La literatura maldita no constituye, en absoluto, una tradición, una escuela o un movimiento. Más exactamente, cada escritor o poeta maldito es singular e individual, punto.
La literatura maldita es una categoría que nace en el siglo XIX en el diálogo entre lo mejor de una parte de la literatura francesa y la inglesa. En los circuitos de ventas, posee una franja propia, aunque en las bases de la gran sociedad ocupa un lugar muy marginal, aquí y en cualquier parte, tanto como entre los guardianes de la buena moral.
La literatura maldita cumple esa función: decir lo indecible, mostrar lo oculto, llamar a las cosas por su nombre, y señalar que la gran escuela siempre es la de la vida, que es donde se nutre la verdadera gran literatura. Ello, digámoslo de pasada, sin dejar de mencionar la verdadera condición para la existencia de una gran literatura: leer, haber leído mucho y seguir leyendo siempre. Mientras se vive y se observa y se trata de comprender al mundo.
Obviamente, también en Colombia existe la literatura maldita. Pero el abanico no es muy amplio, a decir verdad. Se compone de nombres como Julio Flórez (sí, el poeta de las flores negras y los escándalos y sospechas), José Manuel Vargas Vila (el maldito de todos los malditos), Andrés Caicedo (por poco el autor de un solo libro, el inmortal ¡Qué viva la música!), y el autoexiliado y aclamado Fernando Vallejo (el único de todos los escritores colombianos que cumplió la promesa de no volver a España mientras a los colombianos nos pidieran visa).
De acuerdo con la mejor tradición ortodoxa en la materia, un escritor maldito es aquel que, ya desde joven, se aleja de la buena moral de la sociedad y las buenas costumbres. Escribe y vive como provocación y desafío, y se comporta en general de manera peligrosa, a–social e incluso autodestructiva. Generalmente mueren antes de alcanzar el reconocimiento debido, y su escritura es difícil para los consumos normales y habituales de la sociedad. Aunque a veces, a algunos, la vida les regala años extra.
El concepto aparece por primera vez en 1832 en Francia y se proyecta con solidez hasta finales de 1880. Posteriormente la categoría se extiende a otros países, culturas y naciones, siendo uno de los primeros Inglaterra. De esta suerte, lo que podemos denominar como la primera generación de escritores y poetas malditos comprende nombres como F. Villon, Rimbaud y Beaudelaire y se extiende a figuras como G. Sand y O. Wilde. Desde entonces, hasta la fecha, la literatura maldita constituye una vertiente propia, pero subterránea, clandestina o marginal de la literatura que produce una sociedad.
Ahora bien, de manera definitiva, la literatura maldita no constituye, en absoluto, una tradición, una escuela o un movimiento. Más exactamente, cada escritor o poeta maldito es singular e individual, punto. Los críticos, a los que les gusta catalogar todo, sostienen que la literatura maldita constituye una crítica a la modernidad. ¡Como si hoy en día no existieran escritores y poetas malditos!
Desde luego que en cada ciudad, grande, mediana y pequeña existen poetas y escritores malditos, que acaso por malditos no han alcanzado el reconocimiento que pudieran merecer. Son conocidos por círculos pequeños, alternativos y muchas veces ellos se autopublicitan de maneras clandestinas o marginales.
Sin la menor duda, los escritores malditos son gente libre, o bien gente que se quiere, decididamente, libre —aunque algunos aún no lo sean—. Encuentran la libertad en la escritura, y en ellos la escritura y la vida son una sola y misma cosa. Nada de artilugios académicos. (Aunque lo contrario también hay que advertirlo, a saber: que quien hace de la literatura y la vida una sola y misma cosa no necesariamente es un escritor maldito. Una línea fina y móvil de distinciones). Libres, y no simplemente rebeldes.
Flórez, Vargas Vila, Caicedo y Vallejo, por orden histórico: cuatro voces de poetas y escritores sin deudas: ni económicas, ni morales o intelectuales. Uno tomando distancia con respecto al poeta de conveniencia —José Asunción Silva—, es liberal radical; otro blasfemo y apóstata, objeto de persecusiones en el marco de la Constitución conservadora de 1886; otro más haciendo de una ciudad periférica el centro de las miradas de admiración y exultación del cuerpo, y el último, homosexual declarado y no vergonzante, autoexiliado por voluntad propia pero faro de la realidad nacional. Con una nota: no existe (hasta la fecha) una mujer en la historia de la literatura maldita en Colombia.
Vallejo posee sobre los demás autores malditos colombianos una ventaja, que es al mismo tiempo una contradicción. Se trata de un autor a todas luces maldito que es publicado por unas de las grandes editoriales y circuitos de distribución oficiales en la lengua española: Alfaguara y Taurus. (Al fin y al cabo a las grandes editoriales les importan autores que vendan; entre otros criterios). Los demás son autores anacoretas, y varios títulos suyos difícilmente se consiguen en las buenas librerías, y definitivamente no en las librerías de centros comerciales. Es notablemente el caso de Julio Flórez, poeta proscrito de las ediciones y reediciones, de los encuentros y los números especiales. Aun cuando la editorial Sopena publicó las obras completas de Vargas Vila, parcialmente.
Caicedo acaba de ser objeto de reedición de ¡Qué viva la música! gracias a una película desafortunada y pésima. Pero Vargas Vila permanece como el más recóndito de los autores en materia editorial, de estudios, monografías, biografías o hagiografías, por ejemplo. El autor más prolífico de los malditos colombianos, sus libros se encuentran, en el mejor de los casos, en los anaqueles de eruditos y libreros de segunda. Que podemos llamar, de manera hermosa, como “libros leídos”.
(Digamos entre paréntesis: esa deuda histórica que tenemos todos los amantes de los libros, de un lado, con las pequeñas editoriales y las editoriales independientes, y de otra parte con los libreros de segunda, para no mencionar los anticuarios —otra categoría aparte).
De la literatura maldita no quedan moralejas; tampoco inferencias indirectas. De hecho, no existe una única literatura maldita, y como puede apreciarse de la lectura cuidadosa de los cuatro grandes en Colombia, de cada uno cada quien saca lo que puede. Que sería el comienzo para una auténtica tertulia. Que es uno de los modos para una incubadora gratuita de ideas, proyectos, y acciones.
Vargas Vila, Julio Flórez, Andrés Caicedo, Fernando Vallejo, una línea irregular subterránea de historia, cultura, sociedad y política —abyecta, iconoclasta, irreverente y desconocida.
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