El mundo entero es testigo de la profundización del modelo neoliberal que ahora se posiciona con la ultraderecha. Se admite la libertad de mercados casi para todo excepto para el mercado laboral y varios países están imponiendo barreras al acceso de inmigrantes a sus territorios. Una consecuencia que subestima el modelo económico imperante es la afectación del medio ambiente, no obstante el líder de uno de los países con mayor incidencia en la contaminación niega el cambio climático y no se acoge a los Acuerdos de París.
La desigualdad, esa inmensa realidad que denuncia al sistema que la permite y reproduce, junto con el subdesarrollo en las regiones periféricas ajenas a la modernización, dos realidades consideradas como resultado menores del sistema capitalista, sin embargo con el avance de la globalización esta conflictividad social no puede seguirse ignorando.
Son dos realidades, desigualdad y subdesarrollo, que a su vez tienen a la inmigración entre una de sus muchas consecuencias, realidad agudizada por el trato beligerante que sufren quienes dejan atrás sus territorios en procura en otros lares de mejores condiciones de vida. Las dos realidades en cuestión también dejan profundas consecuencias al interior de los países desarrollados, las cuales pueden medirse en términos de alto desempleo, alta informalidad y desprotección social de los trabajadores, en favor de la capitalización de las empresas y corporaciones con mayor poder de control sobre los gobiernos.
Estas transformaciones se consolidan gracias a la interacción de varios factores que lo facilitan. Las autoridades económicas privilegian, a la hora de proyectar medidas globales y locales, acciones que priorizan el mercado financiero por encima del laboral, medidas que le dan mayor importancia al valor de los activos financieros que al bienestar de las personas, que convierte los derechos en mercancías, y que restringen el gasto social pero que hacen rescate del sistema financiero con ingentes recursos públicos. Por otro lado, los ciudadanos son cada vez más individualistas y no logran estructurar una acción colectiva que defienda su derecho al trabajo, a la educación, a la salud, a contar con un ingreso para la vejez y a tener un medio ambiente sano que les garantice una mejor calidad de vida tanto a ellos como a su progenitura.
Colombia no es la excepción. De cada dos personas que conforman el gabinete actual uno proviene de gremios económicos, el Ministro de Vivienda viene de Asobancaria, el Ministro de Defensa de Fenalco, la Ministra del Interior de Asomovil y la Ministra de Transporte de Asograsas entre otros. El modelo de emprendimiento que destaca Iván Duque es el de Rappi que logró posicionarse como la primera empresa colombiana con capitalización de más de un billón de dólares gracias a la explotación de miles de jóvenes e inmigrantes venezolanos que trabajan para ellos sin ninguna protección social.
A la administración actual le es indiferente la educación superior de acceso universal. Las empresas prestadoras de servicios de salud siguen a sus anchas: treinta de cuarenta EPS tienen índices de solvencia desfavorables, y aquellas que entran en procesos de liquidación trasladan sus activos a otras razones sociales y dejan el pasivo al gobierno colombiano. No existe una política de estado que invierta más recursos en I+D que redunden en mayor competitividad y salarios. El modelo económico sigue principalmente soportado en la extracción minera y de hidrocarburos. La estrategia del Centro Democrático que encabeza toda una suerte de transformaciones que lesionan el estado social de derecho ha sido instigar el odio por los desmovilizados en el proceso de paz. Nada diferente a lo que ocurre en otras latitudes.
Desde hace algunos años las elecciones presidenciales de diversos lugares del mundo están marcando un patrón de extrema derecha. Este fenómeno amenaza con debilitar derechos civiles ganados a lo largo de la historia. A pesar de haber vivido episodios vergonzosos como la discriminación a la raza negra en EE.UU. o la persecución nazi a la comunidad judía, hoy en Europa Occidental y en Norteamérica presenciamos un creciente rechazo a los inmigrantes. La creación del movimiento alemán antiislámico Pegida o la simpatía del Ku Klux Klan hacia Donald Trump son un ejemplo.
El presente siglo ha sido testigo de varias transformaciones económicas y sociales:
Las economías se volvieron más volátiles y frágiles debido a la evolución de la ingeniería financiera que con mayores niveles de apalancamiento permite una especulación más agresiva que termina incidiendo negativamente en la salud del sector productivo. En los años setenta el crecimiento económico de los países desarrollados era del 4 por ciento, este pasó a ser menos de 1 por ciento en la primera década de este siglo.
El gasto público social, que es determinante para cerrar brechas de desigualdad, está supeditado al equilibrio de las finanzas públicas. Especialmente en los países en desarrollo cuyas economías dependen de sectores primarios y se apalancan en créditos de la banca multilateral y en la inversión extranjera, se ejerce un control muy estricto para el cumplimiento de la regla fiscal.
La política económica tiene dos herramientas, la política fiscal y la política monetaria. La primera fue muy usada entre los años 1945 a 1973 y su principal objetivo era promover mayor empleo mediante el gasto público. La segunda se centra en proteger el valor de los activos de altas inflaciones a través de los movimientos de las tasas de interés. Es la de mayor uso hoy, descarta al empleo como objetivo y su acción tiende a tener efectos que empeoran la inequidad. Es el caso del rescate al sector financiero mediante la expansión cuantitativa que hizo la FED en EE.UU. con la crisis hipotecaria del 2008. La emisión de deuda pública que es comprada en su mayoría por las entidades financieras y luego es recomprada por la FED consiste simplemente en poner más dinero en manos de quienes históricamente han concentrado mayor riqueza.
La tendencia hacía la robotización ha generado mayor desempleo en áreas de menor cualificación a la vez que deteriora la formalización laboral y los niveles salariales debido a una menor productividad de estos trabajos. En los años dorados del capitalismo las tasas de empleo eran cercanas a niveles de pleno empleo (1.5% o menos), en la actualidad encontramos países con tasas de desempleo persistentes de dos dígitos como Francia (10%), Italia (11.7%), España (22%) o Grecia (25%), y vemos en general que no es cierto que la mayor automatización haya redundado en una mejor calidad de vida a través de jornadas laborales reducidas.
La mayoría de los trabajos que existen no agregan valor agregado a la economía. Su función es la de asegurar un consumo sostenido que impulse el sistema económico y que redistribuya la riqueza de abajo hacia arriba en la pirámide social. A este fenómeno Adair Turner lo llama economía de suma cero y cita como ejemplo al derecho tributario cuyos profesionales son bien remunerados a cambio de facilitar la elusión y favorecer el proceso de concentración de la riqueza del sector privado. Sin embargo, por cada uno de estos trabajos hay miles cuya remuneración es reducida debido a la baja escolaridad.
La mensajería instantánea de whatsapp y las redes sociales como facebook y twitter han permitido movilizar emocionalmente las opiniones ciudadanas, muchas veces con mensajes hostiles apoyados en información falsa, y también han debilitado la acción colectiva a través de un exceso de individualización y de una menor actividad ciudadana por fuera de la red.
La combinación de los anteriores factores ha hecho que las personas pierdan su estabilidad económica, que estén nerviosas de no poder continuar con su proyecto de ascenso social y que sean manipuladas por los intereses de los políticos. En estas circunstancias, los ciudadanos son mucho más permeables a discursos totalitarios que les prometan que van a detener la precarización de sus ingresos si se impone, por ejemplo, un fuerte control a la migración puesto que esta influye en el descenso de los salarios.
La situación es mucho peor en los países en desarrollo donde el contexto de la precarización laboral es por lo general una profunda desigualdad y unas bajas tasas de inversión en ciencia, tecnología e innovación (CTI), en investigación y desarrollo (I+D), y en educación. En la década de los setenta países como Singapur, Taiwán o Corea del Sur tenían el mismo nivel de desarrollo económico que Colombia, sin embargo desde la década de los ochenta se trazaron la meta de elevar la capacidad científica y tecnológica destinando de forma sostenida recursos alrededor de 4 por ciento del PIB para estas actividades.
En las dos últimas décadas la inversión en CTI como proporción del PIB en el mundo ha sido en promedio 2.2 por ciento. Colombia tiene una inversión en este mismo rubro de 0.4 por ciento. De otro lado mientras EE.UU. invierte 2.8 por ciento del PIB en I+D Colombia lo hace al ritmo de 0.2 por ciento. Esta falta de inversión ha contribuido a nuestra desindustrialización: mientras a finales de los años setenta el sector industrial aportaba el 24 por ciento del PIB ahora este aporte se redujo a 9 por ciento y la actividad económica ha venido trasladándose al sector servicios.
El desarrollo tecnológico, sea que se produzca internamente o no, debe ir acompañado de un mayor nivel de educación. Si este llega a ser menor de lo que el mercado requiere las brechas de ingresos entre los más y los menos educados se amplían. Solo una estrategia que haga avanzar, a la par de desarrollo tecnológico y la educación, determinarán que no se prolongue el rezago con el resto del mundo. Una forma de evidenciar que un país actúa sobre estos temas es si el bienestar de la generación actual no depende de los logros obtenidos por sus padres, porque es el Estado mediante el gasto público el garante de que todos los ciudadanos tengan el mismo acceso a la educación, este es el caso de todos los países nórdicos.
Los gobernantes colombianos no tienen un compromiso serio con la educación. La universidad pública tiene un desfinanciamiento de 18 billones de pesos y no se ofrece una solución porque la visión de la clase dirigente es el fomento al modelo de educación privada, como lo muestran los programas Ser Pilo Paga. Sergio Fajardo, un profesor universitario que mostró en su campaña electoral un alto grado de compromiso con la educación ha estado ausente en el debate político, y Gustavo Petro, principal contradictor de la administración y a quien están marginando de la esfera política, se adjudicó las marchas estudiantiles como respaldo a su proyecto político. El gran mérito lo merecen nuestros estudiantes, firmes en su determinación de defender la universidad pública pese a que Iván Duque recibe primero al cantante Maluma antes que atender la mesa de negociación.
Mientras que los países desarrollados se dejan seducir por la xenofobia, en nuestro continente es el miedo a gobiernos como el de Nicaragua o Venezuela con el que la ultraderecha toma el poder. Una estrategia que les permite introducir reformas regresivas en contra de derechos constitucionales fundamentales (y a favor de gremios económicos) y que el ciudadano acepta porque de lo contrario puede obtener un resultado peor. Ese miedo se desvanece con un análisis profundo sobre lo que realmente ocurre, para ello se requiere de una educación que desarrolle un pensamiento crítico, algo que no es conveniente para los gobiernos.
El comunismo es un proyecto inviable en el mundo, una restricción indefinida de derechos civiles y políticos no es sostenible y son pocos los países que defienden un modelo así sin recibir con toda razón la censura internacional. Sin embargo, dado que tampoco es plenamente posible un país donde impere plenamente la propiedad privada, porque por ejemplo nadie podría construir su propia carretera o tener un pedazo de biosfera, es preciso de gobiernos que protejan los bienes comunes y que garanticen el goce pleno de derechos constitucionales a todos sus ciudadanos, y esto se observa está más del lado de un programa de izquierda democrática que uno de ultraderecha.
Lo que parece suceder con más frecuencia, como lo observó Gore Vidal, es un “orden económico de capitalismo para los pobres y de socialismo para los ricos”. Esto es, donde a los pobres se les hace competir con todo el rigor pero a los ricos se les permite operar monopolizando negocios y capturando gobiernos que les dan beneficios tributarios. Ese es el orden que el mundo entero está aceptando con el miedo al extranjero y al comunismo.
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