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“No hubo tiempo de sacar nada”

“No hubo tiempo de sacar nada”

Son miles las víctimas y, en consecuencia, miles las historias que se pueden contar, y con todas y cada una de ellas relatar lo sufrido por los habitantes de los municipios aledaños a la represa Hidroituango; historias, incluso, desde mucho antes de que esta empezara a construirse. desde abajo recogió los testimonios de tres mujeres que se niegan a aceptar la condena que los operadores de la hidroeléctrica les imponen.

Con lo sucedido a partir de la segunda semana de mayo, el megaproyecto Hidroituango quedó transformado, de una vez y por todas en una pesadilla, lo que realmente ha sido desde su inicio para quienes habitan los territorios donde está asentada, en especial para quienes viven en las riberas del rio Cauca.

Pesadilla, sí, desde que empezó la construcción de la hidroeléctrica, obra que alteró la paz y la tranquilidad de miles de ribereños, de los cuales muchos perdieron sus pertenencias, abandonaron sus hogares; hasta hubo quienes perdieron sus vidas, ya porque habitaron “en el lugar equivocado” o porque manifestaron estar en contra del desastre que se avecinaba.

Los primeros afectados datan de muchos años atrás; hablamos de las víctimas asesinadas por grupos paramilitares para desalojar los territorios que serían ocupados por Hidroituango: 3.800 hectáreas de área rural y de bosque. (Ver: El desa(rraigo)rrollo que deja Hidroituango ). Así mismo quienes ven –como si fuera poco el dolor por sus muertos– cómo el avance del proyecto representa el fin de su vida sencilla y pacífica en el campo.

Las víctimas, las de entonces, que son las mismas de ahora, cuentan cómo ha sido la angustia de vivir, día a día, con el temor de una calamidad latente y hablan de la desgracia que trajo el incidente del pasado 10 de mayo en el corregimiento de Puerto Valdivia, así como la alerta roja emitida por los operadores de las EPM el pasado 16 de mayo. (Ver: Hidroituango pone en alerta roja a 4 departamentos )

 

“El río, desde el 28 de abril, nos dejó prácticamente sin nada […]”.

Oliva Gómez es habitante del área rural del municipio de Ituango, hasta hace pocos días vivía en la ribera del Cauca, de allí sacaba su sustento pues siempre trabajó barequeando en las playas del río. Se le nota cansada, bastante preocupada, sin embargo permanece firme en su labor de ayudar a sus compañeros de albergue en el Coliseo de Ituango.

Es madre cabeza de hogar y responde por dos niñas que estudian y, además, por dos hijas mayores, una de ellas madre soltera de dos pequeños (el bebé tiene apenas 4 meses), y una joven de 19 años que terminó sus estudios de manejo ambiental en el Sena pero que todavía está en la casa a la espera de poder realizar sus prácticas. “Como estoy sola en la casa no tengo cómo colaborarle para que haga las prácticas en Medellín o en otra parte donde las pueda hacer, porque acá en el municipio no hay cómo hacerlas”, dice doña Oliva.

Respecto a los sinsabores dejados por la represa, nos cuenta: “La alerta debió darse mucho tiempo atrás. Desde el proceso de taponamiento de los túneles nunca tuvimos una alerta; la alerta que nosotros tuvimos, desde el día 28 de abril hasta el 3 de mayo que pudimos ser rescatados, eran las señales del nivel del río porque somos barequeros, trabajamos en las playas de Mote, Guayacán y Sardinas; jurisdicción de Ituango, al lado de arriba del muro de la presa.

Cuando vimos que el río empezó a crecer, subimos y subimos monte hasta donde vimos que ya no éramos capaces de movernos más por aquello de que no teníamos comida. El río, desde el 28 de abril nos dejó prácticamente sin nada, las pocas cositas que se habían sacado, vimos que estábamos ya muy cansados y no las pudimos seguir cargando; estábamos rendidos porque no podíamos dormir, porque si nos dormíamos el río nos llevaba. Entonces lo que pudimos hacer fue muy poco.

Sólo hasta el 3 de mayo fuimos rescatados por el Dapard, la Cruz Roja y el Plan de Contingencia de las EPM. Decidimos dejar nuestras cosas más arriba pensando que lo del taponamiento del túnel se solucionaba rápido y teníamos la esperanza que al volver las encontrábamos, no habíamos podido volver porque como no tenemos trabajo, y no tuvimos con qué. Hasta ayer (16 de mayo) logramos bajar, porque un señor nos colaboró con el transporte, bajamos, pero ahí donde dejamos nuestras cosas sólo había agua; el río acabó llevándose lo poco que nos quedaba”.

En el Coliseo de Ituango hay 22 familias a la espera de que el Gobierno y los responsables atiendan sus necesidades, pues se agotan los alimentos, carecen de atención médica y la buena voluntad de amigos y vecinos no es suficiente. Hay un solo deseo: volver a su vida en las playas del río Cauca, en el campo, en medio del cantar de las aves, y no en el bullicio abrumador de la cabecera municipal. ¿Cuándo podrá ser? El futuro es incierto pues aquellas playas están cubiertas por las aguas del embalse.

 

Necesitamos volver a nuestras viviendas, estábamos viviendo cómodamente y llegaron ellos con la idea de su represa y acabaron con todo lo que teníamos”.

En Puerto Valdivia, corregimiento del municipio de Valdivia, 600 familias tuvieron que abandonar sus hogares, muchas de ellas lo perdieron todo. Dos mujeres aguerridas le hacen frente a esta calamidad, exigen una solución pronta y satisfactoria que les permita volver a sus viviendas, que les devuelvan la tranquilidad y, sobre todo, que les respeten el derecho a una vida digna. En Valdivia se encuentran Cecilia Muriel y Dora Uribe, vecinas de Puerto Valdivia; Cecilia vio cómo el río arrasó su casa, Dora ansía volver a su corregimiento.

 

“Se llevó mi casa y la de algunos vecinos, o sea, eso fue una cosa muy horrible porque no nos prepararon para recibir eso […]”.

Doña Cecilia lleva días sin dormir, sus ojos cansados ocultan un poco lo alterada que está; con dificultad también oculta toda la rabia que lleva por dentro; la impotencia de ver no sólo a su familia, sino también a sus vecinos sumidos en esta desgracia; pone su optimismo a prueba. Así relata lo vivido días antes del 10 de mayo:

“Lo que pasó fue que a nosotros nos dijeron ocho días antes que nos habían puesto una alarma, pero que no pasaba nada, que todo estaba bien, que los profesionales de la hidroeléctrica Ituango estaban haciendo sus cosas muy bien, que no nos preocupáramos, que todo estaba muy bien. Ya el sábado llegaron los bomberos y nos dijeron que no nos asustáramos, que el rio iba a subir un poquito, lo normal, como en tiempo de lluvia normal, pero no era para alarmarse ni salir de las casas, ni mucho menos.

Llegó el jueves al medio día y en cuestión de una hora y veinte minutos por mucho, comenzó a subir lentamente el río, llevaba mucha madera, mucha cosa, entonces empezamos a alarmarnos y tratar de sacar algunos enseres. Cuando empezamos a sacar los enseres, no nos dio tiempo, llegó el agua adonde estábamos organizando las cosas, era una creciente mucho más grande, yo sentí que la casa traqueó; me salí, los vecinos me dijeron: “¡salga, no saque nada!”. No hubo tiempo de sacar nada, lo que sacamos el agua también se lo llevó. Se llevó mi casa y la de algunos vecinos, o sea, eso fue una cosa muy horrible porque no nos prepararon para recibir eso […]”.

 

“[…] Yo no perdí cosas materiales en mi casa, pero perdí a mi pueblo […]”

Por su parte la señora Dora, de quien tomamos sus declaraciones dadas a un medio radial* el día 18 en horas de la mañana, cuenta sin tapujos la situación que viven ella y las 40 familias albergadas en el predio de un habitante del municipio.

“[…] acá la gente muy amablemente nos prestaron un espacio y ahí están todos amontonados. Necesitamos de todo porque en el municipio de Valdivia no cabe la gente, hay más de 4.000 personas allá. Ya se han presentado muchos enfermos; estamos viviendo algo horrible que nunca lo habíamos vivido. Yo no perdí cosas materiales en mi casa, pero perdí a mi pueblo porque ese es el pueblo donde nací y viví más de 60 años con todo lo que tenía; ahora nos destruyeron la vida, la paz, la tranquilidad.

Queremos pedirle a EPM que bregue a conseguirle vivienda, cuanto antes, a esas personas porque entienda que somos seres humanos; no somos animales para vivir a la intemperie, durmiendo en el piso como un perro, porque las colchonetas no alcanzaron para todo mundo. Estamos viviendo muchas dificultades por la alimentación, hay mucho desorden y no hay suficiente para las personas; hay muchos niños, muchos adultos mayores discapacitados que merecemos una atención lo más pronto posible.

Necesitamos volver a nuestras viviendas, estábamos viviendo cómodamente y llegaron ellos con la idea de su represa y acabaron con todo lo que teníamos. Entonces, queremos que nos reubiquen en nuestras casas lo más ligero posible, porque estamos encerrados en un coliseo, y en las calles regados durmiendo en aceras, como si fuéramos animales. Eso no debe ser así”.

Son testimonios que describen con toda fuerza lo que están padeciendo miles de personas, como consecuencia de los errores –sea por el motivo que sea– de quienes no lo reconocen, de quienes dilatan las respuestas para no asumir la responsabilidad que les compete. Son testimonios que permiten concluir, a diferencia de quienes administran Hidroituango, que a las personas víctimas del megaproyecto lo que menos les importa es el dinero, sólo piden respeto, que sean tratadas con dignidad y que, por encima de todas las cosas, les permitan vivir tranquilos con las pocas posesiones que tenían, todas ellas necesarias y básicas, conseguidas con su labor diaria. Sólo quieren volver a sus trabajos, que sus hijos e hijas vuelvan a sus escuelas, y que de una vez por todas termine tanto sufrimiento.

* Caracol radio, programa 6 AM

Información adicional

Emergencia en Hidroituango
Autor/a: Equipo desdeabajo
País: Colombia
Región: Suramérica
Fuente: desdeabajo

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