El segundo día de la tregua declarada por las farc y el eln transcurre sin mayores novedades. Los últimos combates registrados sucedieron el 17 de mayo en Algeciras, Huila, donde dos soldados cayeron heridos en una emboscada de la columna móvil Teófilo Forero, y en la vereda tres esquinas del municipio de Saravena (Arauca) donde fuerzas del Frente de Guerra Oriental del eln atacaron una tanqueta del ejército dejando como resultado 11 bajas militares.
Con el inicio del cese al fuego unilateral por parte de las dos principales fuerzas insurgentes del país, que no pocos caracterizan como un espaldarazo electoral a Juan Manuel Santos y a la todavía refundida mesa de negociación con el eln, toma forma una particular fase de unidad del movimiento guerrillero, en un momento de disminución de la fuerza político militar de ambas organizaciones.
Los dos últimos ceses de fuego guerrilleros, ocurridos en las postrimerías de los años 2012 y 2013, implicaron una reducción de las acciones militares de las farc contra las fuerzas del Estado de un 92 por ciento. Si a esto se le suma el potencial de fuego del eln, que llegó en el año 2013 a 279 acciones, es decir alrededor de una acción armada cada dos días, contamos con un importante gesto por parte del movimiento insurgente, que aunque reducido en su capacidad militar, trasmite la adscripción de un nuevo código de comportamiento bélico para mostrarle al gobierno nacional, y más que a nadie, la voluntad de negociación.
Sorprendió en la mañana del 16 de mayo la declaración conjunta de cese al fuego por parte de estas dos guerrillas, acción inédita en un plano nacional, no ocurrida ni cuando existió la coordinadora Guerrillera Simón Bolívar. Evento que al menos denota dos factores con evidencia: el primero, un mayor nivel de diálogo y de recomposición de las relaciones de los dos grupos armados tras catastróficos episodios como la confrontación inter guerrillera ocurrida en los departamentos de Arauca, Chocó y Nariño, extendida por años y hasta el 2010, que pasa por una interlocución constante de las cabezas de ambas organizaciones, Timoleón Jiménez y Nicolás Rodríguez Bautista, quienes, según comandantes del ejercito, confluyen en la región Catatumbo en las cercanías del rio de Oro; y, segundo, un mayor interés por fortalecer los escenarios de interlocución con el gobierno de Santos en vocación de la paz, apuesta que permite concluir que las insurgencias relacionan la continuidad del diálogo y la probable mesa elena con la reelección del actual Ejecutivo.
¿La paz solo será fruto de la reelección?
El ruido desprendido desde las dos candidaturas del bloque dominante que dominan el espectro electoral –en trance de fuerza que los lleva a revelar sus relaciones con la mafia, la corrupción, el espionaje a que está somtido el país– hace posible el surgimiento de todo tipo de justificaciones –pese a las señales como la tregua en la semana de elecciones–, como relacionar la paz con la opción electoral, el silencio frente a la necesidad de construir una política de Estado alrededor de los diálogos, además de la ausencia de llamamientos a otras candidaturas presidenciales.
La insurgencia asume una postura que en el discurso trata de deslindar con las intenciones reeleccionistas usando comunicados y twitters como los Iván Márquez, que fortalecen Hashtags como #NiSantosNiZuluaga. Es claro que el movimiento guerrillero no es santista, como acusa el expresidente Uribe. Sin embargo, en un cálculo pragmático en plena coyuntura electoral hace parte de las fuerzas que contribuye a la estabilidad política –que muestra los triunfos del actual ejecutivo– quedando de facto como vagón de cola de las clases y proyectos políticos que representa la candidatura de Juan Manuel.
Esta doble jugada –en el twitter contra Zuluaga y Juan Manuel, y en La Habana con la continuidad del gobierno– trata de salvar su imagen interna hacia la izquierda y sus áreas de influencia, con códigos que sugieren una política independiente, sin supuestamente adentrarse en un terreno en el que ya hay mucho recorrido: el de la real politik desde arriba.
Las áreas del cese al fuego
Según la cartografía del conflicto armado colombiano, son las regiones de los Llanos orientales –especialmente Casanare y Arauca-, el área del Pacifico con el epicentro en Chocó, el suroccidente del país desde el eje de los departamentos que comparten el macizo colombiano –Huila y Cauca–; y el sur del país, iniciando desde las fronteras del departamento del Tolima, pasando por los departamentos de Caquetá y Putumayo, donde sentierán un mayor efecto de la tregua.
Continuar con el accionar armado en medio de un ambiente de diálogo ha estado incentivado por el ejecutivo de Santos y su Ministro de Defensa Pinzón, con el interés de que las fuerzas armadas consoliden el plan Espada de Honor II, que implica la reducción de la áreas sobre las que replegaron sus efectivos las farc-ep como consecuencia del Plan Patriota en 2002; a su vez, la insurgencia bolivariana intenta infructuosamente reconstruir su plan estratégico enfatizando el componente insurreccional y tratando de reinstalar su fuerza sobre la cordillera oriental.
Dialogar en medio del cruce de fuegos solo produce dos efectos: la agudización de la guerra de resistencia por parte del momento guerrillero, y la continuidad de la zozobra armada sobre la población civil en regiones de conflicto.
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