Soplan vientos huracanados por todo el mundo. Son oleadas desprendidas de la impactada atmósfera global desde tiempo atrás por la crisis sistémica que conmueve al Sistema Mundo Capitalista, cuya estructura social sufre su impacto. Son vientos de gran potencia que a su paso arrasan o descuadran la estructura de un Sistema que se creía eterno.
Debilitada, la estructura de este Sistema recibe al mismo tiempo el golpe de una revolución de nuevo cuño que, como conmoción tectónica, descuadra el mundo del trabajo, los hábitos y consumos de inmensos conglomerados; impone nuevas reglas en el mercado mundial, trastoca el potencial de los Estados, ahora muchos de ellos con menos incidencia en la agenda global que algunas multinacionales.
En su batir de estructuras y conmoción de superficies y subsuelos, viejas y oxidadas normatividades de identidad y pertenencia de los Estados caen por el piso y toman cuerpo otras, como las resumidas en un nuevo Derecho Internacional, que, más allá de los Estados-Nación, impone reglas de todo tipo y determina los relacionamientos a los cuales deben sujetarse en el comercio mundial todos los países que por esta lógica quedan a merced del litigio supranacional.
Pero no solo esta desestructuración de lógicas imperantes desde por lo menos dos siglos atrás están en curso; también otras toman cuerpo y ganan espacio en igual ruta, como la erosión de la banca central de los Estados, limitados en sus poderes ahora por el surgimiento y el constante avance de monedas virtuales no sujetas a soberanía nacional alguna, así como la imposición de un comercio virtual que rompe barreras y controles fronterizos.
Todo ello y mucho más, como el dominio de las multinacionales en las comunicaciones globales y la práctica desaparición de la soberanía, el dominio y la preponderancia que en este campo también tenían los Estados-nación; un dominio soportado en miles de satélites que circundan la exosfera e intercomunican a la sociedad global en tiempo real, comunicación que determina la vida diaria de todas las sociedades, impactando sus valores fundantes como el de la libertad, la solidaridad, la cooperación y otros.
La conmoción es total. Es un golpe, más bien un mazazo, que por la energía desprendida mueve como capas tectónicas las bases de dos imperios, hasta enfrentarlas y llevarlas a riesgo de colisión.
Las masas de calor, en ocasiones, y en otras de frío que transportan aquellos vientos, como las réplicas de acomodamiento que sufren las capillas sobre las que se soporta la geopolítica hasta ahora imperante, no dejan de impactar los sistemas y los regímenes políticos en uno y otro continente, donde los gobiernos de supuesto distinto signo tratan de acomodarse a la nueva realidad.
Los cambios están en curso y hasta ahora no sabemos lo que implican en su totalidad ni lo que sobrevivirá de la vieja estructura. Son cambios demandados en otra perspectiva, por demás, por la crisis pandémica que produce el covid-19, la misma que evidencia que, más allá de una vacuna para resolver lo evidente de la crisis –la enfermedad–, lo que la sociedad global realmente requiere, para evitar entre otras cosas más pandemias, es la superación de la causa real de la misma, es decir, el sistema hoy como un todo. Y ese cambio, a ciencia cierta, no es posible desde lo electoral como agenda puntual de cada cierta cantidad de años sino mediante un proceder dinámico y constante que emplace y reviente el poder hoy dominante.
Por ahora, y desde hace años, lo que más destacan son ajustes económicos y fiscales como parte de una agenda global, mayor control social sobre las poblaciones de cada uno de los países, autoritarismo en algunos casos, economías al debe, expoliación de la naturaleza (para el caso de los países sometidos), en consonancia con una economía inserta en la periferia capitalista, deuda externa e interna en creciente; integración de sus fuerzas armadas a estructuras globales, regionales o subregionales: inserción y sometimiento de su sistema financiero al entretejido global, etcétera. Son estas algunas de las medidas y políticas más comunes que toman estos gobiernos en medio del remesón que vive el Sistema económico, social, político y militar vigente.
Podemos decir, por tanto, que todo está en transformación. Sin embargo, y para sorpresa, aparece algo con signo de intacto: la política. Como si se tratara del viejo Estado-nación, la misma continúa marcada por reglas de otro tiempo, el que parece lejano pero no lo es tanto.
Las noticias recientes que se conocen en Colombia dan cuenta de ello: dos bloques de organizaciones partidistas de corte progresista anuncian, cada una por su lado y tras acuerdos internos, que ganarán las mayorías del país en 2022, tanto para renovar el Congreso como para ganar la Presidencia.
Estamos ante acuerdos que parten de agendas, y se soportan sobre las mismas, que pretenden el control de la administración de lo público, sin estimular ni urdir entramados de poder local, sin estimular cambios estructurales en los relacionamientos sociales y sin medir el peso de la costumbre al interior de la burocracia que sostiene a todos los gobiernos de turno, sin preocuparse por estimular y construir desde ya otras formas de poder, que rompan lo vertical y el mando para darles paso a lo horizontal y al consensos y de su mano construir otra visión sobre el desarrollo y con ella potenciar una relación otra con la naturaleza.
Para estas organizaciones, el poder para regir el destino de la nación sigue cruzando por el control de las riendas de la Presidencia y del recinto de las leyes. En un mundo cambiante donde las decisiones fundamentales que afectan a la humanidad se toman en coordenadas diferentes del Ejecutivo y el Legislativo, se insiste en llegar a estas instancias con la convicción de que desde allí lograrán reencauzar la orientación de la política económica, fiscal, social, militar y cultural del país.
Afincados en viejas matrices de la política, donde la soberanía real descansaba en el Estado-nación, no reparan en que, producto de los cambios enunciados en la parte inicial del escrito, las transformaciones y las rupturas con el establecimiento ahora no proceden de arriba sino que deben propiciarse desde una resistencia/construcción de agendas y dinámicas locales-regionales-nacionales, con entretejidos concéntricos que estructuren redes por todo el país, y a partir de las cuales se horade poco a poco el poder que aún subsiste en el territorio de la nación.
Allí, en los territorios, construyendo poderes de diferente carácter y tamaño, sin desatender las luchas cotidianas por vida digna, y sin centrar la atención en la agenda electoral, se acumularán la fuerza y la experiencia suficientes para darle paso a una sociedad otra, una que no dependa del actual Estado, de su control ni de sus recursos financieros, que se le arrebaten al mismo, para potenciar las actividades políticas alternativas o la vida comunitaria.
Y así hay que actuar porque estamos ante nuevas formas de organización social y de construcción de referentes de poder territorial, en todas y cada una de las dimensiones de la vida como sociedad. Nuevas formas de organización deben resolver el día a día de la gente, con ella y entre ella, y a la par ir trazando nuevos horizontes de vida para enfrentar los poderes globales (y sus artífices nacionales) que ahora, en todas las instancias, determinan la vida de la sociedad.
Son redes de acción comunitaria y territorial que al mismo tiempo deben prolongarse, comunicarse y cruzarse con sus pares de todo el mundo, con la conciencia de que un cambio que dé cuenta del capitalismo como Sistema Mundo solo es posible desde una acción global y simultánea. No es factible de otra manera y así lo ha demostrado el capitalismo, una y otra vez sitiado por revoluciones locales, vencido en territorios y coordenadas específicas, pero restablecido en sus dominios tras el paso de algunos años o décadas, lo que puede conseguir, pues, pese a la derrota parcial, conserva en sus manos el control de los circuitos económicos, comerciales, financieros y de todo orden del sistema mundial real. Tensionado este control, por un lado logra parchar los cortos producidos en una u otra parte de su circuito total, y por otro enfrentar e ir ahogando a sus contrarios con medidas de distinto orden. Es decir, en algunos momentos es derrotado militar y socialmente, incluso en ocasiones muy precisas por vía electoral, pero no así en el resto de los componentes del sistema.
Son retos y cambios mayúsculos. En los tiempos que cursan, tras la disposición de ingentes mecanismos de control y disciplinamiento social, la derrota militar de la clase y fracciones de esta que controlan el Estado y el gobierno es casi una quimera, pero la crisis sistémica que aflora por doquier sí permite la reorganización y la acción social alternativa en multiplicidad de espacios y áreas de la sociedad, tras una dinámica de largo plazo producir no una explosión sino una implosión del poder. Una agenda más allá de lo electoral –que es la base sobre la que se sostiene el poder ungido por la Revolución Francesa y luego reforzado tras diversidad de levantamientos de la misma burguesía y de otros segmentos sociales–, proyección de legitimidad y legalidad que siempre pretenden darse quienes aún hoy dominan, es característica de la dinámica social en efecto alternativa que hoy se impone.
Es un nuevo actuar que les pregunta a quienes defienden las viejas formas de la acción política, y la lectura del Estado-nación por fuera de los cambios sistémicos en curso, ¿por qué, a pesar de llegar al gobierno en diversidad de países de la región y pudiendo concretar cambios más allá de lo inmediato y urgente, no se logra ni rasguñar la estructura profunda del poder local y global? ¿Por qué, a pesar de las evidencias, persisten en actuar desde lo nacional y local, sin articulación global contra el sistema dominante como conjunto? ¿Por qué persisten en llamar a la sociedad a luchar por el cambio de lo aparente –el gobierno– sin aclarar que se está actuando sobre la forma y no sobre el contenido, y que un cambio estructural requiere remover todos los entretejidos del cuerpo llamado capitalismo?
Para todas aquellas personas que actúan con firmeza y convicción en los parámetros del viejo Estado-nación, no sobra preguntar, más allá del cambio de forma, ¿para cuándo la revolución?
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