Entre marzo de 2020 y marzo de 2021 vivimos y aprendimos tal vez como nunca nos había sucedido y como nunca habíamos tenido oportunidad.
Vivimos y padecimos en estos 12 meses el capitalismo en su esencia plena. Sin contemplaciones, pudimos comprobar su desinterés por la vida, la salud y el bienestar en general de amplias capas sociales. Y su voraz apetito de acumulación para unos pocos. La privatización de las vacunas, es evidencia y punto máximo.
Comprobamos en el curso de estos meses, de igual manera, los efectos reales de todo aquello que se sintetiza como crisis sistémica de este sistema de producción: la crisis ambiental y los efectos del cambio climático, y en ello las evidencias de la creciente deforestación, la contaminación de tierras y aguas, lo insoportable de una matriz energética que debemos superar, el sinsentido de un modelo urbano en el cual no es posible vida digna para millones de personas.
De igual manera, se hicieron patentes, producto de la crisis pandémica, el valor de las labores del cuidado, y con ello el inmenso esfuerzo que cada día dedican millones de mujeres para que los suyos, así como conocidos y vecinos, vivan en mejores condiciones: enfermos, discapacitados, infantes, viejos(as), personas sin recursos para acceder a un plato de comida, etcétera.
Pero también se demostró, una vez más, la importancia de contar con una política de salud verdaderamente pública, con un amplio sistema territorializado de atención preventiva; como también la importancia de la educación y asimismo la necesidad del encuentro como espacio para socializar, recrear afectos y potenciar la amistad.
Las mezquinas políticas sociales de gobiernos como el de Colombia, con una erogación financiera muy por debajo de lo requerido por millones para solventar la crisis económica en curso, también nos permitió ver en su real carácter de clase a quienes amasan el poder en el país. Gobiernan para los suyos y con indolencia.
La persistencia del neoliberalismo y la necesidad de superarlo también quedaron claros ante los ojos de todos. Se habla mucho de su crisis –final– pero la continuidad del extractivismo y la acumulación por desposesión, así como la potenciación vía nuevas tecnologías de niveles cada vez más profundos de individualización, indican lo contrario.
Estados cada vez más autoritarios en sus políticas de control social, ahora facilitadas y reforzadas por nuevas tecnologías, los vivimos a lo largo de estos 365 días, y seguiremos padeciéndolos por mucho más tiempo. A la vez, el creciente fortalecimiento militar, y el papel cada vez más activo de los militares, uniformados o de civil, también quedó en escena.
El miedo como impotencia, la sensación de no saber qué pasará y por tanto la sumisión ante Estados que decimos rechazar, con actitudes pasivas y disciplinadas por parte de millones, también mostraron su eficacia. Como también la mostró la necesidad de contar con medios de comunicación de punta para la conexión de millones, estimulando constantes debates y procederes colectivos.
El papel de control social desde siempre delegado en la Policía y la actitud autoritaria de sus efectivos, librados como fieras tras los ‘infractores’ de la salud pública –los que no se ponían el tapabocas o los que no permanecían en confinamiento permanente– permitieron comprobar una vez más que su razón de ser no es la protección ciudadana sino la protección del poder.
Un año de asombro y crisis generalizada, con miles que padecen hambre, angustia ante el desempleo repentino en que caían, inseguridad por un futuro totalmente incierto, miles comprobando en carne propia las medias tintas de las promesas de los gobiernos nacional y municipales, ocasión sin par para potenciar revueltas de todo orden, y, sin embargo, sin capacidad por parte de los sectores alternativos para aprovecharlas y lograr elevar a necesidad colectiva el cambio de sistema social. Sin olvidar la afectación psicológica de miles, producto del largo encierro, de las angustias despertadas por la crisis, como de no poder acompañar y despedir a los suyos hasta su última morada.
En este corto periodo de tiempo se hizo más que evidente una realidad con la cual pudimos comprobar, además:
1. La izquierda no está preparada para actuar de manera extraordinaria y ante circunstancias extraordinarias. Su visión de cambio sigue anclado en un proyecto de transformación posible solo después de controlar el poder, en las actuales circunstancias y de manera desacertada, después de acceder al gobierno producto de una jornada electoral.
2. Los elementos más relevantes de la crisis pandémica: cambio climático, deforestación, contaminación, precario desarrollo, matriz energética y otros no constituyen el centro decisivo de su lectura del actual modelo socio-económico dominante. Su matriz teórica aún sigue anclada en categorías simplemente económicas, de Estado y régimen político (explotación, plusvalía y demás), sin atinar a enlazarlas con aquellas que están en la base de la crisis sistémica que sobrelleva el capitalismo.
3. La ausencia de liderazgo y de vocación de lucha. A pesar que la crisis del covid-19 desnudó al capitalismo en sus desmanes y despropósitos, desde el campo alternativo no se lanzó una campaña constante que hiciera más evidente lo ya desnudado ni el camino alterno por recorrer para poder evitar hacia el futuro otras de estas crisis, como para emprender aquí y ahora la construcción de otra sociedad posible (basada en la cooperación, la ayuda mutua, la solidaridad, la descentralización del poder, el trabajo como creación colectiva, el reencuentro con la naturaleza, etcétera).
4. Una ausencia de vocación de confrontación y cambio que permitió que las informaciones presentadas cada día sobre el avance del virus dejaran por fuera las explicaciones estructurales de la crisis, las realmente ubicadas en el centro de la problemática y, por tanto, las que permitirían –una vez comprendida en su real dimensión la mutación– los caminos, también estructurales, para superarla.
5. Pasividad y nítida falta de liderazgo social que dejaron sin confrontación la pobre política social puesta en marcha o ‘reforzada’ por el gobierno, en particular en Colombia.
6. Aquello de lo alternativo en los gobiernos locales mostró su cobre. Por ejemplo, ciudades con empresas de servicios públicos –agua, luz, telefonía– no desplegaron políticas públicas de socialización de tales servicios, quebrando tarifas, condonando deudas, ampliando redes, conectando a toda la población, por ejemplo a las redes de internet, masificando para ello y sin costo el wi-fi.
7. Contrario a ello, en ciudades como Bogotá, para vergüenza propia y ajena, pusieron en marcha campañas de solidaridad ciudadana para reunir equipos de computación y dinero para dotar a miles de estudiantes que en la práctica quedaron por fuera del proceso educativo ahora virtual, de una computadora como de tarjetas prepago para conectarse a la red.
8. Gobiernos, asimismo, que no implementaron políticas de salud a la altura de las circunstancias y siguieron amarrados a modelos ineficientes y excluyentes, sin nada de prevención y sin el indispensable conocimiento de las circunstancias en que viven las mayorías. Una realidad que los llevó, como sucedió en Bogotá, a firmar contratos de alto costo financiero para la ciudad y de poco impacto en atención para la misma.
9. Esos mismos gobiernos sin real vocación de cambio, evidente en la institucionalidad de todas sus propuestas y acciones de gobierno, no intentaron por ninguna parte motivar la insurgencia social para la apropiación por parte de cientos de miles, e incluso millones, de su destino en propias manos, como parte de un proyecto diferente de ciudad y de país.
10.Aislados y sin otro vía de conexión que las redes, la comunicación en vivo mostró su importancia y potencial de todo orden. No contar con uno o varios proyectos en este campo es la marginalidad asegurada para quien pretenda el liderazgo social.
11. Estamos en presencia de una amplia transformación cultural, evidente no solo en las formas de comunicación sino también en los usos y consumos, en los referentes locales y globales, en las transformaciones del lenguaje, en el ahondamiento de la individualización y sus implicaciones. Sin comprender este fenómeno, no será posible reencauzar los proyectos políticos que también están en mora de comprender qué es la política hoy y la manera de concretarla en sus efectos en el día a día y no solo en el largo plazo.
12. Es necesaria una política de sanción y castigo que vaya mucho más allá del encierro. El doble confinamiento padecido por los presos a lo largo de los 12 meses vividos, es una clara infamia y una violación de los derechos humanos más elementales. Violación descarnada y en forma de masacre en la Cárcel Nacional Modelo el 21 de marzo , como preámbulo del confinamiento prolongado por varios meses, y la que sigue en total impunidad.
13. Es urgente desplegar un Plan Humano para los desdeabajo, que garantice empleo masivo e ingresos dignos para todas las familias (ver infografía).
Lo vivido es para procesarlo, discutirlo y aprender. Con seguridad, faltan muchas vivencias y retos por relacionar, pero dejar pasar sin pena ni gloria los ecos de estos 12 meses, como de otras muchas vivencias que tendremos en medio de la crisis todavía no resuelta, sería el mayor de los errores que pueda cometer cualquier actor social y político.
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