Distintos informes de Naciones Unidas muestran la realidad de América Latina y el Caribe, región que, como estudiante, se compromete a cambiar pero siempre tiene malas calificaciones. Así sucede con el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible 2030, en cuya concreción el mayor avance corresponde a la forma de medición de indicadores y la armonización de políticas públicas en cada uno de los países. A la ONU, como institución escolar, le conviene este deficiente estudiante, pues bajo la trampa del desarrollo sostenible y la cooperación internacional, puede someter las agendas de cada uno de los países para mantener el aparente equilibrio en el actual orden internacional.
El pasado abril se presentó el informe correspondiente al avance cuatrienal sobre el progreso y desafíos regionales en la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible en América Latina y el Caribe. El documento recoge información de varios: Fondos, Programas y Organismos especializados de las Naciones Unidas.
Recordemos que la Agenda 2030 establece diecisiete Objetivos para el Desarrollo Sostenible (ODS) que incluyen poner fin a la pobreza, garantizar seguridad alimentaria, vida sana y bienestar, educación inclusiva y de calidad, igualdad de género, agua y saneamiento, energías sostenibles, crecimiento económico sostenido, infraestructuras resilientes, reducir la desigualdad, asentamientos humanos inclusivos y seguros, consumo y producción sostenibles, combatir el cambio climático, conservar los océanos, proteger los ecosistemas, promover sociedades pacíficas e inclusivas y revitalizar la Alianza Mundial para el Desarrollo Sostenible. Una larga lista de tareas y la realidad es contundente: faltará tiempo para cumplirlos, si es que en verdad existe interés por parte de los poderes reales de cada uno de los países para hacerlos efectivos.
Para la implementación de esta Agenda, diseñaron instrumentos para el seguimiento y consecución de los ODS. Nuestra región avanzó de forma significativa en el nivel de institucionalidad e instrumentos para implementar la Agenda 2030. Casi cuatro años, desde el momento de su aprobación y hasta ahora, se ha generado información estadística necesaria para evaluar en verdad el avance de las metas. Según lo informado a la Comisión Estadística de las Naciones Unidas, trabajó en cinco ejes estratégicos: i) actualización de los niveles de disponibilidad de datos y de estándares internacionales, pero sin definir aún el desarrollo metodológico de los indicadores; ii) definición de criterios para la aplicación de las directrices y presentación de datos; iii) propuesta de indicadores provisionales con fines de monitoreo inmediato; iv) actividades relativas al desglose de datos e intercambio de metadatos estadísticos, y v) perfeccionamiento anual de los indicadores y el plan para el examen ampliado de 2030.
Estos objetivos se definen en torno a los conceptos de igualdad, sostenibilidad ambiental y convergencia productiva, por alcanzarse en democracia y en el marco de sociedades pacíficas. En tal propósito, parece ser que la guerra comercial entre Estados Unidos y China, genera preocupaciones entorno al nuevo orden global que pudiera configurarse producto de ello. Naciones Unidas no sólo señala los peligros derivados de esta confrontación, sino su preocupación por la no cooperación de todos los organismos para evitar una fragmentación del mundo del trabajo, mayor desigualdad y eventuales riesgos para las democracias establecidas. La premisa es que el sistema económico internacional se caracteriza por la tensión entre las soberanías nacionales y la necesidad de ceder cierta parte de esa soberanía para lograr, por medio de la cooperación internacional, beneficios que cada Estado no podría alcanzar actuando en soledad. En ese sentido, la tarea que la comunidad internacional tiene ante sí consiste en avanzar hacia el multilateralismo.
Desde 2016 la región comenzó a integrar la Agenda 2030 en distintas visiones, estrategias y planes nacionales de desarrollo. Sin embargo, los indicadores muestran que frente a la reducción de pobreza y desigualdad, los avances se estancaron en el último quinquenio. A partir de 2015 la pobreza y la pobreza extrema aumentaron en torno al 30 y al 10 por ciento respectivamente. Según la Cepal, en el año 2018 cerca de 182 millones de personas vivían en pobreza y 63 millones en extrema pobreza. A partir de los datos de 18 países de América Latina en 2016 (Gráfico IV.3), se estima que, si no se considerarán las pensiones de las personas mayores de 65 años, la pobreza en ese segmento podría elevarse del 15,2 al 46,7 por ciento, mientras que la pobreza extrema subiría del 4,3 al 24,2 por ciento.
La estructura económica (productiva) de la región es muy heterogénea, con peso preponderante del sector de baja productividad, con marcada desigualdad de ingresos de los hogares. El 80 por ciento de los ingresos totales de los hogares latinoamericanos proviene del trabajo, que constituye el principal motor para la superación de la pobreza y poder gozar de protección social. Asimismo, desde el punto de vista de los ingresos, el acceso a las prestaciones contributivas es muy desigual: con referencia al 2015, solamente el 6,2 por ciento de las personas de 65 años y más, que se encontraban en el primer quintil de ingreso per cápita, percibía pensiones contributivas, lo cual refleja trayectorias laborales precarias, marcadas por la informalidad, e ingresos laborales reducidos. Un tercio de la población de América Latina carece de acceso a pensiones en la vejez.
También resaltan el hambre y la desnutrición. El número de personas subalimentadas en la región se incrementó en 2,4 millones entre 2015 y 2016, alcanzando un total de 42,5 millones, equivalente al 6,6 por ciento de quienes viven en esta parte del mundo. Según estimaciones de la OIT para 2016, en América Latina y el Caribe, alrededor de 10,5 millones de niños, niñas y adolescentes se encuentran en situación de trabajo infantil, es decir, el 7,3 por ciento de la población regional con edades entre 5-17 años. Brasil, México y Perú son los países donde el trabajo infantil es más frecuente en números absolutos. Para el caso colombiano, en el 2017 la cantidad de niños, niñas y adolescentes trabajadores sumaban 796.000 registros.
Preocupa en la región, la limitada incorporación tecnológica en el sistema productivo, en zonas heterogéneas en sus estructuras productivas, que inciden para acentuar la elevada desigualdad que la misma registra, lo que expresa altos porcentajes de informalidad en el empleo total (gráfico I.12). Obviamente, los países de esta parte del mundo no han logrado transformar su estructura productiva como si lo consiguieron en las economías asiáticas exitosas. En América Latina y el Caribe, la inseguridad ha incidido en el desarrollo de una cultura autoritaria que redunda en una aceptación cada vez mayor de propuestas de “mano dura” y “tolerancia cero”. Es decir, la violencia sigue en aumento (Gráfico IV.20), cuyos efectos, según el organismo internacional, erosionan la confianza en la democracia y la convivencia social.
El documento insiste en apostarle a la cooperación multilateral. Enuncian que en el pasado fue útil para integrar la economía mundial y mitigar el riesgo de confrontaciones, y reseñan la propiciada por el régimen monetario internacional en los acuerdos de Bretton Woods de 1944. Una integración en el orden mundial de los países desarrollados, que excluye o subordinn a las economías de la periferia. No cooperar, insisten, generaría rivalidad tecnológica, tensiones geopolíticas e incertidumbre en el comercio internacional y la economía digital.
Sus observaciones recaen sobre el presupuesto público, como herramienta para la asignación de recursos y donde, en efecto, deben priorizarse políticas públicas para el financiamiento de la implementación de la Agenda 2030.
En los próximos años, los discursos de cooperación recaerán en la gestión de los ecosistemas naturales, la sostenibilidad de las ciudades, la transición energética y el cambio climático. Pero de qué nos sirve todo ello si no hemos cumplido con lo básico, si quienes dominan en nuestros países son como el estudiante vago, que quiere adelantarse en el curso pero se va tirando el año.
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