Si los poderes son ignorantes de las realidades sociales, la radio se constituye como un proceso en el que el aparato sirve para divulgar esas otras narrativas que contienen los grafitis y que no aparecen en los medios. Pero que son parte fundamental de las historias de vida de una gran parte de la población, que conforman las maneras de situarse en el mundo y de gritar sus verdades frente a la exclusión.
En ese terreno se mueve la propuesta Radio grafiti al aire. Una iniciativa de Luis Liévano, alias Keshava; o tal vez sea Keshava, alias Luis Liévano, que lleva a la práctica los planteamientos de aquel maestro de la radio que fue Bertold Brecht. El poeta y autor teatral alemán nos decía, allá por 1932, que “hay que transformar la radio, convertirla de aparato de distribución en aparato de comunicación.”
Y eso es lo que hace este colombiano cuando se pone frente a un micrófono y se sube a un escenario para replicar su idea de juntar la radio con las expresiones del grafiti. Su propuesta se acerca mucho al proyecto que llevamos haciendo desde 2015 sobre las pintadas de las paredes de Bogotá. Los letreros que nosotros “perseguimos” en nuestra investigación son los grafitis político poéticos que produce Keshava. Compartimos esa manera de hacer otra comunicación, de reivindicar las otras narrativas, las que no se expresan en los medios tradicionales. Dar a conocer las historias desde abajo de la gente común y nada corriente.
Nuestra apuesta por las “paredes que comunican” son las palabras en los muros que Liévano difunde a través de las ondas de su emisión. Haciendo que se cumpla la máxima que planteaba Brecht cuando en su Teoría de la radioafirmaba que “arte y radio tienen que ponerse a la disposición de fines pedagógicos”.
Este artista polifacético lo aplica cuando propone hacer “pedagogía de la comunicación para la democracia.” De ahí que las expresiones ciudadanas del grafiti casen perfectamente con las voces de la radio.
En un país de oralidades es más grande si cabe el valor de los cuenteros. Cuentero es el papel que protagoniza Keshava al juntar música, noticias, relatos de cualquier lado e imágenes de grafitis reflejadas en una tela que hace de fondo del escenario. Un lienzo donde empieza y acaba todo, donde se mezclan de manera explosiva, no por el ruido sino por el contenido, los otros discursos, los de la calle, los de los grafitis, con la radio y en el teatro. Sobre el escenario, a través del micrófono de su peculiar emisora, Liévano busca una pared que no ponga resistencia y que “grite” las verdades, que promueva “sembrar más vida y alimentar la paz”.
Intercalando sus palabras poéticas y algo proféticas, sus demandas como ciudadano que ha pintado las paredes, con esos gritos que los grafitis nos pegan para que tomemos conciencia y espabilemos “Multiplicar los peces, los panes y la paz”.
Grafiti al aire, “donde la vida está contra la pared”, va dejando en el viento su apuesta política, sus manifestaciones públicas contra el statu quo. Criticando el consumo “Soplan vientos de consumismo desmedido”, “con sumo cuidado”, “con su mismo odio”; los gastos militares y las guerras, “cada coca-cola financia una bala”, “contra la lógica del misil, resistencia civil”, “con esos amigos, paras que enemigos”, y las obviedades de una época en la que “los gobiernos no gobiernan, los medios no comunican, los funcionarios no funcionan”. Un período de aceleración desmedida que promueve “la velocidad máxima y el salario mínimo”, con una “tecnología punta y los nervios también”, con una extendida “celulitis”, obsesión por los celulares.
Un trabajo de radio visual en tiempo real que pide “los muros al dial”, para escuchar lo que nos dicen: “tinto mata coca-cola”, “tanta tinta tonta”, “la pederastia tiene cura, la homofobia no”.
Una mesa con un computador y un atril para las hojas del guión, con un espejo de cuerpo entero al frente, la citada tela de fondo y un pequeño pedestal en la mitad de la sala. Esa es toda la escenografía para una obra en la que, en poco más de una hora, Liévano nos hace un recorrido por el grafiti y sus implicaciones sociales y políticas.
Keshava, uno de los nombres del dios Visnú de la religión hinduista, no ejerce de enviado de ninguna deidad. Él se define a sí mismo como “comunicador, grafitero por casi 30 años, activista del humor y de la comunicación, periodista cultural, realizador de radio y televisión, autor de libros infantiles y pedagogo.” Una mezcla peculiar que le da la capacidad necesaria para cubrir la realidad social desde los 80 del siglo pasado hasta nuestros días, presentando en el escenario un cóctel mezcla de poesía, música, denuncia social y crítica política a partir de un libreto original, sarcástico y con un doble sentido para leer el contexto del país y de su capital.
En la sala Seki-sano de Bogotá, esta especie de duende verde de las letras y el espray nos introduce en el mundo del grafiti colombiano de los últimos treinta años. Cuentas y cuentos para mirar desde otra perspectiva, la de las paredes, la de los muros que narran, que gritan esas otras verdades. Las realidades que no cuentan, cuentan, y mucho, en esta actividad artística que no se acaba en la platea de un teatro. Las representaciones terminan, pero la tarea continúa en el accionar diario de un activista social y en sus iniciativas.
Increíblemente, su dedicación al grafiti surgió a partir de una “invitación” que en 1984 hizo el entonces presidente de Colombia Belisario Betancur. Quería que la gente saliera a la calle a pintar palomas de la paz. Keshava grafiteó “No más paloMAS” en alusión a las actuaciones de un grupo de paramilitares que por entonces ya hacían de las suyas bajo el nombre de Muerte A Secuestradores (MAS).
Liévano grafitea “en sus ratos libres y en sus gratos libros”. Ya ha publicado Autobiograffitti, mi vida contra la pared (Intermedio Editorial); Arrume de rimas (Kapeluz); El espejo de la luna (editorial Norma), y Tanta tinta tonta (Icono Editorial).
Puede que el grafiti haya perdido su lado perverso, rebelde y marginal. Hoy se ceden espacios para que los artistas plasmen sus obras, más de tipo muralista, aunque algunas tienen sus mensajes, que pintadas críticas y cítricas; por lo que se difumina su carácter clandestino y reivindicativo perseguido por las fuerzas del orden, del orden que imponen los poderes.
Pero aún así, hay espacio para continuar una “tradición” que constituye, sobre todo, una manera de comunicación ciudadana. Hay expresiones para seguir reivindicando aquel mayo francés del 68 que pedía “la imaginación al poder” y gritaba “prohibido prohibir”.
En Colombia, en Bogotá, artistas como Keshava y muchas otras y otros persisten con sus ideas de buscar paredes que griten verdades con sus pintadas, que denuncien y expresen lo que los medios callan, lo que los gobiernos ocultan y lo que la sociedad o ignora o tapa.
Si Descartes se pasaba el tiempo descartando para terminar afirmando que pensaba luego existía, en la época del presidente árabe en el país, Turbay Ay Ala, la consigna era “pienso luego desaparezco”. Y en los tiempos, todavía cercanos de otro presidente, el innombrable, la regla era “disiento, luego le parto la cara marica”.
Si cuando teníamos las respuestas nos cambiaron las preguntas, las paredes permiten expresar otros puntos de vista. Antes, “el ser humano nacía, crecía, se reproducía y moría”; hoy, “nace, sobrevive, produce o se muere”.
Va siendo hora de ir retomando el lugar que a la ciudadanía le corresponde, y “si usted tiene razón , úsela”. Que si le dicen que “La manzana fruta prohibida y morderla la utopía”, entienda que “la Justicia no es un palacio ni la paz una palabra”.
Que podemos hacer crítica social pintando las paredes, a través del grafiti y de la radio, o con la radio y el grafiti en un escenario, porque “el humor contamina el miedo ambiente”.
Si “La radio sería el más fabuloso aparato de comunicación imaginable de la vida pública, un sistema de canalización fantástico, es decir, lo sería si supiera no solamente transmitir, sino también recibir, por tanto, no solamente oír al radioescucha, sino también hacerle hablar, y no aislarle, sino ponerse en comunicación con él”, (Brecht en Teoría de la radio); las pintadas, o los grafitis, son un medio de comunicación ciudadana, tal vez efímero pero contundente, que permite expresar las otras voces, plasmar las otras narrativas, transmitir las verdades otras, evitando en parte el aislamiento y la exclusión.
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