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Masacre y terror del fascismo contra los hambrientos

Masacre y terror del fascismo contra los hambrientos

Lo ocurrido en Colombia en el marco del paro nacional en curso desde el 28 de Abril, en ciudades como Cali, Bogotá, Palmira, Buga, Ibagué, Neiva, Villavicencio, Soacha, Popayán, Medellín, Pereira y más de 500 medianas y pequeñas ciudades, incluso comunidades campesinas e indígenas, configura un cuadro de campos de guerra con decenas de muertos, cientos de desaparecidos, centros de concentración y de tortura, con allanamientos ilegales, ametrallamiento de manifestantes –desde helicópteros– y residencias de los sectores inconformes, con artillería terrestre y aérea de última generación; las ciudades son ahora el teatro de operaciones militares a gran escala, guerra contra el pueblo que en los últimos 75 años ha dejado más de un millón de muertos del mismo pueblo, cientos de miles de desaparecidos, más de 8 millones de campesinos, comunidades negras e indígenas desplazados. Primero fue “contra el comunismo”, luego contra el “terrorismo”, después, “contra el narcotráfico, el terrorismo y el comunismo”; las mismas supuestas razones para despojar concentrar la tierra, la riqueza y el poder político de la feudal-colonialista, ahora narco-financiera y fascista oligarquía colombiana.

Hoy los beneficiarios de la guerra cambian el nombre a su “enemigo interno”, llamándolo “terrorismo vandálico”, cuyos miembros son los jóvenes de los sectores populares empobrecidos y desechados por esta sociedad, criminalizados por este Estado narco-fascista y apátrida; Estado y oligarquía que nunca han dejado de ser colonialistas, racistas, ladrones y genocidas, sobre todo, ahora que la “pandemia” es un instrumento de sometimiento, silenciamiento, aislamiento y control total de la población, especialmente sobre los sectores populares víctimas de las supuestas secuelas económicas y sociales de esa plandemia. Sin embargo, las causas de la grandiosa y heroica protesta popular no son de hoy, vienen desde el mismo momento en que la oligarquía usurpó el poder político y económico de este país, las cuales se intensifican a partir de los años 20 del siglo pasado con la entrega de nuestros bienes naturales y energéticos al capital extranjero y la dependencia económica y política del Estado oligárquico al sector financiero mundial (BM, FMI, BID, etc.) dependencia representada en la constante. onerosa y criminal deuda siempre pagada por el pueblo a través de paquetazos como el pretendido por estos días, que no solo nos quita los pocos recursos de nuestros bolsillos, sino, que nos reduce el pan, la educación y las capacidades de recuperación y sobrevivencia. Una política económica que se extiende en sus nefastas medidas a la desindustrialización, el abandono de la agricultura alimentaria, el sometimiento del campesinado pequeño y mediano al monocultivo y a la importación de alimentos, todo ello con efectos directos como el desempleo y miseria, causas de la presente crisis.

El heroísmo de los jóvenes populares surge de sus propias necesidades, de su exclusión, de sus capacidades negadas para crear y producir, de la injusticia y el hambre en que nacieron y crecieron, pues solo han “servido” como carne de cañón para la guerra, el narcotráfico y la delincuencia, instrumentalizados para su propia destrucción y la conservación de las comodidades, privilegios y el statu quo de la oligarquía tradicional y emergente; por esto, parafraseando a Marx, estos jóvenes no tienen nada que perder porque hasta el miedo se lo quitaron, porque han abierto los ojos físicos y mentales, ellos dicen: “nos disparan a los ojos porque saben que los abrimos”.

Cuando digo oligarquía y Estado, me refiero no solo al central de Bogotá, también a sus representantes o delegados en las regiones y ciudades de todo el país, especialmente a aquellos supuestamente elegidos mediante el voto popular, que se reclaman progresistas y demócratas, quienes se destacan por clamar al Estado central la represión y el terror, escudándose de las críticas del pueblo, con la excusa de que no tienen manejo de la fuerza pública (Cali, Bogotá…), en este momento se caen las caretas y quedan expuestas las verdaderas caras fascistas de esos personajes –alcaldes, gobernadores, congresistas, diputados, concejales–; claro, y por supuesto la catadura de la jerarquía militares-policial empezando por los jefes fascistas del Estado Iván Duque, Álvaro Uribe y sus séquitos de ministros, coroneles y generales, además de los narcotraficantes, los más grandes terratenientes, empresarios y del sector financiero para los que el Estado trabaja.

La Policía Nacional, principal protagonista de la masacre, es un cuerpo más del Ejército Nacional, entrenada, armada y con licencia para matar, no solo obedece a sus amos locales sino también a los norteamericanos –e isrraelies– quienes les dictan la doctrina y los protocolos de agresión; claro que toda su tropa –de subteniente para abajo– es extraída de los sectores populares y son también carne de cañón como los soldados rasos, por eso, al Estado no le importa de qué lado sean los muertos. El fascismo inculcado a las Fuerzas Armadas no es producto del discurso del nazi chileno, es simplemente la continuidad de la doctrina impuesta desde el Complejo Militar Industrial y del comando sur de USA durante más de 70 años, o ¿qué fueron el Frente Nacional, el Estatuto de Seguridad de Turbay y luego la Seguridad Democrática de Uribe? Lo que pasa es que la guerra y el genocidio los trasladaron a las ciudades (a partir de las ejecuciones extrajudiciales llamadas por los medios oficiales “Falsos Positivos); lo que continúan haciendo los paramilitares y el Ejército en los campos, ahora a la luz del día y de las cámaras web, pero que los grandes medios oficialistas no registran.

Desde que el Estado oligárquico colombiano se constituyó, ha existido respuesta popular a su avaricia y criminalidad, empezando con los artesanos y sus Sociedades Democráticas, luego los campesinos y los trabajadores de la agroindustria y la naciente industria, contra la oligarquía mercantilista; después, en el siglo XX, se sumarían los trabajadores del petróleo, del banano, los ferroviarios contra las multinacionales, y se crearon las insurgencias –como posibilidad de construir un nuevo Estado más equitativo, supuestamente democrático– respuesta continuada en el siglo XXI por el campesinado, la actuación del movimiento indígena y la lucha del estudiantado y las y los trabajadores, aportando cada uno su invaluable cuota de sangre y de desaparecidos; la lucha fue incrementándose en la medida que crecían la opresión y la explotación, con la mayoría de los dirigentes populares y demócratas perseguidos y asesinados.

Nuestro pueblo, como todos los pueblos del mundo, es valiente y creativo, especialmente su juventud, lo comprobamos hoy en la movilización masiva pacífica y alegre. con música, colores, danza y teatro, con sus sonrisas ante las máquinas de la muerte, ante la indiferencia de unos pocos escépticos en todas las calles del país. Se reavivó la solidaridad, se rebosó la fraternidad y la empatía, el pueblo en los barrios de Cali salieron con banderas y alegría a la ruta de las chivas a agradecer y despedir a la Minga Indígena que fue ultrajada y agredida por grupos narco-fascistas racistas llenos de miedo ante las inmensas marchas y concentraciones, en las que la Minga hizo presencia protegiendo a los caminantes protestantes; esos fascistas vestidos de blanco fueron impulsados, dirigidos por las mafias políticas, empresariales y militares dirigidas por el uribismo, pero no pudieron amilanar ni amedrentar a la juventud movilizada.

Este movimiento de dignidad y coraje está sentando un gran precedente en la lucha por construir un mejor país, justo, equitativo y solidario. En los puntos de resistencia de todo el país se palpó el compromiso solidario de las familias de los barrios circunvecinos con sus jóvenes, las ollas comunitarias que en muchos casos brindan alimentos a jóvenes y familias que en su pobreza les falta la comida; de igual manera por los corredores humanitarios circulan alimentos, medicinas y logística que permiten la provisión a las ciudades, como para sostener el movimiento; personal médico y paramédico se volcó en la asistencia sanitaria, muchos medios alternativos e independientes –youtubers, blogueros, twiteros hacen parte de una inmensa cadena de comunicación nacional e internacional–, transmitiendo en vivo y directo las marchas, grabando las agresiones de la fuerza pública, el vandalismo muchas veces agenciado por la policía y el ESMAD; nuestros jóvenes enseñan la democracia, no hay líderes individuales, las discusiones las hacen en colectivo y las decisiones las toman en asamblea, allí hay jóvenes –hombres y mujeres– de estratos 1, 2, 3 y 4 tomando los mismos riesgos –rotarse en la primera línea de fuego– asumiendo iguales responsabilidades, hasta las barras bravas de los equipos de futbol “rivales” confraternizan y participan de todas las actividades.

Este comportamiento de los y las jóvenes populares nos dan una lección de unidad, y solidaridad a quienes hemos estado por muchos años en la lucha política contra el Estado, la mayoría desde estrechos nichos partidarios, de tendencias y de sectas que en muchos casos nublaron nuestros iniciales objetivos humanista-humanitarios, además, no siempre nos apoyamos en expresiones de verdadera solidaridad, sensibilidad y afecto, nuestros sentimientos eran más de rabia y tristeza, generalmente alejados de nuestras familias e hijos en nuestras actividades políticas –creyendo que así los protegíamos.

Hoy los padre, madres y familias populares se sienten orgullosos de sus hijos e hijas rebeldes, les acompañan y animan a continuar la lucha. De todas maneras, las luchas populares son escuelas de formación y temple de la juventud, hay mucho qué aprender y compartir en experiencia y saberes entre las generaciones presentes; se necesita asumir cambios en nuestras culturas, tendientes a la autonomía, al autogobierno, a la economía y educación propias, al rescate de nuestras historias y de valores humanistas. Creo que este movimiento, con todas las víctimas por acción del Estado, con sus dificultades y errores, es un hito en el proceso de la construcción de un mejor país y de un mundo mejor.

Mayo 17 de 2021

Información adicional

Autor/a: Quintín Mina
País: Colombia
Región: Suramérica
Fuente: desdeabajo

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