Tras el paso de cada hora, la magnitud del desastre al cual está sometida la población de Mocoa-Putumayo, producto de una avalancha de los ríos que la circundan (Putumayo, Mulato, Sangoyaco) adquiere proporciones dantescas.
Así lo confirma el número de muertos, heridos, desaparecidos, que crece sin parar. Pero también la destrucción de su poblado el cual quedó arrasado en un 50 por ciento, según algunas informaciones provenientes del lugar de los sucesos.
Las cifras
En la amanecida del primero de abril, apenas conocidas las primeras informaciones sobre esta avalancha, la cifra de muertos era cercana a los cien; hacia las 2 de la tarde de este mismo día ya rondaban los 130 fallecidos; hacia las 5 pm ya sumaban más de 150. Los heridos y desaparecidos, cada uno ellos, en cada caso, han rondado las 200 víctimas, tres docenas de los heridos en grave estado.
Y así ocurría, porque en la medida que desechos de casas, carros, piedras de gran tamaño, pantano, etcétera, era removido surgen cadáveres, así como heridos. Y en la medida que esto ocurría, la angustia del desastre era cada vez más evidente en los rostros de los sobrevivientes, quienes ante esta realidad constataban que algún familiar o conocido no aparecía con vida.
Pero los cadáveres y heridos no dejan de aparecer, a tal punto que el domingo 2 la cifra total de muertos, según distintas fuentes, oscila entre 254 –prensa internacional–207 –reportes de la Casa de Nariño– y 238 según El Espectador,
La disparidad en las cifras confirma, a todas luces, que no existe control total de los organismos de socorro sobre el terreno de Mocoa, superados por la magnitud del suceso. Esto incluso y a pesar del cúmulo de socorristas y funcionarios desplegados sobre el terreno, así como, de la presencia del mismo Juan Manuel Santos. Como siempre, realizando presencia oficial tras lo hechos, con rostro compungido, como en campaña electoral, abrazando, en este caso, a los deudos. ¿Cuándo será que los empobrecidos y marginados pueden participar del diseño integral de sus territorios? ¿Cuándo será que sus necesidades son tomadas realmente en cuenta? ¿Cuándo será que lo fundamental sea la prevención y no el socorro?
El desastre
Sorprende, al momento de dar explicaciones del por qué de la avalancha, que el Gobierno descargue la culpa en el invierno. “Llovió sobre Mocoa –según Santos– como no sucedía desde hace 25 años”. La pregunta obligada es: ¿Y qué sucedió hace 25 años en este poblado cuando tal cantidad de agua mojó sus tierras? Por parte alguna aparece información que indique sobre decenas o cientos de muertos, heridos y desaparecidos.
La otra explicación de la magnitud de lo ocurrido, es que las casas edificadas eran frágiles. ¿Construidas así por el clima? ¿Por la falta de recursos económicos de quienes así las levantaron?
La verdad es, como siempre, que quienes llevan la peor parte en este tipo de sucesos, son aquellas familias que construyen sus viviendas cerca o al borde del lecho del río. Así parece ocurrir con quienes habitaban los barrios San Miguel y Laureles, arrasados totalmente. Algo similar pudo suceder con quienes habitaban otros barrios, entre ellos: El Libertador, Progreso, La Independencia, Modelo, San Antonio, San Agustín y otros más.
Dos cosas resaltan de esta realidad: 1) si el agua lluvia que cayó como diluvio sobre estas tierras no fue absorbida por los bosques que deberían existir cerca de su lecho y en el conjunto de su cuenta, es porque un proceso de deforestación creciente tomó mayor forma en el curso de los últimos 25 años; 2) Si decenas de familias tienen que construir sus viviendas cerca o en los márgenes de los ríos es porque no tienen acceso a tierra bien ubicada, con lo cual se reduciría la posibilidad de este tipo de desastres.
Lo que también llama la atención acá, es que esto ocurra en un poblado como Mocoa, rodeado de tierra. Salta a la vista que aquí, como en el resto del país, la tierra está concentrada en manos privadas. Una redistribución de la misma es indispensable para poder reconstruir la población y evitar que en algún momento esto vuelva a suceder. De no proceder así el poblado debería ser reubicado pues nadie puede asegurar que otro invierno no produzca iguales consecuencias.
La otra medida por implementar, de inmediato, es la reforestación de todo el lecho y la cuenca de los ríos que rodean a Mocoa. Control sobre la tumba de bosques, e inspeccionar si río arriba existen explotaciones mineras o de otro tipo que hayan facilitado este desenlace.
Todo esto es para las semanas, meses y años que vienen. Mientras así se actúa, la cifra de muertos y heridos no mermará. Los desaparecidos irán apareciendo, seguramente aguas abajo de todos y cada uno de estos ríos.
El país debe aprender la lección, sobre todo los sectores populares sometidos a la falta de programas oficiales que le permitan acceder a vivienda digna, así como, a tierra suficiente para erigir hábitats realmente sustentables. Dos reformas inaplazables, que los movimientos sociales deben encarar: urbana y agraria.
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ACTUALIZADO
2 de abril de 2017, 6:00 am
1 de abril de 2017, 5:00 pm
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