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Santos II: Un giro más en el círculo del eterno retorno

Santos II: Un giro más en el círculo del eterno retorno

La segunda posesión de Juan Manuel Santos como presidente de Colombia reeditó una ceremonia insulsa y predecible que quizá, más que nunca, puso al desnudo una sociedad detenida en el tiempo. No sólo por la repetición de los rituales sino de los nombres, que por segunda vez nos retrocedían a 1938 cuando Eduardo Santos, tío-abuelo del actual presidente, en su condición de primer mandatario recién elegido, nombraba como uno de sus ministros a Carlos Lleras Restrepo, abuelo de Germán Vargas Lleras, a quienJuan Manuel Santos juramentaba éste siete de agosto de 2014 comoVicepresidente (en su primer mandato fue también su ministro, en una copia aún más exacta del pasado).

 

Siguió a este gobierno el de Eduardo Santos, motejado como la “gran pausa”, pues se centró en reversar los “excesos” reformistas de la primera administración de López Pumarejo, calificada por la historiografía como la Revolución en Marcha. El actual Santos también ha estado marcado por poner una pausa, pero esta vez a los excesos de las políticas extremo-derechistas de su antecesor Álvaro Uribe Vélez, que en el campo internacional tuvieron como consecuencia un mayor aislamiento del país en Suramérica, región que ha vivido en los últimos años el predominio de un discurso anticolonialista, que suena bastante chocante a la cultura política de las élites colombianas, acostumbradas a exaltar su dependencia de los Estados Unidos.

 

La ausencia, en la ceremonia de posesión del mandatario colombiano, de las presidentas de Brasil, Argentina y Chile, junto con la del presidente venezolano, que representan a las economías más grandes de Suramérica es, quizá, señal de que Santos aún no alcanza el objetivo de eliminar la desconfianza que Colombia despierta en sus vecinos, pues a pesar que las delegaciones del país siguen sin mostrar gran entusiasmo por organizaciones como Unasur o Celac, por lo menos ya no sabotean de forma abierta el sentir de las mayorías.

 

La “Tercera vía”, un sucedáneo trasnochado

 

Frente al extraño panorama de un país que como Colombia esgrime aún una política internacional anclada en las etapas de la “guerra fría”, y sostiene discursivamente los principios más ortodoxos del ultraliberalismo, Juan Manuel Santos ha querido aprovechar la coyuntura para intentar presentarse como la versión criolla de una política que contemporiza con los Correa, los Morales y los Lula. Para ello, sin embargo, ha sacado del cuarto de san alejo a la “Tercera vía”, un discurso fracasado y desprestigiado que tiene en el trabajo de Anthony Giddens su expresión teórica más mediática, y en Tony Blair su encarnación practica más conocida. Blair fue primer ministro del Reino Unido entre 1997 y 2007, y tuvo entre sus mayores “logros” sabotear la Unión Europea y plegarse al gobierno de George W. Bush, hasta el punto de hacerse cómplice de éste último, al lado de José María Aznar, de la invasión y las masacres contra el pueblo irakí.

 

Es entendible que un miembro de la élite colombiana sea seducido por una personalidad débil y entreguista como la de Blair, pues no es difícil comprender que sintetiza un asunto de afinidad, lo que no es entendible es que cuando quieren esgrimir el discurso lo hagan desde una ignorancia tan crasa de lo que éste significa, como la que demuestra Tatyana Orozco, directora del DNP, quien sin sonrojarse declaraba el tres de agosto que “El ADN del Plan de Desarrollo va a nutrirse de los lineamientos del modelo económico conocido como Tercera vía, descrito como una síntesis de capitalismo y socialismo”.

 

Y dado que lo expresaba como si se tratara de una receta de cocina, pues no le podía faltar el condimento: “pero adaptado a Colombia”. Pues bien, como es conocido, tan sólo algunos defensores muy elementales de la Tercera vía han optado por definirla como síntesis de capitalismo y socialismo, aclarando que esto último debe entenderse como el intento de rescatar un papel más activo del Estado en la regulación de los mercados, es decir, que esa afirmación sólo es posible si el socialismo es reducido a estatismo, que es por lo que menos propende Santos, si tenemos en cuenta que una de sus primeras medidas económicas será la privatización de Isagen. En los planteamientos de Giddens y Blair el papel del Estado está muy lejos de las dimensiones que tiene en la visión keynesiana, por ejemplo, que es cualquier cosa menos socialista.

 

Anthony Giddens publica su libro La tercera vía en 1998, cuando la tesis del “fin de la historia” de Francis Fukuyama (éste autor norteamericano había publicado un libro con ese nombre en 1992) se había convertido en un dogma y un mundo monopolar, con dominio exclusivo y absoluto de los Estado Unidos, parecía el marco geopolítico que iba a acompañar a la humanidad por lo menos durante un milenio, en gracia a la caída del llamado socialismo real y al fin de la “guerra fría”. Jean Cohen y Andrew Arato, también en 1992, daban a la luz su texto Sociedad civil y teoría política en el que, con el mismo espíritu de Fukuyama, sostenían que la inclusión (léase la participación en el mercado) es la única y plausible mejora en el capitalismo. Hoy ya sabemos que Fukuyama tuvo que retractarse y aceptar que la historia continúa, y conocemos de sobra en que ha derivado el oenegismo, vestido de “sociedad civil”, por el que abogaban Cohen y Arato.

 

El trabajo de Giddens es subalterno y tuvo como fin publicitar el “nuevo laborismo”, fracasado políticamente en Gran Bretaña. El hecho que Giddens afirmara “Que uno podría sugerir como lema principal para la nueva política: ningún derecho sin responsabilidad”, y que aclarara que “esa es una lección que tenemos que aprender de la derecha”, es un indicador suficiente que con su argumentación trataba era simplemente de sumarse al desmonte del Estado del Bienestar, con el argumento que la educación y la salud socializadas son “gratuitas” y por tanto no generan responsabilidad en los usuarios, por carecer de contraprestación. En ese argumento falaz se esconden tanto el sofisma de presuponer que los recursos del Estado no son producto del trabajo de todos, como los verdaderos motivos de la privatización de tales servicios, que además de ser habilitados comoespacios de valorización del capital, al ser desmontados de la esfera pública permiten la reducción de las tasas impositivas al capital.

 

Pero, acá lo importante es preguntarnos porque, sin recato, recurren a algo sancionado históricamente como un fracaso. Y la única respuesta que nos podemos dar es que de lo que se trata es de confundir y disimular. Seguramente Santos, con su espíritu de jugador de poker, debe pensar que si lo cuestionan por hablar de socialismo –al afirmar que se identifica con la Tercera vía–, pueda responder con el mal chiste de que “en una síntesis no se trata ni de lo uno ni de lo otro, sino de todo lo contrario”. Son, pues, el disimulo y la retórica lo que impulsan a buscar en el desván de los desechos discursivos, argumentos trasnochados que lo único que provocan es reforzar esa sensación de que nuestra clase política vive en el retraso total y que sus colores distintivos son el sepia y el gris acompañados de un fuerte olor a naftalina.

 

La directora del DNP igualmente adelantaba que en el plan de desarrollo de Santos II “Hemos planteado que el plan se construirá de acuerdo con el ordenamiento regional que tienen las regalías (el mismo esquema de los Ocad u órganos de decisión), pero entendiendo que esa es una forma de agrupar el país”, confesando sin rubor que el eje de la política y la gobernabilidad recaerá en los volátiles montos de las rentas que generan nuestros cada vez más inestables sectores extractivos. A los subsidios atados a tales ingresos es a lo que Santos pretende disfrazar de socialismo.

 

El plan de desarrollo de Santos II quizá alcance un nombre pomposo que supere el actual (Prosperidad para todos) y compita con todos los anteriores, de los cuales tan sólo ha quedado eso, el nombre. Hemos tenido lemas como “Para cerrar la Brecha”, “Bienvenidos al Futuro”, “El salto social”, “Las cuatro estrategias”, entre muchos otros, que no han logrado hacer avanzar al país, en términos relativos, un solo centímetro, pues como lo muestra el último informe de desarrollo humano de las Naciones Unidas, ocupamos el puesto 98 en el mundo, y en Suramérica tan sólo superamos a Paraguay y Bolivia. Venezuela, país del que se viven condoliendo los políticos y periodistas colombianos, ocupa el puesto 67, es decir, treintaiún lugares por encima del nuestro.

 

La otra muletilla de periodistas y no pocos académicos es la de la “estabilidad institucional” de la que supuestamente son reflejo las sucesiones presidenciales “pacíficas”, como si el estancamiento que padecemos hace dos centurias pudiera considerase algo positivo y como si los no menos de cuatrocientos mil muertos de la violencia política de los últimos sesenta y cinco años estuvieran divorciados del statu quo político que las élites han logrado mantener en ese tiempo. Estancamiento político y violencia son caras de la misma moneda, por lo que es imposible hablar de verdadera y duradera paz, si los grupos dominantes no entienden que el devenir del mundo es cada vez más acelerado y que en la coyuntura actual aferrarse al pasado es realmente suicida.

 

Que el abogado uribista Jaime Restrepo retara a un duelo a muerte al parlamentario del Polo, Iván Cepeda, puede parecer una anécdota más de este curioso país. Sin embargo, más allá del calificativo que pueda dársele al hecho, refleja esa profunda mentalidad decimonónica que inspira a movimientos como el llamado Centro Democrático. El conservadurismo, casi fanático, de las élites colombianas, y en general de los sectores con más privilegios no sólo ha estado detrás de la violencia, sino de ese estancamiento disfrazado de estabilidad que debería avergonzarnos.

 

A la pérdida de la vida, que es el derecho que más se ha conculcado a los colombianos, ahora debemos sumar el temor a despertarnos en pleno siglo XIX y comprobar que el principio del eterno retorno es un experimento al que estamos condenados los habitantes de un peculiar espacio geográfico llamado Colombia.

Información adicional

Autor/a: Álvaro Sanabria Duque
País: Colombia
Región: Suramérica
Fuente:

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