Estaba anunciado. La de Petro es la crónica de una muerte anunciada. Todo lo demás, entre la decisión del Procurador y el resultado final, fue para quienes aún esperaban lo imposible, pensar con el deseo. Lo cual, en realidad, tiene dos faces. De un lado, el hecho humanamente maravilloso de conservar la esperanza, por definición, contra todas las adversidades. Se trata de la dimensión espiritual de la existencia. Y de otra parte, el simbolismo de oponerse a las voluntades contrarias, acaso advenedizas, en este caso representadas en el procurador Alejandro Ordóñez y todo lo que él representa.
La historia tiene cuatro actos, por así decirlo: en el primero, que en realidad es un proemio: el tema de las basuras en el pasado mes de noviembre. Más allá de las denuncias de si hubo confabulación o no –algo que es evidente que si la hubo aun cuando no se puedan aportar pruebas contundentes, como ha sostenido Emilio Tapia-, Petro literalmente dio papaya.
Y dio papaya porque él representaba el tercer triunfo consecutivo de la izquierda en el segundo cargo más importante del país, la alcaldía de Bogotá. Un auténtico escándalo para las fuerzas del establecimiento y las políticas de extrema-derecha. Petro sale con las manos limpias, sin escándalos de robos o corrupción, pero con la acusación de que no sabe hacer equipo y carecer de experiencia en gestión. Y si en la vida no se puede dar papaya, en política aún menos.
Sobre la base de esa introducción, el primer acto de la obra consiste en la acusación del procurador Ordóñez. La mano larga de los intereses más oscuros del país en uno de los cargos más poderosos de la nación.
Ordóñez logró poner a los medios de comunicación en contra de Petro y polarizó hasta cierto punto a la ciudad e incluso al país. La sentencia estaba anunciada: 15 años de inhabilidad política. Es decir, la muerte política de Pero, quien con 53 años (próximo a cumplir 54), cuando termine la sentencia dictada por Ordóñez y los suyos tendrá 69 años. Si en los deportes la muerte de un deportista de alta competencia tiene lugar en promedio hacia los 30 años, en política a los 70 es prácticamente imposible acceder a un puesto importante.
El segundo acto fueron las protestas, argucias, estrategias y acciones de Petro, sus abogados, sus equipos y simpatizantes. Desde la toma de las calles y la plaza pública hasta un diluvio de tutelas y otras acciones jurídicas. Y se dijo muy bien: Petro, como casi toda la izquierda es excelente en protestas y denuncias, en oposición y confrontaciones, pero ingenua, inepta e ignorante en administración y gestión. Esto es, en el manejo de las jaurías y técnicas de los aparatos de gobierno y estado. Literalmente: los aparatos.
El tercer acto tuvo lugar de manera inexorable. Luego de haber acudido a la Corte Interamericana de Derechos Humanos y haber logrado una medida cautelar, la suerte de Petro dependía del candidato-presidente Juan Manuel Santos. Y en un mismo día tuvieron desenlace todos los actores, guiones y acciones del tercer acto. El más breve de la obra y el más dramático. La sentencia anunciada fue ejecutada sin piedad, técnicamente, sin dilaciones.
Pero es fundamental poner las cosas en perspectiva.
Colombia es un país en el que históricamente han negado el derecho a la oposición. En el país a la oposición se ha aniquilado físicamente. Se la aísla, se la coopta o la asesinan. Tal es la historia de Colombia que incluye nombres como Gaitán y Guadalupe Salcedo, los asesinatos masivos de la Unión Patriótica (UP) o los cambios de las armas por puestos burocráticos, becas y viajes; por ejemplo.
Lo de Petro, sin embargo, es una nueva modalidad de muerte, a saber: la muerte política. Ya no es necesario eliminar físicamente a la oposición; basta con decretarles, mediante todas las componendas y triquiñuelas jurídicas y disciplinarias la muerte política.
Primero fue Piedad Córdoba; ahora es Petro. Y los casos seguirán con absoluta seguridad. Esto se llama la combinación de todas las formas de muerte: muerte civil o penal, muerte física o política, muerte de personaría jurídica o mediática. Los mecanismos se han refinado y vuelto acaso más simbólicos, pero no por ello menos violentos.
La suerte de Petro está echada. La de Piedad Córdoba, por el contrario, aún tiene espacios y posibilidades de juego.
Como quiera que sea, el mensaje debe llegar y calar. Colombia se encuentra debatiendo las posibilidades de un acuerdo de paz en La Habana. Y es en ese marco que hay que entender las muertes y la vida de políticos de oposición. Esto es, la lógica política en curso.
Con la decisión sobre Petro lo más conservador de la conciencia nacional está de plácemes. A lo que asistimos es a un juego de emociones, y un despliegue de tácticas y estrategias. La iniciativa la ha tomado el establecimiento, el gobierno, el estado y las fuerzas más conservadoras de la nación. Petro, un símbolo de la izquierda, sólo puede reaccionar; según parece, no más.
Dicho en el lenguaje de muchos ciudadanos de la calle, la decisión contra Petro fue una decisión de clase, un acto de poder y fuerza.
Los críticos y analistas de la obra de teatro no dejarán, no sin razones, de expresar sus opiniones en los días, semanas y meses venideros. En las próximas representaciones algunos nombres podrán cambiar y algunos repetirán roles y se alternarán papeles. Pero el juego de las formas de violencia en el país no cambiarán en el futuro inmediato. Esta vez, la forma ha sido la de violencia política.
Colombia deberá alcanzar la madurez suficiente para poder vivir y convivir con la oposición. Que es lo que hace a una nación democrática y madura. El problema es que esa clase de aprendizajes no se logran voluntariamente.
Recuadro
Escenarios
Petro no se dejará enterrar
La destitución de Gustavo Petro como alcalde de Bogotá y su sanción por 15 años, abre un nuevo capítulo en la vida de este aguerrido político de izquierda. Consciente de que este era uno de los escenarios más probables que tendría que afrontar decidió, desde el mismo momento en que el Procurador publicó su sanción, convocar a la ciudadanía a rechazar la misma. No han sido pocas las concentraciones realizadas hasta ahora, ni los mítines en distintas partes de la ciudad. Su proyecto era y sigue siendo uno sólo: constituirse en líder de un proyecto político que vaya más allá de Bogotá, el cual tendría como puerto final las elecciones para la presidencia del país en el año 2018.
Así las cosas, si la Comisión Interamericana de Derechos Humanos eleva a la Corte Interamericana la solicitud de las medidas cautelares, y si esta falla a favor del ahora exalcalde, el líder político será reconocido como víctima de un sistema político excluyente que, como el colombiano, nunca ha permitido –bien por vía armada o por cualquier otra– la consolidación de la oposición.
En tal escenario, y luego de haberle dado cuerpo al movimiento social y político que liderará durante los próximo meses y años, Gustavo Petro llegará en excelentes condiciones a la consulta electoral para la presidencia del país en el año 2018.
Sin duda, Petro no se dejará enterrar.
El posible castigo popular
Los comentarios espontáneos sobre la destitución de Gustavo Petro destacan, casi sin excepción, el cariño ganado entre los sectores populares. “¿Por qué lo sacaron si lo queríamos?”, “El presidente Santos ahora si se equivocó”. No es para menos, a pesar de la crítica sin cuartel que han brindado en su contra los medios de comunicación, las mayorías populares identifican en el exalcalde a alguien que trató de gobernar en beneficio de los más desprotegidos.
La pregunta que viene al caso, por tanto, es: ¿en los próximo comicios para elegir alcalde en propiedad para Bogotá, votarán estos sectores por la izquierda? Si así fuera, los sectores populares castigarían sin piedad a quienes por décadas los han perjudicado, a quienes sólo reparan en sus intereses políticos y negocios económicos, la oligarquía de siempre, creando así un suceso sin antecedente en nuestro país, rompiendo con dos siglos de imposiciones y autoritarismo, muestra inequívoca que el país empieza a recorrer un nuevo sendero, uno de transición hacia una democracia activa, de multitudes, como le gusta decir a Gustavo Petro.
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