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Gobierno, Estado y el cuidado de la vida

Gobierno, Estado y el cuidado de la vida

Colombia constituye un excelente ejemplo para ilustrar el problema. Sin dificultad, este ejemplo puede traducirse a cualquier otro país.

El presidente actual de Colombia, Juan Manuel Santos, se la jugó toda en la forma de la paz y en alcanzar el acuerdo con las Farc firmado en La Habana. Fue un proceso arduo y difícil en el que la mayor dificultad radicó en construir confianza mutua. Al final, en la ciudad de Cartagena se firma el acuerdo de paz entre el gobierno colombiano y la hasta entonces más fuerte guerrilla que había existido en Occidente. El resto es historia conocida.

Pues, bien, parte de esa historia conocida constituye el segundo eje, el verdadero, en realidad. La historia posterior a la firma del acuerdo de paz ha sido la historia verdadera, detrás del Gobierno. El Congreso colombiano jamás aprobó los cupos de las víctimas como miembros del Congreso. Las zonas de distención se crearon, pero se mantuvo hasta la fecha a los exguerrilleros prácticamente en condiciones de hambre. La Fiscalía hizo lo propio, poniéndole obstáculos a la entrega de armas, de tierras y de propiedades, y demás. Las fuerzas armadas jamás concedieron atisbo alguno de paz y reconciliación con las ex-Farc. Los paramilitares, intactos, continuaron su política de asesinatos de líderes sociales y varios miembros desmovilizados de la guerrilla. El propio sector privado nunca tuvo los brazos sinceramente abiertos, por ejemplo, en las zonas de distención. Los partidos políticos afines a Santos jamás tuvieron, orgánicamente, una política decidida de paz.

En resumen, el Gobierno se la jugó por la paz, pero el Estado jamás estuvo de acuerdo. El resultado fue el desgaste enorme de Santos, entre la sociedad e incluso dentro del propio establecimiento. Santos dejará la Presidencia con una imagen desfavorable nunca vista antes en la historia de Colombia. En dos palabras, una cosa es el Gobierno, y otra, muy distinta, el Estado. En Colombia, el Estado jamás creyó en la paz, y su política fue siempre la de violencia simbólica y física, y obstaculizar e impedir la pérdida de la institucionalidad. Todo ello en un marco en el que la comunidad internacional participó y ha participado como garante moral.

Las elecciones presidenciales son simple y llanamente la elección del gobierno, pero el Estado queda intacto. El Estado es el basamento y el marco de posibilidades, al mismo tiempo, del gobierno. Consiguientemente, quedan intactas todas las estructuras de poder en el sentido más fuerte y preciso de la palabra.

En el contexto de la segunda década del siglo XXI es importante esta distinción, esta aclaración. Tanto más cuanto que, en el fondo o de base, lo que verdaderamente está en juego en la política y la economía en el mundo es la posibilidad de la vida, el cuidado del medio ambiente, y las acciones en contra del calentamiento global y de la obsolescencia programada, por ejemplo.

En los días finales del mes de abril, el presidente francés F. Macron realizó una visita de Estado a Donald Trump. Las fotos de prensa fueron las del acuerdo entre dos gobiernos, y, de pasada, la creación de una serie de dificultades previsibles en el futuro inmediato para Irán. Pero lo significativo fue el discurso pronunciado ante el Congreso de los Estados Unidos, criticando las políticas de Trump sobre el medio ambiente y apelando al cuidado de la vida. Las ovaciones de pie, varias veces, por parte de los congresistas estadounidenses, dejaron en claro el mismo tema de base. Trump representa simplemente al Gobierno, pero el Estado sí parece estar a favor de políticas ambientales de cuidado de la vida.

Esta es, sin duda, la gran ganancia de la política en el siglo XXI, y que los clásicos del pensamiento político jamás vieron o expusieron claramente. Una cosa es el Gobierno, con sus veleidades y posturas, y otra, muy distinta, el Estado. Por ejemplo, la discusión sobre el modelo económico o el debate en torno al papel de las fuerzas armadas en democracia (= posconflicto).

El problema absolutamente más importante del mundo actual es el cuidado del planeta. Los poderes reales deben poder manifestarse al respecto, y los ciudadanos no dejarse llevar por las apariencias y los manejos mediáticos. Estamos en la bisagra de una vieja época y un nuevo mundo.

Información adicional

Autor/a: Carlos Eduardo Maldonado
País: Colombia
Región: Suramérica
Fuente: Le Monde diplomatique Nº177, edición Colombia

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