Home » La pesadilla del coronavirus: Bogotá, entre el miedo y la esperanza

La pesadilla del coronavirus: Bogotá, entre el miedo y la esperanza

La pesadilla del coronavirus: Bogotá, entre el miedo y la esperanza

Aun cuando la pandemia todavía avanza sin clemencia en América Latina, las grandes urbes de esta región del globo se volvieron a poblar. Atrás, quedaron los largos días de encierro involuntario y un montón de promesas. Ahora, de regreso a la ‘normalidad’, este relato nos recuerda el discurrir de las primeras semanas de confinamiento en la capital de Colombia y su posterior ruptura.

 

Bogotá, hoy, parece otra ciudad. Incluso, peor –¿o mejor, realmente?–, Bogotá, hoy, parece una ciudad de otro planeta. La gente ha desaparecido repentinamente de las calles. Tampoco hay autos en las vías. Y la tóxica mancha gris, presente de manera habitual desde hace algún tiempo en el cielo de esta inmensa metrópoli andina, se ha esfumado también.

¿Qué pasó –entonces– con la Bogotá abarrotada de vehículos y buses atestados de pasajeros corriendo desenfrenadamente para sus trabajos desde la madrugada y luego a casa al morir el día? ¿Dónde están los miles de vendedores de toda clase de cachivaches que suelen ocupar los andenes de aquí y allá en modo rebusque? ¿Qué se hicieron los estudiantes y sus mochilas y sus risas y sus sueños? ¿Adónde han ido todos?

En su lugar, un magistral coro de pájaros de diversas especies –de regreso a sus viejos nidos: cedros, nogales, eucaliptos, cauchos sabaneros y guayacanes, desparramados por barrios y avenidas– no cesa de trinar, como antaño, regalándonos los más increíbles conciertos al amanecer. Y en las noches, cada noche, una nueva estrella se asoma en el cielo, ahora límpido. Y otra. Y una más.

Podría tratarse de una película de ficción –e incluso de un poema: la luna en lo alto sobre la ciudad vacía–. Pero, no. Es el día número 11 de un confinamiento obligatorio inimaginado para escondernos en nuestros hogares del ataque de un invisible y microscópico asesino que nos tiene a todos contra la pared, a unos rezando y a otros renegando.

La ciudad y las familias sufren una súbita metamorfosis. Cada quien trata de arreglárselas de la mejor manera. Pero, lo peor se avecina. El planeta está paralizado y la economía mundial tambalea. Bogotá y Colombia no escapan a ello.

Afuera, únicamente permanecen los prestadores de servicios esenciales: abarrotes, aseo, farmacias y funerarias, transportadores, domiciliarios, vigilantes y autoridades. Y, desde luego, un ejército que también ha sufrido pérdidas en sus propias filas por salvar las vidas de los más golpeados por el virus: el de los galenos, enfermeras, camilleros y auxiliares médicos, que adicionalmente y en no pocas ocasiones se han convertido en víctimas de la paranoia e ignorancia de unos cuantos ciudadanos que los insultan y agreden cuando los ven ingresar o salir de los edificiosdonde residen o de los supermercados donde se abastecen, por temor a ser contagiados.

 

El hambre no da tregua

 

Transcurren los días y en Bogotá, al igual que en el resto de Colombia y del globo entero, las ‘cifras’ comienzan a aumentar dramáticamente y pese a que en nuestra ciudad –según las autoridades– estas se encuentran por debajo de los estimativos iniciales, cada muerto nos duele y causa alarma. En tal parte, van ‘tantos’, dicen los noticiarios. Tantos contagiados. Tantos hospitalizados. Tantos en unidades de cuidados intensivos. Tantos fallecidos.

A estas alturas y sin dinero en el bolsillo para lo indispensable, aparecen en las calles los primeros que se resisten al encierro. Son los del rebusque. Los de las ventas de cachivaches en andenes y calles. Los de los malabares en los semáforos. Los que no pueden seguir esperando las ayudas gubernamentales ni las donaciones, porque sí llegan pero no alcanzan: las necesidades son superiores y «si no nos mata el coronavirus nos mata el hambre», repiten en cada esquina.

Poco a poco, y conforme lo autoriza el gobierno, a estos primeros hombres y mujeres, procedentes principalmente de las zonas marginales, se van sumando los obreros de las construcciones que quedaron paralizadas y luego los de las fábricas que dejaron de producir inesperadamente. Más tarde, se incorporarán otros trabajadores y posteriormente los demás grupos de población, han anunciado el presidente de la nación –un tantourgido de hacerlo– y la alcaldesa de la capital–no tan convencida de que sea el momento–.

De manera que, ahí van, bajo el miedo y la zozobra, bajo las carencias y las esperanzas, recorriendo las lluviosas calles de la ciudad, en una y otra dirección, luciendo el nuevo atuendo, la nueva prenda de vestir que se impone en el mundo de la moda 2020, igual en Europa que en América o en Asia que en África o en Oceanía: el tapabocas, esa mascarilla de la que no podremos desprendernos en mucho tiempo, pero que algunos tampoco usan, porque lo que está ocurriendo les parece una farsa o porque está agotada o porque su costo aumentó ridículamente –¡corruptamente! – y no tienen para comprarla.

Sí, podría tratarse de una película de ficción –e incluso de un poema: cualquier poema–. Pero, no. Es el día 17… 21… 29… 35… 43… 52… 60… de un confinamiento obligatorio inimaginado, que se prolonga cada tanto y que ha quebrado innumerables empresas y que ahora tiene a millares y millares sin empleo y sin para comer y sin para pagar el arriendo y sin para pagar los recibos de servicios públicos que no paran de llegar y que por el contrario vienen más caros, exagerada e injustificadamente más caros…

De forma «progresiva e inteligente», explica el gobierno, la ciudad y el país –como todas las ciudades y todos los países del mundo– van regresando a la ‘normalidad’ o intentando hacerlo. Hay que detener la otra pandemia, la de la fuerte crisis económica derivada del coronavirus. Por consiguiente, cada día hay más gente en la calle. Y también más riesgo de que el microscópico asesino alcance a quienes se descuiden.

Y ahí va el miedo, disfrazado de tapabocas. Y los muertos –sin funeral– rumbo al crematorio… ¿Aparecerá otra vez la tóxica mancha gris en el cielo? ¿Huirán los pájaros de nuevo? Sí, Bogotá, hoy, parece otra ciudad. Incluso, peor –¿o mejor, realmente?–, Bogotá, hoy, parece una ciudad de otro planeta… y el planeta parece otro planeta.

—Desde mi refugio, día 70 de confinamiento.

__________________________________________________________

Mario Henao Quevedo es periodista y guionista de nacionalidad colombiana; autor de diversos libros; ha escrito en desde abajo en varias ocasiones.

Información adicional

Autor/a: Mario Henao Quevedo
País: Colombia
Región: Suramérica
Fuente: Mario Henao Quevedo

Leave a Reply

Your email address will not be published.