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“Por el bien de la sociedad”

“Por el bien de la sociedad”

De quince en quince, así nos llevan en la actual crisis. “Se declara confinamiento obligatorio para todo el país, el cual irá entre los días…”.

Una quincena, ese es el máximo de tiempo que quienes controlan las riendas del poder han decidido declarar una y otra vez como intervalo supuestamente adecuado para ‘controlar’ o valorar la evolución del virus. Así han actuado hasta sumar dos meses. Este es el caso particular de Colombia, país en el cual la sociedad, arrinconada por el miedo al contagio y posible muerte por el covid-19, ha asumido con relevante conformismo la crisis en curso.

Es esta una actuación calculada. Valorando el inconformismo que pudiera suscitar el hecho de reconocer de una vez que por ahora no hay otros mecanismos de control conocidos ante el virus de moda –además de llamar al distanciamiento social–, y que por tanto la crisis de salud pública se prolongará por tiempo indeterminado, las autoridades han decidido declarar el confinamiento gota a gota, quince a quince. Estamos ante un manejo calculado de la respuesta ciudadana ante una medida que la limita y la somete, que la coarta, que arrincona parte de los Derechos Humanos, pero ‘indispensable’, ya que es “por el bien de la totalidad de la sociedad”. Es un proceder de menor riesgo y menor costo político para quienes están al frente del gobierno nacional, así como de los municipios, ante lo cual la sociedad –como voz activa– nunca fue tomada en cuenta: simplemente se le somete para que cumpla o, en su defecto, padezca consecuencias de todo orden.

Se actúa con aprendizaje de las formas de gobernar, ya que es un remedo de lo hecho una y otra vez con asuntos como el alza de tarifas en el transporte o en los servicios públicos domiciliarios: incrementarlos centavo a centavo, peso a peso y no en cientos, como lo hicieron en otras épocas, y suscitando amplias protestas, neutralizando el factible inconformismo que la medida pudiera desatar.

Ese aprendizaje en las formas de gobernar queda reflejado también en las maneras empleadas al enviar el mensaje, así como su tono, la recurrencia en el uso de ciertas palabras y el énfasis en lo beneficioso de la decisión –en que siempre prima el “bienestar general” y no lo individual–; pero también con conocimiento exhaustivo del poder del miedo y sus mecanismos psicológicos, de las reacciones defensivas que genera.

Tenemos ante nosotros, por tanto, una obra de teatro con multiplicidad de actos en cuyo subir y bajar del telón la sociedad respira expectante al pensar que con el día 15 todo terminará, sin chistar, sin silbar, sin tirar cáscaras y otros objetos contra el escenario y su telón al enterarse unos minutos después, al subir de nuevo el telón, que el encierro obligatorio proseguirá, eso sí “por el bien de toda la sociedad”.

Una decisión tal, con un manejo calculado del tiempo, de las palabras, de los modos, de los cuerpos, de las decisiones tomadas –por decreto extraordinario, por presidencialismo en plena acción, que va mostrándoles toda su rentabilidad–, ante la cual no chistan ni siquiera aquellos sectores conocidos como de izquierda, alternativos o de oposición. Todos callan, convalidando una modalidad de administrar las circunstancias en curso y, por su conducto, consciente o inconscientemente, brindando mayor legitimidad a quienes tienen en sus manos las riendas del gobierno y del poder.

Sorprendente lo que el miedo despierta y potencia pero también lo que genera la debilidad discursiva, de conocimiento riguroso del motivo, las manifestaciones y las opciones que se pudieran esgrimir por parte de los sectores alternativos ante una crisis como la que tenemos. ¿Había, hay, otros mecanismos y énfasis para sobrellevar esta crisis o los únicos son los esgrimidos desde Bogotá, así como desde la Casa de Nariño?

De quince en quince. Así, ante el silencio generalizado a pesar de los significantes que acompañan cada una de las medidas tomadas, el Príncipe actúa enfatizando una y otra vez que todo lo que hace no persigue beneficios particulares porque él, “como el mejor gobernante que hayan podido imaginar” –así unas semanas atrás fuera todo lo contrario y su registro de imagen estuviera por el piso– decide y obliga por el bien de todos. No tengan duda, es “por el bien de todos y todas”, así unos salgan más perjudicados y otros, como dialéctica expresión, más beneficiados.

Vemos, pues, una actuación prodigiosa en la cual se destacan como los mejores entre los mejores los funcionarios (presidente o alcalde) que mejor enfaticen el mensaje del “bienestar general” y los que parezcan más rígidos y decididos con tal decisión, obligando a la ciudadanía a someterse, incluso bajo amenaza policial y militar, con altísimas sanciones pecuniarias, con violencia física de ser necesario. Y para ello, para ese benefactor de la totalidad que somos, quien esté dispuesto a ofrendar su vida por el común de los mortales –ignorantes, testarudos, indisciplinados…– brillará con luz propia. Estamos ante una crisis que nos afecta a todos, utilizada y manejada como botín político. Estamos en campaña electoral sin ser tiempo de esos tejemanejes.

Mientras tanto, para ahondar su poder y reforzar o recuperar la imagen de algunas de las instituciones y aparatos que lo sostienen en el poder, como la “violencia legítima”, aprovecha la crisis social que desata el covid-19 para desplegar aquí y allá –no en todas partes sino en los territorios en los cuales él sabe que su presencia no es compartida– la entrega de mercados no en manos de civiles sino de militares o de ambos en conjunción armoniosa, como lo han hecho por décadas, sobre todo en el campo, al implementar las operaciones “cívico-militares”, verdaderos laboratorios de guerra, espionaje y control social, tras los cuales queda una estela de dolor y muerte. En el caso de Bogotá y Cundinamarca, la presencia camuflada en Bosa y Soacha tiene una profunda connotación y resume una disputa de imaginarios populares de profunda significación.

También se han visto camuflados por distintas partes del país. En las grandes ciudades, además, con presencia aérea y terrestre de fuerzas policiales, arengando, entregando mensajes aquí y allá, para que actuemos ‘responsablemente’, claro, por el “bien de todos”.

De modo que se ha desatado el abordaje militarista de un asunto de salud pública que permite sospechar y disentir de cómo se actúa y se calcula desde el poder. Es un actuar sin oposición a pesar de que aquellos que sufren y acumulan padecimientos mayores en los meses y los años que vienen, sean los sectores populares, que siempre cargan sobre sus espaldas lo peor de cada crisis, económicas las más comunes y repetitivas.
Se impone un silencio de lo alternativo que no corresponde al momento vivido, cuando la crisis de salud pública desnudó las falencias más evidentes y las llagas más putrefactas de un sistema social, político, económico, militar, de minorías y para minorías.

Es lamentable la ausencia de voces discordantes que debieran estar llamando la atención sobre la urgente e inaplazable necesidad de acabar en nuestro país con la persistente distribución desigual de la riqueza, que ofende hasta las náuseas. En estos momentos se debiera desgajar masivamente la idea de realizar la indispensable desprivatización de los servicios públicos domiciliarios, y, a la par, la urgente reorientación de la política de salud pública, poniéndole fin al trato desigual que genera la peste arrasadora del neoliberalismo en este campo. No es moralmente defendible que los servicios de salud, bajo la óptica de lo privado, niegue en la práctica una salubridad efectiva, como fundamental derecho humano, que hoy se impone desde el establecimiento como negocio, como fuente de lucro para el capital privado.

Debieran, pues, aparecer numerosas y vibrantes voces que reclamen, izando planes de choque en lo económico y social, la necesidad de instaurar otro modelo de vida que sí es posible, dentro de políticas efectivas que encaren la creciente problemática del desempleo, así como impongan medidas de socialización de la renta nacional (equivalente, por lo pronto, a un salario por el tiempo que dure el confinamiento) que le procuren a la mayoría unas condiciones mínimas para estar en casa, y que hacia el futuro permitan que la sociedad colombiana ingrese de lleno en el siglo XXI, en el cual deberá dominar otra concepción sobre el tiempo, el trabajo-ingreso, la vida, lo público, la relación del ser humano con la naturaleza, la justica, etcétera.

Pero también se requieren urgentemente voces-en-cuello que reclamen gratuidad para el acceso tanto a la salud como a la educación, y a la par, la implementación de una política de lo común para administrar, planear y proyectar toda la infraestructura que tenga el título de público, en vías a que de verdad lo sea, soportado por el Estado, pero con este bajo el registro y el control social como un todo. Es decir, poniendo de cara al sol lo que ahora está de espalda: no el Estado que oprime con su peso a la sociedad sino sometido y controlado por esta, domándolo, como lo que es: expresión de todos, manifestación de la voluntad popular, la cual, por tanto, podrá desaparecerlo cuando la democratización plena de la vida cotidiana alcance suficiente relieve, es decir, el día en que los millones que somos perdamos el temor de gobernarnos abierta, directa y colectivamente, sin delegar poderes extraordinarios en nadie; o sea, el día en que la voluntad general tome plena conciencia de su razón de ser y estar en este lugar del universo.

Mientras ello no suceda, mientras el silencio sea el espacio que le permite legitimidad al poder y al gobierno que oprime y hace sufrir a las mayorías de excluidos, cualquier medida mediamente razonable que tome ese poder aparecerá como la panacea para el conjunto, como la máxima expresión de que ese poder no era antipopular y sí está a la altura de lo que la colectividad requiere.

Dicen que, en política, todo espacio que no llena quien pretende ser solución alternativa se constituye en un regalo para quien controla las riendas del poder. La primera condición para llenar ese espacio es romper el silencio. Es tiempo de hacerlo.

 

 

 

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Información adicional

Autor/a: Equipo desdeabajo
País: Colombia
Región: Suramérica
Fuente: Periódico desdeabajo Nº268, mayo 20 - junio 20 de 2020

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