo gobernable, es reducir su multiplicidad. Si aseveramos: “un animalista se define como…”, nos estamos situando inmediatamente en un lugar de trascendencia, incluso de soberanía, con relación a los/as demás.
Otro aspecto problemático de la pregunta radica en la asociación entre ética y animalismo. A menudo se establece tal conexión debido al empeño, que ya es político así no se enuncie explícitamente, en ver a “los/as animalistas” como sujetos preocupados principalmente por cuestiones ligadas al “respeto”, a la “consideración moral”, etcétera, y no directamente políticas, o sólo políticas en cuanto hay una relación con el Estado. Expulsar algo del terreno político y encerrarlo en el ámbito de la ética es una vieja estrategia sobre todo, aunque no exclusivamente, liberal. Así, para dar un par de ejemplos, el pensamiento de Nietzsche, un pensamiento profundamente anti-estatal, “más que anarquista”, fue contenido por los liberales bajo la premisa de que era “a-político” y le apuntaba a “lo individual”. Muchas feministas también han rehusado la visión liberal del mundo y han puesto de manifiesto que las problemáticas referidas al sexo/género/sexualidad son políticas en sí mismas, de ahí que surjan conceptos como “(hetero-)patriarcado” o “sistema de género”.
Pese a lo dicho, o mejor, considerándolo, es posible realizar una pequeña cartografía de las perspectivas y prácticas ético-políticas “animalistas”. Aquí retomo la noción de cartografía usada por GillesDeleuze, Félix Guattari y SuelyRolnik, donde lo importante no consiste en trazar un mapa objetivo, una suerte de taxonomía, sino en generar un plano hecho 1) en movimiento, 2) para el movimiento (juego, por supuesto, con el doble sentido de la palabra: “movimiento político” y “desplazamiento, flujo, transformación”) y 3) desde una perspectiva específica, situado, a saber, sin hablar por otros/as e impugnando el “ojo de Dios”, que todo lo ve pero que jamás es visto. Cabe advertir, además, que usaré la etiqueta “animalistas” por pura economía del lenguaje, pero no estoy seguro de que sea la mejor o la más pertinente.
Generalmente se asume que existen dos grandes corrientes animalistas: la abolicionista y la bienestariasta. Mientras la segunda está orientada a enmendar situaciones de crueldad y a procurar que el uso de los animales hecho por los humanos sea “responsable”, la primera cuestiona el uso mismo de los animales, su estatus de propiedad, y le apunta a acabar con la dominación animal.Personalmente me adscribo a la corriente abolicionista, aunque me distancio en ciertos sentidos del discurso que muchos/as activistas reproducen. El abolicionismo o “Movimiento abolicionista de liberación animal”, como lo he llamado en otros lugares , suele 1) criticar el especismo antropocéntrico, 2) adherirse al veganismo y 3) basarse en una ética sensocéntrica.
En analogía con términos como racismo o sexismo, “especismo” denota una forma de discriminación basada en la especie. Si privilegiamos, por ejemplo, a un perro en contraste con una gallina, porel simple hecho de que el perro es perro y la gallina es gallina, a saber, porque pertenecen a “especies” diferentes, estaremos actuando de manera especista. No obstante, las formas de especismo suelen ser extensiones del “especismo antropocéntrico”: la discriminación de individuos animales por su no pertenencia a la “especie humana”. Ahora bien ¿por qué debemos tomar en consideración a los (demás) animales?, ¿por qué incluirlos en la “comunidad moral”? La respuesta generalizada radica en una ética sensocéntrica: porque ellos también son seres sintientes, también tienen la capacidad de sentir placer y dolor; la cuestión entonces no es si poseen lenguaje, racionalidad, cultura, etcétera, sino si pueden sufrir y gozar. Una vez entendido todo esto, la mayoría de activistas ponen en marcha un “estilo de vida” vegano, definido inicialmente como el rechazo de cualquier producto que esté asociado con el especismo, que provenga de la industria cárnica, lechera, peletera, etcétera.
Particularmente, junto con otros/as compañeros/as, no abandono la perspectiva abolicionista pero me alejo del sensocentrismo y redefino los conceptos de “especismo” y “veganismo”. Todo esto ocurre, en parte, porque siento más afinidad con los estudios políticos y la teoría política que con la filosofía moral, también ocurre porque me interesa entablar ciertos enlaces entre los postulados “animalistas” y los postulados (post-/trans-)feministas, (neo-/post-)anarquistas, (neo-/post-)marxistas, entre otros. Por ende, considero que el especismo no es simplemente una forma de discriminación, sino todo un orden tecno-bio-físico-social, un entramado histórico de relaciones que tiene como elemento fundamental la dicotomía jerárquica humano/animal (la producción continua de lo “propiamente humano” en contraste con, y en contra de, “lo animal”).
El orden especista está compuesto por grandes dispositivos como las granjas industriales, los laboratorios, los zoológicos y las universidades, y define, a su vez, formas inter-específicas de actuar, maneras de hablar, entre otros aspectos. Voy a dar un ejemplo. La Zootecnia se empieza a consolidar, popularizar y desarrollar fuertemente en Colombia a partir de la finalización de la Segunda guerra mundial. Si se analizan los textos de “zootecnia general”, donde se encuentra el objeto de estudio de esta ciencia, es decir, el “animal doméstico”, podrá constatarse que este animal tiene la particularidad de que sus funciones se han convertido en su ontología: ¡no hay vacas que den leche sino “vacas lecheras”, no hay ganado que sea asesinado y descuartizado para el consumo de su carne sino “ganado de carne”! Nótese aquí cómo las palabras configuran realidades radicalmente diferentes. Convertir funciones en ontología significa pensar que los “animales domésticos” no tienen vida más allá de su relación, de dominio y apropiación, con los “seres humanos”. En últimas, lo que deseo resaltar es que el especismo se encuentra incardinado, remite a técnicas, tecnologías y dispositivos específicos, no es una mera “actitud discriminatoria individual”. “Especismo” es el nombre de un orden concreto de poder hoy de dimensiones mundiales.
Consecuentemente, me adhiero al veganismo pero como práctica política, no como “estilo de vida”. “Veganismo” sería entonces la manera de denominar esa heterogénea aparición de prácticas orientadas a resquebrajar y abolir el orden especista antropocéntrico, lo cual pasa por cuestionar y crear maneras de vestir, hablar, sentir, relacionarnos, etcétera. No hay, vale añadir, ni espero que surja aunque es un peligro que debemos siempre conjurar, un “comité central vegano” que nos diga lo que podemos o no hacer.Si el veganismo se convierte en un “estilo de vida” llamativo por su dieta cien por ciento vegetariana, en un “estilo de vida” fácilmente aprehensible, lo que habremos hecho es crear una nueva línea para el mercado capitalista, e incluso una cuasi-religión, sin que eso conlleve abolir el especismo. Diferencio aquí, pues, entre “estilos de vida” y formas-de-vida, las segundas surgen a partir de la práctica política que es el veganismo, pero difícilmente se pueden delimitar, empaquetar y vender como una opción entre otras, son mucho más imperceptibles, lo que no acontece con los “estilos de vida”. Igualmente, las formas-de-vida son siempre colectivas, arrastran mundos, relaciones, multiplicidades que rebasan “lo humano”, mientras los “estilos de vida” a menudo se basan en el fetichizado “cambio de consciencia individual”.
Finalmente, me distancio del sensocentrismo puesto que no me interesa delimitar ninguna “comunidad moral”. La dicotomía seres sintientes/no-sintientes traza una línea que instituye otra jerarquía, una operación característica de la misma metafísica dominante que hoy involucra de manera sistemática la subordinación animal. Mi postura ético-política, de raigambre anarquista, es más “vitalista”, e inclusive “eco-céntrica”, que sensocéntrica. Puede sonar raro, pero actualmente constituye casi que un debertransformar nuestras relaciones con el vasto mundo tecno-bio-físico-social, un reto imposible de responder desde el sensocentrismo.
¿Qué tipo de ciudadanía construyen desde su identidad e interés?
Efectivamente hay “animalistas” que le apuestan a la construcción de una nueva cultura ciudadana en donde los animales sean tratados con mayor benevolencia y respeto, podría afirmarse que la alcaldía de Gustavo Petro en la ciudad de Bogotá representa, hasta cierto punto, esta línea. Considérense, por ejemplo, el cese de actividades en la otrora Plaza de torturas, las transformaciones en el Centro de zoonosis, la sustitución de los denominados vehículos de tracción animal y, más recientemente, la simbólica entrega de las llaves de Bogotá a la etóloga Jane Goodall. Por otro lado, muchos/as”animalistas” le apuestan a una redefinición de la ciudadanía misma y reivindican la inclusión de los animales en esta categoría. Es bien sabido que existen iniciativas de todo tipo para otorgarles derechos a los animales,y recordemos que la relación entre derechos y ciudadanía es muy fuerte. Pese a lo anterior, particularmente prefiero no insistir mucho en la noción de ciudadanía, a no ser que se la empiece a pensar, como se ha propuesto ya, desde lo post-nacional, post-estatal y post-antropocéntrico. Sería una “ciudadanía total”, como asevera Beatriz Preciado, definida por compartir las técnicas, los fluidos, las semillas, el agua, los saberes, en suma, por la relacionalidad tecno-bio-físico-social.
Frente a la cuestión de la identidad, prefiero hablar de des-sujeción, devenir y des-identificación. Si algo hemos hecho los/as “animalistas” es poner en duda múltiples formas de identidad, empezando por la identidad humana. Lo que es un “ser humano” se ha consolidado, y se ha consolidado en nosotros/as, en detrimento de quienes son categorizados históricamente como “animales” (y en general como Otros). De ahí que la mayoría de “animalistas” abolicionistas se “identifiquen”, a lo sumo, como “animales humanos” y que hablen de “animales no-humanos”, tras un proceso de des-sujeción y des-identificación. Existe el peligro, por supuesto, de convertir el acto político de asumirse como “animal humano” en una nueva identidad, con sus propias delimitaciones y jerarquías, lo que sucede también con el “veganismo” como mencioné atrás. En suma, creo que el animalismo radical, abolicionista, le debe apuntar, y algunos/as lo hacemos constantemente, a desestructurar el ideal normativo de lo humano que se ha ubicado en el centro del mundo moderno/colonial: un humano varón, racional, blanco, heterosexual, burgués, entre otras características… El mismo humano que presupone la noción de ciudadanía y que genera, o está involucrado en, la mayoría de adhesiones identitarias.
¿Cuáles son las principales estrategias de acción para la defensa de los animales?
Las estrategias son variadas y dependen, de nuevo, de la clase de “animalista” que uno sea. Simplemente mencionaré algunas (sin importar si las comparto): boicots, rescates de animales (sean abiertos o no), legislación, adopción de dietas, experimentación afectiva/relacional (por ejemplo redefinición de la noción de “familia” a partir de una nueva concepción de “lo animal” y, concretamente, de “la mascota”), intervención en la producción de conocimiento (verbigracia lo que mencioné sobre la Zootecnia), construcción de santuarios, música, video, investigaciones que muestran las condiciones de vida de animales confinados en diferentes espacios (muchas personas empezaron a preocuparse seriamente por la cuestión animal después de ver el documental “Earthlings”), entre otras.
¿Cuáles son los retos que enfrentan los animalistas como colectivo ciudadano en su cotidianidad?
Teniendo en cuenta todo lo mencionado, es imposible que responda a esta pregunta como “colectivo ciudadano”. Sólo quisiera destacar que, sea cual fuere el conjunto de estrategias empleado, resulta vital tejer alianzas políticas (y, como quedó expuesto, lo político no es sinónimo de lo estatal), además de encontrar puntos de contacto entre múltiples formas de subordinación, exclusión, explotación y sujeción. ¿Cuáles son, por ejemplo, las relaciones entre globalización capitalista, Estado, hetero-patriarcado, racismo/racialización y especismo antropocéntrico? ¿Estamos delineando formas-de-vida alternativas y antagónicas a dichas relaciones? ¿Cuáles son los elementos que nos impiden hacerlo en espacios concretos? ¿Qué afinidades nos potencian? ¿Cómo luchar sin que la lucha se convierta en algo “pesado” sino que sea producto de la afirmación y la alegría?
Noviembre 04 de 2013
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